Ambos
Un hombre ha muerto. La tarde también agoniza. Brilla un sol frío a punto de sumergirse en el lago. Randolph maneja despacio por las piedras, queriendo no llegar. Conduce rumbo a la casa de campo de Stewart donde lo espera un velorio solitario, un indolente notario y un testamento urgente. El notario le llamó y le dijo que la lectura del testamento no podía esperar siquiera a que el cuerpo de Stewart fuese sepultado. Le dijo también que él era el único implicado.
Randolph no deja de pensar en el viejo Stewart y en las muchas tardes que lo visitó para escucharlo contar su vida y para tomar las notas que le permitieran elaborar su biografía por escrito. Ese asunto concluyó dos meses atrás. Randolph entregó al anciano el manuscrito y Stewart le pagó el servicio con creces. Ahora supone que la última voluntad del anciano será publicar lo escrito y que por eso lo han mandado llamar, para encargarle el cuidado de la edición.
Randolph llega a la finca. Cruza la puerta abierta y encuentra en la sala el triste espectáculo de un ataúd con el rígido cuerpo de su estimado cliente y nadie más para mirarlo, mucho menos para llorarle o decirle adiós. Piensa que tal abandono hacia alguien que acumuló tanto dinero es nauseabundamente honesto.
El notario viste de negro, pero en él no es luto aquel atuendo cotidiano. Recibe a Randolph en la biblioteca, con prisa. De entre sus bolsillos saca una hermosa navaja suiza y con ella rasga el sobre que contiene el testamento. Comienza a leerlo en voz alta:
“Yo, Christopher Stewart, en pleno uso de mis facultades mentales, nombro heredero universal de toda mi fortuna al señor Randolph Cícero con la única condición de que mientras viva siga cuidando de la invitada a quien encontrará en sus aposentos. Este pacto será temporal y, una vez cumplido el plazo, la herencia será dividida en dos partes: una para el señor Cícero y otra para el proyecto Ambos. La lista de necesidades que tiene la invitada se encuentra en un documento sobre su mesa. Esta cláusula es irrevocable y fundamental.
“Si el señor notario llegase a advertir de manera comprobable que la invitada ha sufrido algún tipo de abandono o descuido, deberá despojar a este heredero y tomará su lugar el propio señor notario”.
“Atentamente: Christopher Stewart.”
— ¿La invitada?
Con frialdad y sin responder a la pregunta que le hacen, el notario guía a Randolph por la casona de verano hasta una habitación cerrada con llave en la planta alta. La abre y lo invita a pasar.
La luz que cae por la ventana se arrastra y logra llegar hasta una cama sobre la cual yace el cuerpo momificado de una mujer. Lo primero que sorprende a Randolph es que el olor en la habitación no sea nauseabundo; lo segundo es la esquelética condición del cadáver amarillento y en partes ennegrecido, cabello largo y recién teñido de rojo caoba, maquillaje en el rostro, labios pintados y una piel estirada que le hace mostrar las encías.
Sólo de cerca se advierte que su ropa ha sido confeccionada para cubrirla por encima, pues la rigidez mortal ya no permite que se le vista: lo que ve Randolph es, en realidad, una desconcertante momia desnuda entre sábanas de seda.
Sobre la mesa encuentra un documento escrito a mano. La letra es del propio Stewart:
Lista de necesidades de la invitada:
Aseo diario de su recámara.
Aplicación semanal de una capa del barniz especial por toda la superficie de su cuerpo.
Maquillarla con sutileza y buen gusto cada tercer día.
Su cabello deberá ser retocado con tinte cada siete meses con extremo cuidado.
Cada tarde deberá leérsele un capítulo de alguna de sus 3 novelas favoritas: Apuntes del subsuelo, Aquí abajo y El luto humano.
Cada mañana darle los buenos días haciendo sonar el tocadiscos con piezas de Bach o de Fitzgerald, según se advierta el estado de ánimo de la invitada.
Estos cuidados deberán realizarse el tiempo que sea necesario hasta que concluya el proyecto Ambos.
