Tierra Adentro
Portadas de "Pluto" 002 y 003, Urasawa x Tezuka. © Naoki Urasawa/Studio Nuts, Takashi Nagasaki y Tezuka Productions, 2009. Basado en Astro Boy de Osamu Tezuka.
Portadas de “Pluto”, por Urasawa y Tezuka.

Este año me di a la tarea de impartir algunas clases en torno al manga y la literatura japonesa. La idea me resultaba atractiva desde varios frentes; primero porque, al ser pagados, los talleres me permitían torear la perpetua crisis económica en la que vivimos los escritores latinoamericanos y, por otro lado, porque gracias a ellos pude acercarme a la literatura japonesa desde una perspectiva profesional que, al tiempo que me llena de emoción, me permite compartir con un grupo de entusiastas los símbolos y matices que la isla de Oriente ha subvertido en la literatura universal.

El curso no pretendió ser una revelación: la mayoría de los autores que revisamos son conocidos y pueden encontrarse en las librerías o, muy fácilmente, en internet. Antes bien, la idea era acercar a personas con distintas experiencias en torno al fenómeno literario japonés a una serie de estudios sobre autores que —quizás— habían leído durante años, o algunos cuyos nombres no habían escuchado nunca y, por medio del análisis literario, proveerlos de herramientas para (re)disfrutar los textos. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que el objetivo inicial no sería posible, pues los procesos analíticos de los miembros me llevaron a encontrar símbolos y reinterpretaciones con un nivel de profundidad inesperado en torno a historias y personajes que —pensaba— había visitado ya hasta el cansancio. Uno de los casos más relevantes fue el de Atom, protagonista de mangas como Astro Boy (1952), obra cumbre de Osamu Tezuka, o Pluto (2003), del célebre Naoki Urasawa.

Muchas cosas se pueden reflexionar sobre Atom. De hecho, hace un año publiqué en Tierra Adentro un ensayo sobre su papel en la formulación de una política energética basada en la energía nuclear en el Japón de la posguerra. Sin embargo, más allá de los alcances políticos o estéticos que presentó este manga, hay un tema que me ha llamado desde hace tiempo y que podría nombrar la “crisis de la paternidad”, quizás uno de los tópicos más importantes de la literatura, presente desde la literatura clásica y que, particularmente en la obra de Urasawa, alcanza una profundidad reflexiva notable.

Pluto (2003) es un drama de ciencia ficción que se inscribe en el noir. Su autor es conocido por crear una serie de obras exitosas en el género, tales como 20th Century Boys (2000), o la célebre Monster (1994). Urasawa se caracteriza por tener un estilo narrativo basado en la reflexión, así como en la producción de intrincados conflictos que llevan a especular sobre los límites de la moralidad. En palabras de la crítica Sandra Bouguerra, su obra muestra lecciones que traen sentimientos encontrados y choques de opiniones sobre nuestro sentido interior de lo que es, o lo que debe ser, la justicia.

La trama de Pluto sigue inicialmente a un robot detective, Gesicht, quien se encuentra investigando los asesinatos de otros robots de relevancia mundial, así como de sus creadores. Entre los robots que corren peligro mortal, se encuentra el propio Atom. Los asesinatos son tan difíciles de rastrear y presentan una complejidad tal que la conclusión de Gesicht es que el asesino solo puede ser un robot muy sofisticado. Lo anterior resulta imposible pues, como sabemos desde los primeros textos de Isaac Asimov, la base de la programación robótica es la protección de la humanidad, y un robot asesino es inconcebible, no debería de existir. Aquí radica el tema de la historia, y la pregunta inicial que da estructura a las complejas relaciones entre humanos y robots que veremos a lo largo de la serie: ¿puede un robot hacer el mal? O, aún más importante, ¿acaso es el mal la característica que diferencia a robots de humanos?

Si bien la exploración de esta pregunta no sigue exclusivamente a Atom, me parece que, en su caso, cobra una preeminencia particular. Pienso esto por dos razones; en primer lugar, porque, en un punto de la trama, la narración abandona a Gesicht y se concentra en los actos del niño robot, y en los encuentros y desencuentros con otros personajes que le mostrarán las zonas más oscuras de la naturaleza humana; en segundo, porque, al tratarse de un infante, su papel se vuelve fundamental para mostrarles a los espectadores un proceso de aprendizaje más natural, como una suerte de reminiscencia a los personajes de la picaresca, pero también a la idea de que los niños tienen el deber de estudiar tanto lo académico como lo moral.

