COVID-19: narrativa mexicana joven sobre, desde y contra la pandemia
NuevaNormalidad_2021: En el archivo que hemos conformado, a estas alturas del segundo año de la pandemia, existe todo un campo semántico alrededor de un virus, inédito hasta entonces, en la aldea global. Participamos tanto de la performance que confeccionamos también una gramática conveniente al status quo: aprendimos sinónimos —mascarilla, cubrebocas, barbijo—, involucramos dígitos —temperaturas, porcentajes, saturación—, reconocimos signos muy particulares —fiebre, oxigenación y sentidos—. Hay quienes se siguen cuestionando la concordancia de género en el/la COVID-19, el correcto lavado de manos o la pertinencia del color del semáforo. No hay duda, sin embargo, de que esta variante del SARS inoculó también en nuestros lenguajes, modus vivendi y, en consecuencia, en los relatos que contamos.
COVID-19: narrativa mexicana joven sobre, desde y contra la pandemia, presentado por el Programa Cultural Tierra Adentro en coedición con el Fondo de Cultura Económica, rescata esas historias del timeline de cada día, excursiona en el big data y rastrea aquellas subjetividades que escapan al scroll infinito. Con este compendio de ensayos, crónicas y cómic, la Redacción de Tierra Adentro pretende dar cuenta de lo ocurrido en nuestro rincón del ciberespacio, ese lugar que hemos ocupado vía Slack, WhatsApp, Zoom o casi cualquier red social que facilite la interacción a distancia. Si bien, en México, las políticas de confinamiento comenzaron con la Jornada Nacional de Sana Distancia (23 de marzo del 2020), muchos creadores mexicanos comenzaron a escribir desde la incertidumbre, antes incluso de que las fases de la pandemia y las fake news nos atiborraran el display del teléfono celular.
Tales son los casos de Alejandro Espinosa Fuentes (CDMX, 1991) y Grizel Delgado (CDMX, 1982), textos con los que se inaugura el diálogo pandémico, ambos escritos desde Europa. En “Madrid-Wuhan”, Espinosa Fuentes domestica la soledad con una crónica en la que conjuga las lecturas de temporada, el activismo y el encierro. En “El infierno (no) son los otros. Breve e incompleta crónica desde Berlín en días de coronavirus”, Delgado hace un recorrido por las distintas dimensiones de la nueva normalidad en Alemania, desde los cambios laborales, hasta la modificación radical del estilo de vida cotidiano, en una ciudad en estado de emergencia, miedo e incertidumbre.
El primer caso mexicano lo propone Diego Durán (CDMX, 1996) con “La fiebre de las fronteras”, una crónica que reconstruye la rutina diaria de una joven doctora quien enfrentó las dos fases iniciales de la pandemia desde la primera línea de defensa, al tiempo que reflexiona sobre la cultura social y hospitalaria en México. En “Powerpoints y pandemias”, Danush Montaño Beckmann (Durango, 1990) dialoga con esas comunidades del ciberespacio que no se conocen cara-a-cara, pero que conviven o lo intentan por lo menos, en el mundo digital: Zoom aparece, de pronto, justo cuando necesitamos que algún evento irrumpa desde la cuarta pared, frente a nosotros, y desencadene otro tipo de cotidianidad. Nicolás Ruiz (CDMX, 1987) reflexiona desde la intimidad, en “Desde mi balcón. Conversaciones en el encierro”, sobre la inmovilidad y el aislamiento, un binomio en el que política y filosóficamente, notas al pie incluidas, “[…] parar, por supuesto, es un privilegio”.
En esa misma vertiente crítica, Irad León (CDMX, 1985) deambula por el testimonio y la entrevista, la conversación de primera mano con personajes que bien podrían configurar un corpus de imágenes y sonidos de la pandemia en México, desde el hospital hasta el tianguis. Este pulso, el del cronista flâneur, probablemente se observe en su máxima expresión en las “Cinco instantáneas” de Aldo Rosales Velázquez (CDMX, 1986). En estos retratos “Se canjea un riesgo de muerte por otro, porque el encierro, para quien no posee un sueldo ni prestaciones, no es una posibilidad”, por eso el relato fotográfico es temporal: las metamorfosis de la ciudad y de su gente, sin ojos que los observen, pero sobreviviendo, obstinadamente, al ritmo ecléctico de la gran urbe mexicana.