Finalmente, el heredero dormirá con la invitada la noche número 11 de cada mes, bajo advertencia de que abundar en este acto significaría motivo para desheredar al señor Cícero.
Randolph, como biógrafo, sabe que Stewart amó profundamente a su esposa Jane, y que muchos años vivieron juntos hasta el incidente: ella lo abandonó por un amante, pero aquello resultó ser pasajero. Jane volvió con su esposo pero, al poco tiempo, ella murió en un accidente en el lago. Sin embargo, Stewart nunca supo nada de la mujer momificada, a la que no se refiere como a Jane, sino que la nombra “la invitada”.
— ¿Qué es el proyecto Ambos?
El notario responde con pereza:
—Un proyecto que Stewart quiso que fuera mantenido en secreto. Decidió que no debía afectar su aceptación o rechazo a la herencia. Sólo le afecta en la medida en que se retarde o se acelere, pues eso lo obliga a cuidar de la invitada un tiempo mayor, o quizá menor. En todo caso, no sabrá nada sobre el proyecto hasta que esté listo. ¿Acepta o no?
Randolph piensa un momento en su vida aletargada y solitaria, en su limitada economía y en que, finalmente, lo que le piden es un asunto temporal. Acepta.
Diario de Randolph Cícero
3 de septiembre
Pensé que esta rutina me abrumaría, pero llevo dos semanas ejecutándola y lejos de aburrirme, me estimula. Escuchar música con ella, leerle capítulos diferentes cada tarde, incluso barnizar su cuerpo seco y propenso a desintegrarse no me desagrada. El señor notario se ha convertido en un custodio que cada tercer día pasa a confirmar que yo cumpla con todo lo requerido. Fuera de eso, vivo como millonario, aunque me doy cuenta de que saberse millonario es una abstracción: es como ir a pescar al centro del lago y descubrir que no se necesita de una barca ni unos remos.
4 de septiembre
Me perturba el hecho de que pronto tenga que dormir a su lado. Tengo mis dudas sobre si la invitada es el cuerpo momificado de la esposa. Repasé con lupa las partes de la biografía de Stewart pero no encontré nada sobre la invitada. De su esposa dice datos tan generales que sería imposible estar seguro de que son la misma persona. Apenas menciona el affaire de la ruptura: Jane se fugó con alguien y regresó, arrepentida, dos meses después. Aparentemente ella nunca reveló el nombre de su amante a su esposo. En su momento creí que Stewart lo ocultaba por vergüenza, pero ahora veo que nunca se atrevió a preguntar y ella pensó que era mejor no decirlo. Entonces sobrevino la tragedia: Jane se ahogó en el lago. Le dio un calambre mientras nadaba sola y nadie pudo ayudarla a salir.
12 de septiembre
Anoche dormí con la invitada. Todo lo placentero que había experimentado con mi nueva situación se enturbió ante su cercanía. Como ella está situada al centro de la cama, el espacio que quedó para recostarme a su lado fue muy poco y, aunque me puse de espaldas a ella, sentía su contacto frío y áspero. Pasé muchas horas sin poder conciliar el sueño pero, finalmente, me dormí.
Lo extraño es que tuve un sueño tranquilo y hermoso: caminaba por la orilla del lago y me detuve al borde de un embarcadero. El sol estaba radiante, así que me senté para meter los pies al agua. Sin saber en qué momento una mujer se sentó junto a mí. La miré y me sonrió como si me conociera. Tenía el cabello ligeramente rojizo y la cara salpicada de pecas como filigrana en la suavidad del mármol. Sus pies jugueteaban con el agua y, de repente, chapoteó dando pataletas hasta conseguir mojarme. Tomé una de sus manos. Ella me acarició las cejas con su mano libre y supe que aquel era un gesto amoroso. Sin saber de lo que hablaba me escuché decir “¿por qué te regresaste dejándome allá si éramos felices? ¿Aquí ya sólo eres una invitada más”. Y ella contestó: “Prometimos no esperarnos, ¿lo recuerdas?”. De repente se puso en pie y se quitó la ropa. Quedé pasmado de ver su inesperado cuerpo desnudo, pero sólo fue un instante, pues se lanzó de un clavado al lago y se puso a nadar. Desde el agua me invitaba a seguirla y yo me lancé con todo y ropa.
