Tierra Adentro
ilustración por Zauriel

—¿Camino? A donde vamos no necesitamos caminos.

Son las últimas palabras que escuchamos de Volver al futuro, pronunciadas por el Doc, Emmett Brown, interpretado por Christopher Lloyd —he elegido citar el doblaje hecho en México para la película y el título con el que se conoció aquí porque es la versión que la mayoría de quienes crecimos en los noventa conocimos a través de Canal 5—. Esas mismas palabras pueden aplicarse para la historia del automóvil que ha estado vinculado a esa película desde su aparición en 1985, el DeLorean.

Con un motor de seis cilindros, V6, desarrollado por Peugeot, Renault y Volvo, una potencia de 130 caballos de fuerza y diseñado por Giorgetto Giugiaro, a quien se deben las líneas rectas y sus icónicas alas de gaviota y la carrocería en acero inoxidable. El DMC DeLorean se produjo en Belfast, Irlanda del Norte, entre 1981 y 1982 por la DeLorean Motor Cars Ltd, DMC. Se comercializó como un automóvil deportivo asequible —veinticinco mil dólares de la época, contra los cientos de miles de dólares que costaban otros deportivos—.

Live the dream today, así cerraba uno de los comerciales televisivos del automóvil en 1981, luego de mostrarlo por curvas que acentuaban su figura y escenas de gaviotas en vuelo, para reforzar tanto la idea de apertura de las puertas como la de libertad. La invitación a vivir el sueño es clara, el DeLorean es un sueño, un sueño que está al alcance de la mano —siempre y cuando se tuvieran veinticinco mil dólares, se entiende—.

Pocos automóviles han sido un sueño, como llegó a serlo el DeLorean. Por principio fue el sueño de un hombre, el hombre que encarnaba por sí mismo la idea del hombre hecho a sí mismo y el del sueño americano: John Zachary DeLorean. El hijo de inmigrantes rumanos que llegaron en los años 1920s a la pujante Detroit a integrarse a las fuerzas laborales que fabricaban los automóviles de Estados Unidos. Ese hijo de obrero automotriz llegó a la vicepresidencia de la General Motors Company —la compañía más grande del mundo en los años 1950s— gracias al Pontiac GTO, el primer muscle car; que la compañía sacó al mercado en 1964.

Pero haber llegado a la cúspide de la GMC no era suficiente para DeLorean, construir su propio automóvil desde cero, y con él una compañía que fuese capaz de competir con las grandes de Detroit —la citada GMC, la Ford o la Chrysler—. En 1973, con la crisis del petróleo DeLorean vio su oportunidad, dejó la General Motors y se propuso crear su propia compañía y el automóvil que quedará en la memoria y en los deseos de las personas. Aspiraba a hacer su propio Modelo T, un automóvil que marcara una época y los sueños de una generación; la comparación no es gratuita, el mismo DeLorean, en 1981 en Belfast, cuando empezaron a salir los primeros automóviles de la fábrica alguien le preguntó por el color de los mismos y él respondió citando a Ford cuando le hicieron la misma cuestión sobre el Modelo T: pueden tener el color que deseen siempre y cuando éste sea negro —ambas citas quedan para pensar en todas las posibilidades a elegir en el libre mercado—.

En los 1970s John Z. DeLorean era el epítome del triunfo en los Estados Unidos, desde un origen humilde había dejado la vicepresidencia de una de las compañías más grandes del automóvil para crear la suya, a sus casi cincuenta años mantenía un cuerpo atlético —que presumía a la menor provocación—, se había hecho cirugías plásticas y se casó con la modelo Cristina Ferrare, veinticinco años más joven que él. Nadie en ese momento dudaba del triunfo que sería el carro y la compañía que él estaba construyendo.

Para su automóvil contrató a uno de los diseñadores más reconocidos en el área, Giorgetto Giugiaro, quien había diseñado Maserati, Audi, Ford, Isuzu, Volkswagen entre otros. En 1975 tuvo su primer prototipo, el cual utilizó para impulsar su proyecto y convencer inversores. El sueño pasó de la mente del hijo del inmigrante al papel y poco a poco se iba concretando.

En los siguientes años, al tiempo que se hacía de inversores, se barajaron varias posibilidades para instalar la armadora; entre las que estuvieron lugares en el estado de Texas o Nueva York. También se planteó la construcción fuera de los Estados Unidos continentales, así se propuso a Puerto Rico como el sitio a instalar la fábrica de DeLorean. Una vez que se pensó en sacar del territorio estadounidense a la armadora las posibilidades se ampliaron, España, Italia fueron lugares a los que el exejecutivo de la GMC viajó para ver las posibilidades de instalarse —y los incentivos que los gobiernos de dichos países le ofrecían—. Es la época de las maquiladoras, las grandes empresas buscan en países en vías de desarrollo lugares con mano de obra barata para armar sus productos que regresan terminados al primer mundo; en este periodo la industria maquiladora se instaló en el norte de México.

