El eclipse de Juego de tronos en una temporada
En la capital de los siete reinos, millones de espectadores —como todo Poniente— esperaban a la vencedora del juego de tronos; en vez de eso presenciaron un desenlace tormentoso. Ocho años de epopeya ensombrecidos en una sola temporada, cuyas cualidades habrán de ser recordadas como un eclipse, un suceso discordante, aunque haya brindado momentos maravillosos en el capítulo final.
Los fans están inconformes, es imposible evitarlo; se trata de una de las producciones más costosas en la historia: el Northern Ireland Screen y HBO financiaron 15 millones de dólares por cada episodio de la octava entrega debido a la duración, los diez países de locación y el complicado Brexit.
El 17 de abril de 2011 el mundo conoció la adaptación televisiva de Canción de hielo y fuego: la saga de low fantasy —un subgénero donde la fantasía no es el tema central— escrita por George R.R. Martin, quien se inspiró en la historia medieval de Europa para crear sus novelas.
Los creadores de HBO, David Benioff y D.B. Weiss, conservaron las luchas de poder y conspiraciones presentes en los libros para desarrollar la fórmula del éxito. Era difícil encontrar maniqueísmos. La trama dependía enteramente de los personajes, quienes en su arco argumental mostraban una gama amplia de matices que evoca a la dualidad inherente en el ser humano.
Al contrario de otras historias en la pantalla chica, Juego de tronos mató a nuestros protagonistas favoritos —DEP Ned Stark—, alejándose del relato tradicional en el que los protagonistas siempre salen victoriosos, o con vida; se dedicó a romper los corazones de los fans y con ello ganó una popularidad inmensa subvirtiendo las expectativas de los televidentes y avanzando las tramas de sus protagonistas de formas más realistas.
Serie sin novelas
La serie continuó un impactante camino basándose en las novelas hasta la sexta temporada. La historia de la adaptación se adelantó a la de los libros, y George R.R. Martin anunció que ya no colaboraría en los guiones porque quería terminar su obra.
Si bien los creadores se las ingeniaron en la entrega de las últimas tres temporadas, la ausencia del material literario apenas los dejó con indicios como guía. Los escritores atinaron a dar giros asombrosos; incluso concretaron algunas teorías gestadas anteriormente, como fue el caso del linaje Targaryen de Jon Snow.
Sin embargo, en la octava temporada, las respuestas a ciertas especulaciones fueron insuficientes. A lo largo de la serie nos prepararon con profecías, pistas y leyendas que jamás se cumplieron: el príncipe prometido que terminaría con la larga noche, la batalla contra la Compañía Dorada, o la muerte de Cersei a manos de Arya —porque el “Valonqar” no existe en la adaptación—. Además, las culminaciones de los arcos argumentales sorprendieron, pero no para bien.
Juego de tronos se caracterizó por construirse de la incertidumbre en sus tramas. Los fans se rompían la cabeza al intentar predecir los puntos de inflexión en la historia, y se sentían satisfechos cuando veían un cierre diferente, pero justificado.
Aunque los escritores estabilizaron la marcha de la serie, es innegable que la última temporada sufrió tropiezos: Jon Snow revivió para ayudar a vencer al Rey de la noche; y a pesar de haber peleado en la Guerra por el amanecer, no tuvo un papel relevante. Bran Stark sufrió algo similar en el mismo episodio; el Cuervo de tres ojos sobrevivió a su travesía para servir de carnada.
La batalla contra el tiempo
Las conclusiones no resolvieron las dudas, ni revelaron su verdadero sentido. El invierno llegó, era tiempo de recibir explicaciones; no obstante, los guionistas tenían planes más breves: decisiones precipitadas que borraron el esfuerzo invertido en temporadas anteriores.
El ritmo avasallante de la última temporada propuso más incógnitas que giros argumentados. Incluso las muertes despiadadas —DEP Rhaegal— dejaron de surtir efecto. El contraste es evidente: lo que antes tomaba tiempo en ser plantado, provocaba conclusiones impresionantes; como fueron la boda roja, la muerte de Theon Greyjoy y la intervención de Melisandre ante los caminantes blancos, mientras que los giros de tuerca de esta temporada se sintieron totalmente gratuitos.
