Tierra Adentro

Hay una ceguera común que hace que hagamos de la infancia una edad ajena y sagrada. En contraposición, Boyhood propone un acercamiento a la niñez desde una objetividad que podríamos considerar naturalista. El seguimiento que hacemos de la vida de Mason, protagonista de la película, no es a través de un gran arco con cada una de sus partes definidas, a la usanza de la novela de formación, sino a través de fragmentos, detalles cotidianos y algunos surcos de las ondas expansivas generadas por los parteaguas de la vida del personaje. Es como si siempre llegáramos a destiempo a estos sucesos, pero también es como acercarse a un fragmento de una vida real y no a una puesta en escena que espera a los espectadores para comenzar a ocurrir. Estos vistazos a la vida de Mason y su familia nos muestran, también, nuestro pasado. En la cinta hay varias «marcas de temporalidad» que sirven como detonadores para nuestra memoria. Por ejemplo, escuchamos a Samantha cantar una canción de Britney Spears; vemos a los chicos apoyar a Obama en las elecciones y, entre otras, somos partícipes de una conversación por Skype. Es entonces cuando recordamos cómo vivíamos el mundo en cada una de esas épocas.

El interés del naturalismo por mostrar a detalle la vida cotidiana no es sólo contemplativo. Se abunda con paciencia en situaciones que podrían incomodar al receptor. En las novelas naturalistas del siglo XIX se traducía en descripciones detalladas del cuerpo humano (sobre todo el femenino), de procesos quirúrgicos o de situaciones sociales extremas. El naturalismo de Boyhood busca incomodar al espectador: nos convertimos en testigos de comidas familiares tensas, de bochornosas pláticas sobre preservativos y de discusiones que podrían descontrolarse de un momento al otro. Esta película nos muestra esa tensión incómoda que se extiende durante la infancia y la adolescencia.

Al presentarnos estas situaciones agresivas e incómodas, Boyhood acerca al espectador y al protagonista. Mason, como buen personaje de novela naturalista, no tiene control sobre su situación. Él sólo es espectador de los cambios en su vida. Su vida y experiencias dependen de sus padres: el niño queda condenado a vivir en relación con sus orígenes, siendo, como nosotros, un testigo que tendrá que adaptarse a los sucesos que ocasionen sus padres. No es gratuito que la película termine con la emancipación del chico.

La visión de la infancia que ofrece Boyhood evita maniqueísmos e idealismos al no mostrar un único aprendizaje detonado por un evento en particular, sino pequeños conflictos, dramas cotidianos (algunos más intensos que otros), angustias al alcance de la mano que hacen de Mason un chico común y corriente, aislado del mundo adulto, sin injerencia importante en él. Esta infancia, que seguimos desde 2002 hasta 2013, libre de grandilocuencia pero llena de pequeñas experiencias (desde la compra de un libro de la saga de Harry Potter, hasta enfrentamientos con la nueva pareja de su madre), dota a Boyhood de una universalidad que nos acerca a la obra desde nuestras íntimas experiencias infantiles.