Uno de los textos de Christina Soto van der Plas (CDMX, 1989) es una declaración tajante: “El oportunismo del pensamiento crítico: sobre Sopa de Wuhan”. En él, la escritora mexicana detecta el oportunismo y reduccionismo teóricos en los que cae Sopa de Wuhan, la compilación editada por Pablo Amadeo, a partir de las reflexiones de los últimos blockbusters del pensamiento moderno. En el otro de sus textos —Soto van der Plas es la única que repite en el libro—, “Ocupación: viajera del presente”, leemos la crónica de una doctora en letras cuyo horizonte de expectativas pandémicas le depara un viaje muy peculiar: el freelance vía apps, que examina las dimensiones sociales y económicas del presente, únicamente para actualizar el algoritmo del día a día.
Hay un texto muy peculiar entre todos. Lo escribe Diego Rodríguez Landeros (Mazatlán, 1988) y se titula “Me inocularon el virus en Tepito y se activó un año después en el picadero de Jamaica, o cómo pude evitar el contagio practicando la permacultura”. Es curioso por su hibridez genérica: comienza como una crónica, pero poco a poco descubre su erudición y compromiso ecológico. Nutre por su descripción y conocimiento, pero destaca sobre todo por su lenguaje y nivel de observación naturalista del paisaje mexicano. Algo similar sucede con relación al espacio en “El virus inexistente en el no-lugar”, de Gerardo Lima Molina (Tlaxcala, 1988), en el que la incertidumbre generada por el origen viral de la pandemia es comparada, al estilo del relato costumbrista, con Tlaxcala, un espacio que habita el imaginario mexicano como un fantasma de la provincia histórica y renegada.
Para Zel Cabrera (Guerrero, 1988), en “Los días y las horas adentro”, respirar tranquilamente parece en sí una afrenta en contra del miedo, una tarea dificilísima incluso con el privilegio de un cuarto propio. Su observación abre ventanas en una habitación clausurada: la batalla real de lo cotidiano es contra algo intangible. En cambio, “El virus de la incertidumbre”, la crónica que presenta Alberto Méndez (Estado de México, 1986), sucede en la plaza pública, con sus mesas aún repletas de amigos que beben y platican, ajenos —o quizás solo escépticos— de la mutación de un virus que se respira en el aire y que infecta, por lo menos, incertidumbre.
El trip más geek de la antología, sin duda, es “La literatura distópica me hace sentir bien”, de Daniela L. Guzmán (Guadalajara, 1991). Un poco por filiación, pero desde luego con un comprometido sentido de pertenencia, Guzmán habla desde la ciencia ficción —y por el fandom siempre underdog y marginal— para recordarnos que hemos vivido plots mucho peores en la ficción, pero que la realidad nos aguarda agazapada ahí, justo donde la imaginación nos recuerda el sentido de lo humano: “Así pues, quiero pensar que leer ciencia ficción distópica nos ha servido al menos para crecer una reserva de metáforas que nos ayudan a iluminar esta situación: a entendernos mejor a nosotros mismos dentro del desastre”.
COVID-19: narrativa mexicana joven sobre, desde y contra la pandemia cierra con el cómic “La nueva normalidad”, de David Espinosa “El Dee” (Cancún, 1988), una serie de viñetas en escala de grises que narra, con ironía y cierta desesperanza, el holograma de la realidad que separa una brecha intangible entre lo que era antes, lo que es, y lo que será próximamente la normalidad.
Al margen de las estadísticas y el contenido un tanto gore al que hemos accedido a partir del aislamiento y la incertidumbre, COVID-19: narrativa mexicana joven sobre, desde y contra la pandemia fomenta un ejercicio creativo, crítico y comprometido con las ideas que surgen de esta generación del intersticio: ni completamente análogos o digitales, los escritores y escritoras reunidos en esta compilación dialogan con sus diferentes realidades, medios, privilegios o expectativas. Lo hacen desde la literatura y sus distintos géneros, pero sobre todo, a partir de un mecanismo de observación/asimilación del presente: el archivo NuevaNormalidad_2021 lo seguimos conformando entre todxs, una comunidad en perífrasis de gerundio, porque el lenguaje de virus —el/la COVID-19— se actualiza a cada segundo en el display de nuestros dispositivos.
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