Tierra Adentro
“Workers Leaving the Factory in Eleven Decades” (Harun Farocki, 2006), trabajo en una sola toma, MUAC, febrero-junio 2014.

Es difícil pensar en un artista contemporáneo sin considerar la legitimación de un museo o una galería, su inclusión en una colección privada o su presencia internacional. Sin embargo, al margen de la fiebre del consumo en el arte, se mantiene vigente una tendencia que desde las décadas de los setenta y ochenta ha venido gestándose a nivel mundial, lo que Hal Foster denominó el “artista como etnógrafo”: artistas cuya materia prima de trabajo es lo social, que no hacen obras sino proyectos, y cuyos productos finales podrían no ser susceptibles al intercambio comercial. Existe una enorme cantidad de ejemplos; se les piensa bajo la categoría de arte público, comunitario, relacional e incluso activista. Pero más allá de las etiquetas, lo que apunta este “giro etnográfico” es a un nuevo rol en el que el creador opta por abandonar parcialmente el “hacer” para ubicarse como mediador entre actores sociales, instituciones y el medio artístico.

En México, la irrupción de formas artísticas —como el performance en los sesenta y setenta— ha hecho que el acento de una obra no sólo se ubique en sus cualidades estéticas, sino también en su función como herramienta para dar visibilidad a problemáticas sociales. En los ochenta, el colectivo feminista Polvo de Gallina Negra llevaba a cabo acciones en espacios públicos y medios de comunicación; así buscaba poner en juego el modo en el que el género era entendido. Más recientemente, Lorena Wolffer ha impartido talleres de performance con mujeres trabajadoras del Centro Histórico, con el fin de brindarles herramientas de reflexión y reconocimiento. También está el trabajo de José Antonio Vega Macotela, quien realizó una serie de intercambios con presos, que da lugar y escucha a los deseos e inquietudes de este grupo. O las fotografías de Federico Gama, que mostraban a tribus urbanas como los punks, skatos o cholos en el Distrito Federal.

Estos ejemplos son una mínima parte del enorme abanico de prácticas artísticas que han adoptado el rol de mediador o “activista” social. Si bien no escapan en muchos casos al mercado del arte, tienen en común la inquietud de hablar del otro, ya sea desde una interpretación propia —plasmada en soportes como la fotografía, el video y el cuerpo—, o desde una visión más horizontal en la que el rol del artista se difumina y da paso a una obra cuyo sentido está en el proceso y cuyo carácter se vuelve colectivo.

Dentro de esta tendencia, en el 2004 el Centro Cultural de España en México, en colaboración con el Laboratorio de Arte Alameda, auspició megafone.net, del artista español Antoni Abad. Megafone.net, que tuvo su primera edición en el Distrito Federal, consistía en hacer uso de la entonces nueva tecnología celular y del internet para dar voz a grupos con cierto estigma negativo. Los elegidos fueron taxistas, quienes mediante teléfonos celulares, proporcionados por el artista, registraban eventos de su vida cotidiana en videos, fotografías y textos. El registro muestra imágenes de su vida familiar después del trabajo, accidentes automovilísticos, festejos con amigos y asaltos, los cuales eran subidos de forma instantánea a una página de internet de acceso libre que continúa en línea (megafone.net). También se llevaron a cabo talleres y reuniones periódicas en las que los taxistas y el artista discutían el rumbo del proyecto, lo que acontecía en sus vidas y lo que se había registrado, de modo que además de la página de internet, se buscó crear vínculos de empatía entre los participantes. Se intentó dar rostro a un grupo estigmatizado, pero no mediante la voz e interpretación del artista, sino a partir de lo que los propios taxistas consideraban relevante en su día a día. La página de internet, archivo de todas las historias, era (y es) difundida por las mismas instituciones que apoyaron el proyecto.

