Tierra Adentro
Portada de Malcolm in the middle, temporada 7, 2005.
Portada de Malcolm in the middle, temporada 7, 2005.

Desde que me acercaba a los 30 años, me encontré a mí mismo teniendo opiniones de un auténtico abuelo. Di clases en una secundaria, en una primaria, y ahí me di cuenta de que poco a poco me iba alejando del horizonte de referencias que manejan los niños. Aunque celebro que el anime ya no es un tabú y que han cambiado muchas cosas, cierto sentido del humor ha quedado fuera de mi capacidad de comprensión. Después de superar la fase del clásico “Ahora ya no saben lo que es bueno”, “Con que poco pinole se ahogan”, recuperé mi sensibilidad hacia lo diferente. Por empatía, me di a la tarea de encontrar algunos referentes en común y, sorprendentemente, los encontré en los contenidos de la televisión abierta.

Esto no requiere un análisis detallado de audiencias. Lo que es culturalmente relevante a través de generaciones se manifiesta en pequeños gestos cotidianos que permiten la conexión humana. Creo que la televisión abierta, incluso hoy en día, permite un común de referentes que sirven para explicar y entender al mundo. Para fines prácticos, también para saber si un adolescente se está burlando de ti o no.

Hace 20 años aún había verdaderos rituales a partir de la televisión: el sábado de Tv Azteca, la permanencia voluntaria del Canal 5, las tardes de Malcom y más. Se generaba expectativa. Un eterno estar esperando algo, y aferrarse a esa espera en forma de esperanza. Este era el caso especial de los estrenos, esos que llegaban tres años después de su aparición en la sala de cine, pero que pegaban de una forma distinta. Un fenómeno parecido a escuchar tu canción favorita en la radio.  

Todo lo visto el fin de semana era la materia prima de conversación para el lunes, y en cierto sentido lo sigue siendo, sólo que con todo el agregado de películas y series que día a día van complejizando poder entablar una conversación coherente. La televisión abierta tiene una oferta limitada que tarde o temprano se consume y se incorpora a ese infinito de posibilidades. Así, en poco tiempo, no queda persona en una ciudad que no haya visto Shrek, o que mínimamente identifique un par de diálogos de lo poco que le tocó ver. Ahí hay otra maravilla de la época del broadcast, el momento en el que sintonizamos se hace importante porque es nuestro descubrimiento. “Nunca la he visto completa, pero…” es una frase que se va perdiendo poco a poco ante la facilidad de darle play a todo.

El compartir un mundo de referentes era tan importante que antes era más notoria la torpeza social de ese compañero al que no dejaban ver Los Simpsons porque sus papás lo consideraban un show muy grosero, blasfemo o simplemente inadecuado. Hoy en día se manifiesta de formas diferentes, el infante que tiene tiempo de pantalla limitado, los amigos de mi sobrina que no juegan al Roblox y una estirpe minoritaria de los que a sus 10 años no han tenido ningún dispositivo o consola en sus vidas. 

El último territorio compartido sigue siendo el de esas películas que pasan una y otra vez, los momentos de serendipia al toparnos con una escena icónica que queda plasmada como nuestra primera impresión. En su democracia de horario, la televisión abierta se muestra como el punto de encuentro entre generaciones que no tienen mucho en común. Por algo no ha desaparecido por completo, y por algo volvemos a ella.