Efectos secundarios. La creatividad irreflexiva
Este es el segundo adelanto en línea de La república de las becas, un análisis del sistema de apoyos gubernamentales en México, publicado en el número de agosto de Tierra Adentro.
El sistema de becas de nuestro país ha generado una simbiosis entre el Estado y los artistas que tiende, de acuerdo con Abel Cervantes, a convertir a los creadores en una especie de burócratas de la cultura. ¿Cuáles son las repercusiones de recibir estímulos económicos del Estado y qué alcances tiene realmente un programa como el del FONCA?
En mayo de 2013 el escritor y periodista Antonio Ortuño publicó en Letras Libres un artículo sobre las becas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Formuló algunas preguntas clave:
¿Es una obligación del Estado otorgar apoyos económicos a los creadores de arte en un país, como México, en el que gran parte de la población sufre carencias materiales y en el que pareciera que existen asuntos que deberían atenderse con mayor prioridad? ¿O es, precisamente por ello, un deber estatal apuntalar con recursos a ciertos artistas destacados con necesidades pecuniarias (o pedagógicas) y ayudar, de paso, a que su trabajo pueda ser reconocido y apreciado por sus conciudadanos? ¿No es, acaso, una obligación gubernamental educar a la ciudadanía y fomentar las artes?
En “Política y cultura en el nuevo siglo”, incluido en Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX (2013), Eric Hobsbawm menciona que al abordar la relación entre política y cultura —tomando esta última como sinónimo de las artes y las humanidades— también se deben considerar los papeles del mercado y el “mecanismo moral”. Mientras que el primero estima las actividades artísticas exitosas con base en los intereses que generan, el segundo debería decidir qué servicios y productos culturales impulsar sopesando la dificultad económica para su creación, su circulación y los valores estéticos e históricos que podrían producir. Así, dice Hobsbawm, “el problema radica en algún punto del espacio intermedio entre dos grupos que no requieren subvenciones: el de los poetas —que sólo necesitan algo de papel y no confían en ganarse la vida con la venta o cesión de su obra— y el de los músicos pop ultramillonarios”.
Si un escritor requiere acaso de una computadora para escribir, ¿por qué ofrecerle un apoyo financiero durante uno o varios años para que se dedique a la literatura? Y, en el caso de las artes visuales, el teatro o la música, si los estímulos financieros no son suficientes para comprar los materiales que los artistas requieren, ¿por qué reducir la participación del Estado a la subvención? El círculo vicioso de las becas en México ha generado una dinámica parasitaria donde el Estado dicta las normas de creación que se deben seguir para producir un bien cultural. El artista o escritor que aspire a conseguir un subsidio tendrá que cumplir con los requisitos de extensión, asesoría y tiempos establecidos, coartando así libertades creativas propias del arte, como el enfrentamiento que el autor libra consigo mismo. Lo mencionó Marguerite Duras al diferenciar el cine de la literatura: aunque el cine es más complejo porque debes enfrentar problemas técnicos de todo tipo, encaras los peligros con un grupo de personas. En cambio, en la literatura lo haces en solitario. El sistema de becas del FONCA promueve el desvanecimiento de este desafío y, acaso, propicia que los aspirantes se mantengan ocupados eludiendo sus demonios a la hora de llenar formularios, generar constancias en formato PDF u organizar documentos de acuerdo a su edad, como si la longevidad estuviera vinculada con la capacidad creativa. Pero eso no es lo más grave. Muchos de los aspirantes dejan de lado sus inquietudes inventivas para enfocarse en conseguir el dinero.
Los siete consejos para conseguir una beca estatal que Alberto Chimal —becario, tutor del FONCA y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte— publicó en su blog Las historias lo confirma. Las recomendaciones, que van desde describir adecuadamente los proyectos hasta delimitar los alcances del cuento o novela que se desea realizar, exponen en el punto seis:
Se tiene la idea de que las instituciones apoyan más ciertos temas que otros, o bien prefieren ciertos subgéneros (en narrativa el realismo, digamos) por encima de otros. Si bien puede haber jueces que partan de sus predilecciones personales a la hora de evaluar (lo cual es desafortunado), no tiene sentido tratar de “complacerlos” con proyectos pensados para “agradar”. Si por casualidad el proyecto que se desea proponer es poco convencional, arriesgado, inusitado, vale más tratar de describirlo y justificarlo bien: siempre existe la posibilidad de que el jurado que va a leer el proyecto de uno tenga realmente gusto precisamente por proyectos y obras no convencionales, o al menos la mentalidad suficientemente abierta para apreciarlos aunque no necesariamente le gusten. (Además, los proyectos convencionales siempre son los más abundantes: las novelas “sobre la ciudad”, digamos, o los libros donde todos los cuentos giran alrededor de un parroquiano distinto de la misma cantina).
