Tierra Adentro
Retrato de Giacomo Casanova (1725-1798), realizado por Francesco Casanova, circa 1750-1755. Obra de dominio público
Retrato de Giacomo Casanova (1725-1798), realizado por Francesco Casanova, circa 1750-1755. Obra de dominio público

A la medianoche del 31 de octubre de 1756, dos oscuras figuras se recortan por el firmamento que cae sobre los tejados de Venecia, iluminados tenuemente bajo la luz de la luna. Bajan por una cuerda hasta llegar al espeso canal, al cual entran para alejarse nadando, incrédulos ante su suerte. Uno de ellos es Balbi, un fraile extraviado de la fe; el otro es nada menos que Giacomo Casanova, aventurero, tahúr, escritor, alquimista, diplomático y, para muchas mujeres, el mejor amante del mundo.

Lo anterior no es obra de la ficción, sino un hecho histórico y documentado: la Inquisición había encerrado a Casanova, por sus deudas de juego y abierto libertinaje, en la prisión de los Plomos, una cárcel inexpugnable de la que nadie había podido escapar, y que gracias a su temeraria y heroica fuga, habría de acrecentar la celebridad de Giacomo en todos los salones de la vieja Europa.

Su huida no haría sino incrementar la leyenda en torno al Caballero de Seingalt, un personaje de carne y hueso del cual se han escrito ríos de tinta y cuya vida, de tan increíble y aventurada que fue, lo mismo ha ocupado tratados y biografías que historias de ficción, al grado que mucha gente piensa que semejante ser solo pudo haber existido en la fértil imaginación de escritores y cronistas del Siglo XVIII.

Y es que antes de hablar de Casanova, hay que situarlo en su contexto, la Ilustración: el llamado Siglo de las Luces, el germen de la Revolución Francesa y otros tantos cambios sociales que habrían de moldear la época y cuyas repercusiones y ventajas seguimos gozando en el presente. Esencialmente, fue un movimiento progresista intelectual y cultural en el cual se propugnaba el triunfo de la razón, el bienestar del individuo, la lógica de la ciencia y básicamente, la esperanza en las ideas como vehículo de avanzada para la humanidad.

La liberté, égalité y fraternité francesas fueron conceptos que se diseminaron por toda Europa, al igual que Casanova, que la recorrió toda a caballo, en carruaje y, muy contadas veces, a pie. ¿Pero quién fue el tal Casanova y por qué nos ocupamos de él? ¿No es acaso un rancio libertino que no tiene cabida en la moral de nuestro avanzadísimo siglo XXI?

Muchos mitos se han tejido en torno a su figura, así como vastas malinterpretaciones. La mayoría de los estudiosos y expertos casanovistas coinciden a este respecto. Es una desgracia que, al ilustrado italiano, que fue una figura seminal tanto en los cenáculos de la nobleza como en la literatura de su tiempo, se le haya hecho poca justicia debido a que el imaginario popular, más interesado en sus hazañas amatorias, lo haya convertido en adjetivo de seductor y en sinónimo de buen amante.

En esta conmemoración del 300 aniversario de su nacimiento, más que nunca resulta necesario ir allende al mito del seductor y reivindicar a Casanova como un hombre de las Luces, un sabio y viajero incansable, un diplomático sagaz y un narrador prodigioso que nos legó un testimonio invaluable de su tiempo. Dejando atrás los estereotipos que lo reducen a un maníaco sexual empedernido, Casanova encarna la esencia del vitalismo y del hedonismo, del joie de vivre, el arte de vivir sin remordimientos, como un sibarita ansioso y apasionado por el conocimiento, el estudio y la experiencia.

Nace una leyenda: el verdadero Giacomo Casanova

“Comienzo declarando al lector que, en todo cuanto he hecho en el curso de mi vida, bueno o malo, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que, por tanto, debo creerme libre”. 

