Tierra Adentro
Collage realizado por Mildreth Reyes
Collage realizado por Mildreth Reyes

Parece ser lo más común del mundo, algo que te pertenece y que se usa de forma omnipresente en cómo te comunicas diariamente. La usas. La escuchas. Está ahí todo el tiempo y la das por sentado. Ella media tu vida social, mucho más que los segundones, la palabra escrita. Habitas un mundo de lleno de sus ecos y hay días en que te es difícil abrirte paso en el laberinto de las demasiadas que te invaden como hostiles proyectiles. Hablas todos los días, pero casi nunca la consideras, la piensas, la cuestionas. La voz es un alienígena.

Están las voces que viven en ti. Y las que, aunque son tuyas, parecen surgir de afuera. Diálogos entre las voces. Diálogos entre tus voces y las voces de otros. Conversaciones entre tus múltiples voces y el ejército de voces de los demás.

En su forma más habitual, concebimos a la voz como el soporte material del lenguaje, como la maleta en donde el emisor empaca los mensajes en un cierto lenguaje para que después (de los retrasos enormes que sufre, por ejemplo, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México luego de que los perros le bailan encima) se reciban (o no) en su destino, siempre más desarreglados, magullados y sucios que lo que originalmente se envió. Es el núcleo básico de la comunicación. Pero la comunicación y la manera en que producimos sentido no tienen nada que ver con la voz. Rara vez pensamos en la maleta (excepto cuando se pierde o no llega—la afasia; o cuando se usa con otro propósito y aparece de otra forma—el canto, la poesía).

Primero presto atención a tu tono de voz, a tu acento, a tu timbre, a tu cadencia. Pero una vez mi cerebro se ajusta al artificio, peculiaridad y características absolutamente únicas de tu voz (en vez de la singularidad de las huellas dactilares, “mi voz es mi contraseña” como te requieren los bancos), dejo de prestarle atención. Entonces sólo registro el significado que transmites. Y se me olvida tu voz y tu contraseña.

La voz y su materialidad desaparecen en el significado que transmiten. “Si hablamos para decir algo, entonces ella es precisamente lo que no puede ser dicho”. Es “la materialidad en su forma más intangible y por consiguiente más tenaz”. 1

[Si mi transcripción siguiera el ritmo de mis grabaciones serían un largo bloque continuo o una serie de líneas llenas de espacios vacíos, cuando hay dudas. Anotar las grabaciones requiere, para mi proceso, colocarlas como si las escribiera en una partitura, como si estuviera armando un poema con las piezas de mi decir, sin modificar lo dicho pues le quiero ser fiel a las palabras y también a lo que no quería decir, pero dije (excepto cuando hay frases demasiado redundantes). Solamente corto el verso, la cadencia, añado signos de puntuación y espacio a lo que no lo tiene, a lo que es una grabación libre que no se concibió para que la capturara su demiurgo, la escritura]

Nota de una grabación para Habilitación, #22

Por culpa de Armando, comencé a escuchar hace años (y cada vez que estaba atascada en el tráfico hacia la universidad, es decir casi todos los días) el programa de Martha Debayle. No vi su fotografía sino hasta años después y me sorprendió como nunca antes la falta de correspondencia entre su voz y la imagen que yo me había creado de ella en mi mente. En mi imaginación, era otra persona, totalmente diferente. Nunca me pude adaptar ni aceptar que hay una persona real de la que sale la voz, que esa que veo en las fotos (que desconozco) es la que me parece tan próxima en la radio. De pronto, una voz se vuelve compañía, pero para lograrlo, se tiene que despersonalizar. Desapegar de su persona.

Es absurdo, te dices, “esta voz no puede surgir de este cuerpo”, “no suena en absoluto a esa persona”. O “esa persona no se parece para nada a su voz”.

 

La voz es un objeto parcial (Lacan, obviamente). 

