Tierra Adentro
Portada de "El complot mongol", Rafael Bernal. Editorial Joaquín Mortiz, 2013.
Portada de “El complot mongol”, Rafael Bernal. Editorial Joaquín Mortiz, 2013.

Más de cincuenta años después de su publicación, El complot mongol (1969) sigue siendo un referente de la literatura policiaca mexicana. Sin embargo, ciertos aspectos de la obra se leen diferente bajo el marco actual: la conciencia de género, en gran parte, producto de los feminismos. Por ello, me planteo las preguntas: ¿Rafael Bernal es un autor machista? ¿Cómo se lee hoy esta novela? ¿Envejeció mal? ¿Mantiene aspectos reivindicativos? ¿O al carajo con el complot machirulo?

A grandes rasgos, El complot mongol trata sobre la incursión de Filiberto García, detective, en una conspiración magnicida que inmiscuye a gobiernos extranjeros: Estados Unidos, la Unión Soviética, Mongolia y China. La trama se desarrolla, en parte, en el barrio chino de la Ciudad de México. Filiberto, a momentos aliado con el agente de la KGB o con el del FBI, se apoya en sus contactos con tenderos y restauranteros chinos. Así da con Martita, una trabajadora chino mexicana con la que va desarrollando un interés romántico, que al inicio parece estar sostenido completamente en su apetito sexual y el caso; pero, conforme avanza la trama, su manera de referirse a ella cambia y, al final, atestiguamos su dolor sincero ante su pérdida. Esta relación en la novela es la que detona mis preguntas. Filiberto se refiere a las mujeres como “agujeros con patas”. Bajo esa categoría, extremadamente machista, cataloga a Martita en un inicio, pero esto cambia junto con el arco narrativo del personaje.

En la novela policiaca (que es tal porque hay un actuar detectivesco, no siempre perpetrado por un detective en forma) podemos encontrarnos con detectives duros o blandos. Por ejemplo, el detective de las novelas cortas de G. K. Chesterton, el Padre Brown, es blando. No lo veríamos rompiéndole los dientes a alguien para sacar información. En cambio, Philip Marlowe, el detective duro de Raymond Chandler, es cínico, violento y, en muchos sentidos, macho. Filiberto García es de este tipo; junto con su persona brusca viene el trato a las mujeres. ¿Qué dice esto de la obra y del autor?

Como un detective, tomé la interrogante y me lancé a buscar rastros que me dirigieran para un lado u otro. Releí la novela en cuestión, pero no permanecí ahí. Para conocer a un autor, para arrojar un juicio sobre él, creo que es necesario conocerlo cabalmente. Entonces leí siete de sus otros libros: Trópico (1946), Antología policiaca (conformada por cuentos y novelas que datan de los años cuarenta, recopilados en 2015), Su nombre era muerte (1947), El fin de la esperanza (1948), Gente de mar (1950), Caribal, el infierno verde (publicado por entregas entre 1954 y 1955, su edición como libro es reciente: 2002) y el póstumo, El gran océano (1992). Quizá esta investigación nos sirva para contestar las preguntas y quizá también para conocer un poco más del autor y su obra no tan leída.

En Trópico, tenemos seis cuentos (buenísimos, por cierto) que se ubican en la selva. Bernal, como su obra, fue un ser contradictorio, complejo. De familia acaudalada, tuvo acceso a una educación rodeada de libros, de inquietudes intelectuales. A pesar de su cuna de oro, se lanzó a la selva chiapaneca, a incursionar en el cultivo de plátano. De esa experiencia se nutrió mucha de su literatura, toda ella bajo una comprensión dantesca de la selva. Al estilo Werner Herzog, Bernal no veía armonía en ese ecosistema, sino caos, violencia, podredumbre, corrosión. En Trópico, los personajes se enfrentan entre sí, pero también contra la selva. Para nuestro interés, rescato el pensar de uno de sus personajes: “¡Maldito carácter criollo! —pensó—. Si la mujer fuera india, lo ayudaría, y ya estarían a salvo, pero se van a perder por su absurda costumbre de que las mujeres no deben hacer nada útil”. Plantea así una idea curiosa, que la construcción del ser “mujer” depende de la cultura en que se cría. El “criollo” la relega a ser inútil; el “indio”, no.

