Tierra Adentro
Haroldo Conti. Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.

Titulo: Cuentos completos

Autor: Haroldo Conti

Editorial: Bartleby Editores

Lugar y Año: España, 2008

Prólogo: Gabriel García Márquez

No es fácil deslindar la figura de Haroldo Conti (1925-1976?) de la tragedia que lo envolvió, luego de que un comando armado lo arrancara de su hogar en Buenos Aires y su desaparición se convirtió en símbolo de las atrocidades de la dictadura militar argentina en los años 70. Pero la relevancia de Conti no se limita a la figura del escritor y ciudadano atacado por su pensamiento político, sino que se justifica en el plano literario por una obra contundente y reveladora.

Conti nació en Chacabuco, Argentina, el 25 de mayo de 1925. Desde su infancia, la visión y las sensaciones del campo serían primordiales en su imaginario. Como el narrador reconocía en una entrevista de 1975, “Chacabuco, como tantos pueblos de la provincia de Buenos Aires, tiene la particularidad de que uno se asoma a la puerta, y ve a ambos fondos de las calles los árboles, el campo, siente el cerco del campo. Ese campo fértil, rico, no sólo en riqueza material, sino en riqueza humana”.

Conti amaba los ríos, los árboles, los barcos, los tránsitos lentos, las rutas secundarias. Las experiencias, los personajes y los saberes del pueblo natal marcarían su gusto por la natación, la pesca o la caminata en el bosque. Haroldo mostró inquietudes artísticas tempranas y dio sus primeros pasos como guionista de piezas teatrales. En su juventud, cursó la carrera de Teología en el seminario, estudios que interrumpiría finalmente tras algunas crisis ideológicas personales. Después, su camino, como el de sus personajes, se bifurca: fue vendedor itinerante, piloto comercial, profesor de secundaria, narrador, novelista, navegante mercantil y vagabundo.

Quizá la experiencia fundacional de la narrativa de Conti radica en su trabajo en el Delta del Tigre, esa zona de isletas y múltiples arroyos donde el inmenso río Paraná –que atraviesa Argentina, Brasil y Paraguay– desemboca en el Atlántico. Conti hizo amistad con los marineros de la zona y aprendió a reparar y construir barcos. Amante de las novelas de aventura y de escritores como Conrad, Melville, Hemingway, Pavese, Quiroga y Dylan Thomas; Conti vagaba en su bote todo el día y volvía a su mesita, en una cabaña en la orilla, a narrar las historias que oía o vivía en el camino. “El río es memoria”, escribió en “Marcado”, uno de sus primeros cuentos. El río será matriz de historias en su producción inicial, que se cierra al publicar su primera y deslumbrante novela, Sudeste, en 1962.

Haroldo Conti. Bartleby Editores.

Haroldo Conti. Bartleby Editores.

La navegación solitaria, transfigurada en un ansia ambulante tanto física como filosófica, se convirtió en uno de los ejes principales de su obra. En los cuentos de Conti, el libre vagabundeo por el agua, el cielo y la tierra reaparece de manera fundamental y obsesiva. Sus personajes son jóvenes o viejos solitarios, melancólicos, silenciosos, “con ese humor vagabundo que les viene del río y que los penetra como humedad” (“Todos los veranos”), individuos hechos “con la misma sustancia del camino” (“Otra gente”), concentrados en la construcción de un barco o con secretos planes de fuga. En su prosa pausada, precisa, pulida y melancólica, barcos y hombres terminan amalgamándose: son hombres-barcos ansiosos de zarpar que, entre sus silencios y sus manías, se dejan arrastrar por la corriente y se entregan a los caprichos del río o del camino, metáforas de la vida.

Pero los viajes que relata Conti no son de conquista, colonización ni por un progreso económico; tampoco los motiva un anhelo de conocimiento antropológico u exótico. Se trata de tentativas personales de evasión o reclusión interior, trazos de “un mapa excéntrico, periférico, marginal”, como lo ha notado Eduardo Romano en su exhaustivo estudio sobre Sudeste. Rutas personales sin un fin específico, como las que Conti exploró en sus incursiones por el Delta, y que acaban chocando con la cartografía oficial y crean nuevas veredas y caminos, ilusiones secretas de libertad y desplazamiento.

