Barrio Verbo //Ingrid Solana//
Parafraseando a James Joyce, para Ingrid Solana dios es un esténcil pintado en la calle. Este volumen, compuesto de veinticinco ensayos, nos propone una lectura fresca y audaz de nuestro entorno, a la vez que propone una manera distinta de leer, de pensar, de escribir, de recordar y quizás hasta de amar. Quien se atreva a entrar a Barrio Verbo encontrará al mismo tiempo un manual de técnicas para la intervención de nuestra cultura y un paseo por las calles donde coinciden las obsesiones Fanz Kafka, Ludwing Wittgenstein y David Lynch. A partir de un listado de verbos en infinitivo y sus nuevas acepciones, la autora propone un juego para el lector valiente que se atreva a conjugarlos.
Un adelanto:
Leer:
Devorar los libros como si fuéramos polillas.
Hundirse en la privacidad morbosa del pervertido que espía: el pervertido que lee.
Apropiarse y desapropiarse a un tiempo de toda la materia del libro: destruir las ideas, reconstruirlas, armar el puzzle y deshacerlo de nuevo.
Surcar el texto amorosamente.
Jugar.
Elogio del subrayado
Tener hambre de libros era mi alegría y mi tormento.
Libros, casi no tenía. No hay dinero, no hay libro.
Roí en un año la biblioteca municipal.
Yo mordisqueaba, y al mismo tiempo devoraba.
Hélène Cixous
Al mirar esa polilla muerta,
me llenó de asombro este diminuto triunfo marginal
de una fuerza tan grande en contra de un antagonista así de menor.
Tal y como la existencia había sido extraña unos minutos antes,
extraña era en este momento la muerte.
La polilla, habiéndose enderezado,
yacía ahora en un sosiego de lo más decente y resignado.
Ah sí, parecía decir, la muerte es más fuerte que yo.
Virginia Woolf
Subrayar es escribir un libro. Los libros subrayados funcionan como un cuaderno de notas porque están hechos de papel y reclaman la tinta del lector. Los subrayados varían en cada libro y en cada lectura. No es lo mismo el subrayado de Seda de Alessandro Baricco que el de Corrección de Thomas Bernhard. El primero es un subrayado tenue, en el que el lápiz se desliza afablemente entre las líneas. El segundo es rabioso, punzante, incisivo. De ahí que cada subrayado sea el andamiaje de lectura de determinado intérprete. Por consiguiente, cada lector escribe el texto todas las veces que lee y subraya para dotarlo de sentido cuando penetra en sus cimientos.
Hay coleccionistas de libros que los adquieren en múltiples ediciones y que encuentran en ellos un fetiche que es necesario conservar, cuidar y proteger. Hay otros, en cambio, cuya biblioteca se encuentra engrosada por libros subrayados en plena ebullición. Es posible que los bibliómanos
conciban el subrayado como algo horrendo, sobre todo los de las primeras ediciones, aunque no hay nada más gratificante que emprender el subrayado de una primera edición y aventurarnos en un viaje triunfal sobre esas aguas vírgenes. Un bibliófilo seguramente se apropiará gustoso de su biblioteca, a la cual, lejos de reverenciar, tachará y marcará hasta el cansancio para hacerla verdaderamente suya.
Numerosas bibliotecas personales acuñan con especial esmero muchas ediciones de un solo libro y utilizan métodos “humanos” para su conservación. Se los limpia, se los impregna de diversos líquidos y son vacunados contra su enemigo potencial: las polillas. Nadie consagrado al mundo de las letras habla con afecto de esos animalillos invisibles que pueblan las oscuridades sagradas de la madera y de los libros. Quizá uno de los pocos en detenerse en estos bichos insignificantes es W.G. Sebald, que en Austerlitz habla con fascinación de su inocencia e incluso les atribuye una imaginaria vida interior. David Lynch, a su vez, declaró haber experimentado una especie de epifanía cuando una polilla se estrelló contra una de sus pinturas y permaneció inmóvil después de haber dejado una carretera dorada sobre el lienzo. Animales del azar, de lo inesperado. Las polillas son rechazadas por los coleccionistas que no admiten la ruindad de la materia, y amadas por los raros, aquellos que se abandonan a los designios de la suerte y están dispuestos a la extinción.
