El otro Ocaranza
Los veinte perros amarillos
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Hoy en Michoacán, como antaño, los ataúdes y las tumbas congregan a las personas y a sus familias. En las inmediaciones del lago de Pátzcuaro, desde tiempos prehispánicos, existe la tradición de visitar y llenar los cementerios para celebrar el regreso de los difuntos el Día de muertos. En casa de mis padres montamos un altar dedicado a nuestros muertos: adornamos con flores amarillas, servimos los platillos que les gustaban, colocamos un poco de agua y sal, un espejo y, por esa noche, sabemos que nadie está solo.
Nuestras maneras de asumir la muerte están en continuo cambio. En Morelia, como en otras partes del país, la muerte se ha convertido en un hecho cotidiano. La bandera de una época. Se debe, en gran parte, a la guerra que mantiene el gobierno contra el narco, o el narco contra el narco, o la ciudadanía contra el narco, o la ciudadanía contra la ciudadanía, aunque en realidad no sea más que un movimiento de dinero en el que no pierden los accionistas, sino la sociedad que aporta su trabajo, la esperanza y a los muertos. Qué signo tan funesto para estos tiempos abanderados por los progresos éticos y legales en la convivencia y respeto a las minorías, a la democracia. Así se vive en Michoacán: viendo cómo nuestros familiares y conocidos se suman a la cifra de muertos diarios por la Guerra del Narco.
El mismo grupo de personas que se reúne para bailar, festejar, jugar y estudiar, se congrega para llorar y compartir la incredulidad ante una violencia que acribilla a la sociedad: desde las filas del narco o de las instituciones públicas. Escribe Iván Thays: «lo peor que podría pasarnos era acostumbrarnos a la muerte, a la impunidad, al horror, al Mal», porque después vendrá la indiferencia: un tiempo en el que ya nadie llorará los días y semanas de mutilación. Sólo se verá pasar la muerte como un hecho enmarcado por la comodidad y el sopor de lo cotidiano.
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La muerte revelada como una eternidad, como única eternidad en el universo. No un fin, sino un motor de movimiento; una explosión de materia que pone todo a circular, un comienzo donde el caos impera hasta a nivel subatómico: la entropía máxima.
Vivir y morir son actos inseparables e infinitos, como sumar y restar son hechos indistintos para la materia, según Newton. La muerte como símbolo de creación marca la pauta de la obra poética de Ramón Martínez Ocaranza; es su centro imaginario. Para él, la única forma de escribir sobre el dolor y la incredulidad, que ocasiona la muerte, es partir del mismo dolor.
En la obra ocaranziana la muerte nunca se asume con indiferencia. El dolor al escribir es el mismo que se siente al leer. Ocaranza escribe desde la muerte, contra ella. Cada palabra un dolor, como si la poesía fuera el dolor de lo desbordante. Hablar de lo mortuorio fue su manera de exponer todas las represiones y muertes que vivió y que ahora nos toca vivir tan cerca. La vida, esa bala que no está dirigida a nosotros, pero nos quema la mejilla.
tierra de perros
Van 150 mil muertos en México por la narcoviolencia: Panetta.
▶ El secretario de Defensa estadounidense dijo lo anterior tras
una reunión trilateral en Ottawa.
▶ La cifra mencionada corresponde a todo el continente en un
año, precisan Sedena y Marina.
DE LA REDACCIÓN
El secretario de Defensa de Estados Unidos, Leon Panetta, afirmó ayer que «150 mil personas han fallecido» por la violencia entre los cárteles en México. Tras reunirse con los titulares de Defensa y Marina, señaló: «Yo pienso que el número que los oficiales mexicanos mencionaron fue de 150 mil».
Las declaraciones de Panetta, quien no precisó a qué periodo se refería, se conocieron en el contexto de la primera reunión de titulares de Defensa de Canadá, Estados Unidos y México, realizada en Ottawa, con el objetivo de intensificar la cooperación de los tres países para combatir el tráfico de drogas y coordinar las ayudas necesarias en caso de desastres naturales.
