El Ayuwoki como divinidad posmoderna
1. Introducción
El Ayuwoki es un meme. Si crees que nunca lo has visto, aquí hay un gif innecesariamente deformado de él para que no lo olvides (Fig. 1).
Fig. 1
Lo hice especialmente para ti. Fuera de contexto no da tanto miedo, pero varios videos de YouTube prometerán ayudarte a que su espíritu te visite por la noche. Otros memes con su rostro solo lograrán hacerte reír, si no te incomoda faltarle al respeto.
Las fuentes más confiables de internet, los youtubers, datan su origen a un extraño animatrónico al que le fue forzada una máscara y una peluca de Michael Jackson antes de ser grabado, publicado en YouTube, vendido en eBay, y recientemente explotado como figura célebre de los memes hispanos.
Desafortunadamente, hasta la fecha las fuentes más confiables han sido incapaces de sentarse en una habitación con el escultor transmediatico responsable de esta pieza, por lo que no nos será posible hurgar los contenidos de su conciencia privada. Sin embargo podemos hurgar los contenidos de la conciencia pública, colectiva y social que elevó a esta curiosa criatura al estatus de meme y mito.
Lo que los críticos quisieran ver diagnosticado en su creador yace realmente en nosotros, las masas que demasiado pronto nos lanzamos a la oportunidad de invocar al espíritu de un demonio en la figura y memoria de un inocente ídolo pop.
2. Marco teórico
En la antigüedad las infecciones más epidémicas de la memoria humana recibieron el honorable nombre de “tradición”. Los infectados, humildes servidores de las ideas y creencias de otros espíritus más fuertes que los suyos, infectaban diligentemente a su linaje y a su comunidad, y en casos admirables se consolidaban bajo la identidad de un templo, una academia, o un pueblo. En la antigüedad la memoria de la humanidad fue noble, e infectada hasta de respeto por las infecciones.
Las pesadas tradiciones antiguas que sobrevivieron solo lograron adherirse a su piel colgados de los clavos oxidados y caducos de la autoridad y el dogma, mientras una infección más ligera y pegajosa, en libre y ágil competencia, llevaba gestándose, desde finales del siglo XIX, en la conciencia de las masas.
La novela, el periódico, el cine, y la televisión esparcieron esta infección pacientemente. Sin embargo fue el internet, nuestro internet, el que puso un virulento celular en la mano de una niña de 10 años, y le dijo: “Ve, corre, copia, pega, comparte, comunica y recuerda la cultura que tú encuentres y tú quieras. Sé la memoria viva de la humanidad, sin filtro, sin templo, deshecha y descompuesta en el mar de posts, likes y momos con los que quieras infectar tu conciencia y la de los demás.”
Nuestra tradición, la milenial, la masiva, la digital, la bergasxDxD, pasará a la memoria histórica como el diluvio que hizo que universidades, iglesias e instituciones corrieran a cerrar la ventana para que no se mojaran sus libros.
3. La degeneración de la vida y memoria de Michael Jackson
Michael Jackson era algo hermoso. Recuerden por un momento a aquel niñito que cantaba “ABC, 123” con sus hermanos en la tele, y díganme, ¿en en qué momento el espíritu del pinche Ayuwoki infectó su inocente vocecita con el iminente y mortal HEE HEE? El espíritu del Ayuwoki no nació en ese niño. Y tampoco estaba presente en el joven zombie que bailó Thriller. Ese zombie era sexy. Admítanlo.
Desafortunadamente, o siniestramente, este espíritu oscuro, el Ayuwoki, no decidió aparecerse en el venerado pasado de la alta cultura y la tradición, donde Michael hubiera recibido el respeto que su grandeza exigía.
Michael era un ícono de los medios, y entregado como estaba a ellos, tuvo que hundirse para siempre en una máscara de maquillaje y producción visual. Los medios pronto explotaron su decadente apariencia y cordura, degenerando gustosamente una simple y privada condición médica en la cruz de rumores en la que Michael sería crucificado para entretener a las masas.
Michael Jackson no pudo madurar en nuestra memoria después de su muerte como un buen vino, al modo de los ídolos tradicionales. A Michael Jackson lo obligamos a pudrirse en la misma vid de uvas, para extraer de él más bien el dulce vinagre que bebemos de la teta de los medios.
Y sí hay algo de dulce en ese vinagre. Aunque Michael Jackson, el pobre Michael Jackson aterrado de ser percibido como feo por el mundo, fuera por alguna enferma razón castigado por ello, en rumores convertido en un grotesco pedófilo, y en memes poseído completamente por el Ayuwoki, aun así Michael nunca dejó de ser nuestro Rey del Pop. Michael Jackson sigue siendo un ídolo en la cultura viral. El problema es que lo que idolatra la cultura viral, o hace con sus ídolos, no es para nada bello en el sentido tradicional. Lo que la cultura viral hace después de haber devorado demónicamente a nuestros ídolos, es tomar los deshechos y volver a sacralizarlos.
