Christina Rosenvinge: aunque sea nuestro… que arda el mundo
Nadie puede culpar a esta española por tener una vida muy interesante y que transcurre como una vorágine. Nacida en 1964, de padre danés y madre inglesa, a comienzos de los ochenta despuntó como parte de dos proyectos juveniles de pop rock ligero. Primero en Alex y Christina, después en Christina y los subterráneos. El éxito masivo no se hizo esperar (Nacho Cano les ayudó con la producción de un disco), pero la mujer se hartó de la parte más comercial y light de la industria y decidió dejarlo sin importar las consecuencias.
Para 1994 edita Mi pequeño animal y se encuentra colaborando con Lee Ranaldo, guitarrista de Sonic Youth, quien le brinda invaluable apoyo y padrinazgo. Se aleja cada vez más de las artistas que explotan su belleza y se sumerge en un rock más áspero y artístico. Siempre sale a flote su personalidad hosca y enigmática. Después de lanzar Cerrado (1998), dio por terminado un contrato importante con Warner y una vez más optó por quemar las naves.
Un año después se mudó a Nueva York en compañía de su pareja (el destacado escritor Ray Loriga) y fue recibida por el baterista de La Juventud sónica, Steve Shelley, quien junto a Ranaldo, dieron solidez a la búsqueda de Christina por una música robusta, exploratoria y seria. En términos de rock, ella no se anda con niñerías.
Perseverante y testaruda consigue hacerse de un espacio en la escena musical norteamericana y graba una trilogía que comienza con Frozen Pool (2001), sigue con Foreign Land (2002) y cierra con Continental 62 (2006), en el que aparecen tres temas en español y que dejaba entrever un regreso a su patria. Mientras tanto también había experimentado la maternidad y realizó giras por Estados Unidos y Europa. En su trayectoria también cuenta con varias incursiones en el cine, participando en las películas Todo es mentira (1994) y en La pistola de mi hermano (1997), con su marido de Ray Loriga.
Tras separarse de su pareja regresa a España y no renuncia a nuevos proyectos. Para Verano Fatal (2007) hace mancuerna artística junto a Nacho Vegas, con quien termina por liarse sentimentalmente. La convivencia saca chispas y se convierte en algo imposible de sostener, pero le deja la grata experiencia de tocar con músicos como Xel Pereda y Manu Molina.
En 2008 publica Tu labio superior, que contiene canciones únicamente en español y le consagran tanto con el público como con la prensa especializada. La revista influyente catalana Rocdelux la colocó entre lo más notable de aquel año, al tiempo que también expande sus aventuras estéticas y colabora con la afamada artistas conceptual francesa Sophie Calle, en la pieza Prenez soin de vous que se presentó en la Bienal de Venecia en 2006.
Mucha creatividad y gran calidad se mantienen en su álbum La joven Dolores (2011), que es descrito como el que más vínculos tiene con la literatura. En medio de ese inter se le achaca un romance con el actor de fama mundial Viggo Mortensen. Ese mismo año aparece un trabajo bastante ambicioso. Un caso sin resolver es una recopilación que reúne toda su trayectoria discográfica, más un DVD con vídeos y un documental de la grabación especial que se realiza con Raúl Fernández «Refree», estupendo músico y productor; así como una selección de textos de sus colaboradores y una biografía muy irónica escrita por ella.
Rosenvigne es una artista de larga trayectoria, alguien a quien le gusta trabajar a fuego lento, sin presiones, sin molestias. Durante el impasse hacia la concepción de un nuevo disco ha dejado saber que leyó poemas de Luis Cernuda, que revisó a detalle las esculturas de Louise Bourgeois y que escuchó lo mismo a Franco Battiato que a Bill Callahan. A la postre fue dejando canciones que plasmaran la complejidad y confusión que inundan el presente de Europa, España y su círculo personal; vamos, que el mundo está de cabeza y ella tenía muchísimas preguntas agolpándose.
Al presentar Lo nuestro ante la prensa del viejo continente, reveló que el título surgió de uno de sus poemas. Se preocupó por revisar lo duro del actual momento y se centró en sus intenciones: «Que quede claro que aunque apunto a cuestiones peliagudas no tengo respuestas para nadie, lo que quiero es expresar con absoluta contundencia la incertidumbre».
No sólo se exigió como autora en la parte temática, iba componiendo en el programa Garage Band y mandando archivos a Raül Fernández Miró (Refree) una vez más, para sacar su mayor rédito como productor. Al final se quedaron diez canciones con muchas partes de teclado, efectos crujientes y atmósferas rugosas. En pos de perfilar el rumbo sonoro que llevan, debo señalar que navegan en el rumbo de la gran P. J. Harvey –hay una mezcla de rudeza con sensualidad–, un proceso del que Christina da cuenta: «Buscaba un sonido que se podría definir como romanticismo industrial, es decir, plomo en la base y ondas eléctricas expandiéndose hacia el cosmos, lirismo expresado sin complejos. Otra vuelta de tuerca, vaya».
Lo nuestro implicó también un nuevo sello discográfico; ha firmado con El Segell del Primavera (al igual que lo hicieron Los Planetas) dado que le brindaba el soporte para una colección de canciones oscuras como las que ahora pública. Dio con una música un poco osca que oculta el optimismo que dice tener pese al devaluado estado de las cosas.
El disco abre con «La tejedora», donde recrea el universo femenino, la maternidad y el sacrificio de muchas creadoras ante los compromisos familiares; es por ello que alude a la araña gigante que la afamada escultora francesa tiene en Bilbao.
Otra de sus piezas clave es «La muy puta», que marchando a media velocidad marca la pauta para que suelte: «¿Para qué explicarles que en mi hueco pectoral/ guardo mariposas que no puedo desvelar?». Pero la joya de esta corona es, sin duda, «Lo que te falta», que con cierto romanticismo naif envuelve imágenes intrigantes como sacadas de viejas películas europeas, que nos hace recordar incluso, a Siouxie and the Banshees.
A sus 50 años no se cansa de señalar la escasez de mujeres en el panorama musical internacional, no se dice feminista pero es alguien con conceptos muy sólidos: «Cada persona es única y se expresa como sea. No puede ser que haya que pedirle a una cantante folk que renuncie a su extrema femineidad. Es que, para empezar, ¿qué es femineidad y qué es masculinidad? Son cosas aprendidas y es algo que ves claro cuando tienes niños. Me saca de quicio y me parece el primer corsé: ¿por qué lo lánguido, suave y acústico es femenino y lo rockero es masculino?», apunta durante una conversación con Elena Cabrera.
Christina Rosenvigne no cede un ápice en afirmarse como una artista muy seria… peleona; en «Alguien tendrá la culpa» suelta —con ironía— sus observaciones sociales y la ausencia de responsabilidad en las instituciones: «El capitolio vuelve a arder/ Levantaremos otro con más fe». Cuando todo parece venirse abajo aparecen los espíritus fuertes dispuestos a dar pelea.