Cuando desperté la sensación de agrado no desapareció.
13 de septiembre
Hoy recorrí las cercanías del lago buscando el embarcadero de mi sueño y lo encontré. Ahí recordé la creencia escocesa de que dormir junto a un objeto que ha sido expuesto a vivencias sobrecogedoras, transmite su historia al soñador. En este caso el cadáver de una persona se convierte en el mayor contenedor de historias que pudo haber existido. Seguramente Stewart ya lo sabía. ¿Querría que me enterara de algo para poder escribir las partes que le faltan a su biografía? Entonces, ¿para qué imponerme la cláusula de no dormir con ella más de una vez al mes? Quizá temió que la experiencia terminara por agradarme.
17 de septiembre
El notario me dijo que el proyecto “Ambos” avanzaba, y que muy pronto tendría noticias al respecto. Me miró con una suspicacia que inquieta.
21 de septiembre
No puedo asegurar que la invitada es Jane, pero por fin encontré una fotografía de ella con Stewart en un cajón del armario de la invitada y sé que Jane es la mujer que soñé en el lago.
23 de septiembre
Anoche rompí las reglas del juego. Me infiltré en la recámara de la invitada para dormir de nuevo con ella. Lo hice de manera espontánea y secreta, sabiendo que si el notario llegaba a enterarse me desheredarían. Pero volvía a soñar a su lado y de súbito me vi de nuevo en el muelle. La escena se repitió: ella apareció y pasó sus dedos por mis cejas, pero esta vez sentí una furia enorme hacia ella. De nuevo se desnudó y se arrojó al lago y yo la seguí vestido, pero esta vez la alcancé en el agua y la sujeté. Al principio sonrió y se abrazó a mí. Su cuerpo desnudo me perturbó agradablemente, pero algo vio en mi rostro que trató se zafarse de mí. Como si estuviera dominado por la furia, la tomé de la cabeza y la zambullí. Sus manos se agitaron violentas buscando la superficie. Yo resistí. Me golpeó intentando liberarse. Encima de mis pantalones, sujetó con fuerza mis testículos y los apretó para ver si el dolor me hacía alejarla de mí. Pero seguí resistiendo hasta que se quedó sin aire, sin fuerza, sin vida.
Desperté angustiado: en mi sueño maté a Jane.
25 de septiembre
El notario no se enteró de que dormí con la invitada fuera de lo permitido. No he dejado de pensar en el sueño y he llegado a una conclusión: cuando duermo con ella y sueño, yo no soy yo. Soy el que la mató. Ahora debo averiguar quién soy en ese sueño.
28 de septiembre
No puedo esperar a que, por regla, me toque dormir con la invitada. Lo haré esta noche con toda discreción.
29 de septiembre
Ayer pasó algo terrible. De acuerdo a mis planes, muy adentrada la noche me infiltré en las habitaciones de la invitada y me recosté a su lado: soñé de nuevo el muelle, la caricia, la desnudez de mi acompañante y sus brazadas por el lago, pero justo me arrojaba al agua cuando una mano me sujetó e interrumpió mi sueño. Era el notario que, sospechando algo raro en mi comportamiento, había entrado en la casa de madrugada y me había encontrado dormido junto a ella. No le dije nada para excusarme y él sólo dijo que debía abandonar la mansión al día siguiente. Tiene las facultades para expulsarme y lo hará. Me preparo para partir. Pero antes debo llevarme algo conmigo: la llave de un sueño homicida.
1 de octubre
Perder la herencia ni siquiera me ha importado, lo que necesito saber es quién ahogó a Jane. Por eso cometí algo peor que un robo o que un sacrilegio: tuve una idea igual de absurda a esto que me sucede y me traje conmigo algo que muy pronto va a echar en falta el notario. Una parte de la invitada: su dedo índice de la mano derecha, el mismo con el que acaricia mis cejas en el sueño. Su dedo sabe perfectamente cómo es el rostro de quien la asesinó y me lo dirá esta noche.