El coleccionista de libros —sea un ávido lector o no— teme y odia a estos roedores de páginas y lucha contra ellas. Habría que pensar si los surcos que las polillas emprende en el interior de los libros son una especie de subrayado. El subrayado con lápiz es un recorrido y el de las polillas bien podría serlo. En general, las odiamos porque nos impiden la lectura íntegra de un libro; al comerse su interior, se tragan parte del contenido que pretendemos leer. Debe existir, no obstante, un encono peculiar por arruinar la materia del texto, porque a las polillas les gustan, sobre todo, las ediciones empastadas, antiguas y de alto valor monetario: esos textos únicos que ya no se editan y que el coleccionista ha conseguido con mucho esfuerzo en el mercado negro de los libros o ha comprado a otros países por Internet, pagando altos costos de envío. Alguien que valora los libros conoce las delicias que proporciona el poder comparar las distintas ediciones del mismo, por ello, es una desgracia que las polillas acaben con esos placeres.
Han existido, desde luego, numerosas bibliotecas carcomidas por esas alimañas de lo oscuro y más allá de la ira que esto suscita en el lector asiduo y en el fetichista, las polillas emprenden su más delicioso festín en esas bibliotecas heredadas que permanecen en silencio porque ninguna generación más se ocupa de su legado; menos mal que lo hacen, porque así la página nunca está vacía, sino colmada por la saciedad de las hambrientas.
Es así que las propias polillas, cuando nadie lee los libros, se encargan de subrayarlos. Emprenden caminos laberínticos que horadan, abren y surcan las letras agolpadas contra su mismidad. Autopista que nos hace pensar en el desorden y sus vueltas de tuerca. Nada más hermoso que esas grietas infinitas que atraviesan todo el cuerpo de un libro y que sugieren vórtices y recorridos, allí donde ellas han clavado sus fauces. El libro electrónico impide a las polillas realizar su tarea y el lector se siente confiado porque no somete al libro a numerosos peligros.
El lector de libros electrónicos, sin embargo, nunca será un coleccionista, ni de libros ni de libros subrayados. Leer un libro electrónico implica que realmente se quiere indagar en el contenido de un texto. Hasta el momento, ningún aficionado a la lectura prefiere leer libros electrónicos; lo hace por necesidad. El amante de los libros, en cambio, hará lo posible por poseerlos y colocarlos en su espacio de trabajo para mirarlos en su sereno y calmado reposo en la habitación.
Tomar un libro entre las manos es dejarse seducir y subrayarlo, seducir al texto. Nada más intenso que apropiarse de los libros; nada más feroz que hacerlo a través del subrayado: amorosa destrucción convertida en acto, porque la lectura, lejos de ser pasiva, es un campo dinámico, múltiple y creativo.
El subrayado hace a los libros, pues consigna todos aquellos rasgos que fueron significativos y contribuyeron a generar el sentido en el texto. De ahí también que las notas al margen sean herramientas fundamentales que delatan la singular visión de ese momento del intérprete que anota sus propias ideas dialogando con lo leído. Todo lector asiduo intuye que cada lectura, aunque se lea el mismo libro dos o tres veces, es particular y obedece a sus propias leyes. Se aconseja leer lo mismo varias ocasiones porque esto nos proporcionará la frescura de una nueva mirada: qué riqueza la de lo literario que cada vez es transformado por nuevas invenciones y muchos más descubrimientos. El subrayado, así, configura la intimidad entablada con un libro. Si el libro no nos gusta tanto, es posible que los subrayados sean esporádicos o nulos. Pero si sucede a la inversa, nos sorprenderá descubrir que cuando leímos la primera vez, subrayamos pasajes cuya señalización, en un segundo momento, nos resulta extraña y ajena.
Los variados y diversos acercamientos que emprendemos de un texto producirán múltiples subrayados que formarán una masa compacta en la comprensión de ese libro. Masa que enriquece y otorga a los textos el sentido infinito y vasto que nunca se agota. Los subrayados se complementan, a su vez, con todas esas notas que el lector deja adentro del libro y que marcan nuestros paseos por él. En efecto, al leer se escribe, y subrayar implica esa cercanía íntima, sensual y amorosa que se hace con un libro, de ahí que la experiencia de lectura sea tan única, que aun con todo lo que se ha dicho de ella, siga pareciéndonos tan extraordinaria. Ya no diré, por consiguiente, que un libro es un mundo, sino que un lector lo es y más aun, que sus diversos subrayados son la verdadera acción por la cual se participa en un libro y se escribe un libro. Si nadie subraya un libro, dejemos entonces que las polillas, sumergidas en su eterna oscuridad, se aventuren en esos interiores para dejar allí, al menos, sus sinuosas huellas, porque los libros son para devorarse.