Con exactitud y plasticidad, Conti narró los recodos, los refugios, los escondites entre las islas, las zonas periféricas, los extrarradios (orillas de ríos, pueblos pequeños y perdidos, bares de la zona portuaria) y las viviendas donde los hombres silenciosos guardaban sus miserables existencias de la mirada ajena. En estas narraciones no leemos mapas imaginarios, sino verdaderas geografías anímicas en que abunda el peligro, la melancolía, el delito o la memoria.

Como una correspondencia entre vida y obra, cuando Conti encuentra un empleo fijo como profesor de latín en una secundaria, deja la vida fluvial y regresa a tierra firme. Entonces, sus seres de ficción abandonan el río y lo siguen. El escritor traslada sus obsesiones de fuga a pequeños sitios de la provincia argentina, en el radio de Chacabuco, su pueblo natal. Desde estos lugares humildes y periféricos, a medio camino entre el suburbio y lo rural, Conti plasma las historias de personajes que esperan, se ilusionan, se marchitan o emprenden, de diversas maneras, el camino.

En ese tenor nacen algunos de los cuentos más brillantes e inolvidables de Conti. “Todos los veranos” es la historia de un padre melancólico cuyo destino está ligado al barco que repara y al pez que anhela atrapar. “Ad Astra” relata el intento de Basilio Argimón, una suerte de Ícaro de provincias, por hacerse un traje mecánico y que causa conmoción en los pueblos de la zona. “Los novios” cuenta un amor pueblerino que nunca se consuma. “Como un león” narra los sueños de fuga de un adolescente que ve despertar su anhelo viajero.

 

La crítica literaria ha notado una fuerte vertiente existencialista en Conti. Ve en muchos de sus personajes una lucha desesperada contra el tiempo, contra su condición terrestre, contra su finitud. Son hombres “estacionales”, ligados a la naturaleza, que viven periodos de intensa actividad o de ostracismo según las temporadas del año. Sufren una hiper-conciencia del tiempo que los vuelve obsesivos. Los navegantes solitarios de Conti viven en conflicto constante porque comprenden con insoportable certeza que su vida y la de los suyos terminarán algún día.

Pero no se piense por ello que Conti es un narrador de la oscuridad y la disolución. Más bien, la conciencia del fin provoca en sus páginas una observación cuidadosa y un arraigo lleno de ternura melancólica respecto a las vidas sencillas que lo rodean. Progresivamente, su narrativa profundiza en la cotidianidad provinciana, en esas existencias parsimoniosas y anticlimáticas, donde no ocurre “nada” en apariencia.  Conti retrata a los adolescentes que desean marcharse de su pueblo, a los abuelos petrificados en sus villas, a los jóvenes que se citan con sus parientes provincianos en tumultuosas estaciones de trenes, a los agonizantes que creen hablar con sus parientes muertos. Dibuja con precisión y empatía todas esas vidas-río: minúsculas, jodidas, errantes.

Bueno, es así como se marchan todos. Un día u otro. De cualquier manera, por uno que se va hay otro que llega. Las villas cambian y se renuevan continuamente. Son algo más que un montón de latas. Son algo vivo, quiero decir. Como un animal, como un árbol, como el río, ese viejo y taciturno león. Como el león, justamente. Lo siento en mi cuerpo que crece y se dilata en las sombras y de pronto es toda la gente de las villas, toda esa gente que empieza a moverse en este mismo momento y no se pregunta qué será de ella el resto del día y menos el día de mañana sino que simplemente comienza a tirar para adelante. (“Como un león”: 148)

Su escritura resguarda a los seres para vencer de ese modo a la muerte. Es un registro cuidadoso y amable donde la melancolía adquiere una fuerza discreta y elegante, un musitar que convence por su hondura, su quietud, su naturaleza entrañable. Ese campo que vivió desde la infancia se iluminará en las páginas más impresionantes de Conti, como sucede con la memoria viva de un árbol en uno de los cuentos más hermosos del argentino, “La balada del álamo carolina”.

