El transmómetro
El transmómetro no existe de manera física. Sin embargo las personas trans estamos sujetas a un sistema abstracto que —en todo sentido— mide de manera errónea nuestro nivel de transexualidad. Lo considero como erróneo, porque estos niveles no existen. Sin embargo algunas personas —cis y trans— suelen hacer una extenuante investigación sobre «¿qué tan trans eres?» para saber de qué manera referirse a ti o cómo tratarte.
Las dudas se centran principalmente en saber desde cuándo eres trans, qué juguetes usabas en la infancia, cuál es tu orientación sexual, si estás operado genitalmente o si hay algo diferente ahí abajo. Si lo pongo a reflexión, no me son extrañas las preguntas, aunque suelen resultar incómodas.
Es entendible que la palabra transexualidad esté llena de dudas, porque es muy fácil estigmatizar por medio de un significante específico y un significado socialmente difuso. Muchas veces confundimos el ser trans con ser exponencialmente gay, cuando trans nos refiere a la identidad de género y ser gay a la orientación sexual. También hay que aclarar que cuando refiero a ser exponencialmente gay o lesbiana, me refiero a lo que se le llama dentro de la comunidad LGBT+ como obvio u obvia.
Así como no se puede ser exponencialmente gay, lesbiana o bisexual, porque no es algo que se pueda medir en niveles o porcentajes, no se puede medir qué tan trans eres. Sin embargo socialmente cruzamos esta línea entre lo gay/lésbico y lo trans, porque tenemos la concepción binaria y heteronormativa de que entre más gay eres, más femenino actúas y entre más lesbiana eres, tienes más actitudes masculinas.
Bajo la concepción anterior y por la falta de información sobre las identidades trans, también es entendible que la sociedad en la que vivimos entienda que la orientación sexual y la identidad de género se desprenden la una de la otra, porque la mayoría de los trans mayores a los veinte años, en algún momento nos identificamos socialmente como gays o lesbianas porque era nuestro safe place para poder ser más femeninxs o masculinxs. En el caso de muchxs, ni siquiera sabíamos que existía una palabra que nos identificara, por lo que estas identidades eran las más cercanas que teníamos a todo el espectro LGBT+.
Algo que hay que entender y poner en contexto, es que la palabra transexual está pintada de tantos estigmas que es difícil identificarse socialmente con ella, así como en su momento causaba complicaciones identificarse con ser homosexual o lesbiana. Han pasado muchas luchas, muchas muertes y muchas generaciones para poder despintar de a poco todos los estigmas que nos rodean. Y todavía así, quedan muchos estigmas más por despintar.
En junio de 2018, se comenzó a limpiar uno de los estigmas que más nos inquietaban a lxs trans, cuando se anunció la desclasificación de la transexualidad en la lista de trastornos mentales y de comportamiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Aunque es uno de los pasos más importantes para nuestro reconocimiento como personas íntegras, dignas y válidas, resbalamos en otro estigma cuando se anunció que la transexualidad ahora sería nombrada como “incongruencia de género”, que se encontrará en el capítulo de “condiciones relativas a la salud sexual”.
Para la mayoría de las personas trans, el estar dentro de la Clasificación Internacional de Enfermedades es un arma de doble filo. Por un lado tenemos apoyo con protocolos de salud que nos dan acceso a los especialistas que cada cuerpo necesita, independientemente a la identidad de género que cada quien tenga —siempre y cuando sean binarias—. En algunos casos, existen instituciones públicas que proveen el tratamiento de remplazo hormonal, cirugías de feminización, masculinización y reasignación genital. Del otro lado de la navaja encontramos lo próximo estigma a tratar: ¿a qué se refieren con incongruencia de género? ¿a qué se es incongruente?…
Realmente la respuesta es fácil e insatisfactoria. La congruencia refiere a ser cisgénero, o sea, a la correspondencia de tu género con el que te fue asignado al nacer. Este proceso de asignación es por medio de los genitales, si tiene pene es hombre, si tiene vulva es mujer, no hay más. Por supuesto, esta concepción del sistema binario, va más allá del área genital, ya que alude a que la mujer y el hombre son distintos de manera psico-sociocultural, por lo que tienen distintos roles en la sociedad, en el ambiente laboral y en el hogar.
