Hágase tu voluntad

Titulo: La pecera de Dios
Autor: David Alfonso Estrada
Editorial: Tierra Adentro
Lugar y Año: Ciudad de México, 2019
Poesía, drogas y misticismo flotando en La pecera de Dios de David Alfonso Estrada
Dios me llama; con “su cuerpo de leopardo, sus piernas de hipopótamo, su cabeza de cocodrilo y su melena de león” me transmite designios que confundo con casualidades. Mis más recientes lecturas llevan su nombre en el título: Un dios de paredes hambrientas de Garret Cook (Orciny Press, 2019), Dios en un Volkswagen amarillo de Efraím Blanco (Lengua de diablo, 2020) y La pecera de dios de David Alfonso Estrada (Tierra Adentro, 2019). Ya no puedo ignorarlo, es momento de regresarle la llamada.
En La pecera de dios, libro ganador del Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras / Border of Words 2019, David Alfonso Estrada nos comparte las aventuras esquizoides de Natanael (Nat) Cienfuegos, un diseñador de 27 años que busca llenar los vacíos de su existencia a través de las drogas. En este viaje nuestro protagonista, que se cree el “espíritu encarnado de Osiris” y piensa que su perro es un robot, será encerrado en un brutal centro de rehabilitación (donde un narcotraficante lo ayuda a escapar), se convertirá en un poeta laureado (con La pecera de dios, una colección de poemas), formará parte de una sociedad suicida de escritores, un espíritu llamado Laura le dictará poemas, recaerá en las drogas, se recuperará (con la ayuda del fantasma de su padre y con el apoyo de su abnegada novia), se casará, escribirá una novela (Hágase tu voluntad, que es lo que estamos leyendo), contemplará su existencia a orillas del mar y se caerá y levantará y caerá y levantará y…
Aunque mi brevísimo y muy superficial resumen haría pensar en una remake de Trainspotting o en otra aventura de Cheech y Chong, estamos ante algo mucho más complejo. Empecemos con un detalle que de primera instancia podría pasar inadvertido: Nat es un diseñador en una agencia de publicidad. Trabajar en este tipo de lugares de mercantilismo exacerbado provoca cuadros de ansiedad y depresión; te deshumaniza. Al yo mismo ser parte de esta industria, he comprobado que casi todos los que trabajamos en la agencia tuvimos que buscar algún tipo de ayuda psicológica (y en una extraña “casualidad”, recientemente descubrí que seis compañeros, sin habernos puesto de acuerdo, compartimos a la misma terapeuta).
La edad de Nat es otro detalle no fortuito. Recordemos el Club de los 27, donde músicos como Robert Johnson, Brian Jones, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse fallecieron a los 27 como resultado del abuso del alcohol y las drogas.
La gran paradoja de Nat, y de toda la generación que está llegando a los 30, es que a pesar de que anhela la muerte, lo que realmente busca es vivir; muere por vivir. Auténtico fantasma de “la generación del desencanto” (como exploraría Macaria España en su libro homónimo), un “títere en la mano equivocada” que nos remite al pesimismo cósmico de Thomas Ligotti: “Mira tu cuerpo: una marioneta pintada, un pobre juguete de partes articuladas al borde del colapso, una cosa enferma y doliente con una cabeza llena de imaginaciones falsas”.
Timothy Leary, psicólogo y entusiasta de la investigación y uso de sustancias psicodélicas, apuntó que con las drogas, específicamente con el LSD, descubrimos con horror nuestra existencia de robot; que nuestra vida está estereotipada, vacía, carente de significado. También, que la experiencia del viaje podría equipararse a una misa católica, un viaje psicodélico poderoso, que involucra transubstanciación de energía y una secuencia de muerte-nacimiento que usa todo tipo de técnica sensorial. Nat, al ser criado en un hogar católico y por el adoctrinamiento que suelen usar los centros de rehabilitación, está embebido en esa mitología. “Este es nuestro problema, que tarde o temprano terminamos en el cristianismo”, le confiesa un compañero.
Pero también Nat absorbe y sintetiza símbolos de otras mitologías, buscando la experiencia mística; la unión de lo particular y lo general, de lo humano y lo divino, de lo natural y lo sobrenatural, de lo aparente y lo absoluto, de lo visible y lo invisible; “las doce verdades que conducen a las brujas malas y a las hechiceras negras a las sombras”.
El lenguaje profético, filoso y delirante de Nat nos remite a personajes como Tyler Durden de El club de la pelea, Elliot Alderson de Mr. Robot o Rust Cohle de True Detective; personajes que han escuchado el gruñido de la lechuza, que han visto el Ojo de Dios.
Durante este trepidante descenso al pozo de Demócrito, el autor encuentra en el sarcasmo la mejor forma de exhibir el surrealismo del mundillo literario: La pecera de dios, poemario ganador de un premio nacional que llevó a Nat a presentarse en la FIL de Guadalajara, es una obra primeriza donde la imagen esquizofrénica del autor importa más que la calidad literaria de los poemas; la musa de su segundo poemario es un espíritu llamado Laura que invocó con una ouija; el grupo de escritores decadentes llamado Guillotina, que ve en Nat a una oscura promesa, a una estrella de la mañana, quiere emular los pasos de Baudelaire y Burroughs; su gran salto a la novela es lo que ahora estamos leyendo y analizando bajo el título de su primer poemario…
Pero sobre todo en Nat podemos encontrar el arquetipo del niño en busca de su padre; al joven que padece la grave enfermedad de vivir en nuestros días; al hombre que confunde el amor con necesidad; al artista emergente.
Y en su conjunto podemos ver en La pecera de dios, a través de su grueso y enmohecido cristal, a pequeños organismos que deben alimentarse de hojuelas de poesía y misticismo para evitar ser devorados por una realidad cada vez más insoportable.
Al final, admitiendo que todos somos pesimistas, resulta inevitable pensar que lo que nos cuenta el autor en esta no-novela es una simulación, que el verdadero Nat nunca fue rescatado del anexo por su amigo narcotraficante y sucumbió bajo las botas del padrino Chano, que todo es el alucine de una larga noche de trabajo frente al monitor… pues “la eternidad es un mismo error cometiéndose”. Sin embargo, me quedo con la imagen de Nat saltando de la pecera de dios y llegando a la orilla del mar.