Tierra Adentro
Carl Nielsen (1928). Fotografía: wikipedia.

Las seis sinfonías de Carl Nielsen (1865–1931) son uno de los conjuntos más memorables de la música sinfónica del siglo XX. Nielsen comenzó sus experiencias musicales a los tres años de edad, cuando descubrió que los sonidos producidos al golpear los leños apilados para la chimenea eran distintos dependiendo de su tamaño y grosor, según declaró en una entrevista. Su padre, quien era un pintor de casas, también tocaba el violín y la trompeta. Su madre cantaba, al igual que el resto de sus once hermanos y hermanas. La primera vez que Carl vio un piano fue en casa de una tía, a los seis años de edad: quedó fascinado. “Mientras que en el violín uno tenía que buscar las notas un tanto a ciegas, en el piano éstas eran claras; se alineaban brillantes frente a mis ojos. No sólo podía escucharlas sino verlas y así hacía un descubrimiento tras otro”, comentó el compositor.

Nielsen pasó su niñez como cuidador de gansos y a los catorce años ingresó a la banda de guerra del decimosexto batallón de la Real Armada Danesa, lo que le proporcionó otras habilidades en la música. Un compañero suyo le enseñó la música de Mozart, Beethoven y Bach. Después de familiarizarse con las obras de estos autores comenzó a componer sus propias obras e ingresó, en 1884, al Conservatorio de Copenhague con una beca para estudiar piano y violín. Dos años después, buscó complementar sus estudios con clases particulares de teoría musical. De acuerdo con Torben Meyer, las lecturas favoritas de Nielsen eran las historias derivadas de la mitología griega y nórdica, las obras de Platón, Shakespeare, Goethe y Ludvig Holberg[1]. Nielsen se ganó la vida como violinista de la orquesta de los Jardines de Tivoli hasta que ingresó a la Orquesta Real Danesa en 1889. Además de tocar el violín, dirigió algunas orquestas como la del Teatro Real de Copenhague, la de la Sociedad de Músicos y, en Suecia, la de Gotemburgo.

Carl Nielsen compuso su Primera sinfonía en 1892, la segunda (Los cuatro temperamentos) y su ópera Saúl y David en 1901, su ópera bufa Maskarade en 1906, su Tercera sinfonía (Expansiva) y su Concierto para violín en 1911, su Cuarta sinfonía (Inextinguible) y dos de sus mayores obras compuestas para piano (Chaconne y Tema y variaciones) en 1916, su Quinta sinfonía en 1922 y en 1925 concluyó su Sexta sinfonía (Simple). Además, durante esos años, compuso varias obras corales, música de cámara, para piano y canciones.

En 1922, Nielsen fue diagnosticado con angina de pecho, lo cual le produjo gran debilidad y una fuerte depresión. El título de su Cuarta sinfonía obedece al “inextinguible, elemental, deseo de vivir”. Es decir, a las fuerzas que prevalecen aun después de “la devastación del mundo a través del fuego, las inundaciones, los volcanes…”

En sus últimos diez años de vida, Nielsen experimentó esa fuerza, tras sobrevivir y sobreponerse anímicamente a varios ataques al corazón. Esta voluntad de vivir se manifestó contundente en la música de esos años: en el Preludio y Tema con Variaciones para violín (1923), el Concierto para flauta (1926), el Preludio e Presto para violín, el Concierto para clarinete, las Tres piezas para piano (todos en 1928) y el Commotio para órgano (1931). También compuso obras para diversas instituciones académicas y sociales como la Escuela Preparatoria del Politécnico de Copenhague, la Asociación para la Educación de los Jóvenes Comerciantes, la Unión de Cremación Danesa e incluso la Alberca Municipal de Copenhague. Se dio su tiempo para elaborar proyectos didácticos como Música de Piano para jóvenes y viejos y Dinamarca. Su música fue, desde sus inicios, una búsqueda por el coraje, lo terrible y lo bizarro. Como apunta Robert Simpson: “Nielsen es una de esas raras personas que conocen el camino más corto a la verdad”.

