El inimitable Wodehouse: el humor en la literatura
En 1923 se imprimió como novela El inimitable Jeeves, un libro conformado por once relatos conectados entre sí y previamente publicados en diversas revistas, donde generaron tal sensación entre los lectores que la editorial Herbert Jenkins consideró una gran estrategia juntarlos en un solo tomo para su distribución y venta. Y tuvo razón. Cien años después, este libro sigue siendo traducido y distribuido alrededor del mundo y a la fecha es considerado esencial en las listas de libros de comedia. Además, forma parte de la serie de Jeeves, un acumulado de dieciocho libros —algunos compendios de cuentos, otras novelas— del reconocido escritor inglés P.G. Wodehouse.
Para aquellos que jamás habían escuchado este nombre (como yo hasta hace poco), se trata de un autor cómico británico que escribió sobre las clases altas londinenses, y es reconocido principalmente por dos series de libros: la que gira alrededor de la familia Blanding y la que concierne a los personajes de Jeeves y Wooster, (y a este artículo). P.G. Wodehouse fue un escritor apreciado en vida, reconocido por los mejores humoristas de su época como un maestro en el arte del lenguaje y nombrado Caballero de la Orden del Imperio Británico en 1974, un año antes de su muerte.
Se trató de un escritor sumamente prolífico. Se dice que no dejó pasar un solo día sin escribir durante una carrera que se extendió por siete décadas, y esto queda en evidencia con la bastedad de su obra: más de noventa novelas, cuarenta obras de teatro y doscientos relatos breves. Estos números asustan cuando uno quiere acercarse tímidamente a la obra de un escritor que no conoce, pero creo que con Wodehouse es sencillo: se empieza por Jeeves, y se puede hacer por cualquier libro de la serie, ya que no siguen ningún tipo de secuencia y difícilmente se recuerde más adelante el título por el que se comenzó. Algunos de los libros más célebres de la serie: ¡Muy bien Jeeves¡, ¡Gracias Jeeves!, ¡Adelante Jeeves!, El código de los Wooster, De acuerdo Jeeves y El inimitable Jeeves. Les reto.
La escritura de Wodehouse parodia las costumbres y la forma de vida de la aristocracia, pero sin juzgarla o buscar una crítica social profunda, más bien se trata de una burla alegre, amistosa y sin compromisos como la que podría hacer un hermano mayor sobre las tonterías del más pequeño. Para estándares actuales, su escritura podría considerarse clasista (y lo es), pero es importante considerar el contexto de la época en la que se sitúa para mirarla con claridad, además de que lo cálido de su universo y de sus personajes parecen contrarrestar nuestras ganas de protestar al respecto.
Jeeves y Wooster
En todos los episodios —llámese capítulos, cuentos o novelas— de la serie de Jeeves hay dos personajes constantes: Jeeves, el valet (o ayuda de cámara) competente y astuto,de un joven londinense rico y ocioso llamado Bertie Wooster. Bertie es un burgués inútil, holgazán (considera ofensivo que se le despierte antes de las 12:00pm), que gasta dinero sin ninguna consideración y se recarga en el incondicional Jeeves para que le solucione la vida, a veces con su permiso y a veces sin él.
Para entender esta relación —esencial para el disfrute de la novela— entre maestro y sirviente es importante comprender lo que es un valet, ya que se trata de una figura social que jamás existió como tal en Latinoamérica. Un valet, en el contexto histórico y cultural británico, era un sirviente doméstico que desempeñaba un papel crucial en la vida de un caballero u hombre adinerado, atendiendo las necesidades de su amo, desde limpiar su habitación hasta seleccionarle la ropa, asegurándose de que su día transcurra sin contratiempos desde el momento en que se levanta hasta que se va a la cama. También conocido con el nombre de el caballero de un caballero, el valet es el equivalente masculino a la doncella de una dama. Es importante apuntar que la relación entre un caballero y su valet a menudo iba más allá de las simples tareas domésticas, implicando una conexión personal y una confianza mutua.
A pesar de lo anticuado o jerárquico que pueda sonar hoy en día, ser valet de un gran señor era considerado uno de los mejores y más honrosos trabajos para cualquier hombre; de hecho, había quienes se enorgullecían de un linaje en el que abuelos y tatarabuelos sirvieron a la misma familia que ellos servirían años después. Es común encontrar esta figura en las novelas victorianas como Orgullo y Prejuicio, Drácula o El retrato de Dorian Grey, y en un ejemplo más reciente, en la serie Downtown Abbey.
