Tierra Adentro

El tiempo es el aguafiestas par excellence, el cascarrabias que ya tiene sueño y exige apagar la música. Es el tiempo, también, el que otorga el gusto, pues la mortalidad no es más que la envidia de los vampiros. Por eso existe el canon, decía Bloom, porque sobran libros y falta tiempo.

Para combatir este contratiempo, Milton perdió la vista leyendo por las noches iluminando las páginas con una vela. ¿Hay gesto más canónico? Para Bloom la existencia del canon literario se reducía a una elección de lectura. Y para elegir, se requiere de un guía y un catálogo, o El canon occidental, por ejemplo.

Bloom no es –ni será– en buena medida celebrado por la literatura contemporánea porque el arte se ha vuelto demasiado social. De ahí su queja –excesiva por veces– con el marxismo y el feminismo como forma de criticar la literatura. La cosa con Bloom es que vivió en un tiempo en el que la literatura se alejaba cada vez más del placer estético, para acercarse más a la sociología.

A esto llamó peyorativamente como la Escuela del resentimiento. ¿Será, tal vez, que Bloom leía desde un punto de la historia que no le pertenecía? Lo cierto es que leía desde la nostalgia. “Cada vez es más difícil leer a fondo conforme este siglo envejece”,1 escribió derrotado.

Lo que es innegable fue su presencia activa dentro de la academia. Murió a los 89 años, unos días después de haber dado —lo que ahora sabemos— su última clase en Yale. Escribió más de 40 libros, entre los que resaltan El canon occidental y El libro de J, en el que defiende que una mujer fue la escritora del Génesis, Éxodo y Números. Me parece que si alguien ha sido igualmente canónico como anti-canónico es Bloom. Representa la noción de que cuando el caos es la ley, el orden es rebeldía.

Hay pocos autores que me conmocionan por separar tanto mis criterios con relación a la literatura. Y mi resolución de acuerdo a lo que aprendí de Bloom es la siguiente: el uso del canon se divide en dos grandes categorías.

La primera: Para leerse. Ahí entran las siguientes subcategorías: para disfrutarse; para saber de la Historia por medio de la literatura; para quedar bien con el maestro; para entender otros libros posteriores (todos si se trata de Shakespeare); para fingir que te gusta; para memorizar unos versos y recitarlos frente a tus amigos “incultos”; para evidenciar a quienes utilizan dichos versos en el contexto equivocado en las redes sociales; para no cagarla en un epígrafe “obligatorio”, etcétera.

Y la segunda categoría: Como objeto. ¿Por qué un objeto? Si hay algo recurrente en el canon literario es su peso. La literatura se escribía con el tintero en un lado y la báscula en el otro. Y aunque en autores canónicos más recientes como Kafka y Borges la cantidad de páginas no es exagerada, la fatalidad sigue. El propio Borges definió el canon de la siguiente manera: “Clásico es aquél libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término.” Y me parece una reflexión adecuada en torno a la escritura de Bloom, pues sus conclusiones siempre fueron finales, intransigentes.

Entonces, en la segunda categoría entran las siguientes subcategorías: para que no se vuelen las servilletas en un picnic; como pie de cama o, la opción más viable, como ministro de la muerte, es decir, como arma de defensa personal. Imaginemos: caminas con los centenares de páginas de la segunda parte del Quijote en tapa dura y un desgraciado trata de robarte la cartera. Volteas y le das un quijotazo en la mejilla, desfigurándole el rostro hasta la tristeza. Y sólo esperas a que te ofrezca la otra mejilla.

Me parece que aquí es donde se pueden conectar la Escuela del resentimiento y Bloom, pues el canónico libro ya no está para disfrutarse. Me veo obligado a citarlo de nuevo: “El canon, lejos de ser el servidor de la clase social dominante, es el ministro de la muerte. Para abrirlo hay que convencer al lector de que se ha despejado un nuevo espacio en un espacio más grande poblado por los muertos.”

El cansancio y el exceso de lectura pueden llevar a un hombre al punto de no retorno, a la locura. Que no descanse en paz, el gigante Bloom. Así lo recordaré, agitado, pues son siempre las mentes agitadas las que logran cautivar.

 

  1.  Bloom, Harold, El canon occidental, pg. 75.