La obra de Rafael Bernal cae en el indigenismo de sus tiempos. Se interesa por los pueblos originarios, los idealiza, vertiendo sobre ellos valores que contrastan con la corrupción y maldad occidental o, en sus palabras, “civilizatoria”; pero, obviamente, al hacerlo, su esencialismo los priva de agencia e incluso de razón. Es la noción del “buen salvaje” de Rousseau. Esto lo confirmamos al leer Su nombre era muerte, considerada una de las primeras obras de ciencia ficción mexicana. Trata sobre un hombre blanco, misántropo y cínico, que se autoexilia a la selva lacandona. Por sus saberes básicos de medicina occidental, los pueblos originarios de la región lo empiezan a considerar alguien con poderes sobrenaturales, en conexión con los dioses. Es la figura del salvador blanco.

Pero lo interesante viene cuando este hombre desarrolla la habilidad de hablar y entender a los mosquitos. Así descubre que tienen una organización global que considera a los humanos como inferiores y que planea subyugarlos por completo. De nuevo aparece un interés romántico femenino, que termina trágicamente asesinado, al igual que Martita. La estructura es sumamente similar a la de El complot mongol, solo que aquí la redención o el arco del personaje principal se da por el catolicismo. Su fe lo arranca de la misantropía para, así, rebelarse contra los mosquitos.

El catolicismo fue fundamental en la vida y obra de Rafael Bernal. Su fe, ligada a su origen burgués, explica tanto la afinidad que tuvo para con el movimiento cristero, como el desprecio al movimiento revolucionario. Estos componentes lo llevaron a formar parte del partido sinarquista Fuerza Popular. Incluso se cree que Bernal fue el responsable de encapuchar la estatua de Benito Juárez del Hemiciclo en 1948. Producto de estas ideas, surge la novela El fin de la esperanza, misma que tuvo que autopublicar con una fugaz editorial; inconseguible hasta hace poco, fue el ejemplar gratuito del Día Nacional del Libro de 2015. La trama versa sobre el llamado “rifle sanitario”, una medida binacional entre los gobiernos de Estados Unidos y México para hacer frente a la crisis de la fiebre aftosa. Consistió en sacrificar miles y miles de cabezas bovinas y porcinas.

La novela cuenta la historia de una familia campesina, empobrecida y víctima del cacicazgo del nuevo sistema controlado por licenciados y generales revolucionarios. Contada desde la perspectiva de diferentes miembros de la familia, la novela es un despliegue de habilidad narrativa admirable. Entre las desgracias, resaltan las que sufren los personajes femeninos, que son violentados física, económica y sexualmente tanto por personajes masculinos en específico, como por el sistema mismo. A diferencia de narradores de la época, Bernal no romantiza el acoso ni la violación, tampoco sitúa un juicio moral sobre las víctimas. Así describe el sentir de Dominga ante estas violencias: “Ahora sintió más miedo y más angustia. Había una gran mano que le apretaba por dentro y que no la dejaba respirar”. La familia y el pueblo entero llegan a un grado máximo de miseria cuando las autoridades ejecutan su ganado y se enriquecen a costa del sufrimiento por medio de embustes.

Con Caribal, el infierno verde regresamos a la selva maldita y corruptora. Es la obra literaria que menos complació al autor. No es por nada que Filiberto, en El complot mongol, se refiere a “la pinche novela palmolive”; esa novela es Caribal. Fue un proyecto por entregas que debía extenderse más allá de lo necesario; por eso tiene casi 600 páginas; se transmitió en radio como la novela de las siete. Estas circunstancias explican su carácter impostado en los diálogos y sus personajes malos, malos, o buenos, buenos, sin mucho arco. Se repiten la idealización de los pueblos originarios, los temas de corrupción y avaricia, así como algunos aspectos del machismo. En general, es una novela de aventuras en la que los personajes de ciencia traen la civilización a una región corroída por la explotación capitalista y neocolonial. 

En Antología policiaca podemos ver la evolución del autor en el género. “El extraño caso de Aloysius Hands” es un relato al estilo policiaco gringo; incluso está ambientado en un pueblo de Estados Unidos. El detective Brown (clara referencia al Padre Brown de Chesterton) se enfrenta a un asesino que cultiva el asesinato como una de las bellas artes, bajo influencia de Thomas de Quincey. Esto último sitúa al relato en diálogo con el asesino de Ensayo de un crimen (1944) de Rodolfo Usigli (excelente e infravalorada novela, por cierto).

En “De muerte natural”, aparece el personaje detectivesco Teódulo Batanes, del tipo blando, como el Padre Brown, excéntrico, inteligente y entrañable. Resuelve un crimen en un hospital. Se presenta su peculiar modo de hablar, constantemente presentando sinónimos, por ejemplo: “me podría decir o aclarar…”. Esto creo que es clave, es decir, Bernal va centrando su escritura policiaca en el personaje, ya no tanto en la trama.