Nielsen aceptó el cargo de director del Conservatorio de Copenhague en 1931; en otoño de ese año realizó el montaje de su obra Maskarade en el Teatro Real. En un ensayo, ante la impericia de un tramoyista, Nielsen decidió ocuparse de algunos asuntos relacionados con la escenografía y eso, más su trabajo en el Conservatorio, lo dejó exhausto. Ese mismo día llegó al concierto, pero tuvo que abandonar la sala en el segundo acto porque se sentía muy mal: murió una semana después. Su muerte fue un luto nacional y uno de los funerales más grandes que han ocurrido en Dinamarca.

Hasta la década de 1950, la música de Nielsen permaneció relativamente desconocida en el resto de Europa. En ese tiempo hubo una gran gira de la Orquesta Sinfónica de la Radio del Estado de Dinamarca a lo largo y ancho del continente con varios directores; entre ellos, Erik Tuxen, uno de los grandes difusores de las obras de Nielsen. Así mismo, la publicación del libro Carl Nielsen: Symphonist (1952), de Robert Simpson y, finalmente, algunas de las grabaciones de sus obras, contribuyeron en la difusión de su trabajo.

Un rasgo característico de las sinfonías de Nielsen, como ha apuntado Michael Steinberg, es que terminan en una tonalidad distinta a la que iniciaron. Podríamos decir que para Nielsen (musicalmente hablando) la sinfonía constituye la búsqueda por alcanzar esa otra tonalidad con la que termina la obra. Simpson define este recurso como “tonalidad progresiva”. Nielsen sabía que la mayoría de los escuchas no puede seguir una estructura armónica identificando las tonalidades, pero sí reacciona a los cambios de tonalidad. Nielsen apunta en sus composiciones a enfatizar estos cambios en un intento por interactuar con la memoria de los escuchas sobre estos cambios que constituyen más una experiencia, a veces inconsciente, que una identificación de tonalidades.

Nielsen comenzó a componer su Cuarta sinfonía en 1914 y la finalizó en 1916. Él mismo dirigió el estreno con la Orquesta de la Sociedad de Músicos de Copenhague. Aunque estamos acostumbrados a utilizar el término de “La inextinguible” como una suerte de sobrenombre de esta sinfonía, el original (Det uudslukkelige) alude a una abstracción, ya que el artículo empleado es neutro. El propio Nielsen, en la partitura explica lo siguiente:

Bajo este título, el compositor se ha propuesto indicar en una sola palabra lo que sólo la música es capaz de expresar por completo: el deseo elemental de vivir. La música es la vida y, al igual que ella, es inextinguible. El título que le ha dado el compositor a esta obra podría parecer superfluo. Sin embargo, el autor ha utilizado esta palabra para subrayar el carácter estrictamente musical de su tarea. No se trata de una indicación programática, sino de una sugerencia para adentrarse en este territorio, propio de la música.

Años después, Nielsen ampliaría un poco más el concepto de “voluntad de vivir” y las emociones subsecuentes, pero la idea es la misma. Su visión acerca de la fuerza y determinación por vivir no proviene, como podría pensarse, de las obras de Schopenhauer, sino de la propia experiencia de la vida rural, del contacto con la naturaleza que tuvo toda su vida. Y, más adelante, por la violencia provocada por la Primera y Segunda Guerra Mundial.

De acuerdo con los testimonios del propio compositor, el primer reto que se impuso al componer esta obra fue que los movimientos debían fluir sin cortes. Entonces, había escuchado con gran emoción la Sonata para piano en Si menor de Franz Liszt, que expresa los contrastes, riquezas y vaivenes de una obra de varios movimientos en uno solo. En una carta fechada el 24 de julio de 1914, Nielsen le refirió a un amigo, que estaba trabajando en una obra orquestal: “una suerte de sinfonía en un movimiento con la que intento representar todo lo que sentimos y pensamos de la vida en el sentido más profundo de la palabra. Es decir, todo lo que tiene el deseo de vivir y de moverse”.

A pesar de que no hay cortes en esta obra, los cuatro movimientos se distinguen muy claramente a través de los distintos tempi, que corresponden a un orden tradicional: un allegro, un intermezzo, un movimiento lento y un allegro finale. Hay un tema que aparece en el primer movimiento y que regresa al final de la obra; uno de los elementos que muestran la idea de una sola obra y no la unión de movimientos aislados.