Medios canadienses reportaron que Galván dijo a sus contrapartes que su país está enfrentando una «amenaza colosal» de los cárteles, y que éstos se están peleando entre sí por el control de rutas de contrabando usadas para trasladar drogas al norte del continente.
Galván expresó que la guerra contra las drogas «ha costado la vida a 50 mil mexicanos» y advirtió que los cárteles que operan en su país tienen nexos tanto en Canadá como en Estados Unidos. Asimismo, precisó que las más recientes cifras oficiales dadas a conocer en enero de este año en México, indican que desde 2006 han muerto cuarenta y siete mil quinientas personas a consecuencia de la violencia del narcotráfico.
En la reunión de Ottawa, los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá formalizaron un mecanismo de diálogo permanente para forjar «alianzas clave» contra las amenazas a la seguridad de Norteamérica.
En conferencia de prensa conjunta, en la que participaron los dos funcionarios mexicanos, el estadunidense Panetta y el ministro de Defensa de Canadá, Peter MacKay, el general Galván resaltó: «No venimos a mencionar quiénes son los culpables del problema, es obvio que todos los gobiernos hemos dejado de hacer algo para que el narcotráfico se encuentre en la dimensión que observamos ahora».
El canadiense MacKay dijo: «Lo que estamos viendo hoy es el reflejo de un muy fuerte deseo por parte de los tres países de entrar de lleno a la solución de estos problemas».
Por la noche, las secretarías de la Defensa y de Marina desmintieron haber referido la existencia de ciento cincuenta mil muertos en México, derivados de la violencia entre organizaciones criminales, como afirmara el secretario de Defensa de Estados Unidos, Leon Panneta, en la Reunión Trilateral de Ministros de Defensa de Norteamérica. Esa cifra, aseguraron, corresponde «a todo el continente americano al año».
El comunicado señala: «En cuanto a los homicidios presuntamente ocurridos por la violencia entre organizaciones criminales, los participantes en esta reunión conversaron sobre alrededor de los 150 mil casos registrados en el continente americano al año, y no sólo los observados en México».[1]
Elegía de los triángulos
Día de muertos
1. Oquedad. f. Insustancialidad en lo que se habla o se escribe. Espacio que en un cuerpo queda vacío. La propia letra O presenta una oquedad en su forma, apela a un vacío interior que nunca se llega a tocar o aprehender, sólo a especular a través de su sustancia. La O circunda el vacío (la muerte). Sólo en la circunferencia no existe el azar, escribió José Emilio Pacheco; dentro y fuera de ella el caos impera.
Como sólo es posible conocer el vacío por lo que está a su alrededor, para hablar de la oquedad es necesario pensar en todo lo que existe fuera de ella: en el tamaño del universo; es decir, en el propio concepto de «infinito».
Lo «infinito» apela a la existencia de una agrupación sin fin de objetos; y como conjunto, éste puede incluirse en otra serie infinita, dentro de otra serie, etc. (Un infinito sumado a otro infinito siempre resulta infinito)[2]. Lo que nos regresa al comienzo: al 0, al no-número, al no-objeto, al no-valor, de donde todo comienza, hacia donde toda va: al vacío, a la oquedad.
Me he preguntado varias veces si habrá algo más vacío que ser humano: siempre buscando un sentido a la realidad que se percibe, aun cuando la realidad es un concepto que nosotros construimos a nuestro alrededor. Una ilusión intangible que le da un cauce a la existencia.
¿Para qué dotar de otra capa de ficción a la realidad que ya es impostura?
Acaso para encontrar un sentido a través de las conjeturas de la escritura; para unir hechos aparentemente inconexos entre sí; para saltear la oquedad del ser. Las tres hipótesis igual de admisibles [3]. Se me ocurre que el signo con el que se representa el infinito son dos oquedades conectadas: dos vidas sin sentido tratando de dárselo acoplándose en un mismo movimiento.