[arrogante]

La voz es algo que está afuera y que constituye el punto ciego de una narrativa.

Ahí en donde el sujeto puede ver, analizar, representar, conocer a la voz como un objeto, esto solo sucede porque ya hay algo del sujeto en el mundo de los objetos. Es decir, una parte del sujeto se disuelve en el mundo de los objetos. 

Esto me hace pensar por supuesto que, para que yo pudiera ser un sujeto fuera del hospital, necesitaba que parte de mí, 

            como sujeto, 

                                se disolviera en el objeto-contención-de-la-prisión-hospitalaria. 

Y solo así me constituí como un sujeto, porque una parte de mí estaba en ese adentro, aunque yo me imaginaba del otro lado.

Es un corte radical que sucede a través del cual es posible ver ambos lados: 

                                  el sujeto es excéntrico a su propia constitución.

Yo en el mundo de afuera y en el mundo de adentro era otra. 

No era un sujeto, sino un objeto: “eres una máquina”. 

¿Tuvo esto que ver con el quiebre?

 

Por culpa de Armando, comencé a escuchar hace años (y cada vez que estaba atascada en el tráfico hacia la universidad, es decir casi todos los días) el programa de Martha Debayle. No vi su fotografía sino hasta años después y me sorprendió como nunca antes la falta de correspondencia entre su voz y la imagen que yo me había creado de ella en mi mente. En mi imaginación, era otra persona, totalmente diferente. Nunca me pude adaptar ni aceptar que hay una persona real de la que sale la voz, que esa que veo en las fotos (que desconozco) es la que me parece tan próxima en la radio. De pronto, una voz se vuelve compañía, pero para lograrlo, se tiene que despersonalizar. Desapegar de su persona.

Es absurdo, te dices, “esta voz no puede surgir de este cuerpo”, “no suena en absoluto a esa persona”. O “esa persona no se parece para nada a su voz”.

Nota de una grabación para Habilitación, #16b

Grabo aquí en un nuevo mundo.

Y creo que empecé a hacer esta serie de grabaciones porque me parece que, mientras que en la escritura tengo mucho menos censura, en el habla, eeeem, tengo un DIQUE, vaya, una MURALLA CHINA ENORME que no me permite expresar tantas cosas que están dentro de mí.

Entonces es muy raro porque cuando paso por el habla 

     hay pausas, 

     hay dudas 

(excepto si estoy en una de esas fases en donde sólo hablo, amilporhorasindudarlo). 

     Hay timidez. 

     Hay vergüenza.

Y todo aquello que por lo demás intento evitar y no mostrar. Y por lo tanto no lo quiero mostrar y que sea algo que me confronte cara a cara, o boca a boca. Es mucho más difícil de expresar.

Entonces por eso empiezo esta serie de grabaciones.

Y porque pienso que ahí puede estar en gran parte y en gran medida la parte externa de Habilitación

Espero que poco a poco pueda al menos escucharme de una manera diferente mientras hablo, y por lo tanto descubrir otras zonas, que no me permite descubrir la escritura. 

La mayoría de las personas van a la escritura para tener otra expresión que no es la del habla y yo voy al habla para poder tener otra expresión que no es la de la escritura. —Quizás aquí sea más seria, menos juguetona, más contenida y censurada—. Por ahí va esta apuesta de las grabaciones.

Y la otra parte interesante es que te permite regresar, volver a escuchar. Escucharte a ti mismo como a ese objeto que tiene un cierto efecto de extrañamiento en donde tu voz ya no es tu voz, sino que es algo que se capturó en un dispositivo. Por ahí va.

 

Después de la invención de la radio, el gramófono, el teléfono y el grabador, se perdió la cualidad acusmática de la voz.2 Es decir, por culpa de las tecnologías de la comunicación se perdió el misterio acusmático de escuchar sin ver la fuente sonora. Adiós al misterio, bienvenida la desacralización.

