Tierra Adentro
Ilustración por Zauriel

I

Hemos fundado al mundo a partir de algo inexistente. Y no hablo del amor, sino de las matemáticas.

(Aquí es donde saltará una banda de epistemólogos alarmados a decirme que las matemáticas son más reales que la puta madre que me parió. ¿Les parece mejor, queridos filósofos de la ciencia, que intercambie la palabra inexistente por intangible? Bien, entonces. Prosigamos).

Mario Bunge, como todo hombre que alguna vez ha sabido hacer buen uso de sus neuronas, nos legó varias verdades humildes que podrían pasar por obvias; pero, que más bien permanecen en las sombras del cerebro porque rara vez nos detenemos a reflexionar alrededor suyo. Una de ellas es esta: no hay números en la naturaleza. Sobre el aire no divisamos a un tres agitando sus alas, entregado a la majestuosidad bucólica de un doce elevado a la segunda potencia. Hablamos, más bien, de tres aves que vuelan encima de un terreno con 144 metros cuadrados de superficie.

El mundo es un concepto abstracto que se nos escapa de los dedos y del ábaco. Inventamos a las matemáticas para redescubrir a todo lo que ya estaba ahí. Armados de siglos y de demostraciones fallidas, hemos usado al cálculo y a sus variaciones para complicarnos la existencia gratuitamente y así reducir el aburrimiento de las horas, el progreso de la civilización ha sido un mero efecto secundario.

Por ello, en la intimidad de mi corazón, estoy seguro de que a Fermat no le parecería mínimamente extraño el hecho de que sus aportaciones terminaron siendo aplicadas en la carísima transacción del GIF de un gatito animado, trescientos años después de su muerte.

 

 

II

Es más que difícil acomodar oraciones en un texto como este, las palabras bitcoin y blockchain no pueden ser pronunciadas o tecleadas sin que se inaugure una discusión ridícula entre gente que cree que Elon Musk salvará a la Tierra y gente de sensibilidad social afiladísima. Les juro, por esta vez, que no tengo ánimos belicosos. ¿Perdonarán los economistas y los libertarios el atrevimiento de este escritorcillo al que le delegaron la redacción de un ensayo? Ojalá, oh internet, que sí.

 

 

III

Satoshi Nakamoto —pseudónimo de lo que no se sabe si es una persona o, bien, un grupo— es el responsable de la creación del protocolo Bitcoin y de su sistema de referencia. En 2008, a través de un artículo que carecía de grandes formalidades en su enunciación matemática, Nakamoto dio a conocer el sistema de producción criptográfica sobre el que se fundamenta una de las mayores formas de dinero digital basadas en la interacción peer to peer. Al haber prescindido de la intervención reguladora de un banco estatal, el Bitcoin nació como una propuesta de descentralización del sistema financiero global, planteaba transacciones libres entre individuos, quienes no necesitaban de ninguna entidad intermediaria.

     El blockchain (una base de datos replicada que se implementa dentro de un sistema de información distribuida entre diferentes usuarios) es lo que vuelve posible la gestión de la contabilidad de transacciones que usan monedas virtuales. Gracias a la conjunción entre estructuras algebraicas complejas y muchos malabares aritméticos, el blockchain asegura que se almacenen, transmitan y confirmen datos ordenados a través del tiempo.

Al día de hoy, es claro que los esfuerzos de descentralización del Bitcoin y de otros tipos de criptomoneda no se limitan al mercado: buscan, también, una autogestión de la información. Desde el inicio, uno de los actos políticos más evidentes de la implementación del Bitcoin fue crear una red de validación comunitaria en el manejo de datos.

“Validación” es la palabra clave a la hora de hablar de los NFT. Un Non Fungible Token es una unidad de información que se caracteriza por la propiedad que indica su nombre: no es fungible. Tradicionalmente, se ha designado como fungible a todo aquello que se consume con el uso o que se puede sustituir por cualquier otra cosa que pertenezca al mismo género: la gasolina y el dinero físico son ejemplos de bienes fungibles. Los NFT se valen del sistema de blockchain para hacer las veces de un sello de autenticidad: él los valida.

Una pieza de arte se puede convertir en un NFT de forma sencilla: primero hay que digitalizarla en un archivo, luego registrarla a modo de “nodo” en blockchain y finalmente acuñarla. Convertido en NFT, el archivo de la pieza de arte adquiere un valor que se determina por aspectos como su rareza y su historial de propiedad.

Ser dueño de un NFT no te convierte en el único ser humano que puede disponer de la obra de arte: lo único que ocurre es que te vuelve el dueño de un archivo validado como el original.

La venta por 600,000 dólares del NFT de NyanCat no hizo más que popularizar la explosión del mercado del cryptoart. Intrigados por el precio superlativo de un GIF viejo, los internautas continuaron sorprendiéndose con noticias posteriores acerca de videos, tuits e ilustraciones que fueron ofertados en cantidades similares. Este año, por ejemplo, el NFT de Everydays: the First 5000 Days se vendió por más de 69 millones de dólares.

Carezco de una ouija que me permita sintonizar a Marx o a Friedman para preguntarles qué opinan acerca del fenómeno del cryptoart. Me limito a recoger las dos opiniones que se balancean en las cajas de comentarios de Facebook:

  1. El hecho de que haya gente dispuesta a pagar por cryptoart es una de las muestras más contundentes de nuestro fracaso como especie pensante.
  2. Las personas que compran NFT lo hacen porque disponen de lo que se necesita para ello. ¿Cuál es el problema con coleccionar archivos como si se tratara de jarrones o joyas?

Pero usted, hipotético lector, no se gaste las articulaciones del pulgar en Twitter: mejor busque un meme del que pueda sacar provecho. ¿Es acaso usted el que grabó la caída de Edgar o el que redactó el post sobre el vagabundo y la rata empapada en thinner?

¿Qué espera, entonces? Vaya a su computadora más cercana y hágase rico.