Escribir para saltar dentro del vacío que circunda los pensamientos, para no quedarse sumergido en los fragmentos rotos del espejo sobre el camino. («El pensamiento humano parece aborrecer el vacío», dijo George Steiner). Se escribe como se vive: desde una posición diferente cada vez. Einstein no nos mintió: el universo no ha dejado, ni dejará, de cambiar un solo instante.
Pero dependemos demasiado de la percepción, cuando tal vez lo real está más allá de todo [4]. La verdad: el vacío está sobre nosotros.
Bienvenidos a los no-días, a la oquedad del ser: a la escritura.
Bienvenidos al desierto de lo real.
2. Ramón Martínez Ocaranza (RMO). Escritor michoacano, luchador social, opositor político, poeta del caos.
RMO nació el 5 de abril de 1915 en Jiquilpan (o como él escribía: Xiquilpan), Michoacán, muy cerca de la frontera con Jalisco, a mitad de la guerra civil revolucionaria y sus interminables cambios de dirigentes. De ese mismo lugar fue oriundo el expresidente Lázaro Cárdenas del Río (1895-1970) y también el poeta y filósofo novohispano Diego José Abad (1727-1779).
El día del natalicio de RMO hubo rumores en el pueblo de que llegaría el señor de la guerra, don Francisco Murguía, un carrancista que tenía asolada la región. Sus padres, Antonio Martínez Godínez y María Ocaranza Gálvez, junto con varias familias de Jiquilpan, decidieron huir al cerro de San Francisco en busca de refugio, donde, más tarde, nació Ramón Martínez Ocaranza.
La casa de sus padres estaba muy cerca de la plaza principal del pueblo. Ahí, RMO fue testigo de la violencia durante la guerra revolucionaria,[5] expresada en los combates entre las tropas de Enrique Estrada y las del bandolero Inés Chávez García. En su autobiografía, Ocaranza recuerda a varios estradistas colgados en los fresnos de la plaza principal, «pelaban los ojos, sacaban la lengua, enchuecaban la boca, y danzaban la danza de la muerte con un siniestro ritmo de pavorosa arquitectura». A los doce años, el 24 de octubre de 1927, RMO presenció el violento choque entre un grupo de cristeros frente a otro de personas que defendieron Jiquilpan del saqueo. Esta exposición temprana ante la muerte y la impunidad de los crímenes políticos sería una constante a lo largo de su vida, hechos que marcarían significativamente la línea temática de su poesía.
RMO fue Bachiller por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), donde, posteriormente, dio clases de literatura mexicana durante veinticinco años. Su docencia se vio interrumpida de 1966 a 1968 debido a su intervención en los movimientos estudiantiles michoacanos (antecedentes directos del
movimiento del 68): Ocaranza impidió una masacre de estudiantes en 1963 y otra en 1966 como presidente de la Federación de Maestros Universitarios, por lo que fue encarcelado con su familia, liberados en poco tiempo. El 28 de diciembre de 1966, Ocaranza fue puesto en libertad gracias a la presión ejercida por estudian-
tes e intelectuales.[6]
En 1932 se afilió al Partido Comunista Mexicano, cuando los poetas surrealistas André Breton, Paul Éluard y Louis Aragon también eran miembros. Entonces la Revolución Cubana aún no se planeaba, ni esta filiación estaba ligada a movimientos literarios de moda como el Boom. Fungió como presidente de la Sociedad de amigos de la URSS en Michoacán, y fue a Moscú como su representante.
Ocaranza se caracterizó por apoyar a perseguidos políticos de España, Cuba, Guatemala y Nicaragua.
La obra poética de Martínez Ocaranza se puede dividir en tres periodos:
El primero inicia con la publicación de su primer libro: Al pan pan y al vino vino, en 1951, y termina en 1968 con Otoño encarcelado. Se suma a este periodo su libro póstumo Vocación de Job (1992), escrito a principios de 1961 en diversos sanatorios de México y Moscú. Esta etapa se caracteriza por el uso de las formas vanguardistas del siglo XX y la constante reflexión sobre la soledad y el destino de la humanidad.