Para el sistema patriarcal y heteronormativo es necesario que exista el binarismo ya que, a través de él, se definen las funciones y posiciones sociales de los hombres y mujeres —que sabemos de sobra, están llenas de desigualdades. El sistema obliga a seguir una serie de reglas estereotípicas para ser mujer o ser hombre y esto implica todo, desde el color de los mamelucos hasta la facilidad para ingresar a un posgrado.
Aceptarnos como “incongruentes de género”, nos alinea por default al sistema binario. Es aceptar que nuestro género está hilado a nuestros genitales o a cualquier otra razón biológica. Significa aceptar los estereotipos arcaicos de lo que es ser hombre y ser mujer. Es también negar la existencia de los géneros no binarios.
Más allá del sistema binario, existen otras identidades que no se identifican como hombre o mujer. Dichas identidades han sido borradas o difícilmente están visibilizadas dentro de la sociedad. Estos géneros pueden ser comunes —una combinación entre hombre y mujer o la fluidez entre ellos— o neutras —que no se identifican con ningún género binario—. Estas identidades abren una brecha —llena de introspección— sobre los estereotipos tradicionales y sobre las imposiciones de género que suponían ser un carácter nato.
Las personas trans socialmente binarias somos sometidas de manera indirecta a pasar por el estereotipo heteronormativo de una persona cisgénero. Se nos pide que seamos la exponencia del estereotipo femenino o masculino. En el caso de las mujeres trans, la sociedad pide tener una voz aguda, tienen que ser delgadas, sus rasgos faciales tienen que ser finos y por supuesto, ser el estereotipo andante de una dama. En el caso de los hombres trans, es requisito un cuerpo musculoso lleno de vello, la cara cuadrada, barba y bigote tupido, esconder los pechos y no tener mínima relación con cualquier tipo de feminidad.
Cuando se habla de un sometimiento indirecto, no me refiero a que algunas de las cosas mencionadas en la lista anterior, sean cosas que nosotros repelamos. Algunas cosas las queremos para nosotrxs y otras simplemente no. Algo que no hemos entendido como sociedad es que el género es una identidad y sólo nos pertenece a nosotrxs, a los demás sólo les queda respetar —con pronombres y nombres— nuestra identidad de género sin cuestionar cómo tenemos que comportarnos, cómo tenemos que vestir o ser de manera física.
Aunque a las personas cis también se les impone un modo de vestir y actuar, se le da un papel más importante a todo ello en las personas trans, porque para la sociedad nosotrxs tenemos que pasar, para demostrar que realmente somos del género con el que nos identificamos. Lo cual nos hace cuestionarnos con frecuencia qué cambios estamos haciendo con nuestro cuerpo por la necesidad de pasar y cuáles cambios son los que queremos realmente.
La necesidad de pasar es nuestra necesidad de sobrevivencia. Nosotrxs no queremos pasar. Queremos ser nosotrxs, con nuestras propias formas —en las que veníamos y las que fabricamos—. Pasar para nosotrxs es que a la vuelta de la esquina alguien no te pregunte si eres hombre o mujer, o que incluso te agreda al descubrir que eres trans. Pasar es la seguridad de que las personas van a respetar tus pronombres y creer tu nombre en todo momento. Pasar no es para nosotrxs, sino para ser aceptados.
Necesitamos con urgencia que todos los transmómetros sean rotos. Necesitamos que haya hombres con senos y mujeres con vello facial. Necesitamos ser válidos y ser respetados. Necesitamos todos los tipos de cuerpos, porque necesitamos ser nosotrxs mismxs. Necesitamos saber que si hay cambios en nuestros cuerpos, serán para nosotrxs y no para alimentar sus estereotipos arcaicos en una sociedad que ni siquiera sabe nombrarnos correctamente.