El billonario que ascendió a los cielos
Es 2023. Llegados a este punto de la historia ya existen personas que han viajado al espacio gracias a su dinero. Desde astronautas que se han financiado a sí mismos, hasta billonarios que son dueños de las compañías que construyen los cohetes que los ayudaron a traspasar la línea de Karmán.1 Lo que inicialmente fue una tarea de las agencias espaciales nacionales, ahora mismo parece ser accesible a un porcentaje muy pequeño de la población.
En algunos medios se habla de la importancia que tienen los ricos en el desarrollo de una industria aeroespacial turística. Se habla de que los costos se reducirán eventualmente y que todos podremos viajar al espacio en el futuro próximo.
Independientemente de la idea de un desarrollo posterior del turismo espacial, en todo esto se puede detectar cierto cinismo; una especie de hedonismo que ve con buenos ojos que el desarrollo de la ingeniería aeroespacial pueda ser utilizado para llevar a las personas a un mirador espacial.
Mientras que en la Estación Espacial Internacional se realiza trabajo científico y constantes experimentos, un grupo de personas quiere llegar al espacio, asomarse brevemente, sentir la gravedad 0 y volver a casa. Todo esto no viene libre de emisiones ni de costos elevadísimos.
La cuestión de la nueva carrera espacial representa una serie de preguntas morales que se deberían hacer. Sobre todo, ante los planteamientos de colonizar Marte, o los de llevar al ser humano a la Luna de nuevo. Algunos billonarios importantes ya tienen un discurso armado: el del asombro, el del “espíritu humano por buscar nuevos horizontes”. La verdad es que la industria aeroespacial ya cuenta con un margen de ganancia importante, sobre todo en los viajes que lanzan satélites a la órbita terrestre.
¿Los reyes de España estaban interesados en expandir las fronteras? ¿El Imperio Británico tenía curiosidad por las culturas a las que colonizaba? Más allá del escepticismo, están las cuestiones prácticas. ¿Se invertirán trillones de dólares en poner al ser humano en Marte cuando en la Tierra hay personas que no comen?
Nuestra condición de humanos no tiene la autoridad moral más alta para convertirnos en una “especie interplanetaria”, a no ser que con nosotros llevemos y repliquemos los peores vicios de nuestra civilización. Incluyendo la profunda desigualdad económica y social.
Una parte de mí es autocrítica, pues sé que estos argumentos son ya muy gastados. Otra porción de mi ser sabe que algo bueno puede salir de todo esto, pero no sin antes ser testigo de demostraciones vulgares de riqueza. Poco a poco, es completamente viable, los costos se reducirán, y los billonarios habrán obtenido retornos increíbles mientras los precios se mantengan altos para los pocos que ya pueden costearlo, y más adelante no dejaran de perder conforme se haga más amplio el público que quiera y pueda viajar a algunos cientos de kilómetros sobre la superficie terrestre.
¿Hay algún objetivo civilizacional? Creo que antes de emprender nuestro viaje a otros mundos deberíamos fijar al menos una serie de objetivos deseables como raza humana. ¿Los inventos del desarrollo científico para dicha misión serán patentados por empresas privadas? ¿El conocimiento adquirido en Marte será publicado en una revista científica de acceso limitado? Podrían hacerse muchas más preguntas, pero lo primordial es averiguar de qué forma la humanidad en su conjunto podría verse beneficiada de las actividades que agentes privados realizan, en algunos casos, con fondos públicos.
No veo en el futuro próximo la esperanza de que personas de diferentes estratos socioeconómicos experimenten una vida fuera de la Tierra. Ni siquiera en el caso de futuros colonizadores de planetas lejanos. Nuestros representantes en la frontera espacial serán astronautas y multimillonarios excéntricos, tal vez uno que otro voluntario con los recursos suficientes para preparase y tomar el entrenamiento de alguna agencia espacial de su país, Estados Unidos, Rusia, India o China. La muestra de la humanidad no será representativa. Eso afectará profundamente la conceptualización de la vida fuera del planeta.
En esto no hay ninguna certeza, puede suceder algo que cambie el rumbo que más o menos se vislumbra hoy mismo. Algún descubrimiento, una brillante relación de ideas. Pero hasta que eso suceda, incluso la imaginación de la vida en el espacio tiene un sesgo que dictan los grandes medios de comunicación y los billonarios que manejan plataformas de Internet.
Tal vez una de las pocas tareas posibles para el resto de los mortales sea arrebatar esa hegemonía de la imaginación. Hacer nuestras propias visiones del futuro del ser humano en el cosmos. Nuestra vida en las estrellas podría ser más justa. Podemos imaginarla como una segunda oportunidad, como una forma de ensayar nuevas formaciones sociopolíticas y económicas.
Este objetivo, en el peor de los casos, llevaría una posibilidad oculta, un efecto inesperado: la crítica del mundo actual y su transformación.