Con esta premisa, Atom padecerá en carne propia —valga la expresión— la ambición, la venganza, el odio, la mentira, y todo un coctel de actos y emociones negativas que componen nuestras ideas preconcebidas de la maldad. Lo interesante de este proceso de aprendizaje es que Atom no entra en él por su propia cuenta, sino que será su creador-padre, el doctor Umataro Tenma, quien lo forzará a vivir un desequilibrio emocional con el objetivo de transformarlo en un robot más humano.

Para explorar lo anterior, hay una escena que resulta fundamental. Ocurre en el capítulo cinco, poco después de que Atom sea derrotado por Pluto y yazga en una cama de operaciones, presuntamente muerto. El Dr. Tenma acude a su lado para despertarlo y, en medio de la operación, lo aborda un recuerdo particular sobre los primeros días con Atom. En este, vemos a los dos personajes comiendo juntos en una casa junto al mar; es el atardecer y Atom engulle sus alimentos con una sonrisa, mientras el sombrío doctor Tenma lo contempla y comienza a interrogarlo:

TENMA: Tobio, ¿qué hiciste hoy?

ATOM: ¿Hoy? Pues, por la mañana estudié, y por la tarde limpié mi cuarto. Luego encontré una enciclopedia de insectos, y era tan interesante que se me olvidó limpiar. Hay una mariposa muy bonita llamada zephyrus. Me encantaría verla en la vida real.

TENMA: Tobio, ¿te gusta la comida?

ATOM: ¡Sí, es muy sabrosa!

[…]

TENMA: Entiendo. Así que está buena… Tobio.

ATOM: ¿Sí, papá?

TENMA: El verdadero Tobio murió en un accidente de tránsito. 

ATOM: Pero ahora yo estoy aquí.

TENMA: Tobio no sabía limpiar y su cuarto siempre estaba desordenado.

ATOM: Bueno, a partir de mañana ya no limpiaré…

TENMA: Tobio odiaba estudiar.

ATOM: Entonces, ya no estudi…

TENMA: Tobio escondió la enciclopedia de insectos y ni siquiera la miró. Tobio odiaba esta comida.

[…]

TENMA: ¿Yo te caigo bien?

ATOM: ¡Sí! Te quiero mucho, papá.

TENMA: Fui muy duro con Tobio. Lo regañaba todo el tiempo. Por eso, estoy seguro de que el verdadero Tobio… me odiaba.

El drama de la escena no solo yace en el duelo de un padre que ha perdido a su hijo, sino en la incapacidad de Atom por comprender lo que está ocurriendo. Durante las primeras interacciones, Atom —a quien Tenma llama Tobio— escucha a su padre pensando que recibe instrucciones para acercarse más al ideal del hijo muerto, mismo que ha venido a sustituir. La respuesta es automatizada y cruel, pero comprensible dada la ingenuidad del personaje —en este punto, se trata de un robot nuevo—. Sin embargo, conforme el diálogo avanza, el niño artificial percibirá que frente a él está ocurriendo un proceso emocional que es incapaz de entender. A partir de entonces ya no está acatando órdenes, simplemente es espectador del desmoronamiento interno de Tenma, quien, a su vez, ha comprendido que el amor a su hijo estaba mediado por sus defectos humanos, rasgos que el niño inteligente, poderoso y amable que está frente a él, no podrá emular jamás.

En este punto, Urasawa aventura una de las ideas centrales de la serie, que se relaciona con la pregunta que planteamos al principio. Robots como Gesicht, como Atom, en su excelencia física y moral, entran en una crisis cuando son confrontados con la compleja humanidad. El ser humano puede ser maligno, pero también es capaz de actos de bondad, de crear, de amar, de proteger la vida. Ante tal supuesto, los robots —y, con ellos, los espectadores— intuyen otra pregunta: si la imperfección es uno de los rasgos humanos más esenciales, ¿podemos entender la posibilidad del mal como parte de esta imperfección? ¿Es el mal un elemento taxativo de la naturaleza humana?

El propio Urasawa profundiza en esta idea. En medio de la interacción entre Tenma y Atom, presenciamos también un diálogo con el profesor Ochanomizu en donde Tenma le propone una idea revolucionaria sobre cómo crear un robot perfecto. De acuerdo con esta, un robot perfecto sería aquel que pudiera elegir una personalidad de entre las miles de millones de personalidades que existen en el mundo, una por cada ser humano: podría ser trabajador, holgazán, heroico, mentiroso e, incluso, un asesino. Sin embargo, debido a que emular todas esas personalidades tomaría una eternidad, la única forma de despertarlo sería provocarle un desequilibrio emocional, introduciendo en él emociones negativas como el odio, el rencor, el miedo. “El desequilibrio es el programa que simplifica el caos”, exclama Tenma, y en esta frase se encuentra el tema central, paradójico, de la serie: el robot perfecto es desequilibrado. Emocional. Imperfecto. Humano.  

