Faltan sólo cinco años para que llegue el 2019 y todavía no hay autos voladores.
El 10 de junio de 1981 —días más, días menos, según qué versión de la leyenda escuches— era el último día de producción de Blade Runner, un periodo que muchos de los involucrados recuerdan con cariño como “el infierno en la tierra”. La película había tenido toda suerte de contratiempos desde un inicio y estos mismos habían creado un ambiente poco amigable en el set, entre el crew norteamericano y el equipo del director inglés Ridley Scott.
Para ese último día de producción, estaba programada una de las escenas más complicada. Roy Batty, el replicante interpretado por Rutger Hauer, tenía que brincar de la cornisa de un edificio a otra para rescatar a Rick Deckard (Harrison Ford), todo esto mientras caía una lluvia intensa sobre unas azoteas llenas de humo. El set no estaba listo para la producción y los constantes retrasos amenazaban con parar por completo la película. Mientras los escenógrafos desarmaban partes de otro set para estar listos y grabar, el doble de Rutger Hauer practicaba el salto. En el primer intento, falló por varios metros y cayó en el colchón de seguridad. En el segundo, falló sólo por centímetros y en la caída se rompió el brazo.
En medio de la crisis, Hauer se acercó al director y le dijo, “sabes, yo creo que si me acercas cincuenta centímetros más yo puedo hacer el salto”. El asunto se complicaba aún más porque el guión contemplaba que Batty debía brincar mientras cargaba una paloma viva en el pecho. No sabemos qué pasaría por la cabeza de Ridley Scott en ese momento, pero accedió. Los tramoyistas acercaron cincuenta centímetros los edificios, se ajustaron las cámaras para forzar la perspectiva —de modo que la distancia pareciera mayor—, Hauer tomó vuelo… y cayó con soltura en el techo del otro edificio, sin abandonar el personaje en ningún momento. Lo que pocos sabían en ese momento, es que la noche anterior Hauer se había acercado a Scott con una propuesta de un salto aún más descabellado y el director había aceptado, sin decirle a nadie.
El salto no era una proeza física, sino estética. Existían (todavía existen, en internet, si te das el tiempo de buscarlo) muchas versiones del guión de Blade Runner. El guionista Hampton Fancher había trabajado en muchas versiones del encuentro final entre el blade runner y el replicante Nexus 6 antes de que David Peoples tomara el control del guión y escribiera otras tantas versiones. Y así, una noche antes del cierre de la producción, el actor holandés buscó a Scott y le propuso recortar sus diálogos un poco e improvisar:
I have… seen things you people wouldn’t believe… Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those… moments… will be lost in time, like tears… in… rain. Time… to die…
Se ha hablado y escrito mucho sobre el origen de este diálogo. Hauer admite ser autor sólo de la frase final, “like tears in rain“. El resto, si bien no estaba en el guión que se utilizó ese día —sobre todo la mención a la Tannhäuser Gate— puede rastrearse hasta referencias anteriores en los guiones de Fancher y Peoples. Sin lugar a dudas, lo que sí consigna la leyenda es que Hauer pronunció su diálogo improvisado y en cuanto cortó la escena, todo el equipo de producción rompió en un estrepitoso aplauso. A saber si el aplauso llegó porque estaban genuinamente conmovidos o porque terminaba una de las producciones más traumáticas de su vida, que llevó a varios a abandonar el cine por completo.
El resto es historia. Ridley Scott sería despedido por los excesos de la producción, pero a pesar de ello entregaría un corte al estudio. A su vez, el estudio, decepcionado por los resultados previos del filme, hizo un nuevo corte, al que agregó un final feliz —usando material desechado de El resplandor de Stanley Kubrick— y 13 grabaciones de la voz en off de Harrison Ford para tratar de dejar más clara la trama. Nada importó, esa versión fílmica de 1982 fue un fracaso en taquilla y en crítica.
Quizá todo se hubiera quedado ahí de no ser porque en 1992 Michael Arick descubrió una versión de trabajo de la cinta, que después de una tensa negociación con Scott se presentó como un director’s cut. Esta versión eliminaba el voice-over, el final feliz y reincorporaba una secuencia crucial que cambiaba por completo el significado de la cinta. En parte porque fue uno de los primeros DVD que llegaron al mercado y porque esos 10 años de distancia hacían aún más urgentes y comprensibles los mensajes de la cinta, en esta ocasión Blade Runner se volvió un éxito de crítica y ventas.
Pero sería hasta 2007 que Scott volvería a trabajar en Blade Runner para crear un final cut, después de años en batallas legales por el control de los derechos de una cinta que en un inicio nadie quería tocar ni con pinzas. Si bien, no hay ningún cambio estridente en esta última versión, varias escenas fueron restauradas o retocadas y, quizá más importante, abrió la posibilidad de una segunda parte de la película.
La idea de una secuela de Blade Runner tiene muchos detractores —yo entre ellos—, pero no me sorprende y la encuentro, quizá, necesaria. Blade Runner funciona a muchos niveles, pero al nivel humano, que es el que aquí nos interesa, fue una manera para que Scott lidiara con la muerte de su hermano Frank. Las preguntas centrales de la cinta, del monólogo de Roy Batty que ocupará todas las páginas de este libro, giran en trono a nuestra propia mortalidad y al sentido de nuestra existencia. Aventuro pensar que el lamentable deceso de Tony Scott inspire a su hermano a volver a visitar los paisajes de ese futuro distópico que está a punto de alcanzarnos.
René López Villamar
Editor de la revista Tierra Adentro
octubre de 2014