Estas palabras, escritas por el propio Giacomo Casanova en su monumental autobiografía Historia de mi vida, encapsulan la esencia de un personaje cuya existencia ha desafiado el tiempo y las moralidades cambiantes. En el tricentenario de su nacimiento, el autonombrado Chevalier de Seingalt sigue siendo una figura fascinante, no por sus hazañas amorosas, sino por su inquebrantable espíritu de aventura, erudición y libertad.

Giacomo Casanova nace el 2 de abril de 1725 en Venecia, en el seno de una familia de actores. Su padre, Gaetano Casanova, murió cuando él era niño, dejando a su madre, Zanetta Farussi, a cargo de la familia. Se dice que Zanetta era muy bella, y existía el rumor de que Giacomo era el hijo bastardo de Michele Grimani, un patricio veneto, es decir, de la nobleza veneciana, lo cual explicaría porqué siempre gozó de ciertos privilegios y protección de altos señores. 

Asimismo, ese dato arroja pistas sobre su propia psicología, ya que Casanova siempre buscó fortuna y aspiró a ser parte de la aristocracia, tal vez deseando obtener la posición que le fue negada por derecho de nacimiento. No hay duda de que su madre era un personaje en toda regla, pues también se dice que años más tarde sostuvo un amorío con el príncipe de Gales, relación de la cual nació el hermano de Casanova, Francesco Giuseppe (Londres, 1727), quien fuera un afamado pintor de paisajes y escenas bélicas, casi tan célebre como su ilustre hermano mayor, aunque el tiempo le negó la posteridad, lo mismo que a su otro hermano menor, Giovanni Casanova, también pintor y grabador.

Durante sus primeros ocho años, a Giacomo se le consideró idiota, y sufría de numerosos sangrados nasales, hasta que su abuela logró curarlo gracias a los remedios aplicados por una hechicera de la cercana isla de Murano. A partir de su milagrosa sanación, el pequeño Casanova mostró una inteligencia prodigiosa y una inclinación por el estudio, lo que llevó a su abuela a enviarlo a Padua para su educación. A los doce años ya dominaba el latín y el griego (más tarde el francés y el alemán, aunque nunca aprendió el inglés), y a los diecisiete se doctoró en leyes por la Universidad de Padua. De ahí sería enviado a la Roma papal para convertirse en seminarista y ser ordenado sacerdote -aunque usted no lo crea, el mejor amante del mundo casi fue beato-. Sin embargo, su camino no estuvo destinado a la abogacía ni a la vida clerical que en un principio había considerado, en especial cuando conoció las mieles del mundo femenino.

Atraído por el placer y la aventura, abandonó sus estudios y se dedicó a viajar por Italia, comenzando una vida errante que lo llevaría a mezclarse lo mismo con nobles y filósofos, que con aventureros y cortesanas. Fue violinista en teatros de Venecia, secretario de un cardenal en Roma y, más tarde, comenzó a moverse en los círculos de la alta sociedad europea gracias a su carisma e inteligencia.

Diplomático, espía, duelista, alquimista, filósofo, escritor, violinista, políglota, inventor, bibliotecario, tahúr y escapista de prisiones, Casanova fue mucho más que un simple conquistador de mujeres. Su vida, siempre marcada por el exilio y la constante reinvención, lo llevó a conocer y codearse con monarcas, intelectuales y aristócratas de toda Europa. Sus relaciones con figuras como Voltaire, Mozart, el Príncipe de Ligne o Catalina la Grande lo colocan en el epicentro del Siglo de las Luces, una era que apostaba por la razón, la libertad y el saber.

En su obra Historia de mi vida, Casanova no se presenta como un conquistador insaciable, sino como un hombre de su tiempo que vive intensamente cada momento. “El placer es el objeto y el deber del hombre inteligente; quien se deja atrapar por la tristeza es un necio”. No busca imponer su voluntad sobre las mujeres, como el ficticio y misógino Don Juan, sino compartir con ellas la experiencia del deseo mutuo, anteponiendo el placer de la amada antes que el suyo propio, privilegiando el erotismo y la espiritualidad por encima de lo carnal. En este sentido, su sinceridad y elegancia lo convierten en una figura mucho más cercana al arquetipo del caballero cortesano que al del mero seductor.