Estos restos execrados por nuestra cultura bergasXDXD inundan al océano de memes por donde nadamos todo el día pegados al celular. Por ello nos odian las generaciones e instituciones del pasado, acostumbradas como están al aire fresco y sano de la alta cultura. Pero nosotros no tenemos problema con la basura. Nos deleitamos jugando con su plasticidad creativa, y respiramos más libremente en su completa ausencia de censura.
Las ideas con las que se infecta nuestra memoria no son entonces el respetuoso y fiel retrato de la vida de Michael Jackson, sino las más innecesarias, ociosas y absurdas hipérboles de su rostro. Los que cultivamos, compartimos y recordamos los memes no somos historiadores, ni pensadores, somos malcriados y enfermos soñadores del inconsciente digital, zombis de la noche posmoderna alumbrando la oscuridad de nuestros cuartos solitarios con la luz pálida y fantasmal de nuestros celulares, infectados e hipnotizados por mitos urbanos y leyendas de Ayuwokis y HEE HEE’s.
4. El horror místico del Ayuwoki
Antes los memes eran mucho más inocentes, como también lo eran las celebridades. Fue solo tras una multitud de noches cambiando el canal del televisor con los ojos cansados ya del maquillaje y las luces, o scrolleando viciosamente en el feed eterno de nuestro celular con la imaginación ya des-sensibilizada por generaciones de degeneraciones hiperbolizadas de los mismos íconos, solo después de este largo y ocioso tedio que llegamos a invocar las fuertes emociones místicas que rondan en el sótano de nuestra memoria.
Lo místico, reprimido como está en el espíritu de nuestros tiempos, ya no puede entrar en nuestra experiencia despierta nada más con un poquito de incienso en una habitación muy silenciosa. Para empezar somos naturalmente predispuestos al incesante y animado barullo que nada calla, sumergidos como estamos en medios de comunicación.
El silencio se nos tiene que sacar casi a golpes. Tenemos que ser poseídos a las tres de la mañana por un meme, y arrastrados por su espíritu hasta el espejo del baño a repetir “Ayuwoki” tres veces en la oscuridad, nomás para ver si sentimos algo. Somos estimulados por la forma más agresiva de lo divino hasta la fecha: el horror, la noche que nos trasciende, sobrepasa y devora, porque es solo colgados en el límite de la desesperación que podemos volver a sentir la presencia de un poder mayor.
Por eso decimos “El Ayuwoki”, y nunca “Ayuwoki”. Uno usa los nombres propios, sin artículo, para referirse directamente a una persona. Su distancia de nuestra realidad supera ya a la de los dioses de antaño a los que se les podía rezar, o los brujos y adivinos que se podían visitar. El Ayuwoki nos visita a nosotros. El Ayuwoki escogió nuestro tiempo. Tal es la marca de su divinidad horrorizante.
Por eso es el “ayuwoki” un error de pronunciación, un adorable defecto de los fonemas hispanos enfrentándose al “Annie are you okay” en Smooth criminal, retorcido guiño de respeto a las inocentes raíces históricas de un demonio.
Su oscura presencia floreció en nuestra cultura digital con una siniestra fuerza psíquica que la mayoría de los memes jamás demuestran. El Ayuwoki no sobrevive en nuestra memoria como un simple formato de Drake que repetimos cada vez que queremos decir que sí y que no.
Su poder ha trascendido formatos o medios específicos. Su identidad es completamente ideal y polisémica, un arquetipo casi jungeano, un personaje complejo y vivo cuya trama evoluciona a través de una multitud de chistes, videos, juegos, videoblogs, artículos noticiosos, invocaciones, interpretaciones, gente que cree la leyenda, gente que la esparce irónicamente y gente que hubiera deseado que su atención y memoria jamás hubiera sido distraída por algo tan estúpido como el Ayuwoki.
Y en última instancia es probable que tampoco Michael Jackson hubiera deseado, o imaginado, existir dentro de una memoria tan enferma como la nuestra, asfixiado como lo hemos conservado bajo la piel del Ayuwoki. Pero la memoria de la humanidad ya no es el diligente esclavo de la tradición, el archivo, y la historia, que en algún tiempo fue. Los medios masivos y el nihilismo posmoderno han abierto un abismo por el que fuerzas oscuras han encontrado su pasaje a nuestro mundo, y ahora son la historia y la tradición las que sirven como excusa y juguete para la liberación de nuestros demonios, nuestras criaturas y nuestros memes más inconscientes.