Fanfarlo: Entre la teoría de la evolución y la extinción
No cabe duda de que jamás existió una época tan competida en la industria de la música. Aunque el tema ya no pasa por el asunto de la venta digital o el soporte físico. Lo que hay que considerar es la enorme cantidad de opciones disponibles en cuanto a artistas; si ello lo relacionamos con la decaída economía que nos rodea, caeremos en cuenta que la gente ya se lo toma muy en serio a la hora de gastar —la cantidad que sea— en un álbum completo.
Para colmo regresamos —un tanto inesperadamente— a un nuevo esplendor de los sencillos. ¿Para qué pagar por un paquete de canciones cuando se pueden comprar sueltas? Mediante distintas vías podemos llevar hasta nuestros dispositivos los éxitos que creemos esenciales y cada vez más gente se deshace muy pronto de todo aquello que le estorba y le roba espacio de almacenamiento digital.
Luego entonces cuando un artista entrega una obra que resulta muy mala pierde nuestra confianza casi que de manera definitiva. Ante una baraja amplísima, ¿para qué ceder parte de nuestro tiempo a alguien que nos ha defraudado con anterioridad? En el caso de la música, el otorgar una nueva oportunidad es tan sólo explicable a través del diagnóstico de una melomanía crónica.
También se podría pensar que se trata de una condición poco extendida, pero al parecer entre los afectados se tiende a establecer vínculos. Encuentro que no soy el único que piensa que darle una nueva oportunidad a Fanfarlo parecería de entrada algo completamente descabellado; en primer lugar por lo fallido de su segundo disco Rooms Filled With Light (2012): inocuo, carente de personalidad, intrascendente en grado sumo. Pero ahí estamos y no somos pocos.
Y eso que a su debut Reservoir (2009), —resultón y aceptable— había que criticarle las ansias de seguir explícitamente la senda sonora de Arcade Fire. Tuvieron la ocasión de afianzar lo suyo para la segunda incursión, pero se perdieron y la obra resultó prescindible en grado sumo. Existían pues argumentos para incorporarlos a la lista de los descartes definitivos, pero algo debe ebullir en nuestro ADN de cazadores musicales para regalarles unos minutos más en pos de una posible sorpresa.
A estas alturas ya debieron adivinar que la escucha ha valido la pena y que la banda londinense (con líder sueco), ha conseguido con Let´s go extinct (New World Records, 2014) la mejor entrega de su carrera. Sobre todo porque tienen en claro que lo mejor de ellos consiste en ser una banda de indie pop; se dieron a la tarea de equilibrar lo suyo y no exagerar en arreglos barrocos ni llegar a una sosa parquedad. El punto de equilibrio ayuda mucho.
En las 11 canciones reflejan la experiencia de haber vivido juntos durante el proceso de grabación del disco y todo el tiempo pasado escuchando música. Básicamente new wave ochentera y algunas rarezas de música disco. Lo que se nota desde la inicial “Life in the Sky” —con una magna trompeta y pátina extraña en el fondo—.
Al apreciar el aporte general del álbum se debe agradecer la buena manera en que han asimilado la herencia de un grupo tan influyente como los Talking Heads. David Byne y su gente son grandes de verdad.
Además, han renovado a fondo las bases rítmicas con la llegada de una nueva baterista; Valentina Magaletti ha impreso un sello nuevo, algo que Simón Balthazar –el hombre fuerte de la banda- encuentra como parte de un proceso natural: “Es cierto que en el disco utilizamos bongos y hay un par de canciones donde utilizamos la cuica, un instrumento africano que se utiliza tanto allí como en Brasil. Ahora nos gusta mucho meter coros entre las percusiones y pasamos mucho menos tiempo haciendo solos”.
La exploración se ha ido hacia otros rumbos. Por ejemplo, en “Painting with Life” el viento que se escucha en un primer momento no es un sampler proveniente de una grabación de campo sino un material tomado de la BBC Radiophonic Workshop; un archivo público y gratuito. Y ese sólo es el comienzo, en el resto del material se esparce ruido blanco, relojes y otras huellas sonoras.
Para cierta parte de la crítica el acierto de Let’s go extinct se concentra en tres temas: “A Distance”, “We’re the Future” y “Landlocked”, tal vez la mejor del lote y a la que agregan un sorpresivo toque africanista. Melodías cuidadas al detalle y acierto al elegir los coros, la parte en la que Cathy Lucas destaca.
Estamos ante una obra que especula, como su nombre lo indica, acerca de un futuro nada prometedor; en las canciones integran ideas acerca del ser humano y la teoría de la evolución, aunque si perder el sentido pop de la totalidad. A fin de cuentas Fanfarlo tienen muy en claro cómo debían de hacerlo: “Algo que funciona muy bien es jugar con grandes ideas, con filosofía. Nos gusta mirar hacia el futuro, pero a lo grande, no de aquí a cien o doscientos años sino como qué puede pasar dentro de un millón de años”.