Tierra Adentro

Tan numerosos son los artículos que discuten las nuevas tendencias en el ámbito museístico, como extensos son los reportes de los simposios del Comité Internacional para la Museología (ICO FOM) al respecto. ¿Por qué entonces se siguen planteando exposiciones centradas en el objeto a costa de la experiencia del visitante? Un recorrido detenido por Melancolía en el Museo Nacional de Arte nos enfrenta con la siguiente reflexión: ¿No es acaso el objetivo de toda muestra asegurar que las colecciones sean bien apreciadas y entendidas por el público?

Aunque varios son los aciertos de Melancolía —una curaduría rigurosa respaldada en una sólida investigación, patente además en los textos del catálogo, así como un elogiable trabajo de mediación, indispensable para digerir la densidad temática del guion curatorial— la carga afectiva que se evoca nos lleva a preguntarnos por la configuración del recorrido museográfico. Pareciera que el horror que causa La cuna vacía, 1871, de Manuel Ocaranza (1841-1882), donde una mujer joven vestida de negro fija una mirada desolada sobre una cuna deshabitada, fuera una analogía del terror que se le tiene al muro blanco en ciertas exposiciones de corte enciclopédico. Y es de este horror vacui (literalmente, «horror al vacío») de lo que este recorrido museográfico peca: en él, brillan por su ausencia espacios entre las obras que brinden descanso, no sólo al ojo de la carne sino también al del espíritu. Se trata de un tema de asimilación a través del ritmo: no en vano la música también está construida por silencios.

Si nos enfocamos en un aspecto pragmático, este afán por atiborrar los muros obliga al visitante, por mera isóptica, a alejarse cada vez más de la obra que tiene frente a sí, hasta golpear otras piezas exhibidas abigarradamente detrás suyo, comprometiendo así su conservación.

Con todo, Melancolía vale como un acercamiento novedoso. Aunque dos grandes exposiciones en el extranjero con la misma temática son sus antecedentes, esta exposición incluye un factor inédito: presenta una visión general sobre el sombrío imaginario de la melancolía en el arte mexicano, centrándose en la manera en que nuestros románticos y malditos —desde los imprescindibles decimonónicos y finiseculares, Manuel Ocaranza, Julio Ruelas y Germán Gedovius hasta los polivalentes y contemporáneos, Julio Galán, Martha Pacheco y Rafael Coronel— lograron construir su propia tradición sobre la bilis negra.