Así que Jeeves —intelectual, serio, práctico y brillante— es para Bertie Wooster una especie de niñera de tiempo completo, pero como además nuestro aristócrata es medio tarado, encuentra en Jeeves no solo a su mano derecha en cuanto a temas domésticos, sino un confidente, consejero y aliado para sacarlo de los problemas en los que no puede evitar meterse.
Bertie, por su parte, suena como un personaje insoportable por su permanente hedonismo, pero conforme uno se adentra en sus aventuras, se descubre un hombre cuyo valemadrismo responde a una visión relajada de la vida y que, bien visto, pasa la mayor parte del tiempo intentando ayudar a sus amigos, aún más dispersos que él, e intentando complacer a sus feroces tías.
La serie de Jeeves se llevó a la televisión en la década de 1980 con el nombre de “Jeeves and Wooster”, protagonizada por Hugh Laurie (inmortalizado para nuestra generación en el personaje de Dr. House) como Bertie Wooster y Stephen Fry como Jeeves. Se trata de una adaptación fiel a las anécdotas y a los diálogos de los originales, que ilustra con claridad la divertida dinámica entre los protagonistas —apoyada por el hecho de que los actores eran mejores amigos en la época de la filmación— y que resulta bastante graciosa. Se puede ver completa en YouTube.
¿Por qué leer hoy comedia inglesa de principios del siglo XX?
Es difícil contestar esta pregunta. Personalmente no creo que haya nada más lejano a la mexicanidad que esta clase de humor inglés, pero apelando a la universalidad de la literatura, es posible para nosotros disfrutar de situaciones que no nos tocan ni de cerca. En El inimitable Jeeves el humor es el atractivo principal, pero tampoco es su único valor, por esto intenté resumir en una lista las razones para leer hoy en día (no relacionadas con lo cómico), este o cualquier otro libro de la serie de Jeeves.
1. Personajes secundarios. Es imposible ignorar que el señor tenía una capacidad increíble para crear personajes demenciales y queribles, que ayudan a las tramas enredadas de las que Bertie Wooster tiene que librarse. Claude y Eustace, sus primos gemelos apostadores y ocurrentes; Bingo Little que se la pasa enamorándose perdidamente cada dos episodios de un sinfín de variedad de mujeres; la tía Agatha, impositiva y amargada, a la que Bertie siempre termina obedeciendo; chicas deportistas medio locas; mayordomos severos y todo el séquito de amistades de Wooster que viven de las pensiones de viejos tíos y desprecian la sola idea de trabajar.
2. Época inventada. Stephen Fry, quien interpretó a Jeeves en la serie de TV, dijo que la magia de P.G. Wodehouse estaba en que “nunca creció, y su mundo nunca crece tampoco, está congelado en un estilo de años veinte que no existieron en realidad. En toda su obra menciona la guerra una sola vez”. Y es que en el universo de Wodehouse existen el jazz y las bromas universitarias clásicas de aquellos años, que a su vez conviven con una rigidez en las estructuras sociales que no corresponde con la época, empezando porque después de la Primera Guerra Mundial, la figura del valet empezó a caer en desuso debido a las afrentas económicas generalizadas. Pero en el mundo de Wodehouse no hay escasez, no hay guerras, no hay problemas que no puedan esquivarse con un poco de buen humor e ingenio y esto resulta refrescante.
3.“Es pura dicha, tan simple como eso”. Las tramas de los cuentos de Jeeves son variadas y algunas completamente ridículas. Pueden ir desde una apuesta entre caballeros sobre cuál párroco dará el sermón más extenso el domingo hasta ver a Bertie haciendo todo lo posible para descomprometerse de alguna chica con la que se comprometió de manera accidental. Debo confesar que cuando empecé a leer este libro no pude evitar sentir decepción: los relatos parecían demasiado inocentes y llenos de conflictos livianos (por no decir tontos), pero conforme avancé en la lectura, el carácter de los personajes y la repetición de sus errores terminaron por convencerme de que precisamente en esa ligereza radica su belleza. Los eventos que suceden rozan lo surreal y crean un ambiente entusiasta, en el que cualquier cosa puede suceder y, ¿por qué no disfrutar también esta clase de lecturas alegres? ¿De dónde saqué la idea de que solo vale la pena leer o ver historias profundas, serias y llenas de reflexiones existenciales? Por ahí del sexto capítulo —el libro está partido en dieciocho— ya leía con una sonrisa, y poco después me reí en fuerte por primera vez y con esto me convencí de otra observación de Fry: leer a Wodehouse es pura dicha, tan simple como eso.