Aunque en febrero de 2013 el ensayista y escritor Gabriel Wolfson argumentó en la revista Cultura y Arte de México que “ser un creador del FONCA me permite escribir sin pensar en agradar a ningún editor ni agente [porque las becas] abren un pequeño espacio de investigación mayor para la escritura en un momento de autoridad mayúscula y sexy del mercado editorial”, el trámite para estimular la creación desde el Estado quizá sólo intercambie la figura del editor y el agente por la del jurado y los asesores.
Por lo demás, vale la pena cuestionarse hasta qué grado un aspirante está dispuesto a formular un proyecto que se acomode más a las valoraciones de los jurados que a sus propias obsesiones. Al respecto, el punto 6, inciso a, de Chimal ofrece una respuesta inquietante:
Puede ocurrir que un proyecto pensado para “complacer” a los jueces reciba efectivamente un apoyo. Y entonces puede que la persona que lo reciba quede obligada a trabajar en algo que en realidad no quería hacer durante un año, lo quellevará al final a que no lo haga o lo haga muy mal. Para alguien que sólo busca el dinero de la beca, para los trepadores de todo tipo, esto no será un problema, pero estas sugerencias, desde luego, no están escritas para esas personas.
¿Cuántos trepadores habrán intentado conseguir una beca estatal? ¿Cuántos la habrán obtenido? ¿Cuántos han destacado en los ámbitos literario y artístico utilizando los recursos del Estado? Aunque el FONCA inició con la meta de “promover y difundir la cultura; incrementar el acervo cultural y preservar y conservar el patrimonio cultural de México” es muy complicado registrar en números los alcances de sus objetivos, que giran alrededor de conceptos como creatividad, dedicación, patrimonio o cultura. Y quizás en estos recovecos algunos oportunistas han conseguido sacar provecho.
Las obras de arte que se producen en nuestro país no dependen necesariamente de las subvenciones del Estado. Y que su calidad aumente o descienda tampoco tiene un vínculo con el financiamiento estatal detrás de ella.
En un recuento de las obras y los libros que han sido apoyados por el FONCA, los que destacan por sus alcances estéticos asemejan la imagen de un cisne en medio de un grupo de patitos feos. Sobra decirlo: es altamente probable que hubieran sido concebidos a pesar de que no recibieran una beca. El fenómeno se repite en otra institución relacionada con el Estado. La Universidad Nacional Autónoma de México fomenta en sus ramas de ciencias sociales y humanidades que los estudiantes intenten conseguir una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnológica (CONACYT) para tener acceso a una maestría o un doctorado. No obstante, los alumnos idean sus proyectos académicos guiados por los lineamientos que las respectivas instituciones dictan. Así, sus obsesiones personales y profesionales son adaptadas a conveniencia. Pero, ¿cuántas tesis de maestría o de doctorado de ciencias sociales y humanidades han sido publicadas, en los tiempos recientes, como libros fundamentales del pensamiento crítico o creativo contemporáneo? Desde mi experiencia docente en la UNAM, me he dado cuenta de que en la mayoría de los casos los alumnos utilizan la beca para rehuir su inserción en el mercado laboral. Sus tesis son textos apresurados que se entregan para obtener una calificación que les permita no perder la remuneración económica. Entonces, ¿para qué sirve el sistema de becas?
Para el Estado, el escritor o el artista que quiera optar por una subvención debe encarnar un perfil muy parecido al de un oficinista obligado a cumplir rígidamente con los requisitos de una empresa. En la convocatoria del FONCA de 2014 en los ámbitos de Cuento, Novela, Ensayo creativo y Poesía se menciona que el aspirante podrá presentar de “1 a 3 ligas a sitios de Internet que contengan material u obra adicional” a la que exhibe en el registro o “de 1 a 3 notas de prensa publicadas en medios impresos o electrónicos donde mencionen” su nombre. De esta manera, si un escritor no ha sido validado por los de por sí dudosos criterios de los medios de comunicación (que frecuentemente se basan en el compadrazgo, el nepotismo o la ignorancia) no es considerado para obtener un respaldo económico.
Aquí se vislumbra otro problema. En el ámbito de las revistas culturales no es inusual encontrar acuerdos entre el dueño o el editor con un artista, un escritor o, peor aún, un anunciante, para publicar reseñas favorables de libros, exposiciones u obras teatrales. “Periodismo” de relaciones públicas, en suma. En “El peligroso silencio. La crítica de arte en México”, publicada en Código en 2013, Mónica Amieva menciona que los “pocos espacios que existen para la crítica en revistas, periódicos o publicaciones de museos puede explicarse debido a que [los medios de comunicación mexicanos] pocas veces comprometen sus contenidos con los intereses de las instituciones culturales hegemónicas. Las posibilidades que han abierto blogs, Twitter y Facebook suponen una oportunidad pero, al menos en nuestro país, han sido aprovechados únicamente por grupos anónimos que operan desde la provocación y el resentimiento de no pertenecer a los canales de visibilidad y legitimación del mundo del arte”.
