Dinoficción
Probablemente Michael Crichton todavía estudiaba en la Harvard Medical School, en Boston, cuando se le ocurrió una idea cuyo germen revolucionaría el campo de la ciencia ficción a finales del siglo XX. Todavía no era el famoso escritor ni el aclamado cineasta reconocido por la crítica especializada pero, más allá del bestseller o el blockbuster, sus estudios en genómica, metabolismo y computación lo convertirían en un ícono de la cultura pop y un referente en la hard science fiction norteamericana. Célebre por Jurassic Park (1990), la obra de Crichton lo coloca entre uno de los predilectos de un fandom que prefiere antes la biología que la robótica o la inteligencia artificial. En otras palabras, narrativas más apegadas a la science que a la fiction.
Si el cyberpunk y la IA fueron la respuesta inmediata a la lógica extraterrestre de la space opera —cuyo ejemplo más popular es la saga Star Wars (1977) de George Lucas—, la hard sci-fi de Michael Crichton es una sublimación más reciente de la gadget story, aunque con un mayor desarrollo narrativo. La idea central que las ciencias exactas inocularon en la mente de Crichton mientras era estudiante en Harvard no solo va más allá del gadget (artefacto o dispositivo), sino que especula sobre teorías o hipótesis científicas. El escritor norteamericano publicó a principios de los noventa Jurassic Park, un thriller high-tech, casi con bibliografía incluida, papers, una trama académica inspirada en la ciencia y hasta una lectura didáctica que conmovió a millones de niños y adultos en el mundo.
Michael Crichton activó así una fantasía largamente acariciada por la humanidad, mucho antes incluso de que Ray Bradbury publicara A Sound of a Thunder en 1952: dinosaurios vivos, de carne y hueso (y plumas), conviviendo en el planeta Tierra con el resto de las especies modernas. El éxito de Jurassic Park en librerías y taquillas, sin embargo, no solo obedece a esa metamorfosis que provoca el screenplay en la imprenta —Hollywood compró los derechos cuando el escritor todavía no terminaba la novela—, sino que Michael Crichton le dio al público historias en las que quería creer.
Escribió en 1983 un guión acerca de un pterodáctilo clonado a partir de una cadena de ADN fosilizada, pero consideró que la historia no era convincente. Trabajó en ella durante años tratando de hacerla más verosímil hasta que, finalmente, decidió situarla en un parque temático y narrar la novela desde el punto de vista de un niño que estuviese presente cuando los dinosaurios escaparan. Para entonces Crichton ya había escrito y dirigido Westworld (1973), y solo le confiaba los borradores de sus guiones a cinco o seis personas de confianza, cada una con un rango de opiniones muy variadas.
En aquella ocasión todas estuvieron de acuerdo en algo: a ninguna de ellas le gustó Jurassic Park. El escritor continuó ensayando en sus borradores, pero uno tras otro eran rechazados por editores y amigos. Encuestó a los lectores prehistóricos de su novela de dinosaurios hasta que alguno le contestó: “I want this to be a story for me”. El público quería un relato “serio”, narrado desde la experiencia de un personaje adulto, no a partir del punto de vista de un niño. Entonces Michael Crichton (re)escribió Jurassic Park como una “historia para adultos” y a todos les gustó. La trama contenía suficiente paleontología e imaginación para convertirse en un blockbuster dentro y fuera del corpus de las ficciones especulativas.
Cuando la versión que hizo Steven Spielberg se estrenó oficialmente en el Museo Nacional de la Construcción el 9 de junio de 1993 en Washington D.C., el guion de Jurassic Park, adaptado por el propio Crichton, se cristalizó en go motion y con Digital Theater System. Rompió récords establecidos en taquilla por E.T. The Extra-Terrestrial (Spielberg, 1983), ganó premios de la Academia y posicionó el relato de la ciencia ficción entre el gusto del gran público. La marca registrada Jurassic Park® rebasó la figura autoral de Michael Crichton y la saga de novelas que imaginara a partir de la sangre petrificada de un pterodáctilo; incluso evolucionó en toda una gama de productos y servicios. Desde los clásicos dinosaurios de plástico o miniaturas para armar, hasta atracciones como un parque temático a escala real en Florida y recorridos por el set original en las islas de Hawaii y Costa Rica.
Jurassic Park pertenece a una larga tradición de obras literarias que han migrado del canon de la scifi a las pantallas. Desde luego, en la filmografía también se puede ver el desarrollo del género como un continuo de correlaciones entre la literatura o el cine y las sociedades contemporáneas. Stanley Kubrick desarrolló en paralelo con Arthur C. Clarke la versión cinematográfica de 2001: A Space Odyssey en 1968; Philip K. Dick alcanzó a ver antes de morir una versión preliminar de Blade Runner, la adaptación que Ridley Scott hizo de Do Androids Dream of Electric Sheep? en 1982. La primera es una space opera con tintes épicos y metafísicos; la segunda, un cyberpunk que abreva del film noir y la fábula de robots. En la novela de Michael Crichton y su versión para el cine no hay cohetes espaciales ni alienígenas, pero la historia se sitúa en un presente plausible y terrestre sustentado en el conocimiento humano.
En el cada vez más grande imperio del What if…, ¿qué pasaría si en los restos fosilizados de un mosquito en ámbar se preservara el ADN de un Tyrannosaurus Rex, extinto por lo menos desde finales del período Cretácico? En el sentido “original” de la scientification, el hecho que los científicos tuvieran que explicar la imposibilidad de la ficción de Michael Crichton fue tomado como un logro por el fandom de la scifi. El impacto de Jurassic Park en el imaginario colectivo fue tal que la “dinoficción” del binomio Crichton+Spielberg generó series, caricaturas, videojuegos, memorabilia, variedad de juguetes y excursiones, toda una estrategia de mercado y propaganda sin duda muy parecida a la de International Genetic Technologies, Inc. (InGen) y John Hammond para su parque temático en isla Nublar.
A pesar de las evidentes diferencias morfológicas y narrativas, los dinosaurios clonados de Michael Crichton no están tan alejados de los robots de Isaac Asimov o el océano protoplasmático de Stanisław Lem o los heptápodos de Ted Chiang. En todos los casos, se trata de personajes que siguen una lógica ficcional que se sustenta en el método científico en conjunción con la invención literaria. En Jurassic Park los tropos y mecanismos de la ciencia ficción encuentran eco en los anhelos y fantasías del espectador que detonó Michael Crichton con su fábula prehistórica. ¿Quién no imaginó de niño —y aún de adulto— la dimensión real de un dinosaurio? ¿Sus huellas sobre la Tierra? ¿El color de sus plumas, si las tenían? ¿Un rugido rawr en sonido ambiente? ¿El tamaño del cráter que el asteroide Chicxulub dejó en la península de Yucatán, en México, hace 66 millones de años?
¿Cuántos nombres científicos de dinosaurios aprendimos gracias a Jurassic Park? Brachiosaurus, Triceratops, Dilophosaurus, Velociraptor, Tyrannosaurus Rex…