Se cuenta en un mito (que al parecer es falso, como todos los buenos mitos) que Pitágoras, preocupado porque su apariencia física y sus gestos podrían distraer de su mensaje a los estudiantes, decidió dirigirse a sus sectarios detrás de un velo que lo ocultaba. Quienes tenían derecho a participar, eran los llamados mathēmatikos (los “científicos”). Y quienes escuchaban desde afuera, eran los akousmatikoi (los “escuchas”). Dicen que estas dos posturas luego dieron lugar a dos sectas pitagóricas: los que transmitieron los aspectos científicos de la doctrina de Pitágoras (matemáticos) y los que observaban en la práctica los rituales esotéricos y las reglas pitagóricas, interpretando los aforismos y dichos del maestro (acusmáticos).

La modernidad y la tecnología de las grabaciones se deshizo de los acusmáticos, queda muy poco de los efectos siniestros que produjeron en un inicio las tecnologías de los medios de comunicación. Lo acusmático se volvió banal, común. La sagrada fuente pitagórica ya no está, solo hay un artefacto técnico de donde emanan las voces. El aparato toma el lugar de la fuente invisible.

Mladen Dolar cuenta al respecto la famosa historia que Proust relata en la cual por primera vez usó el teléfono para comunicarse con su abuela. Extrañadísimo de escuchar la voz de una anciana, no pudo reconocerla, a pesar de que sabía que era ella. Sintió tal ansiedad que tuvo que regresar con urgencia por tren a la casa de su abuela para verificar que la voz que había escuchado era la de su abuela, que de su cuerpo surgía esa voz. Pero nunca más pudo volver a concebir a su abuela de la misma manera luego de haber escuchado esa voz de una anciana sin cuerpo.

La grabadora es un instrumento que permite captar un momento temporal de forma que se pueda reproducir. Multiplicarse y tener hijos (otras versiones), transmitir y reiterar, repetir. Siempre en otro momento. Sonsaca al pasado de su presente para capturar la materialidad más intangible, la voz.

No hay experimento más tortuoso que el de grabarte y luego escucharte. Oírte hablar. La voz en ese momento es realmente ese alienígena que te habita. Y tú eres su ventrílocuo. Tú eres el muñeco autónomo que es puro cuerpo. Y por otro lado está tu voz, que emana de otra fuente. Incluso si veo la abertura de tu boca. Tu cuerpo es un muñeco autónomo, tu voz está en otro lado: entre el lenguaje y tu cuerpo. Pero no le pertenece a ninguno de los dos. ¿Y si fuéramos nosotros los que tenemos una marioneta en nuestras entrañas, la voz?

Nota de una grabación para Habilitación, #37a

[Entre lágrimas y dicho muy rápido] 

“No tienes que hacerlo sola, hay alguien que te acompaña”. 

El momento afuera del hospital como un momento de desborde, de líneas de fuga. Delinear el cuadro que ella tenía en el consultorio. Un cuadro de figuras geométricas, un círculo “solar”, y con líneas como cables de luz que obsesivamente delineaba para poder contenerme. Cortarme como una forma de contenerme, delinearme, darme un límite que no tenía. Antes del hospital, el desborde. (((((El hospital pone límites, contiene, intenta suprimir, encierra eso que se desborda)))) También su florero. Lo delineaba obsesivamente: un fondo y un adelante unidos. Quizás ahí está la clave de ese dentro y afuera. ((((La banda de Möbius)))) 

La escucha, lo mejor desarrollado de alguna manera, porque es lo que no tengo o siento que no tengo. Se trata de escuchar, no oír, no entender, pensado desde esa frase de Lacan, “dar lo que no se tiene a quien no es” (pero no quisiera añadir esta última parte de la frase porque soy egoísta y no quiero que haya nadie, solo la falta). Dar lo que no tengo, que es la escucha. Quizás por eso sea tan buena escucha.

Pero también las dificultades de decir el no poder decir;      el no poder poner en palabras. 