A este suceso se suma uno no menos espinoso: la cercanía con el poder. En el prefacio de The Great War for Civilisation (2005) Robert Fisk menciona que al tratar de explicar la labor periodística al lado de una colega suya, Amira Hass, del periódico israelí Ha’aretz, descubrió la mejor definición que había escuchado. Mientras que para él la tarea fundamental de un periodista era “escribir las primeras páginas de la Historia” para ella consistía en “retar a la autoridad —toda la autoridad—, especialmente cuando los gobernantes y políticos nos llevan a la guerra, cuando han decidido que otros morirán”.
Como el periodista y el intelectual, el escritor y el artista deben ser una voz crítica que se mantenga permanentemente alejado de los poderes financieros y estatales. Su capacidad creativa no sólo se refiere a la potencia de las figuras retóricas de sus cuentos o novelas, en el caso del primero, ni al alcance estético de sus piezas o su repercusión en el mercado, en el del segundo, sino principalmente al significado que puedan transmitir al lector o al espectador. Pero si su desempeño está subordinado al dinero que le proporciona el gobierno en turno, ¿cómo lograr que muerda la mano que le da de comer? Al respecto Hobsbawm apunta pertinentemente en “Política y cultura en el nuevo siglo”:
En un mundo en el que los portavoces de las naciones —antiguas y nuevas, grandes, pequeñas y mínimas— exigen espacio para sus culturas, el peligro político de las subvenciones es real. En mi propio campo, el de la historia, los últimos treinta años han sido la edad dorada de la construcción de museos históricos, centros de patrimonio, parques temáticos y espectáculos, pero también de la construcción pública de historias ficticias, nacionales o de grupo.
De esta manera la cercanía de intelectuales, periodistas o artistas con el poder puede dar como resultado una sociedad acrítica construida sobre cimientos ilusorios.
El Estado debe proporcionar las condiciones necesarias para fomentar la cultura y la educación de una sociedad utilizando, en muchos casos, recursos económicos. Sin embargo, su papel no puede reducirse al número de becas que ofrece. Escribir libros o producir piezas de arte no es una tarea sencilla. Hay un esfuerzo inmenso detrás de cada uno de ellos. Sin evaluar su calidad, la creación requiere de un trabajo descomunal. No obstante, una ayuda económica como la que ofrece el Estado puede resultar contradictoria.
No es sólo que los artistas se sientan asolados al ver que sus trabajos no llaman la atención ni de sus personas más cercanas, ni que requieran de un reconocimiento por haber realizado un objeto sugestivo, tampoco de que para dar forma a una pieza deban condenarse a la miseria. No obstante, al recibir una suma económica del Estado adquieren un estatuto diferente al que deberían tener. La sociedad los consolida como una figura que en lugar de ejercer una actividad lúdica y creativa se somete a las diligencias burocráticas de un gobierno que, con mucha probabilidad, tampoco tenga muchas ideas sobre la cultura y la educación. ¿Qué hay peor que un grupo de creadores asustadizos protegidos por instituciones gubernamentales para que no salgan a la selvática sociedad donde ni el mercado ni los lectores quieren acogerlos?
En “Las lecciones de la imaginación”, publicado en 2014 en El País, Javier Marías comenta:
Son tiempos en los que todo lo artístico y especulativo se considera prescindible, y no son raras las frases del tipo: “Miren, no estamos para refinamientos”, o “Hay cosas más importantes que el teatro, el cine y la música, que acostumbran a necesitar subvenciones”, o “¡Déjense de los recovecos del alma, que los cuerpos pasan hambre!”. Quienes dicen estas cosas olvidan que la literatura y las artes ofrecen también, entre otras riquezas, lecciones para sobrellevar las adversidades, para no perder de vista a los semejantes, para saber cómo relacionarse con ellos en períodos de dificultades, a veces para vencer éstas. Que, cuanto más refinado y complejo el espíritu, cuanto más experimentado (y nada nos surte de experiencias, concentradas y bien explicadas, como las ficciones), de más recursos dispone para afrontar las desgracias y también las penurias. Que no es desdeñable verse reflejado y acompañado —verse “interpretado”— por quienes nos precedieron, aunque sean seres imaginarios, nacidos de las mentes más preclaras y expresivas que por el mundo han pasado.
Que las creaciones artística y literaria se alejen de los poderes financieros y gubernamentales es más que deseable. La inspiración puede recurrir a miles de artificios para evocar resultados imaginativos insospechados: musas, alucinaciones, desafíos estéticos, pero ninguna debe estar vinculada con el gobierno o la burocracia. El creador mexicano debe valorar que la mayoría de las veces los políticos han hecho mal las cosas respecto de las cuestiones culturales y educativas. Si esto es así, ¿por qué seguir el camino que ofrecen y no buscar nuevas alternativas?