Tierra Adentro
Karl Marx, painted portrait. Galería de Thierry Ehrmann. Flickr

 

Este 14 de marzo se conmemoró el 137 aniversario de la muerte de Karl Marx (1818-1883). Su obra y perspectiva sobre las formas de la acumulación del capital, la división del trabajo, así como los modos de producción sustentaron un cambio absoluto en la mirada antropocéntrica del mundo. Es preciso admitir que su enfoque del trabajo planteó proyecciones que a lo largo del siglo pasado y el presente son verdades, el arma mortal de la humanidad es la epidemia capitalista.

La obra del filósofo, en conjunto con Friedrich Engels (1820-1895), consiguió crear una genealogía de la explotación y esclavismo desde la institución familiar, donde se observa el trabajo femenino como un medio para que las horas hombre fueran cumplidas en los sistemas fabriles.

Repensar la vigencia del marxismo nos permite no solo criticar de manera objetiva (es decir, ligada a su contexto) la invisibilidad de las mujeres en su propia lectura histórica, sino criticar al interior de nuestras líneas de pensamiento la manera en que hemos creado islas, a veces falsas, respecto a la voluntad de cambiar la era que vivimos.

La visión cíclica de la historia facilita ver cada proceso como el trazado de la segmentación de las civilizaciones, habitadas por sujetos oprimidos y círculos de acumulación —de poder y capital—, dinastías que han creado la extinción del contrato social hasta nuestros días.

El capital (1867) puede que sea uno de los libros más citados en la región latinoamericana, donde las fuerzas comunistas y socialistas dictaron buena parte de las tesis, manuales guerrilleros, actas de defunción, contraataques y lecturas opuestas que se han originado en México.

Siempre propongo leer antes El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), desde luego no en un afán de que sea una guía o un resumen millennial (algo así como Los conceptos de la historia marxista para dummies),  sino porque antes de leer El capital es necesario reconocer que la lectura marxista de la historia y el origen de la explotación es resultado también de la concentración del poder sobre los demás seres humanos.

De ahí que la interpretación que hace Marx de Hegel expone la idea de que para comprender las formas de explotación es necesario mirar detenidamente la manera en que Occidente ha creado sus figuras y procesos históricos, tales como las estructuras monárquicas, la construcción de las Repúblicas y Estados, pero principalmente las estructuras “revolucionarias”, por eso resulta sumamente atractivo analizar el peso de la burguesía en las rupturas sociales —incluso contra la monarquía— para obtener un beneficio propio.

La historia siempre se presenta dos veces —“primero como tragedia, luego como farsa”, indica el propio Marx—, pero es en ese proceso cuando el desequilibrio de un momento histórico guerras y revoluciones, por ejemplo actúa como el dispositivo ideal para comenzar el proceso de explotación de los individuos mediante su fuerza de trabajo, es decir, las horas hombre.

Mediante la promesa de progreso, incluso de igualdad, las clases bajas y trabajadoras sostienen la maquinaria primero de la revolución burguesa, después de los Estados democráticos y posteriormente del tardocapitalismo. De esta forma, vemos cómo Occidente ha consolidado su hegemonía mediante diversas formas de explotación, también gracias a la invención de estructuras políticas verticales, incluso en el caso de los Parlamente o la propia democracia.

Lo que puede leerse al inicio como un infortunio, como lo es la guerra y la perdida de vidas, finalmente se vuelve un medio con múltiples réplicas para salvaguardar su lugar en el mundo político y económico. Mientras la masa sucumbe —como se ve de manera sumamente detallada en la historia que Marx cuenta sobre Luis Bonaparte y la extensión de la revolución burguesa—, el origen de rebeliones similares son cuentos de hadas para dormir mientras se acelera el enriquecimiento de muy pocos individuos. Desde un principio, Marx admite que si bien el hombre hace su propia historia, existen fuerzas externas que impiden el sustento del libre arbitrio:

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla en el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionarias es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, su consigna de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.

La farsa a la que hemos sobrevivido nos obliga a repensar la figura del Estado, las instituciones privadas y el mercado, también los grandes y pequeños fenómenos. El pensamiento marxista ha sido uno de los continentes de filosofía del cual he podido establecer puntos de contacto entre movimientos sociales que sin duda tienen un carácter urgente, como es el caso de las formas de explotación en el trabajo femenino, las maneras en que le generación del capital se vincula de manera directa con los feminicidios y la violencia de género, y desde luego la manera en que el feminismo en su cuerpa interna se ha visto fragmentada ante la articulación de clase y fenotípico.

