Tierra Adentro
Ilustracione de Dr. Alderete

Al comienzo de sus Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, George Steiner, retomando a Schiller, escribió que la existencia humana tiene una tristeza fundamental, ineludible. Tenía razón, lo que no es raro en Steiner. La aflicción del pensamiento recorre cualquier manifestación surgida de éste, y eso, desde luego, incluye a la música. A manera de guiño, este texto pretende aplicar el esqueleto estructural del crítico de la cultura a una cuestión igualmente triste: los malestares que afectan a la música rock y sus derivados en nuestro país.

 

1.-La centralización 

Me parece un error confinar las música generada en nuestro país a la Ciudad de México; esa idea es más una aproximación que una realidad. Aunque nuestra música pueda escucharse y difundirse con mayor facilidad en la Ciudad de México, está claro que Monterrey, Tijuana y, sobre todo, Guadalajara cuentan con sus propias escenas. De hecho, me atrevería a sugerir que no son las manifestaciones musicales las que están centralizadas, sino los oídos y medios que atienden a ellas. Esto se puede resolver, pero es importante considerarlo.

2.-La curaduría de los productores

Hace dos años, el sello Audition lanzó una compilación de tres volúmenes titulada The Other Mexico. Beyond the Pyramid 2005- 2013. La antología incluyó a artistas nacionales que, bajo un sello independiente o la genuina intuición de su libertad, crearon al­gunas de las piezas musicales mejor pensadas en nuestro país. Lamentablemente estos artistas suelen aparecer tan sólo de forma aislada (a veces como tracks dispersos en las inmedia­ciones de SoundCloud, otras como actos en vivo condenados a un puñado de escuchas). Aunque hablamos de un mercado de nicho, que permite la radicalización de las visiones artísticas y musicales, un hecho es contundente: la relevancia de estos actos continúa siendo mínima. Las apologías emprendidas en revistas especializadas, sitios de autor y esfuerzos como NR­MAL, Static Discos o la notable Umor Rex, aún no consiguen ser completamente influyentes. La incapacidad de apostar por una propuesta y permitirle evolucionar en la complejidad de un estudio y un público es una de las problemáticas internas más evidentes de la música nacional.

3.-LA CURADURÍA DE LOS MEDIOS

Aunque no es posible juz­gar a los medios como una totalidad, lo cierto es que gran parte de ellos respon­den a estímulos similares: buscan la tendencia, el es­tilo divergente, el acto des­conocido. Sin embargo, el ejercicio suele asumirse con pobreza reflexiva y desidia. Como resultado tenemos una gran canti­dad ideas y ejecuciones editoriales extrañamente similares, carentes de profun­didad analítica. A pesar de medios con una constancia suficiente como para adaptarse a la vertiginosa era de la inmediatez, como Marvin (en su versión impresa) o Ibero 90.9, no es posible asegurar que hemos llegado a una buena intercesión de propuestas. El papel de los medios no debe­ría consistir en perseguir las tendencias, sino en curar las manifestaciones que las crean para dar al escucha un pun­to de apoyo. La imposibilidad de quebrar esta dinámica y sedimentar una postura con claridad es un obstáculo casi insalvable de nuestro entendimiento musical.

4.-LA CURADURÍA DE LA AUDIENCIA

Una verdad: el público está sometido al flujo informático de pro­yectos musicales. Otra: lo peor es que ha respondido a esta so­brecarga de información con una presunción innecesaria por asimilarlo todo. Como consecuencia, sus gustos y atención a cada propuesta recibida se diluyen. Esto, sin embargo, podría resolverse con un ejercicio simple: no formar parte de la audiencia, hacerse a un lado, escuchar y no seguir. La necesidad del público por estar en la tendencia, sumarse al ruido de los medios —e incluso repro­ducirlo— es una de las principales dificultades que enfrentamos.

5.-LA ACUMULACIÓN DE PROPUESTAS

Bastaría con retarnos a escuchar lo que blogs, revistas, cuentas de Twitter y estaciones de radio proponen en sólo un día. La ta­rea es virtualmente imposible. Tenemos casi tantos artistas como productos manufacturados en serie. Aunque plataformas como SoundCloud y Bandcamp nos han permitido conocer pro­yectos a los que no podríamos llegar de otra manera, su número termina por aniquilar cualquier perspectiva de mediación que pretenda cubrirlos.

