Tierra Adentro

Hermano menor del crítico José Luis Martínez, Juan fue poeta, artista visual y un solitario que vivió en Tijuana. Su sobrina traza un retrato de este hombre peculiar que también fue gran amigo de Juan José Arreola.

 

Para ubicar un punto de partida cósmico

es absolutamente necesario

preparar una base.

Juan Martínez

 

TRAVESÍAS

Juan Martínez vivió en sentido contrario a las convenciones familiares y sociales, como quien observa el mundo de cabeza. Vivía donde fuera, la casa de un hermano o una cueva en Playas de Tijuana. Si la moda en los pantalones era la campana, él los usaba entubados; si lo correcto era llegar bien vestido a una reunión, él llegaba desnudo. Pero no sólo invirtió las convenciones sociales sino las de su propio organismo: cuando todos dormíamos en la oscuridad, él permanecía despierto, su noche era el día; desafiaba a su cuerpo a llegar a otros sitios más allá de lo humano conocido. Martínez, con “una fe invulnerada”, hizo una temprana elección por la travesía del espíritu. Joven concibió su cuerpo como templo y laboratorio, su obra es el registro del viaje. En las palabras del viento (1959), primera plaquette de Martínez, el poeta Sergio Mondragón anota:

Aquel primer volumen de sus poemas es a la vez una declaración de principios y la anunciación de una labor y una atmósfera poética: en esos escritos están contenidas las claves de todos sus poemas posteriores y su propia biografía redactada a la inversa, en el preámbulo de los acontecimientos. El poema “En las palabras del viento” es también la visión de un estado de cosas —una crítica radical de la realidad sin concesiones— y una toma de partido en favor del espíritu que alienta la palabra poética.

Mondragón supo ver ese canto que probó futuro y supo ver, también, la forma que permanecía. Poética como declaración de principios, poética como anunciación de una labor. Por ejemplo, son conocidos los entrenamientos que Juan Martínez desarrollaba: corría por horas sin detenerse, sin parar a tomar agua; eran suyas las prácticas de la meditación y el yoga y también gustaba de la cafeína, el tabaco, la cannabis, el azúcar. Para los ataques del corazón recetaba la carne asada acompañada de jugo de naranja. Si describimos algunas de sus anécdotas, se puede notar que se inscriben en el apartado de “arte en acción” o “arte-vida”. Las prácticas que desarrolló sorprenden e iban de la mano con la alteración de la cotidianidad en un espacio público como el happening. También lo menciona el poeta José Vicente Anaya en el libro Poetas en la noche del mundo (1997): “Juan estaba en la ciudad de Tijuana donde yo lo conocí como un yogui cabal y disciplinado, y donde descubrí su entrega mística antes de tener noticias de sus poemas.”

Aquí por la Calle Quinta pasaba [Juan Martínez] y de repente colocaba sus manos al pie de un parquímetro. Poco a poco se elevaba hasta quedar completamente recto, su cuerpo —cabeza hacia abajo— sostenido del aparato con sus brazos, bien derechito, abría y cerraba las piernas. Después de un rato, ¡ya tenía un montón de gente alrededor observando!

Otra anécdota del tío Luis:

Los domingos yo iba a Playas de Tijuana a vender los charales que hacía mi esposa. Llevaba a mis hijos para que jugaran en el mar y seguido me lo encontraba, con su pelo largo y de cuerpo atlético, ¡era muy tipo hasta eso!, agarraba y se metía al agua y yo lo observaba, se perdía de lo lejos que se iba, algunas personas se preocupaban y le llamaban al salvavidas, éste se reía y le decía a la gente que era mejor nadador que él mismo, y que ya había salvado a varios de ahogarse. […] Ya que habían pasado muchas horas se aparecía por atrás de la playa, ¡quién sabe por dónde llegaba!, secándose con una toalla y exprimiendo la trenza que se hacía con el pelo. —¿No te da miedo el mar, Juanito? ¿Irte tan lejos?, le preguntaba. —No, Luisito, el mar es amigo. —¡Será tuyo, porque a mi me pega unas revolcadas! Entre risas me contestaba: —Sólo hay que regresar en diagonal a la ola.

HÁBITOS

Luis Lozano, al igual que todas las personas que conocieron a Juan Martínez, presentaba los mismos síntomas: “ojos satelitando”, “ondas sonoras circulantes”, “pupilas transportadoras de luz disparando latidos”, todos los dispositivos móviles intercambiando información. La obra de Juan Martínez, observada desde un aspecto técnico, apunta lo siguiente: no sabía escribir a máquina, mucho menos usar una computadora, pero al escuchar sus proezas nos recuerda que la tecnología es el espejo de las posibilidades humanas, y lo más importante: su baraka (su obra, su poética, su vida) nos mueve a comunicar, pero también a conmocionar.

Además de ser poeta, Juan Martínez fue artista plástico. Instalador y dibujante, realizó piezas de carácter efímero. Estas describen el movimiento, la traslación, “la perturbación violenta” que su poética, a través de la palabra, la imagen o la gráfica, comunican. Esta necesidad de comunicar, comunicarnos para saber más de Juan Martínez es, quizás en el efecto de su obra, una de las aristas más importantes.

No conozco ninguna entrevista publicada donde Juan Martínez hablara de su proceso artístico o de sus registros personales. En la revista Memoranda de 1997 —número dedicado a Juan—, se publicaron varios ensayos. Sin embargo no hay ninguna conversación con él. Gran parte de lo que se conoce, lo que decía o hacía, es a través de la oralidad. Actualmente tenemos acceso a una parte de su trabajo debido a la reunión de documentos por algunos familiares y, sobre todo, debido a sus amigos poetas, que se dieron a la tarea de escribir acerca de su poesía. También sabemos por sus amigos que Martínez, en un tiempo, daba poca importancia al paradero de sus poemas una vez terminados, e incluso se sabe que llegó a prenderles fuego a sus pinturas.

