Ana Moura o la fuerza del fado
“El fado es la fatiga del alma fuerte, el mirar de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y que también le abandonó” escribió Fernando Pessoa para definir el fado, el género musical portugués que más que definir un ritmo, menciona la saudade, como una condición del alma y un pacto con el hado.
Ana Moura (1979) es la más conocida de la última generación de fadistas. Su informe de prensa y los boletines circulantes asientan hasta el cansancio que fue invitada para interpretar Brown Sugar y No expectations, en The Rolling Stones Project, un álbum de jazz a partir de canciones de The Rolling Stones fraguado por Tim Ries cuya segunda entrega, Stones world, incluyó a los propios stones, más intérpretes de diversos géneros de música tradicional del mundo, la llamada world music. Ries, saxofonista que ha acompañado a The Stones en las giras desde 1999, compuso una canción para Moura, incluida en Para além da saudade (2007) y no ha cesado de arroparla tanto musicalmente como promoviéndola al punto que Moura es ya una figura conocida en Nueva York o Londres, donde lo mismo ha merecido entusiastas reseñas en The Guardian y actuado en el programa de Joss Holland. Otras figuras pop han asociado su nombre a Moura: Prince, quien ha manifestado su gusto por este género musical al punto que le consagró una canción; también Herbie Hancock. Para refrendar esta vinculación del fado en voz de Ana Moura con el jazz, el rock y el soul, Desfado, fue producido por Larry Klein, antiguo compañero de Joni Mitchell y artífice del sello peculiar de la cantante de country.
Ana Moura había actuado en el Festival Internacional Cervantino en 2012. En esta segunda visita a México ofreció dos conciertos, uno el 29 de octubre, en El Lunario de El Auditorio Nacional; el segundo el 31 de octubre en el Teatro del Estado de Xalapa. Las razones por las cuales Moura, cantante, cerró el Festival de Arte Escénico y Teatral –uno más de los festivales que aparecen y desaparecen cotidianamente en Xalapa sin dejar huella por falta de proyecto y de visión– las ignoro. Misterios de los que se acostumbran en la gestión cultural –o turística, de Xalapa.
Pese a la pertinaz campaña en medios impresos y redes sociales comenzada quince días antes, a las 20:30 horas la sala Emilio Carballido del Teatro del Estado lucía a medio llenar; los vacíos eran visibles en la parte baja. Jóvenes achichincles enfundados en trajes de Aldo Conti impedían el acceso a la platea, reservada para los altos funcionarios, aunque yo viera más bien a los empleados del Ivec y de Turismo. Aceptando que no llegaría el gobernador y su comitiva, y tampoco los funcionarios medianos, el organizador del festival con ademanes histriónicos ordenó abrir la platea diez minutos después, apenas justo para que cuando apareciera Moura y su grupo en el escenario no se notaran vacías las localidades cercanas al proscenio.
Enfundada en un atuendo negro, como es habitual entre las mujeres fadistas, de una sola pieza con la parte superior transparente apareció Ana Moura. Vestimenta que lució apenas días atrás en un concierto en Lisboa. Con tesitura de contralto ligeramente rasposa Moura comenzó su repertorio con fados. Los versos del primero de ellos, Havemos de acordar: “Eu hei-de inventar um fado, um fado novo”, parecían cifrar la intención de Moura. Tras interpretar Amor afoito Moura saludó en español y presentó el concierto indicando que presentaba su nuevo disco. “Es un poquito diferente porque no es solamente el fado tradicional, sino que también tiene sonoridades del norte de Portugal, del jazz, el soul y el funk.”