La sinfonía inicia con los alientos de madera y las cuerdas, más un llamado de los metales al inicio de la obra para reforzar el comienzo explosivo. Las líneas de los alientos y de las cuerdas parecen independientes. Sin embargo están conectadas a través de las tonalidades: los alientos tocan en Re menor (la tonalidad base de la sinfonía en este punto) y las cuerdas en Do. Las síncopas y la gran velocidad de la música hacen del comienzo una experiencia emotiva, de gran energía y provoca la sensación de que la música, en efecto, nunca va a “aterrizar”. Sin embargo, un signo habrá de hacerlo aparece, cuando los clarinetes tocan una melodía suave y tranquila, cuyo momento será interrumpido por una suerte de corte ejecutada por las violas. Los clarinetes parecen retomar su suave canción, pero entonces prácticamente toda la orquesta cambia de dirección y así aparece una nueva tonalidad: Mi mayor. Este cambio es de gran dramatismo y provoca la sensación de partir hacia algo nuevo.

Después del primer movimiento, Nielsen nos ofrece otro, poco allegretto, en el que predominan los alientos de madera y se da paso a otra área armónica (Sol mayor), lo cual está diseñado para producir la sensación de pausa y de afianzamiento hacia algo más terrenal. Sin embargo, este intermezzo no dura mucho y todos los violines, acompañados por las cuerdas en pizzicato y las percusiones, comienzan un lento movimiento con una melodía de gran intensidad. Las violas y los chelos entran en un tono más alto que los violines hasta que un solo violín, apenas acompañado de unos cuantos instrumentos de cuerda y unos alientos de madera, introduce una nueva idea (en Mi) que nos lleva hacia la calma. Los alientos continúan con una suerte de fuga que nos lleva a un clímax. La música sigue con fragmentos de ambos temas en distintas intensidades. Los violines se destacan con figuras más elaboradas y después de una pausa, inicia el allegro.

En esta parte, el tema parece tropezar con algo que le impide desarrollarse libremente. Las interrupciones son rítmicas, también hay disonancias y fuertes llamadas de los timbales. Al igual que al inicio de la obra, ambos timbales tocan provocando una sensación de cierta inestabilidad. Llegamos a un segundo clímax que el propio Nielsen marcó como “glorioso”. Luego viene un diminuendo, recurso común para marcar transiciones, y la música va de La mayor a Si mayor. Los tambores reciben esta nueva tonalidad marcando un Re menor, tonalidad con la que inicia la obra. Los clarinetes y las cuerdas responden en Si de manera insistente. Los metales los secundan entonando una melodía conocida: el tema que interpretaron los clarinetes en el primer movimiento. Casi de inmediato el resto de la orquesta  se integra y la música llega por fin a su destino de forma contundente: la tonalidad de Mi mayor subrayada por las percusiones, ahora en el mismo tono. El final es climático, pero no sólo por tratarse del último movimiento, sino por la tonalidad que se alcanza después de varios intentos a lo largo de la sinfonía.

Versiones recomendadas:

1. El director español, Juanjo Mena, realiza un trabajo muy depurado a cargo de la Orquesta Filarmónica de la BBC: resalta los silencios y las partes más suaves de la obra confiriéndole una mayor profundidad. No es de extrañarse que la apuesta sea novedosa, una obra requiere de directores arriesgados para apreciar sus posibilidades expresivas. Estos contrastes de sonoridad, más pronunciados que en otras versiones también produce una sensación de agilidad sin tener que alterar los tempi.

2. El escocés Bryden Thomson, nos ofrece un tour de force al dirigir la Orquesta Real de Escocia. La “presencia” de la orquesta se percibe a lo largo de toda la obra. De ahí el hablar de intensidad. Se trata de un elemento más subjetivo, pero no por ello menos importante. Cuando un músico ejecuta su instrumento a tiempo, en el tono y dinámica adecuados, pero sin una intención personal, la música nos pasa de lado. Esta orquesta escocesa nos da una lección de cómo atender cada parte de una obra.

3. Simon Rattle dirige la Orquesta Real Danesa en una interpretación equilibrada. Con un tempo más rápido que el de la mayoría de las versiones, Rattle apuesta a los acentos, a subrayar la energía de las dinámicas. El riesgo de tocar rápidamente algo, siempre es el mismo: no darle el énfasis y el tratamiento adecuado a cada parte. Y esto es lo que le pasa a esta versión; a ratos se escucha atropellada (sobre todo el primer movimiento).

 


[1] Robert Simpson, Carl Nielsen: Symphonist, Kahn & Averill, (1952). Las traducciones son mías.