Porque se atora en el cuello, en… Escribir como… como algo que tiene un ritmo…y un aliento y… ahí la escritura, 

el ritmo tiene que ver con el corazón, con ese palpitar que uno escucha hasta en la noche 

que también me recuerda la mortalidad, el ¿Qué pasa si esto se detiene?, EL RITMO. 

Y luego el aliento, que tiene que ver con respirar. No respiro desde el estómago, sino sobre todo desde el pecho, que es un respirar entrecortado, más como mi ritmo, que no viene de mis entrañas.

 O quizás cuando hablo sí. 

Y la escritura como aliento.

No puedo escribir, encontrar la forma porque no hay un afuera, porque la narración no contiene lo de afuera porque lo de afuera es el puro desborde y no lo puedo contener y por lo tanto me cuesta tanto escribirlo, porque no se puede narrar, no se puede contar. ((((Y algo atorado en la garganta y las lágrimas que vienen por el miedo, por el miedo de desbordarse y caer en el hoyo negro, que al menos se puede apalabrar y antes no se podía ni nombrar)))) 

Y ella me habla del eclipse. 

No sabía que tiene que ver con su escucha que me ha acompañado por tanto tiempo, incluso en los silencios, en el dolor, en los momentos en los que no me puedo contener y necesito estar en compañía, aunque yo tenga que pelear con los molinos (“molino de viento/Molino de aliento/ Molino de cuento/ Molino de intento/ Molino de aumento/ Molino de ungüento/ Molino de sustento”). Poemas que guardo en las entrañas.

Recientemente, Geraldine me envió la mejor postal y mensaje del mundo desde la casa y consultorio de Freud (Berggasse 19) en Viena. Su escritura es un regalo que se cuenta a cuentagotas. Después, me envió algunas fotografías. E intercambiamos mensajes sobre cómo cuando Freud se estaba quedando sordo de un oído, tuvo que modificar cómo se posicionaba con relación al paciente. Es la primera vez que me vuelvo consciente o me entero de la sordera de Freud. Y leo entonces que después de una serie de cirugías, se quedó ciego del oído derecho y tuvo que cambiar el acomodo del espacio, y que en 1923 movió el diván hacia otra pared. 

No puedo evitar pensar en lo que se dice hasta el cansancio: el dispositivo analítico es el habla y la escucha, y luego la transferencia, etc. La famosa “terapia del habla”.

Y es obvio, pero no es tan obvio, que el dispositivo analítico tiene también que ver con la voz. El analista de alguna manera deja de ponerle atención al cuerpo en frente de él, acostado en el diván, para poder enfocarse en su discurso, puntuar lo que se dice, o lo que el lenguaje dice (a través del cuerpo, esa marioneta). Como si se pudiera separar el sentido del cuerpo, la voz del cuerpo, gracias al diván que lo suspende. Es una dimensión en la que el psicoanálisis está menos cómodo, en el cuerpo (y sus afectos, su materialidad), porque necesita suspenderlo para escucharlo. (¿Y para restaurar el efecto acusmático a través de la voz del analista?)

Pitágoras y el oráculo fueron los primeros analistas (detrás del velo, detrás del diván, voces sin cuerpo). 

También surge otra pregunta, secundaria y menos interesante: ¿Cómo puede ser que Freud y Beethoven, los grandes maestros de la música y la escucha, se quedarán sintomáticamente sordos? Escuchaban demasiado.

(En mi caso, ¿La terapia es para el habla que no está o que se oculta, tímida, detrás de las faldas de la escritura?)

Porque muda ya he sido. Un día me voy a quedar sorda.

  1. Mladen Dolar, Una voz y nada más. Buenos Aires, Manantial, 2007, p. 75.
  2. Mladen Dolar, Una voz y nada más, p. 79.
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Portada de "Operación al cuerpo enfermo", Sergio Loo. Ediciones Comisura, 2023.
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