Tierra Adentro
Portada Tierra Adentro ilustrada por Rosario Lucas

Terruño: paraje, comarca o tierra, país natal. Muchas veces habitación, también es paisaje y territorio, escenario acogedor del día a día. Con vocación de terranauta, la escritora mexicana Ghada Martínez incursiona al centro del terruño, esa porción del planeta que nos corresponde, para desentrañar, desde el origen, la identidad. En Sapos en la lluvia, el hogar cimienta el temperamento: los personajes son osados porque rompen estructuras sociales en apariencia inexpugnables, el decorado es tradicional y colorido, las historias son crudas —y por eso mismo, cotidianas y urgentes.

“Caminitos de tierra”, el primero de los cuentos que presenta Martínez, es un retrato cándido —que no por ello menos doloroso— del trauma infantil. Arturo habita un matriarcado donde Na’ Elvia lo arropa entre el huipil y el calor del hogar, le compra carritos de colores para que juegue en la tierra e, incluso, permite que Vicente, su primo, traiga a sus amigos y se diviertan con él. En este ambiente maternal y doméstico, Arturo se percibe por primera vez como un hijuelachingada: no puede contarle a nadie que perdió un cochecito, ni sobre aquello que sucedió con los otros chicos, mucho menos de los hilillos cafés —de tierra y sangre seca— que le bajan por los muslos luego de jugar en el patio de su casa.

En este escalofriante ambiente doméstico, Lidia también descubre las posibilidades del cuerpo en “La madre espera”. Ella se busca a sí misma a pesar del encierro: en su casa apenas cuenta con su habitación y una caja de tesoros. Todo el resto es competencia de su mamá, quien la somete a una especie de paranoia en vilo: Lidia le teme, cuenta las llamadas perdidas en su celular hasta acceder a un nivel de paciencia soportable, muchas veces le gustaría tener una amiga. Un poco más temprano de lo que esperaba, encuentra un empleo y un día, de pronto, conoce a Kenia y accede a un nuevo mundo para ella —más allá del punto de cruz del bordado de su madre— en el que la crueldad prorrumpe casi siempre a carcajadas.

“Juliana” es uno de los relatos más desgarradores de Sapos en la lluvia, quizás, porque habla desde un punto de la casa que casi nunca se barre: la competencia, acaso “natural” en la sociedad mexicana, entre hermanos. Él es un tipo brillante, en el sentido práctico de la palabra: buen estudiante, hijo responsable, nadador de competencia; su hermana, en cambio, habita el cuarto de al lado entre alaridos y arañando, obviamente, la misma pared. Juliana nada a profundidades muy peligrosas mientras su hermano, de crol, no sabe si ignorarla o ganar la competencia: viven juntos, bajo el mismo techo y con ambos padres, pero la depresión es solitaria y en casa reina el silencio.

El relato que titula al libro, “Sapos en la lluvia”, cuenta la historia de Che Hui, narrada primero por una niña de nueve años y, más adelante, por ella misma en edad adulta. Conforme avanza la historia, ambos personajes establecen una relación cómplice: ella es la única, en toda la familia, que parece percatarse de la existencia de Che Hui, por lo demás, un sujeto huidizo y sin pasado. Cerca de la costa oaxaqueña, los rituales familiares y el tabú social terminan por condenarlos: él al olvido, la desaparición y el margen; ella a la melancolía que le arranca suspiros burlones al pasado.

Uno de los cuentos destaca por el tono, la crítica y, sobre todo, debido a lo polémico del tema en el que indaga. En “El vestido de los domingos”, Lea cuestiona radicalmente a la iglesia: sus ritos, ceremonias y hasta la fe con la que la gente interpreta las Escrituras: “A Lea nunca deja de impresionarle la disposición con la que las personas caen en trance”. En medio de la ceremonia en la que sucede el cuento, Lea discute la comunión, el pecado y también pide perdón, por si acaso: “Se pregunta por qué nunca predica una mujer, no entiende por qué Raquel siempre fue la preferida ni por qué Eva tuvo la culpa”.

El libro cierra con “Al borde de sus pupilas”, un relato nostálgico, sutil, con la intimidad que otorga el tono confesional: “Jamás he vuelto a ver unos ojos así: tan lejanos, tan huérfanos; tampoco he vuelto a conocer a alguien que sepa guardar silencio como ella”. Si bien al principio parece una historia de amor —correspondido o no—, lo cierto es que las palabras de la narradora devienen en confesiones silenciosas. Desde luego, la voz y el silencio dan sentido a la trama, que se concentra en esos espacios de la memoria en los que hasta el mínimo estimulo detona la nostalgia y el recuerdo.

Sapos en la lluvia es un libro contundente y, en cierto sentido, desgarrador, en el que Ghada Martínez presenta seis historias desde la intimidad de lo hogareño. En ese espacio en apariencia seguro, los personajes de los cuentos de Martínez se enfrentan a estructuras sociales anticuadas y obsoletas, por eso mismo destacan en el relato costumbrista: son exploradores y paisajistas, también dibujan a su modo aquella porción del planeta que les pertenece. A partir de cada una de las experiencias en el terruño, Sapos en la lluvia, de Ghada Martínez, deshace lo tejido y lo vuelve a armar para reconfigurar una realidad muchas veces cruel y obstinada por aparecer, incluso, en los resquicios más íntimos de la identidad.

 

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