Tierra Adentro
Fotografía por Carlos de la Sancha, impresión digital en papel algodón/collage. Berlín, 2012.

La idea del patrimonio nacional y los programas encaminados a su protección, estudio y difusión, han estado relacionados al menos con cuatro factores cambiantes y complejos: primero, cada época rescata de manera distinta su pasado y realiza una selección de los bienes que posee; segundo, la selección y el rescate de los bienes patrimoniales se realiza de acuerdo con los particulares valores de los grupos sociales dominantes, que por fuerza resultan restrictivos y exclusivos; tercero, el patrimonio nacional no es un hecho dado, una entidad existente en sí misma, sino una construcción histórica, producto de un proceso en el que participan los intereses de las distintas clases que conforman a la nación; y cuarto, el patrimonio nacional es una realidad que se va conformando a partir del rejuego de los distintos intereses sociales y políticos de la nación, por lo que su uso también está determinado por los diferentes sectores que concurren en el seno de la sociedad.

La transformación del concepto de patrimonio nacional se ha manifestado en las relaciones entre el Estado y la sociedad, entre el capital y la sociedad, y entre las instituciones oficiales y la sociedad. La sociedad mexicana ha cambiado y sigue cambiando rápidamente; también deben hacerlo, en grado y velocidad similares, las nociones heredadas del patrimonio, las instituciones y sus trabajadores.

El patrimonio nacional ya no sólo incluye el legado arqueológico, histórico y artístico de los grupos dominantes y de la alta cultura, sino que se ha ampliado hasta comprender las poblaciones de campesinos, la diversidad ecológica, las ciencias tradicionales, la cultura material, las tecnologías y las mentalidades populares, y en tiempos recientes, el patrimonio intangible.

La idea de nuestro patrimonio e identidad nacionales, no solamente fue forjada por la historia, la antropología sino también por la música, la literatura y las artes. Es decir, todas estas y muchas otras disciplinas contribuyeron a formar lo que hoy llamamos el imaginario nacional de México. La colección El Patrimonio Histórico y Cultural de México buscó reunir esas distintas disciplinas para el conocimiento de los mexicanos de hoy y de las nuevas generaciones. Intenta ser una guía para quienes no cuentan con instrumentos adecuados para conocer los fundamentos de su identidad y reconocerse en ellos. Esta serie de libros contribuye a crear una idea global del patrimonio nacional en su extensa variedad y diversidad.

Aprender mirando y conocer leyendo son dos funciones regidas por mecanismos de compresión, si bien diferentes, frecuentemente entrelazados y apoyados uno en el otro. La literatura y la pintura son dos de los principales constructores de no sólo la idea de nación, sino, principalmente, la idea de identidad: el espejo del mexicano.

La rebelión de Hidalgo en septiembre de 1810 y la posterior proclamación de la república federal en 1824 cambiaron el sujeto de la indagación histórica y el sentido del rescate del pasado. El anhelo de crear un Estado autónomo convirtió el territorio, el pueblo y las transformaciones de la sociedad en el tiempo, en el centro del rescate del pasado y del proyecto histórico. Literalmente, la historia recibió el encargo de iluminar el origen, explicar los fundamentos y describir los episodios estelares de la formación de la nación. La aparición de este nuevo sujeto, la nación, modificó el contenido de la narración histórica.

En lugar de la concepción del devenir histórico dominada por la salvación de la humanidad y los valores cristianos, la indagación del pasado comenzó a ser dirigida por la formación del Estado-nación. Los antiguos protagonistas del discurso histórico (el conquistador, las órdenes religiosas, la Iglesia y el Estado español) fueron sustituidos por los patriotas que combatieron por la Independencia, por los políticos que se esforzaron en darle forma al Estado nacional, por los héroes que ofrendaron sus vidas por la República, por las revoluciones que propulsaron los cambios políticos y sociales, y por los mexicanos, como se llamó en adelante a la diversidad de individuos y grupos que componían la población. La historiografía mexicana se concentró en el relato de la formación de la nación y la identidad nacional. El libro de historia sustituyó al libro religioso como surtidor de valores, temas y personajes morales, y el manual de historia se impuso como lectura obligada en la enseñanza básica.

