Entre la luz y la sombra
Francisco Ignacio Madero González nació en Parras de la Fuente, Coahuila, hace 150 años, el 30 de octubre de 1873. Político, escritor, líder de la Revolución mexicana y primer presidente electo de México, el personaje de Francisco I. Madero ha generado interés debido a su importancia en la historia nacional. Sin embargo, ha despertado particular curiosidad a lo largo de mucho tiempo, en razón de su entusiasmo por el espiritismo. Al día de hoy, abundan anécdotas en torno a su entendimiento en la mediumnidad, así como en la homeopatía, el magnetismo y el vegetarianismo. Muchos historiadores han investigado de manera sensata este aspecto de su vida y cómo intervino en su determinación política el desarrollo del movimiento espiritista en México, surgido de distintos círculos y revistas. En especial, ha sido un tema para la literatura, ya que distintos escritores han publicado varios textos en donde se resalta este aspecto; por mencionar un ejemplo, está la novela histórica de Ignacio Solares, Madero, el otro, de 1989. Así, persiste en torno a él un aura de excentricidad y misterio.
Para muchos de quienes cursamos la educación básica en el siglo pasado, resultaba un enigma saber cuál era su segundo nombre, oculto tras la inicial I, y se pensaba erróneamente que correspondía al de “Indalecio” o hasta “Inocencio”, porque a la pregunta de examen que dictaba “¿cuál fue el principal error de Madero?”, la respuesta correcta apuntaba al juicio inequívoco: “su principal error fue haber confiado”. Pasado el tiempo, al enterarnos de la crítica hacia su particular creencia en los espíritus y la comunicación con ellos, y cómo este rasgo formó parte de su carácter moral, filosófico y ético, la incógnita aumentó y nos condujo a la ambigüedad y al desconcierto.
El movimiento espiritista que inspiró a Madero tuvo su origen en 1848, a partir de un episodio sucedido en Hydesville, Nueva York, cuando una niña de apellido Fox escuchó ciertos ruidos en su casa y descifró en ellos un mensaje enviado por el anterior inquilino. En consecuencia, se hizo común el término de mediumnidad para referirse
al que posee la ciencia, el don de evocar los espíritus de los muertos, de producir sus manifestaciones y servirles de intermediario en sus relaciones con los seres humanos […] Estas relaciones se establecerán por medio de golpes dados sobre cualquier objeto, y serán tan comprensibles que se podrán establecer conversaciones seguidas con el mundo invisible, y será posible a los espíritus hacer conferencias repletas de gracia y de poesía.1
Esta comunicación con espíritus fue distinta de las que antiguamente ya se practicaba en rituales, magias, prácticas esotéricas y adivinatorias de diversas culturas a lo largo del tiempo, ya que esta vez su definición fue pensada sobre una base científica. Además, el espiritismo incorporaba ideas de la época como el abolicionismo, el socialismo, el feminismo y el darwinismo, al considerar la existencia y la evolución del espíritu sin distinción alguna de clase social o género. En especial, para muchas mujeres representó un beneficio la oportunidad de profesar mediumnidad, pues les abría un espacio para expresar sus ideas, al argumentar que les eran transmitidas por los espíritus mediante el trance. Incluso podían expresar juicios a favor del reconocimiento de sus derechos civiles y políticos, como el sufragio femenino. Por último, a manera de actividad económica, les permitía lograr cierta autonomía.
Posteriormente, el espiritismo se difundió en Francia cuando León Denizard recibió el mensaje de que en una vida pasada, en la época de los druidas, su nombre había sido Allan Kardec. Asumiendo esta identidad, escribió El Libro de los Espíritus, en 1856, sistematizando así el movimiento.
Reunidos alrededor de una mesa circular sostenida por tres patas, los participantes en las sesiones espiritistas buscaban evocar y recibir comunicaciones de los espíritus que habían existido antes encarnados. Estos mensajes, transmitidos en códigos a quienes eran médium en trance, contenían principalmente enseñanzas que conducían a hacer el bien, inculcaban valores, y encauzaban pasiones, defectos y vicios. Por tanto, el movimiento se caracterizó por ser una doctrina moral y filosófica que buscaba conciliar con principios científicos, pues planteaba la existencia de un mundo espiritual en el mismo espacio concedido al mundo material, así como la inmortalidad del alma, de un modo que podía ser comprobado mediante leyes físicas como el magnetismo.
