Adiós, inevitable, inolvidable loca.
¨No soy un marica disfrazado de poeta / No necesito disfraz
Aquí está mi cara / Hablo por mi diferencia¨.
Murió Pedro Lemebel
Se nos fue un grande de las letras latinoamericanas
Me entero de la noticia por los diarios pero también por la efusiva profusión de mensajes al respecto en las redes sociales. Con la habitual premura de la virtualidad, Facebook y Twitter se llenan de comentarios que expresan tristeza, comparten reflexiones, citan algún fragmento de su obra. No me sorprende. Cuando un escritor cala hondo en nuestra sensibilidad, se conecta con algún interés, preocupación o sentimiento propio y profundo, no puede menos que suscitarnos afecto. Y Pedro era uno de aquellos escritores geniales, por quien uno siente admiración apenas comienza a leerlo. La prosa heteróclita de sus crónicas, que coquetea continuamente con el quehacer poético, y la musicalidad de su única novela, Tengo miedo torero, generan un embrujo difícil de eludir.
No me resulta fácil dar cuenta de su obra en forma somera, en parte por su complejidad -su literatura se despliega como un tejido de sentidos donde, si tiramos de un hilo, esos sentidos se dispersan y multiplican- y, en parte, porque la grandeza del autor chileno excedió lo estrictamente literario. Pedro fue un gran escritor, sí, pero también un gran militante de la diferencia. Con una profunda visión crítica, Lemebel abordó en su literatura la relación espinosa entre las coordenadas ¨género¨ y ¨política¨ en su Chile natal. Fue su forma de analizar y ficcionalizar esta relación, el aspecto de su obra que más me atrapó. Política y género, travestismo y multiplicidad de identidades: cuestiones narradas a través del barroquismo florido y kitsch de sus crónicas.
¨Pero no me hable del proletariado / porque ser pobre y maricón es peor¨ le dijo Pedro a la izquierda chilena en un acto del Partido Comunista, en 1986. Ese verso de su Manifiesto (hablo por mi diferencia), sucinto y certero, condensa varias temáticas que Lemebel frecuentó a lo largo de su obra. Porque Pedro fue un crítico agudo de aquella izquierda anquilosada que siguió reproduciendo las mismas estigmatizaciones hacia la homosexualidad que el mismo poder represivo que combatía. ¨Los héroes del marxismo macho […] prefirieron bailar solos, ideológicamente solos, la ranchera baleada de su despedida¨ le dice Pedro al Subcomandante Marcos, en la amorosa carta que le dedica.
Precisamente, esa cuestión le da vida a Tengo miedo torero, una novela que muestra el peculiar romance entre la Loca del Frente y Carlos, el militante del FPMR. A través de una escritura plagada de boleros, canciones populares y referencias a las divas del cine hollywoodense de los años cincuenta, Lemebel narra la manera en que el amor puede acercar a dos personas en apariencia dicotómicas, cambiar su visión del mundo y sortear sus prejuicios. Se trata, pues, de un verdadero amor revolucionario.
Pero Pedro supo vislumbrar también las contradicciones en el seno del travestismo, donde las categorías de ¨género¨ y ¨clase¨ se entrecruzan y presentan tensiones. Su crónica ¨La noche de los visones (o la última fiesta de la Unidad Popular)¨, recopilada en Loco afán, cuenta la historia de una noche de fiesta en Santiago, en que las pieles de visón de las locas pitucas se transformaron en símbolo de poder y pertenencia a una clase social y, por eso mismo, en un abismo insalvable entre dos tipos: las rascas y las ricas. Con extrema lucidez, las crónicas lemebelianas revelan que no es lo mismo ser indio, maricón y pobre y trabajar con el cuerpo para darle de comer a la adorada madre, que ser gay y blanco y acceder al deslumbrante mundo de la homosexualidad primermundista, ¨clara, rubia y viril¨.
No necesito disfraz, hablo por mi diferencia: Pedro supo hacer de esa afirmación la tinta más voraz de su escritura. El viernes pasado se nos fue un grande las letras latinoamericanas. Imagino al varonil galán de su novela despedirse de él como de su Loca del Frente: adiós mi inevitable, mi inolvidable loca.