6.-LA FALTA DE CRÍTICOS Y LA SOBREPOBLACIÓN DE PERIODISTAS

La atención es un bien escaso. Las notas y reseñas de álbumes en nues­tro país tienen un ritmo de publicación digno de la neurosis más severa. Puestos a clasificar, los periodistas añaden un adjetivo, lo que les permite discriminar fácilmente álbumes, artistas y canciones, encajonándolos en el trazo borroso de estilos musicales que surgen y desaparecen con facili­dad. Esta clasificación es algo que los críticos deberían evitar. La falta de escuchas cuya atención e inteligencia se disponga ante la facultad de me­diar propuestas, escuchas que asuman la posibilidad de realizar un crítica y no tanto una opinión —casos aislados como los de Marcos Hassan, Julian Woodside, Erika Arroyo y Juan Carlos Hidalgo—, es uno de los principales problemas de la escena nacional.

7.-EL MITO DEL ROCKSTAR

En un rechazo de cualquier perspectiva autocrí­tica, los rockstars nacionales afianzan su popula­ridad en un circuito cerrado, rara vez sometido al desencanto de la escucha atenta. En cambio, se limitan a hablar de su obra como si se tratara de la piedra más preciosa del indie nacional. Los nu­merosos conciertos que ofrecen en recintos de la Roma-Condesa terminan por justificar su caren­te sentido de la creación musical. En pocos casos hablamos de un trabajo genial que pueda justi­ficar la estupidez y forma de vida del rockstar. Una problemática más de la escena nacional es la creación de estos personajes, que emulan todo lo que es bueno del rock, pero olvidan todo lo que musicalmente lo hace relevante.

8.-LA POBRE LECTURA DEL ROCK CREADO EN NUESTRO IDIOMA

Más allá de las listas o la consagración en libros como 100 discos esenciales del rock mexicano, actualmente no poseemos un canon de álbumes nacionales suscepti­ble de revisión. Discos como Revés/Yo Soy, El silencio y Leche son clásicos, pero los asumimos como piezas inamovibles de una tradición mexicana; por lo mismo, rara vez tienen cabida en tradiciones mayores. Ni pensar que puedan competir con los álbumes consagrados del canon occidental. Café Tacvba (por mucho la banda con carrera más sólida y creativa de nuestro país) se desdibuja ante The Smiths o Inter­pol, aun cuando su música es tan —o más— rica que la de los artistas menciona­dos. En realidad, lo que la lectura de estos álbumes debería crear es la posibilidad de discutir cada nuevo lanzamiento que corre bajo la bandera de su influencia. El hecho de que esta discusión rara vez suceda es otro asunto pendiente de nuestro panorama musical.

9.-LA IMITACIÓN

Si bien es cierto que todo existe en rela­ción a prácticas y sucesos musicales del pasado, la imitación y, en casos severos, el plagio circundan la escena musical de nuestro país —no sólo a nivel artístico sino también comunicacional—. Nuestro arte, como cada aspecto de nuestra cul­tura, en lugar de copiar, habría de enten­der que la originalidad y la autenticidad son dos conceptos que siempre termi­nan por difuminarse. Atarlos en una percepción estética y formarlos como ma­nifestación artística parece, hasta ahora, una tarea que pocos asumen.

10.-LA INMEDIATEZ Y LA INCONSTANCIA AL ESCUCHAR

No creo que exista un problema con mayor número de capas y matices que la inmediatez inhe­rente a nuestra época. La música ha comenzado a escucharse de una forma trepidante, siem­pre inmediata y superficial. Los artistas que verdaderamente tienen algo que decir enfrentan su trabajo desde firmes posturas estéticas y políticas, pero el tiempo que vivimos está más relacionado con la aceleración que con el pensamiento firme. La verdadera tristeza es que apenas con­tamos con espacios para pensar con detenimiento y esta problemática es, entre todas, la que ma­yores dificultades presenta y, también, la única que parece completamente irresoluble.