Las artes comenzaron también a verse fuertemente influidas por esta nueva corriente nacionalista. Presionada por las demandas de artistas, intelectuales y patriotas, la Academia de San Carlos creó los cimientos de una escuela mexicana de pintura, convirtiendo sus exposiciones en acontecimientos nacionales y haciendo de la obra plástica un nuevo intérprete del pasado. La iniciativa de pintar cuadros históricos le abrió paso a una interpretación plástica de la antigüedad indígena, la conquista, el virreinato y la historia moderna. El episodio de la conquista, el preferido de la literatura y la pintura, cambió de significado. En lugar de exaltar el poder expansivo del Imperio español o el genio político del conquistador, estos lienzos son una condena de ese acontecimiento, que se representa como cruel, atroz y sanguinario. La representación de  del siglo XIX, después de la catastrófica experiencia de la pérdida del territorio, la humillación militar y la guerra civil, se transfiguró a través de la pintura y la escultura, en un cortejo de héroes que comenzaba con el retrato de los libertadores, seguía con la imagen de los hombres de la Reforma y concluía con los vencedores del ejército francés. La imagen más luminosa de este desfile heroico era la de la patria, transfigurada en una mujer mestiza, hermosa y triunfal.

Después de los años de reconstrucción que siguieron a la Revolución de 1910, renació el proyecto de fundar el Estado en sus raíces indígenas y en los valores republicanos y nacionalistas. Con la fuerza del Estado revolucionario cobró impulso un movimiento nacionalista original y exitoso, fincado en la recuperación del pasado y la pintura de historia.

La ideología de la Revolución mexicana se empeñó en unir las contradictorias corrientes políticas que hicieron explosión en 1910 en un solo caudal, en el que se mezclaron tradiciones divergentes. A esta revoltura ideológica se le agregó el panteón de héroes integrado por figuras de la Revolución que en vida habían sido enemigos mortales. Esta mezcla de ideas, tradiciones, postulados y personajes devino el instrumento que unificó a la “familia revolucionaria” y más tarde, al convertirse en la ideología oficial de los gobiernos surgidos de ese movimiento, fue el cimiento sobre el que se levantó la política de unidad e identidad nacionales.

El muralismo se convirtió en una expresión de la épica revolucionaria; pintó de manera exaltada e inolvidable a sus héroes y resumió en colores y en un discurso didáctico los muchos siglos de pasado mexicano.

En Las artes plásticas y visuales en los siglos XIX y XX, su coordinadora, Luz María Sepúlveda, nos explica cómo en México, a partir de los años cincuenta, se dio una ruptura “con las formas oficialistas impuestas por el muralismo y los artistas volcaron su mirada a las formas de arte abstracto que desde hacía varios decenios ya habían marcado la pauta vanguardista en Europa.” Las técnicas, los temas y la calidad de los artistas mexicanos le dieron un nuevo giro y un sentido distinto a las obras plásticas, marcando nuevos caminos para las artes visuales.

Este libro pertenece a la colección El Patrimonio Histórico y Cultural de México, que se inició para conmemorar los 200 años de vida independiente y los 200 años de la construcción de la idea de país, nación e identidad. Por primera vez se intentó presentar una síntesis de su riqueza arqueológica, antropológica, artística y cultural. Los títulos que conforman la colección son: La formación geográfica de México, coordinado por Carlos Herrejón Peredo; La idea de nuestro patrimonio histórico y cultural, coordinado por Pablo Escalante Gonzalbo; La antropología y el patrimonio cultural de México, coordinado por Guillermo de la Peña; La literatura en los siglos XIX y XX, coordinado por Antonio Saborit, Ignacio Sánchez Prado y José Ortega; La música en los siglos XIX y XX, coordinado por Aurelio Tello y Ricardo Miranda, y Las artes plásticas y visuales en los siglos XIX y XX, coordinado por Luz María Sepúlveda. Con un tiraje de 2000 ejemplares por título y la participación de cerca de 50 especialistas, estos seis libros proporcionarán a las nuevas generaciones una idea global de las características de nuestro patrimonio histórico y cultural: cómo se formó, quiénes fueron sus actores y propulsores, cuáles son las condiciones en que se encuentra actualmente y cuáles son las instituciones dedicadas a conservarlo, preservarlo y difundirlo.


Autores
La redacción de Tierra Adentro trabaja para estimular, apoyar y difundir la obra de los escritores y artistas jóvenes de México.
es doctor en Historia por la École Pratique des Hautes Études de la Universidad de París. En 1996 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes y en 2010 el Premio de Periodismo Cultural. Es miembro investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores y miembro titular a la Academia Mexicana de Ciencias. Es autor de numerosos libros, entre los que se encuentran Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica, Atlas histórico de México y La función social de la historia.