En 1978 el gobierno del Reino Unido le ofreció a DeLorean instalarse en Belfast, ahí, en octubre de ese año, comenzó la construcción de la fábrica que tenía planeado iniciar operaciones al siguiente año. Pero Irlanda del Norte enfrentaba el conflicto religioso entre católicos y protestas y los atentados del IRA (Ejército Republicano Irlandés Provisional), así como los sobrecostes del proyecto, retrasaron la entrada en operación de la fábrica. Hasta 1981 se empezaron a armar los DeLorean. El modelo, para ese momento, dejó de llamarse DMC-12 para recibir el nombre por el que es reconocido —el número 12 era porque se planeaba que costará doce mil dólares, pero, en lo que se implementó la fabricación y los requerimientos técnicos que se le exigieron al automóvil no fue costeable venderlo por esa cantidad—. Mientras el gobierno local de Irlanda del Norte y el gobierno del Reino Unido, primero con los laboristas y después con los conservadores, con Margaret Thatcher como primera ministra, le ofrecieron apoyo económico para la instalación y la puesta en marcha de la fábrica de la DCM Ltd.

Desde que en 1975 se presentó el primer prototipo, el DeLorean se ofreció como el auto del futuro, como una concreción de los sueños. Pero las ventas no fueron las esperadas y para 1982 la empresa se veía en problemas económicos, el gobierno del Reino Unido se negó a dar más dinero, por lo que John Z. DeLorean empezó a buscar inversores para mantener la empresa a flote. Dos mil quinientos puestos de trabajo estaban en riesgo.

El 19 octubre de 1982 John Z. DeLorean fue detenido en un hotel de Los Ángeles, con un maletín lleno de cocaína, en una operación armada por el FBI y la DEA, con la ayuda de uno de sus informantes: James Hoffman. El juicio, del que resultó exonerado en 1984, acabó con la carrera de DeLorean y con su compañía, que ese mismo año fue declarada en quiebra.

El gobierno del Reino Unido investigó la desaparición de diez millones de libras esterlinas de los fondos que cedió a la empresa; así fue condenado el contable de la compañía: Fred Bushell. Dinero que fue rastreado a una empresa Off Shore en Suiza; el ingeniero Colin Chapman, quien colaboraba en la fabricación y diseño del DeLorean, murió en 1982 sin haber respondido por la desaparición del dinero.

A pesar de haber sido exonerado en 1984 la carrera de John Z. DeLorean estaba acabada. Vivió otros veintiún años a lo largo de los cuales intentó hacer otra compañía como la que tuvo y diseñar un nuevo automóvil en vano. Su sueño había terminado, pero no el sueño del automóvil que había creado.

Entre 1981 y 1982 se construyeron aproximadamente nueve mil automóviles en la fábrica de Belfast. La enorme mayoría de ellos no se había vendido en Estados Unidos, su principal mercado —aunque se fabricaban en Irlanda del Norte los volantes no eran colocados para conducción a la izquierda, como ocurre en el Reino Unido—. Y el precio de adquisición cayó.

 

Un momento, Doctor, quiere decir que usted construyó una máquina del tiempo con un auto DeLorean

            —En mi opinión, si vas a construir una máquina del tiempo ¿por qué no hacerlo con estilo?

Así corre el diálogo entre Marty McFly, interpretado por Michael J. Fox, y el Doc Emmett Brown en Volver al futuro en la escena en la que el DeLorean acaba de hacer su primer viaje en el tiempo, de un minuto, con el perro Einstein dentro de él

Bob Gale, uno de los productores y guionista, junto con Robert Zemeckis, tuvo la idea de escribir sobre un adolescente que viaja al pasado cuando encontró en la casa paterna el anuario de la preparatoria de sus padres, que resultó ser la misma en la que él había estudiado. Así se planteó la idea de una película en la que un adolescente viaja al pasado y se encuentra con sus jóvenes padres. Gale compartió la idea con su amigo Zemeckis y empezaron a escribir en 1981 el guion de la que terminaría siendo Volver al futuro.

En aquellas primeras versiones el adolescente se dedicaba a la venta de videocasetes de forma ilegal, la máquina del tiempo era un refrigerador y la energía necesaria para volver de 1955 la tomaba de una bomba nuclear. Aquellas ideas fueron descartadas y replanteadas; se pensó en cambiar el refrigerador por un automóvil, un tractor oruga se propuso como una solución para que anduviera por cualquier terreno, hasta que vieron en el DeLorean: la encarnación de la máquina del tiempo.