Fragmento de "Pluto" vol. 1, Urasawa x Tezuka, 2009
Fragmento de “Pluto” vol. 1, Urasawa x Tezuka, 2009.

La noción de un niño artificial que debe aprender a reconocer y evadir el mal ya habrá hecho eco en la mente de los lectores, pues se encuentra en uno de los arquetipos más populares de la literatura. Me refiero, por supuesto, a Pinocho, muñeco de madera concebido por Carlo Collodi en 1881. Al igual que Atom, Pinocho fue creado de materia inanimada y arrojado al mundo para aprender por su cuenta la manera “correcta” de vivir.

La historia de Pinocho está rodeada de tragedias y desventuras. En su estudio, “The transformations of Pinocchio”, la crítica Joan Acocella revisa cómo la violencia impía que rodea al personaje nos obliga a pensar su historia no como literatura infantil, sino prácticamente como una historia de terror. A cambio de venir al mundo, de tener una oportunidad para vivir, Pinocho debe sufrir frecuentemente el peso de sus malas decisiones. Dice Acocella:

Pinocho, por todas sus travesuras, sufre terriblemente. Al principio, solo en casa, se recuesta en una silla, apoyando los pies contra el brasero de la habitación. Luego se queda dormido y, como resultado, se le queman los pies. Cuando Geppetto regresa a casa, rompe a llorar y se lleva el títere al pecho. Pinocho ahora lucha por su vida. Ya no puede mantenerse en pie. Sus piernas son muñones humeantes.

Muchas son las acciones erráticas que comete el niño de madera. Sin embargo, probablemente la más reconocida de todas sea su capacidad (casi necesidad) de mentir. La nariz de Pinocho, indicador de la verdad, se ha filtrado incluso en la cultura popular. Curiosamente, esta característica no existe en el libro de Collodi, pues el crecimiento de la nariz no está limitado a los momentos en que Pinocho miente, e incluso sabemos que Pinocho mentirá en varias ocasiones sin tener ningún efecto nasal. La imagen fue introducida al imaginario por Disney, lo cual explicaría la rápida difusión entre los espectadores.

No obstante, me parece que hay un problema esencial en la forma en que Disney ha usado las mentiras de Pinocho para establecer un discurso moralizante: la mentira no es una cualidad artificial; de hecho, se trata de una de las pocas cualidades humanas que ya tiene el Pinocho muñeco. Urasawa hace una reflexión semejante hacia el final de la serie, cuando intenta mostrarnos la transformación que sufrió Atom luego de haberse sometido a un estrés emocional extremo. En esta escena, vemos a Atom hablando con Helena, una robot humanoide, viuda de Gesicht. En el diálogo, Helena le pregunta a Atom por unos recuerdos borrados de su memoria que, lamentablemente, tampoco pudo encontrar en la memoria de Gesicht. Los recuerdos en cuestión son de su hijo, un niño robot que fue asesinado unos años atrás en una situación que llevaría a Gesicht al límite de su propia humanidad. La respuesta de Atom es categórica:

HELENA: ¿Puedo preguntarte algo? A mí y a Gesicht nos faltaban recuerdos de exactamente la misma época. Todavía no puedo rememorar cuáles eran esos recuerdos perdidos. Pero, Gesicht, ¿logró descubrir lo que eran? ¿Tú sabes lo que eran nuestros recuerdos perdidos?

ATOM: No, Gesicht no sabía nada al respecto.

HELENA: ¿Me estás escondiendo algo?

ATOM: No.

HELENA: No temas hacerme daño. Puedo soportar el dolor.

[…]

ATOM: No, ya te dije todo lo que sé.

Cuando Atom se va volando, Helena retoma su diálogo a solas: “Los robots no pueden mentir. Atom, tú acabas de mentirme. Atom… gracias”. La belleza de este intercambio no se halla en la nueva capacidad de Atom de decir mentiras, algo que debería ser imposible para un robot. Antes bien, el clímax emocional de la historia se encuentra en los motivos que llevaron a Atom a ocultar la verdad: movido por la compasión, por la certeza de que recordarle a Helena a su hijo asesinado no haría sino lastimarla, Atom le miente porque es la única forma que se le ocurre para salvarla.

