Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

Estudié Filosofía en la UNAM y durante los cinco años que tomé clases ahí nunca se me cruzó por la cabeza la idea de publicar algo relacionado con mi carrera. Los límites de la escritura se reducían a tres tesis: licenciatura, maestría y doctorado.

Publicar figuraba como una actividad más de aspirantes al SNI. Mi tarea como estudiante de licenciatura era leer y redactar unos cuantos ensayos para aprobar las materias.

Nunca se me ocurrió (tal vez porque ningún maestro me lo propuso) que alguno de esos ensayos podría ser trabajado, tanto en su redacción como en su contenido, y ser publicable. Es decir, que fuera entendible para otros afuera de los muros de la academia.

Hace unos meses, platicaba con algunos amigos de la carrera y habíamos llegado a la misma conclusión: no hay un esquema de publicación para la Filosofía en la Facultad ni un aliciente para hacerlo de forma consuetudinaria; de volver la escritura el laboratorio del pensamiento. Como si publicar sobre Filosofía no fuera importante (incluso lo más importante de la Filosofía en estos tiempos).

Publicar sobre esta materia significa abrirla, hacerla una cuestión de la res pública.

Eso deriva en una serie de consecuencias a las que no estaba preparado:

1. Dejar de lado el prejuicio de que el texto filosófico, entre más oscuro, más profundo. La filosofía es comunicación de ideas y, cuando ésta última no existe, la culpa es casi siempre del emisor.

2. El filósofo trabaja con la palabra, es el barro con la que construye su disciplina. Como el escritor de literatura, tiene la responsabilidad de mejorar su técnica. Al igual que el primero, el segundo no puede ser caprichoso en su redacción.

3. Hay un dicho en la Facultad: “Si no puedes explicárselo a tu abuela, entonces no lo entiendes”. Creí en este dicho, con el supuesto de que mi abuela había leído a Hegel, Descartes, Nietzsche, etcétera. La verdadera abuela a la que hay que explicarle, si comprendemos la Alegoría de la caverna, de Platón, es a la que no ha leído lo mismo que uno.

4. Mucha terminología filosófica, más que ser comprendida, es usada como un escudo para no ser cuestionados.

5. Los ejemplos no son una pérdida de tiempo. Pueden ilustrar un concepto difícil e, incluso, sustituirlo en el discurso. El ejemplo no es un rebajamiento del concepto, sino su posible iluminación.

6. La Filosofía parte del mundo y habla de él. Habrá que deshacerse de ese otro dicho de la facultad: “La Filosofía no sirve para nada, porque no es sierva de nadie”. La Filosofía sirve para comprender el mundo (algunos dicen que para cambiarlo). Los grandes filósofos tenían un gran problema: la vida tal y como sucede, el hombre de a pie y sus cuestionamientos.

Intentaré paliar estas falta (sea mía, sea de otros) en mi formación. Quiero hacer de la Filosofía (en el grado que me sea posible) algo público. Quitarme la idea de que, para escribir sobre ella, hay que ganarse el derecho, cuando es más bien una obligación hacerlo. Es la posibilidad de hacer Filosofía. El nuevo ágora.

La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (disponible aquí la versión de la editorial Ítaca), de Walter Benjamin, es un texto filosófico de gran claridad, escrito con la consciencia de que otro pueda comprenderlo. A pesar de su carga marxista, el lector no se siente con la obligación de leer la obra de Marx para adentrarse en el libro de Benjamin (que este rodeo bien puede enriquecerlo). Benjamin era un gran escritor, sabía que su texto, a pesar de todas sus suposiciones conceptuales, debía ser legible.

La obra de arte es un libro bastante atinado en sus supuestos. Sus reflexiones sobre el Cine y la manera en que actúa sobre el arte anterior pueden dar una gran luz para entender el fenómeno cinematográfico de finales del siglo pasado y lo que va de éste.

Esa es la apuesta. Comprender, a través de la teoría de Benjamin, una parte del mundo actual.

Ejercer la filosófica, lo bien o mal que resulte.

Lo que quiero hacer, en mis siguientes entradas de este blog, es empatar cada uno de los capítulos de La obra de arte… con una película. Pondré el índice, según la versión de Andrés E. Weikert, e iré llenándolo con las columnas que escriba.

Nota: la columna que publico en el “Prólogo” son algunas reflexiones sobre la literatura y el cine, y no siguen tan de cerca el de Benjamin.

I. Prólogo

II. Reproductibilidad técnica

III. Autenticidad

IV. La destrucción del aura

V. Ritual y política

VI. Valor de culto y valor de exhibición

VII. Fotografía

VIII. Valor eterno

IX. Fotografía y cine como arte

X. El cine y el desempeño calificable

XI. El intérprete cinematográfico

XII. Exhibición ante la masa

XIII. Derecho a ser filmado

XIV. El pintor y el hombre de la cámara

XV. Recepción de la pintura

XVI. El ratón Mickey

XVII. Dadaísmo

XVIII. Recepción táctil y recepción visual

XIX.  Estética de la guerra

 

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