Texturas urbanas
El sincretismo entre arquitectura y paisaje sirve para que Mónica Arreola explore la ciudad de Tijuana. Con ello no intenta documentar el aura fronteriza sino adentrarse en la naturaleza de una topografía.
Las categorías y adjetivos calificativos, aún en nuestra sociedad de valores binarios tan arraigados, ya no sirven de nada; han devenido en algo irrelevante o reduccionista: no explican ni nos ayudan a comprender grandes cosas. ¿Le pondremos un like en Facebook, una estrella en Instagram, marcaremos eso como favorito en Twitter? Hablar, entonces, de la fotografía de paisajes y ambientes se torna una oportunidad para llenar el vacío de nuestra subjetividad acrítica y, de algún modo, permite una discusión entre el espectáculo y lo postmediático.
En su serie Texturas Urbanas, la fotógrafa Mónica Arreola propone una serie de imágenes que describen las diferencias geográficas, los contrastes en los paisajes urbanos e irregulares, los espacios vacíos y las vialidades de una forma naturalista, espontánea y etérea. El espacio que vemos en estas fotografías ambientales, lo han dicho tantos, no es un producto terminado ni fijo.
¿A qué nos remontan? ¿Cuáles son las semejanzas y sus diferencias con lo que queremos creer (re)conocer? ¿Podemos descubrir en ellas a una Tijuana distinta a esa estética llena de clichés fronterizos (El Bordo, la valla que cruza la playa, los monumentos que reifican una identidad constreñida por discursos conservadores que niegan su liquidez innata) retenida en el inconsciente colectivo nacional? ¿Podemos descubrir esa otra narrativa viva de la ciudad o por lo menos intuirla en su intenso significado expresivo (¿Kevin Lynch dixit?) Si observamos con cuidado, detenidamente y sin ese furor por lo habitual y repetido hasta el hartazgo, las imágenes de Mónica Arreola dan un par de pistas, activan nuestra memoria y nos dejan intentar atrapar, de algún modo, esas historias que no se nos cuentan: la vida ahí explicada y entendida como una panorámica de cielos abiertos o brumosos bajo los cuales lo que existe, es lo que vemos. Un still de vida fronteriza, un instante casual en el dinamismo de lo urbano, tan cambiante y contrastante, acelerado y rugoso de Tijuana. Una mirada atinada, un hallazgo.
Ya Roger Brunet nos decía que la palabra paisaje, entre lo restrictivo de su uso o el análisis de criterios múltiples, acababa por significar nada. Nuestra mirada no afecta al paisaje, es éste quien perturba nuestra diletante o apurada subjetividad y nos atrapa con el anzuelo del encuadre perfectamente lógico entre nuestro ojo y el horizonte. ¿Qué historias nos cuentan estos paisajes atrapados por y en la fotografía? Arreola captura todo eso que (todavía) no se ha convertido en una postal para turistas. Somos testigos de otra mirada que no es la nuestra, un corte que edita y ajusta la realidad, una traducción con una carga de ecos muy particular, con ciertas emociones, motivos y preconcepciones actuando ahí. Fijadas ahí.
Teóricamente, el paisaje no nos dice nada concreto, somos nosotros los que a través del lenguaje razonamos y hacemos cualquier tipo de formulaciones sobre el mismo. El paisaje nos da indicios que pueden, si son bien interpretados, convertirse en signos que adquirirán algún sentido. Sin embargo, a nivel afectivo interpretamos el paisaje de acuerdo a nuestro bagaje y aunque nuestra mirada no haga una clara relación, siempre intuimos que hay algo que completar, un “allá” que no se nos muestra y que podría cambiar nuestra idea de la realidad, esa construcción social que nos ayuda a conservar, proteger o modificar lo que queremos/creemos ver.
Así, las máquinas en pausa que ayudarán a realizar los movimientos de tierra para la construcción de un nuevo fraccionamiento, la multitud de viviendas estándar con techos de dos aguas perdidas en la bruma, la contemplación de lo playero que algunos desconocen que existe en la ciudad, la incertidumbre climática que impide ver la frontera, la carretera y sus accidentes se refieren a algo más que lo evidente, son parte de un reflejo en segundo plano que sirve de base para la actividad simbólica —la fotografía, en este caso— que busca repensar el imaginario y a una estética planteadas desde su condición fronteriza y los problemas que esta conlleva. El paisaje urbano de la city nos (des)miente.