Arte en tiempos de crisis Entre California y Oaxaca
Estoy aquí entre dos mundos, en realidad no tan distintos. California y Tijuana se distinguen sólo en ciertos barrios. La frontera se extiende como serpiente sobre los cerros y nos cercena. Unos pasos y se está del otro lado, y quizás así la vida cambie, pero no se puede saber, la gente piensa que del otro lado el trabajo abunda y la libertad es posible. Los acontecimientos en Ferguson y Nueva York, donde policías blancos mataron sin justificación (¿existe acaso una justificación para matar?) a un adolescente y un adulto afroamericanos, ambos desarmados, han dejado olas de protestas que se encienden cada vez con mayor frecuencia. Puntos de inflexión en un sistema visiblemente fragmentado. El racismo está aquí, ya sin pronunciarse, como el motor de pequeñas y grandes violencias. La comodidad del sofá y el monitor son sus cómplices.
El mundo va cambiando tan rápido que quienes escribimos no podemos sino cuestionarnos sobre la utilidad de las palabras y los objetos artísticos en momentos de crisis. Aunque quizá lo que llamamos crisis haya sido siempre una constante del devenir, paz embotellada y lista para consumir, que además nos vendieron al precio más alto: la guerra. En nombre de la paz se han cometido los peores errores. En México las protestas por la desaparición forzada y posible asesinato de 43 normalistas en Guerrero durante septiembre, los presos políticos que han dejado estas movilizaciones y los más de 20 mil muertos por violencia, aumentan conforme pasan los días. Mi padre no quería que me tocaran tiempos de guerra, desilusionado por las visibles contradicciones de la izquierda de sus años no puede sino mostrarse a favor del orden y la paz turbulenta. Me pregunto si después de todo tendrá razón y nos hemos equivocado terriblemente al pensar que podemos apostarle al espíritu humano después de las cosas que hemos visto. Como dice David Huerta en su poema Ayotzinapa, nos aventaron a las ciudades con el espíritu roto, sin palabras que nos guiaran, perdimos el camino y nos hicimos piedras. La Segunda Guerra Mundial lo cambió todo, y nos dieron una fórmula para evitar el horror. Sólo que tampoco funciona vivir adormecido. Se acerca la Navidad y las luces se adhieren al centro de Riverside, California. El amor me trajo aquí. El amor es quizá lo único que puede unirnos en tiempos de desesperación y crisis. Lo único por lo que realmente vale la pena vivir y aguantar las, a veces, atroces embestidas del destino. En downtown las luces no dejan ver que aquí también hay cuentas pendientes con una palabra sacada a empujones del vocabulario común pero llevada a la práctica hasta en los lugares menos pensados. El racismo se extiende colérico y se mimetiza en otras palabras no tan vedadas para el espíritu gringo.
Ante esto y los acontecimientos recientes en Ferguson y Nueva York, pequeños grupos de gente protestan y hacen evidente la falsedad de aquella letanía que supone una igualdad entre ciudadanos de este país. “Black lives matter”, gritan, pero aquí incluso hay neonazis. Por fortuna, en el centro, en una parte del sótano de un edificio cultural, se encuentra el Blood Orange Infoshop, “un colectivo de artistas y activistas que creen en la potencia transformadora de la cultura hazlo tú mismo y la intervención política radical”. Suena subversivo, y en realidad lo es, pero no se parece a ninguna actividad cultural y política que haya visto antes. En el Infoshop no existen jerarquías, líderes o voceros, nadie está por arriba ni por debajo de alguien más, para participar sólo se necesita asistir a las reuniones que realizan todos los domingos donde se proponen los eventos (talleres gratuitos, exhibiciones, conciertos, protestas, festivales) y se resuelven los problemas internos. El espacio es un sitio seguro y libre de lenguaje ofensivo, alcohol, drogas y violencia.
Recientemente dedicaron una exhibición a los 43 normalistas mexicanos desaparecidos, durante el Art walk, evento que se realiza una vez al mes en la ciudad y donde los museos y galerías abren durante la noche para atraer al público. En ella participaron artistas locales, y con ello demostraron que la indignación se extiende más allá de la frontera. La mayoría de los chicos que participan son hijos de inmigrantes de distintas nacionalidades con fuertes convicciones de igualdad y solidaridad que viven en un ambiente francamente hostil. Si le preguntas a un blanco si piensa que en su comunidad todavía existe el racismo lo negará rotundamente, probablemente hasta se ofenda, me dice uno de ellos. Pero como en México, las prácticas sociales suelen ser distintas a los discursos del establishment y la política. Riverside es conocida como la ciudad de las artes, a diferencia de otras ciudades en este país, tiene una mayor producción artística. Sin embargo, la idea que tienen de arte suele ser muy distinta a la que tenemos en México, sobre todo en Oaxaca. De este lado, hacer arte puede confundirse con hacer tu arte, es decir, considerarlo un pasatiempo, algo que se realiza después del trabajo y se le pone poco interés. En Oaxaca, puede que un artista no disfrute de muchas comodidades pero le dedica toda su vida —todo el tiempo que tiene— a crear. Hay una diferencia de apreciación elemental que se evidencia en los objetos terminados. Lo que se encuentra en los museos de aquí suelen ser piezas de decoración: paisajes, edificios emblemáticos de Riverside, lagos y rostros de niños. Sin embargo, las piezas exhibidas en el Infoshop además de belleza muestran un genuino interés por lo que sucede en México y hacen algo que incluso en Oaxaca es raro encontrar: comunican. En una exploración, hasta cierto punto, vacía del intelecto, el arte contemporáneo suele desdibujar ese puente elemental hacia el espectador y la realidad en la que vive. Los objetos artísticos nos hablan sobre las vicisitudes de este tiempo, las grietas y contradicciones donde nos aventaron los ideales rotos y el mercado. Su finalidad, me parece, radica en su mensaje, no como redentor de la humanidad o poseedor de alguna verdad sino como simple inflexión, punto de quiebre entre mundos. Los museos sólo sirven para resguardar las distintas versiones que hemos tenido de nosotros mismos. De base anarquista, el Infoshop mantiene un ambiente de cordialidad y apertura al diálogo que suele faltar en otro tipo de colectivos, donde no faltan competencias entre quién se preocupa más por el otro, quién es menos capitalista, quién es redentor de los oprimidos, etc. En cambio, si hay algo que se destaque de este espacio cultural, aparte de su interés por cambiar las cosas empezando por uno mismo, es la necesidad de establecer un diálogo constante con el mundo. Como en el arte, esa apertura da la clave para entender a dónde vamos como humanidad, o para dibujar las directrices de una nueva conciencia.