En México, el espiritismo se introdujo en el ambiente liberal de la época y coincidía con los principios de progreso, modernidad, reforma y secularización de las ideas, que se intentaban instituir desde la ciencia. A pesar de la fuerte crítica impuesta por quienes defendían el positivismo dominante, así como por quienes conservaban los dogmas de la iglesia católica, el movimiento tuvo aceptación por parte de un considerable número de adeptos, quienes creían en una ética que podía purificar su espíritu, convirtiéndolos a su vez en mejores ciudadanos.
En 1872, el General Refugio I. González tradujo al español El evangelio según el espiritismo, de Allan Kardec. En ese mismo año, inició la publicación de La Ilustración Espírita, una revista periódica que imitó el estilo de propagación del espiritismo francés. Además, se fundó la Sociedad Espírita Central de la República Mexicana y se reconocieron distintos círculos fundados en Guadalajara, Guanajuato, San Luis Potosí, Monterrey y Tampico.
En 1891, cuando Francisco I. Madero leyó por primera vez la Revue Spirite, en México habían sucedido diversas confrontaciones en el Liceo Hidalgo, donde se abrió un foro de discusión abierta entre materialistas y espiritistas, figurando entre los participantes personajes como Francisco Pimentel, Gustavo Baz, Gabino Barreda, José Martí, Justo y Santiago Sierra, entre otros. El movimiento empezaba a perder el vigor de los primeros años, sin embargo, de acuerdo con lo que apunta la historiadora Yolia Tortolero en el libro El espiritismo seduce a Francisco I. Madero(2003), todavía en 1900 Francisco I. Madero formó un círculo donde él mismo fue médium escribiente de los mensajes que le enviara el espíritu de Raúl, hermano suyo que murió a los tres años de edad.
El interés de Madero por la política y por el espiritismo siempre fueron de la mano, tanto quería propagar los ideales espíritas como abanderar un cambio democrático en el país. En 1909 publicó La sucesión presidencial de 1910, y al año siguiente escribió su Manual espírita. Fue notable también la influencia que tuvo su acercamiento al pensamiento oriental de la India, así como su lectura y Comentarios al Bhagavad Gita. “Fue para él una creencia que le llevó a modificar su forma de ser y a conformar una ética que fue la guía de su comportamiento público y privado […] hacer el bien fue una de sus mayores aspiraciones; confió en el ser humano a pesar de sus traiciones”.2
Espiritismo y literatura mexicana
Además de su influencia en la sociedad y en la política, el espiritismo se vinculó con la literatura, manifestándose de manera notable en la producción literaria de la época. Conforme a lo que apunta José Ricardo Güemes, en su artículo “Espiritismo y literatura en México”, este vínculo con la literatura mexicana no se limitó solamente a ser tema en diversos poemas y narraciones, sino que también representó una forma de propaganda. Además, propone que en esta relación hubo dos etapas. La primera, la decimonónica, continúa tres décadas más en el siglo xx con el Modernismo literario, y se caracteriza porque las obras son un medio para formular doctrinas acerca del espiritismo; mientras que, en la segunda, se convierte más en un recurso o tema para la literatura.
Entre los escritores que figuraban dentro de la etapa inicial, Güemes menciona a Pedro Castera, ingeniero, minero, inventor, espírita y médium, quien publicó en 1872 el cuento “Un viaje celeste” y en 1890 la novela Querens, considerada una de las primeras novelas fantásticas mexicanas. En su colección de cuentos Las minas y los mineros, Castera ofrece una visión realista, puesto que describe la naturaleza de ese ambiente peligroso y subterráneo, y narra anécdotas en las que persiste el carácter humano de sus protagonistas. Sin embargo, en estos relatos, el autor también expone sus ideas acerca del espiritismo en la exploración del alma que hace, cuando los personajes atraviesan de un espacio a otro, de un adentro hacia afuera de la mina, simbolizando así una transformación personal de la oscuridad intensa a la verdadera bonanza, mediante el filón de luz que advierten al salir.