En una ocasión su hermano Ernesto Martínez alcanzó a rescatar una obra de las llamas.

Desde entonces, las personas que estuvieron a su alrededor preservan ese rompecabezas a medio armar, la mística inherente a la leyenda de un personaje hecho de piezas vivas, obras que no mueren. Algunas de esas piezas somos nosotros.

MECANISMOS

Juan Martínez supo ser semilla y pudo, a través de la obra de construir un universo particularísimo, superar esa frecuencia. Al transgredir el límite del útero materno, la siguiente matriz en la que crecemos y nos desarrollamos es el planeta —somos su semilla, posteriormente habrá que superarlo—. Sin embargo, los mecanismos propios para alimentarnos, son básicos y casi siempre inmutables: oxígeno, agua, pan.

Uno de los instrumentos visuales, gráficos, formales —por forma/performa—, son los senos de mujer. Están presentes en varias de sus obras, y se pueden observar como montañas, con ornamentos, o construyendo entre varios una figura geométrica. Sutilmente trabajados, detallados, también dejan ver la erosión del cuerpo. Un seno dibujado de perfil en una servilleta en la década de los años ochenta se agrietó con el paso del tiempo, en el hueco dibujó luego nuevos círculos diminutos con un color distinto, de esta manera las estrías del papel quedaron manifiestas.

Se cuenta que Juan Martínez juntaba los forros de las envolturas de cigarros y chocolates a las que llamaba “oritos”. Le servían para envolver, con paciencia, una gran rama seca y a la manera del estofado recubrir y dorar la rama. Dibujaba sobre los tickets o recibos del Sanborn’s, lugar donde pasaba horas trazando miles de círculos, entre otras imágenes sin prisa alguna. Recogía las lijas usadas y tiradas afuera de los talleres mecánicos y utilizaba piedras para tallarlas y retirar oscuros de la parte áspera, a la “manera negra”, “una serie de verdaderas mezzotintas silvestres”, como lo menciona Alberto Blanco. Una vez logrado el efecto las intervenía con su dibujo. De sus soportes favoritos figuran y brillan las servilletas, en las cuales dibujaba con plumas y plumones, e incluso manchas de café. No todas las cosas que su mirada tocaba eran tan fáciles de conseguir. Contaba su hermano Ernesto, que un día juntos caminando por la Avenida Revolución en Tijuana, Juan vio a un señor con unas botas que le gustaron. Le dijo a Ernesto: “Quiero esas botas, dile que te las venda”. Ernesto le contestó: “¿Cómo se las voy a pedir si las trae puestas?” Ernesto conocía bien a Juan. Por ello, no tuvo más remedio que comentarle el asunto al hombre. Este se negó, pero fue tal la insistencia de Juan que terminó quitándose las botas.

Ya en Guadalajara, último lugar donde Martínez vivió (en una casa perteneciente a un grupo Wirrarika) recibió un día la visita de su hermano Nacho y su sobrina Paloma, quien describía que dentro de la habitación había una mesa de lámina (aquellas que tienen un logo de cerveza impreso), y sobre ella, Juan iba apilando trozos de tortilla, cuadros pequeños hechos con mucha perfección, su colocación era la justa: “Entre todas hacían un montículo que me daba la sensación de un entierro.”

ESTIMUS

“Mira: este dibujo es dedicado a la glándula Estimus”, comentó Martínez mientras me mostraba una serie de obras que resguardaba en su casa. “¿Esa glándula existe, Juan?”, preguntó su hermana Tarcila. “¡Claro que existe, Tachis!”, respondió en tono firme. Luego volteó a verme y explicó: “Es la glándula del Tercer Ojo.”

Al analizar un dibujo que lleva por título Semen, se puede ver la representación del cerebro con un gran ojo central rodeado de millones de ojos pequeños. Si por convención la simiente sale del cuerpo, Martínez la regresa al cerebro, en “sequedad fragante” la transmuta para así producir “iluminación supermágica en los centros de energía”, si al decir Semen encontramos un cerebro, se puede leer un camino de regreso de la semilla. Por un lado me baso en la idea de la tradición del tantrismo que en su definición tibetana se puede entender como “continuidad de la luminosidad”.

Estas prácticas enseñan a convertir el impulso del deseo, como sendero para alcanzar la realización del espíritu. Una de sus corrientes transmite la disciplina de evitar la eyaculación en la práctica sexual, sublimando la energía a través de prácticas basadas en la utilización de mantram, el sabio manejo de la imaginación y respiración para buscar el despertar de la Kundalini que deriva en el camino de regreso hacia lo no manifiesto. Por otro lado, buscando lo mismo en lo cotidiano, en las prácticas agrícolas antiguas, encuentro una convención natural que me lleva a esta conclusión: de las semillas cosechadas, la mayoría de ellas se destinan para la alimentación, otras, las mejores, van al sepulcro. Aquí dos partes del último de sus poemas, tomados de Cerebro circular. Semen:

I

Lo que se proyecta

por el verbo

y se trasciende

por el espíritu

origina obra maestra.

II

Para la Estimus

glándula primera en la eternidad.

Árbol genealógico

Cuando las imaginaciones de mi corazón

se paseaban tranquilas en mi infancia…

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