A los fados siguieron melodías de ritmo más cadencioso y la canción escrita por Prince para ella –el anónimo “amigo americano” que indica el cuadernillo del disco: A dream of fire. La diestra y eficaz combinación de melodías lentas con otras de mayor viveza rítmica permitió apreciar las virtudes de sus músicos. Si la voz de Moura es sorprendente lo que destacó más, acaso por la escasa familiaridad de la audiencia con el cancionero de Moura y en general con el fado, fue la técnica de sus acompañantes. Memorables los cinco, en especial los ejecutantes de cuerdas. Es cierto, el intérprete de la guitarra portuguesa, Angelo Freire, fue sumamente aplaudido ya que cumple las funciones de una primera guitarra, al punto que al ser presentado por Moura recibió una ovación más fuerte que los demás por lo que la cantante preguntó irónica: “¿Qué? ¿Tiene familia en Xalapa?”. Freire es un prodigio de la guitarra portuguesa y su fama confirmó es justamente merecida. Extraordinario
Freire, en las postrimerías del concierto, ejecutó una guitarrada característica del fado, acuciado por las palmas del público hasta conseguir un ritmo frenético, cercano al Bullgrog blues de Rory Gallagher en clave de música de reminiscencias árabes. Sin embargo cada uno de los músicos demostró su dominio técnico, cercano al virtuosismo, no sólo los guitarristas, sino también el bajista, André Moreira, quien en apariencia era el músico menos notable hasta que en el intermedio ejecutó un solo con el bajo con una digitación y seguridad que indican su técnica clásica y su formación jazzística. El baterista, por su parte, no se quedó atrás y brindó un solo que entrevera la formación jazzística con ciertos acentos de los grandes solos de batería del rock.
Moura acomete el fado con cierta técnica tradicional, de ahí que en su repertorio haya homenajes a Amalia Rodrigues, sin embargo sus movimientos y la mescolanza de ritmos la aproximan a cantantes de jazz cercano al pop, al estilo de Norah Jones. Y las inflexiones al cantar composiciones concebidas para diluir los géneros y acercarla al gusto popular –o a un gusto popular educado, diríamos, pues es claro que Moura nunca será tan famosa como Lady Gaga o Miley Cyrus– revelan la influencia de géneros de origen popular como el soul, el jazz y el blues. Moura podría convertirse, de quererlo, en una gran cantante de jazz o de ese pop adulto disfrazado de novedad que interpreta Adele. Lo notable de Moura y el sello distintivo está en su música; no sólo por la combinación, que no se limita a versiones, como la de A case of you de Joni Mitchell sino que implica canciones especialmente escritas para su temperamento y tesitura –la bella “Thank you” del discípulo de Klein, David Poe, por ejemplo– y que además no descuida el aspecto tradicional, su raíz, como lo atestiguan la inclusión de fados en Desfado. Debemos acotar: aunque en nuestros países se nos presenta a Moura como una rara avis lo cierto es que corresponde a una generación que configura lo que podríamos denominar el novo fado cuyos rasgos distintivos es la apertura del rígido canon a la influencia de otros ritmos. Moura no es la única cantante que ha coqueteado con el rock: Mísia por ejemplo interpreta Hurt de Nine Inch Nails y Love will tears us apart de Joy Division al punto que ella denomina a su estilo fado soul. Incluso en los anales del rock puede rastrearse la influencia del fado en Durruti Column.
El concierto, sin embargo, para una ciudad poco acostumbrada a los códigos del fado luce desbalanceado. Moura interpretó cerca de siete canciones antes de presentar a sus músicos e indicar que tomaría un descanso dejando a la banda ejecutar una canción instrumental. Esta interpretación fue uno de los momentos estelares del concierto ya que permitió lucir a cada uno de los intérpretes. Quienes habían aparecido sólo discretamente, como el bajista Moreira y el baterista Mario Costa, demostraron su dominio instrumental con sus respectivos solos e indicar los veneros en los que abrevan estos instrumentistas: jazz y rock progresivo. El grupo entero emergió como un conjunto compacto, pleno de entendimiento y carisma. Sin embargo, cuando Moura volvió para acometer el cover citado de Mitchell, ya el número de canciones no fue igual. Acaso se compense por las dos canciones que interpretó como encore –una versión de Cucurrucucú paloma, que ella relató sus padres interpretaban cuando era niña que sin embargo debe más a la versión de Caetano Veloso que a la composición original de Tomás Méndez. Y finalizó con la emblemática canción del fado: Fadinho serrano, bandera de Amalia Rodríguez la cual involucra al público al invitarlo a acompasar el ritmo con las palmas, que concluyó con un buenas noches Xalapa.
Moura reveló a muchos la modernidad de un antiguo género, y a otros les presentó que los músicos de un género tradicional, pueden demostrar un virtuosismo cercano al del jazz. Un buen concierto de una música que abreva en las mismas fuentes que el huapango y que en sus letras y rasgueos melancólicos guarda coincidencias asombrosas con la canción istmeña.