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Desde luego que si hablo del feminismo como un tema que sale de la lupa de los grandes problemas del mundo no es porque no comprenda el momento histórico desde el cual escribo, sino precisamente por haber llegado al punto límite de la vida de las mujeres, donde enfrento esta realidad.

Ante las estadísticas de explotación en el trabajo de hora/mujer, de acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo, se advierte que no solo las múltiples diferencias salariales que se encuentran entre el trabajo de hombre y mujeres, sino las maneras en que el trabajo doméstico, del cuidado de las hijas y otros no permiten una verdadera equidad.

Son alarmantes los índices mundiales de feminicidios, como puede verse en el informe creado por la oficina dedicada al análisis de criminalidad de la ONU, donde cada dos horas y media se registra un feminicidio en Latinoamérica y uno de cada tres mujeres ha sufrido violencia sexual.

Una práctica tan cotidiana como salir de casa para trabajar se vuelve una trampa, por ello exigimos que nuestra lucha se integre de manera real a la agenda política y económica del Estado y las iniciativas privadas.

En términos actuales, Estado y Mercado están prácticamente del mismo lado, valga decir que no existe esperanza en un país donde las actividades delictivas han sido mecanismos reguladores, tanto en la política interna como en la economía, del mismo modo que mediante la economía gore, como lo denomina Sayak Valencia en su libro Capitalismo gore, se han sentado las bases para definir el valor de la vida.

Vivimos una tragedia producto de la serie de farsas que los grandes “cñores” han impuesto en nuestra vida. Y cuando escribo “cñores” también integro en su núcleo el trabajo de mujeres que han decidido regirse bajo tales praxis con privilegios que desde las altas esferas políticas y económicas igualmente han recreado las dolorosas huellas en nuestras cuerpas. La explotación de mujeres, ya de por sí oprimidas por su clase o por su color de piel, ha llevado desde el norte hasta el sur la generación de una cartografía de explotación laboral y sexual, así como el encuentro con la vida nula.

Si bien el marxismo clásico —entendido como el análisis sin modificaciones del pensamiento de Karl Marx, tanto en sus conceptos como en las herramientas de análisis económico e histórico— se quedó corto en la manera de comprender el trabajo de las mujeres, la idea es que este funcione como una forma de establecer una voz crítica al interior del feminismo insurgente, joven y absolutamente necesario, pero también volátil.

La perspectiva histórica del feminismo permite establecer puentes entre los conceptos del marxismo clásico y las maneras en que estos, en específico los referentes a la idea de trabajo remunerado, se integraron al feminismo desde hace más de un siglo, es decir en las formas de explotación laboral fuera de casa y al interior, así como en los modos de producción, incluso de manera contemporánea el acceso a la educación universitaria y a la especialización en las áreas.

Hay que decirlo, el marxismo no era un entusiasta del feminismo, en parte porque suponía que, dentro de la división del trabajo por género se detenía una vez que las mujeres se embarazaban y se quedaban en casa.

Engels argumentaba que la división del trabajo era en absoluto espontánea, por que hombre y mujeres debían trabajar en los espacios y con los instrumentos propios de sus labores por género, porque “la economía doméstica es comunista, común para varios y a menudo varias familias”; sin embargo, cambiaría en la misma transición hacia el capitalismo, donde el intercambio de dinero mediante el labor masculino ponía en un plano inferior a la mujer.

Este tema no solo será el punto de quiebre para el posterior análisis sobre el trabajo de las mujeres fuera de casa, como es el caso de Olive Schreiner, autora pionera del feminismo, quien con su libro Woman and labour, de 1911, expuso “el problema del trabajo femenil” a partir de las condiciones en las que las empleadas trabajaban fuera de casa, situadas desde su visión de finales del siglo XIX.

Imagen tomada de Flikr.

