Conquistador //Rafael Acosta//
Conquistador nos hace pensar que la ficción todavía puede superar la realidad. En los últimos años la violencia, el tráfico de drogas y el estilo de vida de los criminales —una cruel pero contundente realidad— se han vuelto tema obligatorio en las páginas de libros y revistas. Esta novela trastoca las convenciones del género al desarrollar una épica en la que los versos de la música de banda hacen contrapunto a una trama de traición y venganza. Con lenguaje vivo y procaz, Rafael Acosta cuenta la historia de un ambicioso narcotraficante mexicano conocido como el Chirrín, quien pone en marcha un plan para apoderarse del negocio de las drogas en Europa. Para ello reúne a un comando formado por los más estrafalarios sicarios de los cárteles nacionales, que desatarán una guerra sin precedentes en varias ciudades de España.
Un adelanto:
El inicio
El Juez Vallejo
Detén la acción antes de que la bala entre en el cráneo del guasho, pero después de que ha salido de la pistola. Mira al bato de los ojos verdes, pon atención en su rostro. No es la misma mirada que la de la Perra. La Perra está vaciando su cartucho sobre los cabrones que los persiguen. La Perra lo disfruta. Trae una erección. Cuando acabe todo el pedo, si sale entero, va a ir y se va a buscar a una de sus zorras para ponerle una chinga de varias horas. Tal vez ahora, considerando la intensidad del intercambio, va a buscarse una nueva, un shoshito fresco.
Pero no, el de los ojos verdes no es como la Perra. Él tiene una mirada impávida. Probablemente no lo vieron antes, porque llamaba la atención cómo le estaba cortando la uña con la navaja al guasho, pero el huey de los ojos verdes hacía el corte de la misma forma en la que algunos cocineros hacen esculturas con frutas o verduras.
Al de los ojos verdes le dicen el Juez. Él no disfruta lo que hace, pero tampoco lo odia. Él no lo hace por el dinero. Él es un profesional, en el verdadero sentido de la palabra, es decir, alguien que realiza su profesión porque cree en ella y la haría sin cobrar si tan sólo pudiera. Él sólo hace trabajos puntuales. Él es el único que no trae la nariz blanca. Él es el único que puede andarse con calma mientras los persigue una Avalanche llena de cabrones. Él es el único que no escucha los disparos. Él es el único que no se inmuta cuando el cabrón que va tras de ellos usa la bazuca. Él solamente está hablando con el cabrón que acaban de levantar.
El Juez está haciendo su trabajo, nada más. Es un Gran Jurado del más allá en esta tierra. Es la justicia encarnada, el ángel exterminador. Él sabe si acepta un jale o no. Sólo va tras de los hijos de puta. La verdad, tampoco le falta trabajo. En este mundo, lo último que se acabará será su clientela.
Todos saben que va a averiguar todo lo que haya que averiguar y que luego llevará a cabo la sentencia. Casi siempre es de muerte. A veces lleva un regusto de piedad. Otras, le deja un sabor metálico, como de sangre, cuando siente que las venas se le llenan de venganza. Entonces es cuando hace su trabajo como nadie más. Tiene contratos de Monterrey a Tijuana, de Ciudad Juárez a Michoacán. Al guasho lo está ejecutando con piedad. Tiene peores formas de matar a alguien que con una .22 a la cabeza. La veintidós le gusta. Le ahorra trabajo. Hay menos qué limpiar. Por contraste, a la Perra o al Patán les gusta más la 9 milímetros, tienen una pasión por el salpicadero, por la forma en la que todo surca los aires, como el humo de los cigarros, en un patrón único e irrepetible, impredecible, cada vez que le truenan el culo a alguien. La sangre en el aire hace figuras, pero va más rápido que su cerebro. Es como si una obra de arte apareciera frente a ellos en el tiempo que le toma a su cerebro procesar: “Pa que te acuerdes del Toño Becerra, pinche puto”, y la vieran y la sintieran en toda su profundidad, pero jamás se enteraran de qué fue lo que vieron.
Ahora mismo corren el riesgo de sublimarse en arte aspersivo si la Perra no se chinga a los putos del otro bando que los persiguen, mientras la velocidad de los eventos recupera su paso y el chilango se queda guango, guanguito y luego duro, rígido. El Juez se limpia la sangre y cambia de arma. Julieta, la .22 está muy bien para chingarse a un hijo de puta, pero no para tirarle a un vehículo blindado.
Este puto ya cantó todas las ransheras que sabía cantar. Perra, tápate la cara y voltea pa lante. Cierra los ojos, pinshi patán. El Juez tira hacia atrás una granada y una luz ultraterrena inunda todo. La Avalanche se estrella con un poste. Una Lobo que venía atrás también se impacta con un Chevy que iba cruzando la calle y quedó cegado a su vez. Por hoy se salvaron. Sólo un plomazo en el brazo del Semillón. Un trabajo logrado. A preparar el reporte para el patrón.