Por otro lado, en cuanto escritor, Stefan Zweig en su ensayo “Casanova”, incluido en su libro Tres poetas de sus vidas, lo analiza con profundidad y lo reivindica como un narrador excepcional. Zweig lo distingue de otros libertinos de la literatura, destacando su autenticidad y su capacidad de narrarse a sí mismo sin censura ni hipocresía: “Casanova no es un cínico ni un conquistador vulgar. Es un artista del placer, un amante que entiende que el deseo es un juego entre iguales”. Desde su visión, Casanova es un artista de la vida, un hombre que se entrega sin reservas al placer y al conocimiento.

Casanova en la cultura popular

A partir de su muerte acaecida el 4 de junio en 1798, Casanova ha trascendido su propia historia para convertirse en un mito literario. Su vida ha inspirado a múltiples autores y cineastas, quienes han explorado su figura desde diferentes ópticas, a veces idealizándolo y otras demonizándolo.

En la literatura, su personaje ha aparecido en obras como El amante de Bolzano, de Sándor Márai, donde se ficcionaliza un episodio de su vida tras su fuga de Los Plomos de Venecia. En este relato, Casanova se enfrenta a su propia leyenda, viéndose obligado a confrontar su imagen pública con su realidad interior. También es personaje de otra famosa novela, El retorno de Casanova, de Arthur Schnitzler, en donde el otrora gran amante ya avejentado emprende la última de sus conquistas amorosas.

El cine tampoco ha sido ajeno a su historia. Directores como Federico Fellini (Il Casanova di Federico Fellini, 1976) han reinterpretado su figura, resaltando la decadencia y el aspecto más melancólico de sus últimos años. En esta versión, Casanova no es el seductor triunfante, sino un hombre atrapado por su propia fama, incapaz de encontrar un verdadero significado a su existencia.

Incluso en la cultura popular, su nombre ha pasado a ser sinónimo de conquistador, aunque con el tiempo esta imagen reduccionista ha desvirtuado su figura. Sin embargo, su legado literario y su testimonio histórico siguen ofreciendo una visión más rica y compleja de su personalidad. “Yo no soy lo que he hecho, sino lo que he escrito”. Con esta frase, Casanova reafirma su papel como cronista de sí mismo y narrador  de su propia inmortalidad.

Los últimos años de Casanova

Después de décadas de aventuras, exilios y excesos, Casanova terminó sus días en el castillo de Dux, en Bohemia, donde se desempeñó como bibliotecario al servicio del conde de Waldstein. Allí, envejecido y nostálgico, escribió Historia de mi vida, dejando un testimonio invaluable sobre sus experiencias y la sociedad del siglo XVIII.

A pesar de su declive físico y la soledad de sus últimos años, Casanova nunca perdió su lucidez ni su sentido del humor. En sus cartas y escritos de la vejez, se puede leer la resignación de un hombre que lo había vivido todo y que comprendía que su tiempo había pasado. Murió en 1798 a los setenta y tres años, abandonado por la fortuna y la juventud, pero con la certeza de que su historia no sería olvidada. A tres siglos de su nacimiento, Giacomo Casanova sigue siendo un personaje inagotable. Su vida, plasmada en miles de páginas, es un retrato de una Europa en plena transformación, un testimonio invaluable de una época en la que el conocimiento y la experiencia eran los verdaderos motores del destino individual.

Más allá de su leyenda, Casanova nos deja una lección fundamental: la vida debe ser vivida con intensidad, sin miedo al juicio de la posteridad. Como bien señala Zweig, “la inmortalidad no sabe nada de moral o de lo inmoral, del bien y del mal; solo necesita obras y pujanza”. Y Casanova supo asegurarse un lugar entre los inmortales. “No me arrepiento de nada, porque cada paso que di fue el resultado de mi libertad”. Así, el Chevalier de Seingalt, el aventurero insaciable, el escritor prolífico, nos recuerda que la mayor conquista de todas es vivir sin cadenas, fiel a uno mismo.