2 de octubre
En mi sueño el cuerpo de una mujer se hunde, entre brillos de un sol frío, en el lago. La tarde agoniza. Salgo del agua y corro frenéticamente. Pienso: “Debo averiguar quién soy”. Llego hasta un auto y entro en él. Oscurece. Hago un esfuerzo y miro por el retrovisor central; puedo ver mis cejas, mis ojos, mi nariz, mi cabello. La cara que veo es la del notario y apenas saboreo mi descubrimiento cuando me doy cuenta de que también él me ha visto a mí y sabe que lo he descubierto.
Salgo del auto y corro por un paraje oscuro. Una voz me dice: “No puedes escapar de mí si estoy en ti”. Me concentro y despierto.
Estoy en casa. A salvo.
3 de octubre
Ya no puedo mantenerme al margen. Esta noche, con el dedo robado me dirigí a la casa de Stewart y encontré una ventana abierta. Entré sigilosamente hasta la habitación de la invitada y ya no la encontré sola: el cadáver momificado de Stewart yacía a su lado. Justo entonces las luces se encendieron. Era el notario. Lo interrogué con la mirada, pero él estaba tan tranquilo que me hizo pensar que todo no era más que sueños.
—Es claro que tarde o temprano usted volvería a escondidas, como el ladrón que es —me dijo—, a devolver el dedo que robó. Ahora usted conoce el proyecto “Ambos”. Es una idea descabellada, mortalmente cursi de Stewart: la de dormir momificado eternamente al lado de su esposa, pero qué podía esperar de alguien que ya la mantuvo momificada tantos años. El pensó que quizá a la larga usted no aceptaría cuidar sólo a un cadáver sino a dos, pero ahora eso es irrelevante, pues ya fue desheredado. Yo mismo me haré cargo de los cuerpos y de la fortuna.
—Bueno, en realidad, yo necesitaba saber…
— ¿Saber qué, señor Cícero?
—Quién mató a Jane. Ella no murió accidentalmente. La ahogaron.
— ¿Y cómo pensaba averiguarlo, señor Cícero?
—Así —levanté la mano y dada la cercanía con el notario, pasé mi dedo índice por una de sus cejas, quien inmediatamente se estremeció y comenzó a temblar.
Me miró largamente y por fin, recobrando la calma, dijo:
—Usted está loco.
Abandoné a toda prisa la mansión y manejé frenéticamente rumbo a mi casa. Era tarde y llovía; la sombra del limpiaparabrisas borraba las sombras de las gotas de agua que se esparcían una y otra vez sobre el tablero y sobre mí, como una viruela fugaz. La noche se percibía enferma. Cuando llegué frente a mi casa me sentí tan contrariado y cansado: recordé que aún tenía en mi bolsillo el dedo de la invitada. Sentí miedo de quedarme dormido y permanecí en el auto.
Quise ver algo real, pues todo lo que alcanzaba a ver —eso que pudo ser un parque, una pareja en las sombras, las luces de un río de coches— eran sólo una maraña, una incesante alucinación. Miré por el retrovisor y en lugar de mi cara, vi el rostro del notario. Sin saber en qué momento el sueño había comenzado.
Quise entra a mi casa pero me encontré de frente con la orilla del lago. Retrocedí y ya no había a dónde ir. Supe que aquí o allá siempre estaría el notario atisbando como un fantasma. Busqué en mis bolsillos y el dedo no estaba. En su lugar encontré la navaja suiza del notario. Decidí terminar con el asesino y sin dudar pasé el filo de la navaja por mi cuello.
4 de octubre
No me sorprendió leer en los diarios que el notario se suicidó anoche con su propia navaja. Tenía, indudablemente, razones para hacerlo. He retomado mis obligaciones en la casa del lago. Cuido de los cuerpos, les leo y les pongo música. En mis ratos libres preparo la edición de la biografía de Stewart, a la cual he agregado un par de notas sobre Jane. Casi estoy seguro de que éste, desde un principio, debió ser el proyecto Ambos.