De acuerdo con el crítico William Schwartz, los robots de Pluto “se sienten surreales hoy en día porque tienen una profunda comprensión de lo que significa sufrir. Esto contrasta con el hecho de que los robots en el mundo real no solo no entienden lo que significa sufrir, sino que incluso los humanos igualmente fingen que la desesperación es solo otra ilusión”. Coincido en parte con Schwartz, pero yo agregaría que es precisamente esa cualidad la que vuelve el anime algo relevante para nuestro tiempo, y es en ella donde vemos la evolución del personaje: ya no es más el Atom incapaz de entender el dolor de Tenma por la pérdida de Tobio, sino que ahora es un ser compasivo, que comprende que a veces el silencio, la omisión, o la mentira son las únicas formas de actuar. Helena también es capaz de ver el cambio que se ha operado en él.

Atom ya no es un robot: la compasión lo ha vuelto un “niño de verdad”. 

Si la relación entre Atom y Pinocho se ha vuelto un poco más clara en este punto, me parece que Urasawa termina por hermanar ambas historias por medio de la figura de los padres. El conflicto moral que esconden personajes como Tenma o Gepetto es terrible: es imposible concebir la paternidad, cualquier tipo de paternidad, sin pensar en el egoísmo paterno. O ¿cómo llamar a aquella voluntad que nos lleva a arrancar un ser de la inexistencia para traerlo al mundo a cumplir expectativas paternales, mucho antes de tener expectativas propias? De acuerdo a esta reflexión, los hijos son instrumentos para cumplir un objetivo que no les compete en absoluto: Atom viene al mundo para sustituir al hijo muerto de Tenma, mucho antes de convertirse en el héroe que todos conocimos y admiramos. Gepetto creó a Pinocho con la esperanza de que se dedique a actuar y a ganar de dinero para mantenerlo en su vejez, pues el carpintero es muy pobre.

En el origen de ambos niños artificiales hay un deseo egoísta de suplir las necesidades emocionales y materiales paternas. E inevitablemente el espectador se pregunta, ¿no están estos deseos presentes en cualquier tipo de paternidad? ¿No vemos en nuestros hijos una forma de complementar nuestras propias carencias? Y, sin embargo, en ambos personajes podemos observar que esta situación está condenada al fracaso: Atom no logrará sustituir al verdadero Tobio, ni Pinocho —al menos, hasta donde sabemos— actuará en público para poder mantener al padre pues, incluso en la versión ligera que nos presentó Disney, la propia naturaleza del personaje —y que, a mi parecer, es uno de los rasgos más importantes de las relaciones filiales— es la desobediencia. El hijo mata al padre para ganar su libertad, para hacerle saber que tiene su propio lugar en el mundo.

Es ahí en donde radica la genialidad de Pluto. Urasawa pone sobre la mesa un tema que Osamu Tezuka, si bien lo sugiere, se niega a abordar: el conflicto profundamente humano que padece Atom desde sus propios orígenes, un conflicto que lo llevará a cuestionarse su lugar en el mundo y que, por cierto, lo ayudará a empatizar con su némesis, el temible Pluto, pues ambos padecieron el mismo problema: vinieron al mundo condenados por los problemas de sus padres.

Pluto está disponible en Netflix desde la primera mitad de 2024. Con esta obra, Urasawa logra consolidarse como uno de los autores japoneses más relevantes de nuestro tiempo. A mi parecer, el éxito de esta serie animada es una prueba de que el anime, el manga y otras producciones literarias que tradicionalmente se consideraban de arte menor, son capaces de profundizar en los temas más importantes de la literatura. Confío en que quien se acerque a esta serie, así como a otras obras de Urasawa, encontrará una ventana al universo literario de Japón, con obras que alcanzan un nivel altísimo de exigencia técnica y de profundidad humana. 


Autores
(Zapotlán el Grande, México, 1988) es narrador, artista y profesor de literatura. Actualmente estudia el Doctorado en Humanidades de la Universidad de Guadalajara. Es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara e Ingeniero Ambiental por el Instituto Tecnológico de Ciudad Guzmán, además de maestro en Estudios de Asia y África por El Colegio de México. Ha sido becario del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico en Jalisco en la categoría Jóvenes Creadores en 2006 y 2019 y becario del FONCA en la categoría Jóvenes Creadores en 2021. Ganador del Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela, en 2016, del Premio Nacional de Cuento Joven Comala, en 2018, del Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay y el Premio Nacional de Cuento José Alvarado, en 2020, y del Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez, en 2021. Ha publicado los libros de cuentos El espectador (2013), Me negarás tres veces (2017), La noche sin nombre (2018), Padres sin hijos (2021) y el libro de crónicas Los niños del agua (2021).
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