Tierra Adentro

Por fortuna existe un folk brumoso, oscuro e ideal para los momentos de trasnoche, ese folk raruno y fugitivo posibilita la huida de la cotidianidad. Con  diversas formas para tratar de estandarizar nuestro modo de vida, pasando por la comida, la ropa, y hasta llegar al arte y la música, parece que todos debemos andar por los mismos caminos, por las mismas grandes autopistas, es por ello que las carreteras secundarias fascinan, pues siempre traen consigo algo de misterio y tensión.

La tentación por desmarcarse es mucha y a veces se encuentra la complicidad de otros libertinos en la música. Pienso en Mazzy Star, en los Cowboy Junkies y en la inefable presencia de Elliot Smith, gente que prefiere las tabernas pequeñas a los enormes salones de lujo e hipocresía, o bien, extraviarse en lejanos páramos ajenos a la mayoría de las personas.

El asunto es mantenerse en la pesquisa de músicos que abren caminos a través de canciones genuinas y que no fueron concebidas como un encargo de algún productor de relumbrón. Hoy más que nunca la autogestión es una forma de vida y no una pose pasajera. La tecnología lo ha facilitado y la golpeada industria lo ha exigido.

En tal escenario se ha movido Rey Villalobos, el hombre tras el proyecto House of Wolves, cuyo primer disco Fold in the Wind, traía tal carga emocional que vio la luz como un trabajo autoeditado en 2011; luego fue acogido por el sello discográfico Moonpalace Records y al año siguiente fue relanzado por Fargo. Ya no es usual que un álbum vaya saltando de disquera en disquera y sea trabajado durante tanto tiempo, eso sólo evidencia la calidad del material.

Para su siguiente incursión se propuso nuevos retos creativos; se trasladó de Los Ángeles (su lugar de residencia) hasta la costa de Irlanda para grabar temas acumulados durante años. Eligió al productor Darragh Nolan para crear Daughter Of The Sea, que ha sido cobijado por el sello minúsculo Dusk, Dais, Dawn, quienes lanzarán un tiraje artesanal de doscientas copias con obras de arte.

En las ocho canciones que lo conforman se sienten los vientos tremendos del océano de aquellos lares, un sabor salitroso y el tufo de gente que sabe y ama beber mucho. Se trata de un disco que parece dedicado a los protagonistas de un viejo dicho a la hora de brindar: «por los hombres que vienen del mar… y se marchan al amanecer». Todos los temas tienen una hermosa pátina de sonidos análogos, nada de pulcritud digital; en ellos hay susurros de bosque, sensación de lluvia, ánimo de ir y venir del bar al puerto, del hostal a un risco para contemplar el horizonte. Hay momentos en los que nos acordamos de lo más sombrío de Lambchop o de los lamentos eléctricos de Micah P. Hinson.

Esta Hija del mar —álbum y canción— hurga en las entrañas, es desafiante a lo largo y ancho, al igual que «Take Me to the Others», puede dejarse llevar por el eco de unas palabras casi austeras o la compañía de un añejo melotrón. Es un disco que no tiene la necesidad de ser extenso para capturar lo bello. Es íntimo, es discreto y hasta un poco sabio.


Autores
De los años sesenta tomó la inconformidad recalcitrante; de los ochenta una pasión crónica por la música; de los noventa la pasión literaria. Durante la década de los dosmil buscó la manera de hacer eclosionar todas sus filias. Explorando la poesía ha publicado: Loop traicionero (2008), Suave como el peligro (2010) y Combustión espontánea (2011). Rutas para entrar y salir del Nirvana (2012) es su primera novela. Es colaborador de las revistas Marvin, La mosca, Variopinto e Indie-rocks y los diarios Milenio Hidalgo y Reforma, entre otras publicaciones.