De la edición como un dolor de cabeza

Titulo: La migraña
Autor: Antonio Alatorre
Editorial: Fondo de Cultura Económica
Lugar y Año: México, 2012
Colección: Letras Mexicanas
Tengo conmigo un juego de fotocopias de las dos versiones mecanuscritas de La migraña, tal vez una de las varias que menciona Martha Lilia Tenorio en la escueta nota editorial que precede esta edición. Son fotocopias hechas directamente de los originales que me proporcionó generosamente Miguel Ventura a la muerte de su autor, Antonio Alatorre (Autlán, Jalisco, 1922 – Ciudad de México, 2010). Uno de los mecanuscritos, que consta de 42 hojas, es prácticamente ilegible pues está tachado y corregido a profusión, lo cual hace pensar que evidentemente es una primera versión del relato; la segunda versión de 50 folios está más limpia y pulida y sólo tiene alguna que otra corrección hecha a mano; en ambas versiones inconclusas aparece como encabezado la fecha “1º de mayo de 1973”.
Sin otra finalidad que la de preservar el texto, más que por si en algún momento se publicaba o no, en las navidades de 2010 emprendí su transcripción a una versión digital, que desde luego también conservo: así se lo hice saber a Ventura quien, a su vez, se lo comunicó a Silvia Alatorre, la hija mayor del filólogo, y quien me pidió que se la enviara en cuanto terminara de hacerlo. Así lo hice en cuanto concluí y les envié la misma versión a Miguel Ventura y Martha Lilia Tenorio. Según la nota de Tenorio, veo que ellos volvieron a capturarla; es probable que mi versión haya tenido algún error, un dedazo o alguna omisión, pero puedo asegurar que no fue deliberada.
Ahora ha aparecido publicada esa novelita que Alatorre siempre tuvo en mente pero que al final no concluyó y que por fortuna no destruyó como hizo con otros papeles (cartas y sus diarios, en particular). Para empezar, es lamentable que se haya suprimido la fecha “1º de mayo de 1973” de la edición pues no es una fecha al calce para consignar cuándo la escribió sino que, al encabezar el texto, es más significativa pues se hace alusión varias veces a ella en la novela y es una fecha definitiva para Alatorre, como me lo hizo notar Ventura cuando me entregó las fotocopias: ese año había renunciado a sus clases en Princeton, estaba próximo su divorcio de Margit Frenk y estaba harto de la academia y principalmente quería empezar a escribir su propia obra (como lo habían hecho sus otros dos compañeros de generación: Rulfo y Arreola).
Antes de 1979, Alatorre siempre tuvo la inquietud de escribir su propia obra, de abandonar la academia en la que sentía que se había estancado y en la que encontraba tantos pleitos gratuitos. Por eso es importante la fecha de 1973, cuando empezó a escribir su novela y cuando pensaba todo lo anterior para dedicarse de lleno a las letras, como lo hicieron Rulfo y Arreola. En 1979, sin embargo, escribió en tiempo récord Los 1001 años de la lengua española y entonces le encontró una utilidad a toda esa vida académica en la que había estado sumergido tantos años aunque hay que agregar que nunca dejó de criticarla abiertamente, como queda claro en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional.
La migraña cuenta la iniciación sexual de un adolescente que estudia en un seminario de Tlalpan (en la primera versión los personajes se llaman autorreferencialmente Antonio y Margit, en la segunda, Guillermo y Celia) y así, entre el recuerdo de quien fue y del que es cuando lo aqueja la migraña, Guillermo reconstruye el adolescente tímido que fue, que descubre sus limitantes, sus potencialidades pero sobre todo su sexo y su sexualidad en ese ambiente de enclaustramiento y castidad. En esta edición, según explica Tenorio en su nota, aparece un “final” que redactaron los tres hijos de Alatorre, inspirados en lo que él escribió en las páginas anteriores. Para la versión digital que transcribí propuse una mejor conclusión de la novela: basándome en la primera versión del mecanuscrito, reconstruí la oración que Alatorre dejaba volando en la segunda versión (la más pulida pero que quedaba en puntos suspensivos) para concluir con la idea y así cerrar bien el último párrafo. Alatorre no habría permitido que nadie metiera mano en su obra, como no permitía que se corrigiera o malinterpretara la obra de sor Juana, por ejemplo.
Es paradójico que la obra que tanto atesoró uno de nuestros máximos filólogos, quien siempre veló porque las obras se publicaran en ediciones bien preparadas y las que estaban mal hechas las criticó severamente, tenga un trabajo filológico (fijación el texto, edición…) tan deficiente.