Tierra Adentro

I BUENOS DÍAS, SOLECITO

Salustia, de ochenta años, prepara el alimento para ella y su marido, Prisco, de ochenta y ocho. Una vez lista la comida, la señora le sirve a su consorte en la mesa del patio, ella se queda en el comedor de la casa. Sin más esfuerzo, desayunan. Así sus mañanas juntos.

En El buen soldado, Ford Madox Ford señala que las mujeres resignadas, esas que se empecinan en conservar la unión familiar, albergan una inconsciente y refinada crueldad. Hasta se oye bonito, pero no es bello que funcione como una verdad latente. Ya lo dijo Juana Bignozzi, «¿siempre el mismo vestido el mismo color el mismo hombre?».

Habría, sin embargo, que matizar la crueldad de la que habla Madox Ford, pues quizá podría entenderse como la fe. Sören Kierkegaard explica cómo en la naturaleza del espíritu sólo quien trabaja come; quien conoce angustias reposa; quien desciende a los infiernos salva a la persona amada y quien empuña el cuchillo conserva a Isaac. Existen, entonces, infortunios que se aceptan por actos de fe. Amor y fe empiezan donde la razón termina.

O: uno tendría que tomar las cuestiones cotidianas como en un juego de Scrabble: se puede decir «paso».

II DOMINGO EN FAMILIA

Cielo y Flor son hermanas, una de diez años, otra de diecisiete. Comparten cuarto en la segunda planta de la casa. Flor perdió el oído izquierdo hace tiempo, por lo que a veces no escucha los requerimientos de su familia. Una mañana de domingo, Martina, la madre, llamó a Flor, pero ella no la escuchó: además del problema auditivo, en ese momento batallaba con su joven soledad. Su hermana fue a buscarla. «¡Déjame en paz, Cielo, no sabes cuánto te odio!». Ese día se le rompió el corazón a Martina, hija de Salustia.

En X-Men First Class, el profesor X le explica a Magneto que la verdadera concentración se encuentra entre la ira y la serenidad, un hecho vital para el segundo, quien quiere vengar la muerte de su madre. «Sólo diré que soy el monstruo de Frankenstein y busco a mi creador», avisa al inicio de la película. No obstante, aunque ambos son malvados por la vida que llevaron, las razones para buscar a sus respectivos creadores resultan disímiles. Los dos necesitan ejercer el castigo, sin embargo, el monstruo, deidad terrena, exige una creatura semejante a él.

Sólo Frankenstein puede crearla.

Para obtener la concentración que menciona el profesor X, es preciso tener una razón que buscar. Así, somos testigos de cómo Magneto se configura a partir de sus acciones, pues afirma su existencia mostrándose igual que su verdugo. En cambio, el monstruo de Frankenstein exige un semejante en quien reconocerse para comprobar que existe y así abandonar la vileza que lo disminuye.

O: es bello que la gente sea sincera, lo que no funciona es que ande diciendo verdades a quien no le toca saberlas.

III DENTISTA

Luna tenía nueve años cuando fue por primera vez al dentista. La extracción de la muela fue un éxito, pero Luna juró que demandaría a la doctora por el dolor que le había causado. La niña, por temor, creció cuidando su dentadura, ahora incluso podría lucirla en algún comercial. Luna tiene veintidós años y un tercer molar. Cuando la jovencita, acompañada de Cielo, su hermana de diez años, regresa al dentista para que éste le extraiga ese tercer molar comprende que debe ser un ejemplo para Cielo. La extracción vuelve a ser un éxito.

Arma Dostoievski, en Crimen y castigo, que tanto el sufrimiento como el dolor son obligatorios para una mente amplia y un corazón profundo. Su protagónico, Raskólnikov, trágico por excelencia, recorre ambos caminos para obtener inteligencia además de espíritu. Primero dio muerte para después recuperar la vida, para no terminar como aquel Stanley Hook, que también tenía gris la memoria, feo el corazón.

Hallar un sitio donde no nada más quepa el cuerpo, sino también el espíritu, no está al dos por uno. Hoy la gente ha aprendido a orinar por los ojos para no pagar en los baños públicos. Con suerte, alguien desesperado que coma pan conocerá la esperanza. Y qué pasaría si tan pronto como adquirimos la lengua pudiéramos pensar, como plantea Séneca en si se llega a las alturas por el llano.

Las sonrisas serán siempre vistas como algo estético. Pero, ¿el hambre?

O: como sea, a cierta edad, no es que se procure, sino que es inevitable el dolor estoico.

 

Ilustraciones de Guianeya Ramírez.

Ilustraciones de Guianeya Ramírez.

 

 

IV. LA PESCA

Carlos y Miguel, de siete años, son muy buenos amigos. Miguel invita a comer a Carlos a su casa, en la barra de la playa. Como la mayoría de los días, comerán pescado. Carlos mira perplejo el besugo con el ojo saltado en el plato, se inventa que su mamá le ha prohibido comer pescaditos. Más perplejo queda el niño cuando observa cómo comen Miguelito y su familia aquellas frutas del mar. Carlitos recién vio Buscando a Nemo. ¿Quién aprende la muerte por la boca?

Isaac, destinado al sacrificio a manos de su padre Abraham, fue ignorante de la muerte que estuvo a su lado durante todo el camino hacia el monte Moriah.

Ignorante y, por tanto, feliz.
 Como Edipo, en el reino de Tebas, antes de conocer su origen. Isaac nunca vio el besugo en el plato servido; a Edipo hasta se le atoró una espina. La verdad, como el amor, si se busca, se corre el riesgo de encontrarla.

O: cuando Dios quiere dar hasta los costales presta.

V CATARSIS

Marina, de cuarenta y siete años, solía espantarse y gritar cuando veía peleas de box por televisión. Su familia se divertía al escucharla. Una tarde, Marina recibió a través del teléfono la instrucción para salir de casa, con su hijo Carlos al lado, y encerrarse en un hotel. Varios días madre e hijo conservaron el miedo en los ojos hasta que sus familiares entregaron el dinero acordado. El box dejó de ser una diversión en la casa de Marina.

Advierte Joseph Conrad que la mente del hombre es capaz de todo, porque todo está en ella, tanto el pasado como el futuro. Él, que vivió la alegría, el miedo, la tristeza, la devoción, el valor, la cólera, expía, como Raskólnikov, las tinieblas del corazón de la humanidad. Ambos entendieron que tenían una voz que, bien o mal, no podían silenciar.

Es importante que existan esos libros que hablan con verdad, pero es más necesario que haya ojos que los quieran entender. No como aquel zar Nicolás I de Rusia, que presumía de no haber leído nunca un libro. ¡Ay! Si ya nada más nos falta que, como el cantante, después de escuchar las malas noticias por televisión entonemos: ¿a dónde vamos a parar/ con esta hiriente y absurda actitud?

O, ya lo dijo Conrad: hay un tinte de muerte, un sabor de mortalidad en la mentira que es exactamente lo que más odio y detesto en el mundo, lo que quiero olvidar.