4. El lenguaje. Este es, según el análisis de diversos expertos, el mayor mérito de Wodehouse. Se habla de su ritmo, de su estilo claro y conciso que combina expresiones refinadas con jerga deportiva, jerga de jazz, jerga de colegiales y lo mezcla todo para crear un estilo propio —un estilo denominado inimitable—. Wodehouse leía a Shakespeare todos los años, a Tennison y a Melton, pero a la vez estaba fascinado con las maneras coloquiales, las muletillas y los vicios del lenguaje (por ejemplo, es común que Bertie repita expresiones como “I say” antes de hablar y “what?” al terminar), creando un estilo que contrasta la vulgaridad con la finura en cada línea y es por todo esto que sus traductores sufren en exceso.
5. La relación entre Jeeves y Wooster. Estos dos personajes se balancean y ponerlos uno frente al otro crea un contraste dinámico que atrapa al lector. A pesar de que en teoría se trata de una relación jerárquica, en la práctica es una amistad y la relación más importante en la vida de ambos y, aunque he mencionado un montón de veces que Wodehouse nunca intentó hacer crítica social, es de notar que la jerarquía en la práctica se invierte, porque es el sirviente quien mueve los hilos y controla las decisiones de su señor.
Algo a resaltar es que sus tramas suelen estar armadas con una precisión casi matemática. Lo que quiero decir con esto es que, si leíste un libro suyo y no te gustó, lo más probable es que no disfrutes ningún otro, pues se trata de un escritor cuyas historias responden a formulas narrativas muy marcadas, que le permiten crear un efecto cómico, pero que no varían mucho de un libro al siguiente.
El humor en la literatura
Hay una frase mamona que repiten mis tíos con el orgullo de quienes creen que inventaron algo que lleva existiendo un par de milenios: “la cultura es como la mermelada, mientras menos tienes, más la embarras”. Algo similar se observa en el ingenio que crea el humor, el que apenas puede pensar una frase atinada durante la tarde, la vocifera, la repite, la cuela innecesariamente en la conversación hasta que se le congracie con una sonrisa. A pesar de que considero esto cierto, intuyo que también puede haber problemas con el exceso de humor, en especial en la literatura. Leí una frase de Jim Hardison que decía: “tu novela debe contener chistes escandalosos, absurdos y sin sentido, pero jamás debe ser un chiste”. Inventar aforismos es una habilidad perdida, pero lo intentaré: el humor es como el perfume, si lo usas en exceso, lejos de agradar incomoda.
Mi problema con algunos libros humorísticos es que buscan que absolutamente todo en ellos sea comedia y eso cansa. Peor, eso lleva la historia a un nivel de absurdo en el que uno ya no conecta con los personajes, porque terminan por convertirse en estampitas y ¿Qué puede importarnos si una estampita se muere, se quema, le cae un piano encima o se convierte en confeti? Además del ritmo, encuentro que la clave para escribir con humor está en la dosificación. Wodehouse, por ejemplo, crea una parodia con la forma de ser de sus personajes, agrega algo de ironía y autocrítica en la voz del narrador (Bertie), pero nos regala también situaciones medianamente realistas, y algunos personajes sensatos como Jeeves que anclan el relato en la realidad.
Creo que en la narrativa siempre hay que darle prioridad al personaje y a la trama, si los chistes se comen la novela (o el cuento o el poema o la película) puede que nos saquen una risilla, pero no serán memorables. El acierto de sitcoms como Friends o The Office, que no persiguen la reflexión social, es que además de la risa pronta crean personajes entrañables a quienes queremos que les vaya bien o mal, y con quienes podamos identificarnos por sus situaciones de vida. Esto difícilmente se consigue en las novelas de P.G. Wodehouse, pues se trata de un entorno ajeno que con cada año que pasa diluye su vigencia. Si aún existe algún burguesillo orgulloso de su ociosidad, al menos ahora intenta pasar desapercibido. El tema del contexto se resuelve fácilmente en una novela más seria, a través de notas al pie, pero en la comedia se complica porque ¿existe algo peor para arruinar un chiste que explicarlo? Esto me hace dudar de la supervivencia de Wodehouse a futuro porque, a pesar de que ya pasó la prueba de los cien años, hoy no es ni de cerca tan divulgado como lo fue en su tiempo ¿Terminará la obra de Wodehouse por ser un vestigio que solo interesa por su color y por la nostalgia de una época bella y libre de angustia (para los afortunados millonarios)? O, al contrario, ¿será precisamente eso lo que la preservará a lo largo del tiempo? Veremos.