Adolescencia comunista de Enrique Molina. Flickr

En general, Schreiner pone en tensión el espacio doméstico. Desde luego que la bibliografía acerca del cuidado del otro y su relación con la generación de capital es basta, incluso los análisis contemporáneos son esperanzadores y ofrecen formas de pensar políticamente el trabajo doméstico, como Silvia Federici y Alejandra Eme Vázquez. Cabe decir que el libro Su cuerpo dejarán, de Eme Vázquez, es una de las mejores reflexiones en cuanto a aquello denominamos trabajo no remunerado, es decir, el cuidado de los demás, pues marca en el mapa del pensamiento feminista en México, una discusión que se ha ido postergando.

De la mano del pensamiento feminista, muchas mujeres sostuvieron que además de hablar de clase, era necesario hablar de raza. El feminismo radical e incluso interseccional ha leído el marxismo como una forma de crear desde un mismo concepto el problema de clase y fenotipo, pero no es suficiente en nuestro contexto, porque tenemos una sociedad compleja constituida por diversos grupos y experiencias de lo que se traduce como la cuerpa social o el ser mujer en México, más allá de las condiciones del feminismo en la CDMX, como lo analiza Dahlia de la Cerda en su texto Separatismo, la mayonesa feminista.

Es una tragedia saber que el problema es más lacerante, y la labor para ayudarnos a nosotras mismas es más dura que el de los pequeños “cñores” que intentan que los dejemos pasar a nuestra cuerpa mediante su discurso deshonesto, mediante su farsa de “soy hombre, pero también soy feminista”. El quehacer político que nos resta como mujeres comprometidas y concientes de nuestro contexto es de base, política y orgánica, es decir, desde la cuerpa, de fondo y con orientación hacia las comunidades pauperizadas, desfasadas de la perspectiva de las clases altas y, hay que decirlo, separatista. Todo esto supone una crítica profunda a los privilegios que poseemos, por lo menos desde una lectura marxista.

Sabemos que buena parte de la producción de pensamiento feminista ha sido creado por mujeres blancas de esferas sociales altas, razón por la cual las mujeres de color, indígenas o de clase trabajadora no se encuentran contempladas desde este amplio marco de análisis.

Luego del paro del pasado 9 de marzo, el análisis marxista me cosquilleó la razón al ver que existen mujeres que no pudieron decidir porque el faltar o no incide de manera directa en su economía y no en la de sus empleadores, puesto que no trabajan en grandes empresas, en medios de producción de bienes culturales, artísticos o educativos, incluso como freelanceras.

La autocrítica desde un análisis de clase y formas de explotación laboral es absolutamente urgente en el sentido de que podemos mirar y escuchar las experiencias y saberes de otras compañeras en distintos contextos para reformular la idea de prácticas inclusivas. No dudo de las buenas intenciones, pero sí creo que no hemos escuchado a las mujeres que no cuentan con ningún privilegio y que dependen absolutamente de su fuerza de trabajo.  Sus cuerpos y de saberes indiscutiblemente fortalecerán nuestros feminismos.

El paro laboral es una práctica que genera presión, como lo vimos, consigue la obtención de permisos por parte de diversos empleadores que propusieron su idea de feminismo, spoiler de momento fársico, incluso de empatía, pero hasta que el feminismo en México no se genere de manera horizontal y ayude a romper la pirámide clasista, sea por privilegios de educación, clase o fenotipo, la lectura de la obra de un hombre del siglo XIX seguirá en las agendas para comprender lo que los cientos de mujeres del siglo XX aprendieron de él.

Ciertamente el feminismo como la lengua es un ser vivo, se gesta en nuestros cuerpos, se abre en nuestros pulmones, se regodea en los muros, en las calles y plazas de este país, y su urgencia nos exige el fin de las farsas.


Autores
(Ciudad de México, 1984) Investigadora, docente, escritora y crítica. Es maestra en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y Doctora en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Realizó una estancia de investigación en la Universidad de Buenos Aires y ha publicado artículos y reseñas en revistas como Este País, Pliego 16, Fundación, Casa del Tiempo, Revista de la Universidad, Écfrasis, Tierra Adentro. En 2011-2013 fue Becaria de la Fundación de Letras Mexicanas en el área de ensayo y en 2019 fue Becaria Fonca en el área de ensayo. Fue finalista en el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada en su edición 2020 y aceptada por Ucross Foundation para hacer una estancia artística en el verano del 2021.