La exposición, que se exhibió durante el periodo de primavera, cuenta con algunos de los videos y fotografías que muestran el trabajo realizado durante esta década en países como México, Brasil, Costa Rica, Colombia, España y Estados Unidos, entre otros. Sin embargo es evidente que como muestra no tiene mucho sentido. Un par de fotografías, textos académicos y una mesa de discusión no hablan del verdadero objetivo artístico: la experiencia social y subjetiva de los taxistas que colaboraron en esa primera edición, o las prostitutas y migrantes que siguieron con el proyecto en España y Costa Rica, respectivamente. De manera que una vez más se pone en juego el estatuto del arte como producto. Abadi da testimonio del sitio en que se llevaban a cabo los talleres, lo único susceptible a ser mostrado una vez que termina el proyecto. La página de internet y el museo fungen como archivos que guardan la memoria de una experiencia; sin embargo, la falta de un producto museable por sí mismo pone en juego la noción de coleccionismo y obra de arte.

Un caso similar es la exposición Trabajo en una sola toma, de Antje Ehmann y Harun Farocki, expuesta actualmente en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo. En este caso también se trata de un proyecto a largo plazo iniciado en 2011. El objetivo, a raíz de una serie de talleres desarrollados en distintas partes del mundo (Buenos Aires, Ginebra, Lisboa, Río de Janeiro, Cairo y Tel Aviv), era producir una serie de grabaciones en un plano secuencial con una duración aproximada de un minuto, documentando distintas rutinas de trabajo en diversos contextos. Desde el encargado de un crematorio para animales hasta el custodio de un museo o una bailarina exótica, los videos buscan profundizar sobre la noción de trabajo y la forma en que la repetición puede ser capturada a través de la cámara. Farocki hace uso de herramientas fílmicas como el encuadre, la secuencia y la perspectiva, lo que otorga un toque estético al resultado. De esta manera, Trabajo en una sola toma no sólo da prioridad al contenido, sino también a la forma misma como elemento fundamental que influencia la percepción. Este proyecto tuvo su taller en el Distrito Federal del 17 de febrero al 1 de marzo de 2014. Todo se exhibe en una sala pequeña con televisores que transmiten una selección de las cintas, de modo que los productos de los talleres están a la vista de todos.

Estos trabajos no solamente ponen en juego la noción tradicional del museo como meca del arte (donde se exhibe una selección de piezas descontextualizadas y valiosas por sí mismas), sino que reflexionan sobre el papel del público en el arte contemporáneo y la inevitable distancia que el museo establece entre aquél y la obra. El campo del arte, a través de estos proyectos de corte social y activista, ha buscado abandonar la delimitación espacial y elitista que le daba el museo y la galería, y ahora se define por una serie de prácticas y vínculos que van más allá del espacio en sí mismo. El museo puede ser un medio y un soporte, un espacio donde se proyecta y potencia lo realizado en un taller, pero no necesariamente su fin último. ¿Cuál es, entonces, el rol del espectador? Del mismo modo que el museo no define la naturaleza de la obra, el receptor no debe asistir a un espacio determinado para ser partícipe de la obra o para mirarla. Haciendo uso de las nuevas tecnologías, los trabajos de Antoni Abad y el del dúo Ehmann-Farocki pueden consultarse en línea. En ellos hay una mirada al trabajo del otro, hacia su vida y sus costumbres. Quizás el único problema del “artista como etnógrafo” de Hal Foster es que, a pesar de sus nobles fines, éste continúa con las mismas paradojas que tendría cualquier investigador desde la antropología o la etnología: ¿de qué manera se puede observar sin ser invasivo? ¿Cómo es que mis prejuicios afectan mi lectura de la situación?

La exposición de estos proyectos en un museo acentúa esta problemática. Si lo verdaderamente importante de estas obras basadas en lo comunitario son los vínculos generados en el proceso, ¿qué queda en el registro y para quién se expone? Ante la pregunta distingo que, en un contexto del arte que es impersonal y cosificante, el encuentro con proyectos de esta índole logra despertar aspectos que un trabajo académico difícilmente lograría: la empatía y la sensibilización ante la vida y las experiencias del otro, que está a nuestro lado pero al que pocas veces miramos en sus propios términos.

 

Megafone.net, por Antoni Abad, Centro Cultural España en México, 20014-2014.

Megafone.net, por Antoni Abad, Centro Cultural España en México, 20014-2014.