En “El heroico don Serafín”, “Un muerto en la tumba”, “Una muerte poética” y “La muerte madrugadora”, Rafael Bernal hace uso del humor: ironía, tipo Ibargüengoitia, como la ridiculización de adulaciones y jueguitos politiqueros entre diputados, achichincles y gobernantes. Ya plantea cuestiones políticas, específicamente huelgas y conflictos de poder. Además, regresa Teódulo Batanes, el antropólogo detective. Resalto que en “Un muerto en la tumba” se enfrenta a un personaje macho que subordina a todos, incluso al gobernador, Margarito Vázquez. Quizá esa prepotencia sirve para construir al detective Filiberto García. El volumen cierra con “La declaración”, un relato ubicado en Japón, sin mucha acción, casi puro diálogo, donde un personaje femenino no se reduce a la mirada masculina.

Por último, en cuanto a los libros de historia Gente de mar y El gran océano, creo que solo nos sirve el primero para nuestra investigación. Es una antología de breves piezas biográficas de algunos piratas. Entre ellos están Anne Bonny y Mary Read, dos mujeres piratas que, al ser capturadas para pasar a la horca, libraron el juicio por estar embarazadas. Bernal, como historiador aficionado, se permite juicios personales; pero destaco que, en este relato, pudo bien servirse del recurso para condenar de manera moralina la sexualidad extramarital de las dos piratas. Sin embargo, se limitó a tildar de hipócritas a los ingleses que se hacían de la vista gorda con las infidelidades discretas a la par de escandalizarse con las que no se ocultaban.

Ahora, tras este deambular por callejones y caribales, volvemos a El complot mongol y a nuestras preguntas iniciales. Rafael Bernal fue una persona complicada; por un lado, miró con malos ojos a la Revolución Mexicana a causa de los privilegios que su familia perdió; por otro, denunció el capitalismo norteamericano, sus estructuras racistas y clasistas. En su obra, la avaricia mercantil, gubernamental y colonial es criticada; esto chocaría con cualquier otro simpatizante del sinarquismo. Es verdad que a momentos peca de machismo autoral, sobre todo al limitar a personajes femeninos a ser el objeto del deseo, como sucede con Martita y el interés romántico en Su nombre era muerte. Pero no es una incidencia arraigada; en El fin de la esperanza, los personajes femeninos están mejor desarrollados que los masculinos.

También cabe reconocer qué es lo que pretende retratar el autor con su personaje y la trama en El complot mongol. Llama la atención su léxico, las groserías que emplea. Como señala el Dr. Vicente Torres, especialista en Bernal, no figuran en ninguna otra de sus obras, y quizá es un guiño a la corriente de La Onda que estaba en auge en el momento de la publicación. Filiberto García es un residuo posrevolucionario, un macho cínico y violento; pero, al final, está roto; llora por la muerte de una mujer que objetivó en un inicio. La corrupción y los giros traicioneros de la conspiración cambian al personaje, lo reblandecen. Bernal retrata su realidad inmediata, un país gobernado por corruptos, manejado violentamente por intereses económicos, por la adquisición de poder sin importar a quién se aplasta: conductas patriarcales, a fin de cuentas. No estoy diciendo que Rafael Bernal es un aliado feminista —lejos de serlo—, pero sí digo que su obra sigue diciéndonos algo de nuestro presente, de manera crítica y valiosa.

Bernal fue un autor de su época. Refleja ideas machistas y anticuadas del género, así como la romantización de los pueblos originarios; sin embargo, su incidencia no lo aleja de crear buenos personajes femeninos, tramas originales y prosa admirable. Es decir, el machismo no es intrínseco y omniabarcante en su obra; el personaje de Filiberto, en su novela más conocida, es un caso excepcional de ideas misóginas, pero está construido no como un reflejo o repetición de los intereses inseparables del autor, sino como un detective duro que se reblandece. Mi recomendación es mantener El complot mongol como referente de lo policiaco, pero no encasillar al autor por los juicios de su personaje, además de no quedarse ahí con la lectura de Bernal, sino también incluir el resto de las obras —sobre todo, Trópico, Su nombre era muerte y El fin de la esperanza—.

Sin entrar en el mérito literario de su obra, que tiene por diversas razones (estructuralmente en El complot mongol, creativamente en Su nombre era muerte, lúdicamente en Antología policiaca, prosísticamente en Trópico, en desarrollo de personajes en El fin de la esperanza), sus temas son diversos, contradictorios, intrigantes, como Bernal mismo, como todo buen relato policiaco.