El diseño único del automóvil y lo poco común, para 1985 hacía dos años que se había dejado de producir —y salvo algunas unidades que fueron ensambladas por los empleados tras la quiebra. No se volverían a hacer hasta 1995 cuando la DeLorean Motor Company, afincada en Texas, compró los derechos de uso del nombre DeLorean y adquirió todas las piezas disponibles en el mercado y empezó a reensamblarlos—, hicieron que el automóvil se viera no sólo como una estilizada máquina del tiempo, sino algo salido del futuro; un futuro que no fue.

Volver al futuro II se estrenó en 1989 y  Zemeckis ofreció una imagen futurista de 2015, un futuro que para nosotros ha quedado en el pasado. Como el DeLorean, esa imagen del futuro que pudo haber sido mantiene una perspectiva optimista y colorida; como las estampas de revistas de finales del siglo XIX que imaginan el mundo cien años adelante, como Metrópolis de Fritz Lang, como la estética Googie de los años 1950s y 1960s —en la que se inspiraron William Hannah y Joseph Barbera para crear los Supersónicos—, visiones de un futuro que hunde sus raíces en su presente.

Así, el 2015 de Volver al futuro II es un mundo en el que los autos y las patinetas vuelan, en el que todo mundo tiene un reactor nuclear portátil y la comida es rehidratada en segundos. Quizá de ese futuro lo único que se puede decir que es parecido son los predictores meteorológicos, no con la precisión que se muestra en la película, pero sí con la suficiente como para revisarlos en la mañana y decidir, a partir de ellos, si se lleva el paraguas para la tarde o no. Pero quizá lo que más llama la atención es que no hay preocupaciones más allá de la posibilidad de perder un empleo y la distopia violenta no aparece sino en 1985 que Biff Tannen logró cambiar a su favor; aunque ese Hill Valley se asemejaba más a las condiciones a las que se enfrentaban muchos de los obreros estadounidenses en los 1980s con las grandes fábricas mudándose a países en vías de desarrollo para que ahí maquilaran sus productos y el incentivo al neoliberalismo impulsado desde la Casa Blanca por Reagan —tanto así que se les conoció como reaganomics—, en oposición al Hill Valley del que procedía Marty, en el que la clase media mantiene sus privilegios y el éxito se mide por los automóviles que se poseen —idea que se muestra tanto en las dos primeras partes de la trilogía—. Y es que al imaginar una distopia qué tanto no es una imagen del mundo en el que ya vivimos que nos reusamos a ver; del mismo modo en el que el futuro se quiere ver lo mejor del mundo en el que habitamos.

En el rodaje de las tres películas se utilizaron siete DeLorean, de los cuales sobreviven tres, uno en Universal Studios en Florida, otro en Universal Studios en California y el tercero propiedad de Bill Shea, un coleccionista quien lo adquirió en una subasta en 2011 por 241, 000 dólares —el DeLorean más caro hasta el momento; incluso más que los tres automóviles de edición especial que en la navidad de 1980 la DMC chapó en oro para una campaña de la American Express; de los cuales uno está en manos privadas, otro exhibido en el Petersen Automotive Museum de Los Ángeles y el otro en el Museo Nacional del Automóvil en Reno, Nevada—. Shea llegó a decir que de no haber sido por la bancarrota de la DMC el DeLorean sería un automóvil común y corriente y no algo icónico y eterno.

La compañía fundada por el exdirectivo de la GMC e hijo de un inmigrante rumano tenía planes de expandir su mercado, de aumentar el número de modelos de automóviles a ofrecer, entre ellos uno de cuatro plazas y un utilitario todo de terreno —del que incluso se llegó a hacer un prototipo para promocionar ante los inversores— y quizá, sino hubiese quebrado la DMC los hubiera producido y el DMC-12 hubiese permanecido como el primer automóvil de la compañía. Pero las posibilidades del hubiera son infinitas, posibilidades que, sin embargo, frente al DeLorean no puede uno escapar dado que, a fin de cuentas, en la imaginación popular se trata de nada menos de una máquina del tiempo. La compañía de John Z. DeLorean quebró, miles de irlandeses perdieron sus empleos y los automóviles que ensamblaron apenas si se vendieron y el DeLorean dejó de ser el producto del hombre de éxito, la posibilidad de vivir el sueño ahora, para convertirse en la máquina del tiempo, el automóvil que permitía volver al futuro.