Según Lily Litvak, era común que en los cuentos espiritistas se narrara alguna experiencia reveladora haciendo alusión a la luz, como alegoría al descubrimiento que permite esta doctrina para conocer los secretos del más allá. Otra de las características que presentan este tipo de cuentos, es su propósito social, debido que muchas veces se muestra la fraternidad sin límites hacia personajes que la sociedad rechaza. Además, en la mayoría de estas narraciones se percibe como fundamento una base científica, referente al contenido temático e incluso al vocabulario que se utiliza durante la narración. Estas tres características están presentes en el cuento de Pedro Castera titulado “En plena sombra”, que alude a cierto acontecimiento ocurrido en el municipio de Huetamo, Michoacán. Dos hombres se internan en la profundidad de una caverna que algún día será una mina, pero recién está descubierta. Uno de ellos es foráneo y el otro es “natural” de esa tierra. En principio, entran buscando un tesoro, pero al extraviarse en el interior, agotadas las velas y los cerillos, presienten estar inmersos en la oscuridad de un sepulcro: “La inmensa tumba, como diría Víctor Hugo, pero en la inmensa sombra”. El relato narra con tensión el tiempo que transcurre desde que buscan la salida hasta su desesperación al no encontrarla; finalmente, ambos advierten a sus pies el rastro de sus propias sombras, proyectadas por un lejano indicio de claridad que les orienta hacia la salida.
La salida de la cueva me parecía una entrada a la gloria. El cielo estaba de un color azul pálido, y las estrellas también comenzaban a resplandecer. En un punto el horizonte se teñía de púrpura, e imitando en las montañas lejanas una erupción volcánica, arrojaba sobre los cielos un inmenso penacho de llamas, en que parecía haberse disuelto en polvo el oro virgen.3
Uno de los avances tecnológicos útiles para la propagación del movimiento espiritista fue la fotografía. Se pensaba en ella como un documento probatorio con el que se podía transmitir y reforzar la creencia en la inmortalidad, mostrando que supuestamente se capturó la presencia de espíritus o entidades sobrenaturales, fenómenos inexplicables o figuras etéreas, que no eran visibles en el mundo físico. Para capturar estas manifestaciones, los fotógrafos emplearon diversas técnicas y trucos como la doble exposición, el uso de velos y cortinas, determinado encuadre o iluminación, etcétera.
Así, en el ímpetu de las ideas que coincidieron durante la época de la Revolución mexicana, Francisco I. Madero se constituyó como un líder que anhelaba un cambio profundo en la sociedad. Su participación en el espiritismo y su creencia en la comunicación con el más allá ofrecen una perspectiva de su carácter, ética y sentido moral. En un país que enfrentaba una posible transformación, el movimiento espiritista migró de las mesas donde se practicaban sesiones de mediumnidad, hasta convertirse en una doctrina esencial de cierta visión política.
Por su parte, la literatura y la fotografía espiritistas, en la búsqueda y defensa de la inmortalidad, explotaron los límites de la realidad tanto en las imágenes como en las narraciones, en un deseo compartido de trascender el mundo material. Estas expresiones reflejan actos de fe en un mundo convulso. El movimiento político que encabezó Madero, encontró así su eco en palabras e imágenes de quienes veían en el espiritismo una forma de iluminar la oscuridad de su tiempo.
Referencias
Castera, Pedro, Las minas y los mineros, Instituto de Investigaciones Filológicas/Penguin Random House, México, 2020.
Chaves, Ricardo, “Espiritismo y literatura en México”, Literatura Mexicana, vol. XVI, núm. 2, Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 2005.
García, Ramón, El magnetismo, sonambulismo y espiritismo, Garnier hermanos, París, 1880.
Kardec, Allan, El libro de los médiums, Confederación Espiritista Argentina, Buenos Aires, 2014.
Litvak, Lily, “Entre lo fantástico y la ciencia ficción. El cuento espiritista en el siglo XIX”, Anthropos, núm(s). 154-155, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, [s. l.], 1994.
Saborit, Antonio, “Pedro Castera: una vida subterránea”, Historias, núm. 39, Museo Nacional de Antropología/Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1998.
Tortolero, Yolia, El espiritismo seduce a Madero, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2003.