En la batalla de Invernalia los protagonistas estaban listos. Atacaba uno de los peores enemigos, dos dragones desafiaban a uno de hielo, la resistencia de los vivos enfrentaba a los muertos. Por nuestra parte, disputábamos la esperanza en la serie contra la desolación. La oscuridad en nuestras pantallas nos desesperó; la horda de caminantes blancos nos robó el aliento. Visualmente, la confrontación tuvo proporciones titánicas; vimos morir a los Mormont con honor, y tras la victoria, muchos televidente quedaron devastados.
El Rey de la noche que nos aterró durante ocho temporadas fue aniquilado por Arya Stark en un segundo. La larga noche terminó en un capítulo; se desató uno los hechos frustrantes de la serie. Ni siquiera el fan service de Brienne al ser nombrada caballero, o ver a Arya y Gendry juntos, hizo menos amargo el trago, ¡al contrario! Estos actos no aportaron nada a la trama.
Aún quedaba el quinto episodio. En “Desembarco del Rey” acechaba una villana. La Compañía Dorada resguardaba la corona de Cersei Lannister, su Mano fabricó ballestas mata-dragones. Al llegar Daenerys solo vimos cómo Drogon diezmó a los soldados en segundos. Después Cersei murió con una vulnerabilidad decepcionante, justo lo contrario a su arco de personaje. De nuevo la conclusión careció de sentido y justificación.
Ni siquiera Lena Headey, quien da vida a Cersei, estuvo satisfecha respecto a su muerte: “Quería que tuviese un gran momento o una escena de lucha con alguien”, admitió la actriz.
Hubo aciertos, el cierre de Tyrion Lannister al convertirse en la mano del Rey Bran “El roto” funcionó gracias a que sus objetivos avanzaron con cada episodio: buscar un líder en el cual confiar, apto para proteger a las personas de la tiranía. Sucesos como la masacre dirigida por Daenerys y la pelea de los Clegane sorprendieron, pero sin exponer un detonante. Por desgracia vencieron los puntos negativos de la serie.
Algo era seguro, a los creadores les urgía acabar Juego de Tronos en vez de concretarlo. La premura fue contraproducente, opacó a los desenlaces que pudieron encantarnos si se hubieran esbozado con la debida calma.
Hasta la larga noche tiene fin
El asunto no es que pasen las cosas, sino cómo pasan. Sabíamos que ambas guerras debían terminar; sin embargo, las soluciones fueron forzadas, más incidentales que causales. Pasó de igual forma con el duelo innecesario entre Jaime y Euron, o la muerte de Varys.
Esta vez la prisa en la realización también cobró factura; no olvidemos el vaso de Starbucks, o que los personajes llegaban en segundos del sur al norte de Poniente como si se teletransportaran.
Tras el penúltimo episodio, las duras críticas trascendieron a Wikipedia. La biografía del guionista David Benioff fue actualizada: “En la última entrega de la serie de televisión lograron enfurecer a los fans […], ya que tiraron a la basura años de esfuerzo para la creación de los personajes principales de la serie y terminaron aplastando la esencia de los mismos”.
La inconformidad no paró en la plataforma. El usuario de Facebook Dylan D. lanzó su petición para que “escritores competentes vuelva a realizar la temporada 8”. A finales de la semana pasada, el portal change.org ya registraba 854 mil seguidores a favor de la exigencia.
Al parecer sí hubo una larga noche y dejó consecuencias desastrosas. El mérito de la serie fue eclipsado por la última temporada; ahora, al pensar en su trascendencia, lo primero que viene a la mente es el desenlace atroz de una historia magnifica. Si bien los creadores recuperaron el cariño de los seguidores al mostrar la muerte de Daenerys a manos de Jon Snow, resulta incómodo admitir que el éxito del final recayó en una escena.
Juego de tronos se convirtió en un fenómeno cultural. Se adaptó como una metáfora de nuestros tiempos, fue uno de esos relatos en la televisión que nos conmovieron y nos mostraron algo de nosotros mismos. Quizá ya hayamos aprendido a romper la rueda.