En su segunda etapa publica sus ensayos sobre literatura mexicana, mas no publica poesía. En este periodo prevalece el silencio sobre la poesía (o prevalece como otro tipo de poesía): para Marguerite Duras escribir también es no hablar; es callarse, es aullar sin ruido. Dolerse en silencio. Ocaranza calló y en esos aullidos mudos permitió que la afonía, tan perjudicial para tantos poetas y escritores, lo llevara a encontrar su voz poética en el dolor. Fueron cinco años imprescindibles en los que encontró la hierofanía tan buscada desde sus primeros poemas gracias a la lectura de mitología prehispánica, autores culteranistas y la Biblia.
La última etapa se compone por la publicación de Elegía de los triángulos (1974), Elegías en la muerte de Pablo Neruda (1977), Patología del ser (1981) y La edad del tiempo (1984). Tetralogía de la agonía, la lobreguez y podredumbre que carcome la existencia del ser humano. Para Enrique González Rojo, estos libros representan «la colección de llagas más impresionante en lo que va de la poesía mexicana». Ocaranza consigue llegar a la cima estética de su poética (y al fondo de la enfermedad con que se nutre la realidad del ser, la carcoma: la otra sima): la forma de la enferma realidad. Esa patología no podía ser expresada de forma clásica, romántica o moderna, no después de haber vivido los horrores de la Guerra Civil mexicana, la española y dos Guerras Mundiales; no después del silencio que ponderaba Theodor W. Adorno a la poesía después de Auschwitz; por eso la expresión de Ocaranza al dolor y la muerte tenía que ser violenta, paradójica y contradictoria. RMO escribió: «El Ser es una disciplina del No-Ser» y «Morir es no morir para que nadie nos hable de la muerte».
Su obra sólo tiene par con la de José Revueltas (1914-1976), a quien conoció a temprana edad en alguna cárcel y de quien fue gran amigo y camarada. Sus obras comparten una asimilación y tergiversación de las formas vanguardistas de entreguerras, una representación cruda de la problemática social y política que vivía México en sus tiempos, y la presencia de temas mitológicos prehispánicos. Hoy, la obra José Revueltas es reconocida y leída; contrario al caso de Ocaranza, que fue ninguneado por casi todo el gremio literario posterior. Su exclusión de todas las antologías de poesía mexicana del siglo XX es muestra de ello.
Pocos poetas lo conocen, una cantidad menor de éstos lo han leído y pocos lo aprecian, entre ellos Efraín Huerta, Enrique González Rojo y los poetas infrarrealistas Ramón Méndez Estrada y Mario Santiago Papasquiaro, quien escribió:
Este verso se cae de brindar a la salud de Lilia Prado
Lo estoy viendo ¡otra vez! cagarse de risa
—A la manera del dragón Martínez Ocaranza—
Un brindis por el dragón Martínez Ocaranza, quien murió en Morelia el 21 de septiembre de 1982, después de haber vivido dos guerras civiles en México, la Segunda Guerra Mundial, la Crisis de los misiles y la Guerra Fría, sabiendo que, a pesar de no haber estallado una Tercera Guerra Mundial, la amenaza nuclear nunca se difuminaría del horizonte de la humanidad.
La primera vez que leí a rmo fue en el verano de 2008, en Morelia, donde realizaba estudios universitarios de literatura hispanoamericana en la UMSNH. El libro en cuestión fue Patología del ser. Ignoraba que ese poemario pertenecía a la última etapa poética de Ocaranza, pero esa ignorancia o vacío o dejadez bibliográfica, que sólo podía ser achacada a mi juventud, no restó un ápice a mi deslumbramiento.
Gracias a que el auditorio de la Facultad de Letras lleva el nombre del vate michoacano, fue que me interesé por leerlo. Me preguntaba por qué se había determinado esto si Martínez Ocaranza es un poeta prácticamente desconocido en México.