Desde sus navegantes solitarios, Conti abrazará al otro y experimentará nuevas formas de hermandad. Tras un viaje a Cuba, su conciencia política despierta y sus últimos textos narrativos viven la tensión entre su naciente ánimo revolucionario y la “literatura”: ese hecho estético, autónomo, independiente, egoísta a su modo. En “El último”, su cuento más filosófico –una inquietante reflexión sobre el vacío y la renuncia–, la vida humana se le revela como una larga lucha por ajustarse a parámetros sociales: nociones mentirosas de progreso, matrimonios fracasados, trabajos que revelan el engaño y la desigualdad en la sociedad capitalista a la que pertenece. Así, sin un programa teórico, la obra de Conti parece evolucionar a un inevitable enfrentamiento con la institución.

“Cada uno es una flecha lanzada en una dirección y no hay como dejarse llevar para acertar en el blanco, cualquiera que sea”, dice el protagonista de “El último”. Como él, Conti se “tumba en el centro del mundo”, se deja ir junto con la idea revolucionaria que apoya por su anhelo de hermandad, justicia e igualdad. No toma las armas como Rodolfo Walsh, pero se convierte en una conciencia política y de denuncia visible, gracias al prestigio intelectual del que empieza a gozar en Latinoamérica.

mascaro_tapa

Relatos como “La causa” o “Cinegética” tratan directamente el tema social o la traición política. En sus últimos cuentos, anula la frontera entre la memoria personal y un sentimiento de fraternidad humana que a ratos desconcierta al lector. No sabremos adónde habría llegado Conti en esta nueva dirección narrativa. Su última novela, Mascaró, el cazador americano, acaso su libro más ambicioso, tuvo el dudoso honor de ser leído atentamente por el régimen militar y condenó su destino. Pese a los ofrecimientos de asilo en el extranjero y las advertencias de amigos, el escritor se quedó en Buenos Aires y su vida se trastocó una noche, cuando regresaba de ver una película.

Hay un injusto misterio en los últimos días de Conti. Pero es claro que su narrativa basta para no enmarcarlo en un monumento, sino para leer y releer una obra plena de vitalidad, calidad expresiva, imágenes poéticas y conocimiento de la condición humana. Narrativa de hombres y mujeres minúsculos, riachuelos fangosos de existencias susurradas, arrastrados a la errancia, la espera y el sentir del tiempo.

Conti decía que le dolía escribir, pero si no lo hacía, se moría. “No sé si tiene sentido pero me digo cada vez: contá la historia de la gente como si cantaras en medio de un camino, despojate de toda pretensión y cantá, simplemente cantá con todo tu corazón: que nadie recuerde tu nombre sino esa vieja y sencilla historia”, expresó una vez. Pocas obras narrativas pueden jactarse de semejante fidelidad.


Autores
Adán Medellín (Ciudad de México, 1982). Escritor y periodista, es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Ganó el Premio Nacional de Relato Sergio Pitol en 2007. Ha publicado los libros de cuentos Vértigos (Instituto Mexiquense de Cultura, 2010), Tiempos de Furia (Ediciones B, 2013), El canto circular (INBA/Instituto Literario de Veracruz, 2013) –ganador del Concurso Nacional de Cuento “Sueño de Asterión”– y Blues vagabundo (Lectorum/INBA, 2018) –con el que obtuvo el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2017. Tradujo en conjunto el poemario Nierika. Cantos de visión de la Contramontaña (Conaculta/UNAM, 2013) de Serge Pey. Su ensayo El cielo trepanado. Sobre Hospital Británico de Héctor Viel Temperley ganó el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas en 2019. Ese mismo año, su libro Acéldama obtuvo el Premio Nacional de Novela Élmer Mendoza, que se publica en 2020. Imparte talleres de narrativa y colabora en distintas publicaciones.