Uno nunca sale indemne de ninguna lectura, menos de un enfrentamiento como ése, donde se pone en duda y rebate la existencia a cada página.
I
Nadie se pierde. Todo participa en la terrible perfección.
II
Nacemos por morir.
III
Y es la muerte la que nos lleva por la muerte.
IV
¡Camino de lo eterno!
V
¿Qué sería del hombre sin su muerte?
VI
¿Sin los zapatos rotos de su muerte?
VII
Fenomenología de conciencias
VIII
Que se deshace en la circunferencia.
IX
Dadme un morir. Y moveré la tierra.
¿Por qué la literatura mexicana se obstina en olvidar a un autor como Ocaranza? ¿Será por su desapego a los valores canónicos? ¿A que siempre fue considerado un poeta de provincia y, por lo mismo, periférico? ¿A que no perteneció a ningún grupo literario? ¿Fue su marcado compromiso social o simplemente su radical postura ideológica? ¿Porque le escupió al sistema en la cara y se mofó?
3. Odradek. m. Objeto inútil. Objeto roto. Objeto vacío. Objetivación de la memoria.
Para Franz Kafka su odradek era un carrete de hilo plano con forma de estrella que nunca llegó a atrapar, que perdió en su imaginación, o que nunca existió realmente; es decir, su odradek era su propia sombra: el fantasma (palabra que en su raíz griega se emparenta más con la imaginación que con lo paranormal) que lo acechaba a cada paso. Su odradek era la sombra de su imaginación que guiaba su mano para seguir una dirección en sus textos, y no otra, o para perderlo.
Enrique Vila-Matas utiliza el nombre odradek para designar a los inquilinos negros, los dobles (Doppelgänger o kagemusha, según la lengua) de escritores y artistas. Sus sombras inaprensibles, su imaginación representada, sus fantasmas hechos presente. Objetos minúsculos que encarnan a aquellas sombras espectrales que ofuscan la imaginación; objetos fútiles que hacen tener presente que «lo inútil es bello porque es menos real que lo útil, que se continúa y prolonga», en palabras del propio Vila-Matas. Objetos que ponen en abismo la relación del poeta con la poesía: el poeta en un extremo del lenguaje / la poesía como el centro vacío del gran lenguaje metafórico, inaccesible por completo al mismo / poeta que siempre lo busca.
[1] Nota en periódico La Jornada, México, miércoles 28 de marzo de 2012, p. 5.
[2] ∞+∞=∞ / Angustia + Angustia = Angustia.
[3] Igual de inaceptables.
[4] Es necesario suspender la realidad y tratar de formular nuevas reglas para percibir las cosas ordinarias. Girar sobre sí mismo e instaurar otro orden a la mirada, volver a girar para modificarla y extrañarla todas las veces que un modelo comience a arraigarse.
Mantener lo irreal en el mundo es una constante lucha contra lo ordinario de la vida.
[5] Hoy, a comienzos del siglo XXI, en México, en especial en Michoacán y sus alrededores, la historia parece volver sobre su antiguo trayecto. La violencia impera; los muertos vuelven a tener el control del imaginario del pueblo. Vuelve a haber colgados. Cuerpos suspendidos de puentes, para ser vistos, para prenderse de la memoria de los vivos. Hay gente que mira los cuerpos en el aire como péndulos que oscilan sobre la cabeza de todos; cuerpos que seguirán oscilando en nuestra memoria. Hay mantas. Y las mantas tuercen el lenguaje, tuercen la lengua, y nos tuercen un poco a todos cada vez. Hay bloqueos en los caminos, automóviles quemados, gente quemada, gente decapitada, gente desaparecida, y hay cadáveres.
[6] Carlos Pellicer, David Alfaro Siqueiros, Efraín Huerta, Enrique González Rojo, Eugenio Arriaga, Gastón García Cantú, Henrique González Casanova, José Emilio Pacheco, José Revueltas, Thelma Nava, entre otros.