Blockbuster mata todo
Al cine se le atribuyen muchos males que por supuesto merece: es el diablo. Es un espejo rectangular tan grande, con una óptica tan aberrada en la que cabemos todos, especialmente la sinrazón del capital inflado hecho en Norteamérica. Este año por fin la industria de Hollywood ha empezado a darse cuenta de que está, de algún modo, matando el cine. Como aquellos videos en los ochentas que mataban a las estrellas de radio. Me explico: ¿ven esas cosas espantosas e irresistibles que muchos llaman blockbusters de verano? ¿Los Avengers, Iron Manes, y demás películas con presupuestos similares al PIB de algún pequeño país en vías de desarrollo? Están empezando a comerse la cola y el cuerpo y, terminarán por no saber qué hacer con dos cabezas tirando mordidas una a la otra.
Todo comenzó cuando Steven Spielberg estrenó Jaws en 1975 y decidió estrenarla en verano. En ese entonces, los productores de Hollywood solían considerar esta época del año como un punto muerto en términos comerciales. Se estrenaba cualquier cosa de bajo presupuesto que, según ellos, pasaría sin pena ni gloria en los autocinemas de segunda, pues “todos estaban de vacaciones” ¡Duh!
Spielberg, con sólo 29 años, fue capaz de entender que esa era precisamente su carta fuerte: crear pánico en el verano, llevarlo directo a las playas, al mar y a su Tiburón. Sucedió que su película contó con muy pocos recursos, ya que Spielberg se empeñó en que el monstruo no se viera hasta pasada la mitad de la cinta y sólo consiguió 7 millones de dólares para producirla. Los capitalistas estuvieron extasiados cuando obtuvieron 260 millones de esos modestos siete que habían invertido.
Como Hollywood aprende rápido, el siguiente año estrenaron con todo bombo y platillo la película más fuerte en el verano The Omen (Donner, 1976) y un año más tarde, la película que cambiaría todo: Star Wars (Lucas, 1977) en la que se invirtieron 11 millones de dólares y de la que se obtuvieron 460 millones sólo contando boletos en taquilla. Así fue que el cine para audiencia joven se instituyó claramente como un negocio y en los años siguientes los hits reventaron la proporción de lo que se podía gastar y ganar en la industria cinematográfica: Grease (Kleiser, 1978) costó 6 millones y ganó 188; Star Wars, The Empire Strikes Back (Kershner, 1980) costó 18 millones y ganó 290 mil millones; E.T. (Spielberg, 1982) costó casi 11 millones y ganó 435 mil. Así llegamos con el estigma gastador hasta épocas más recientes con The Dark Knight (Nolan, 2008) que costó 185 mil y ganó 533 mil millones de dólares.
Hoy es impensable gastar menos de 200 millones de dólares en un blockbuster de verano y con varias productoras tratando de meter su propio hit, la creatividad languidece y el público se empieza a cansar. Como es natural el 2013 ya tuvo varias pérdidas: The Lone Ranger de Disney, After Earth de Columbia y R.I.P.D de Universal Pictures tuvieron mucha suerte de juntar cada una la mitad de lo que invirtieron, es decir 100 millones, más o menos.
Pero ustedes dirán conmigo ¿qué nos importa que esos tipos pierdan dinero? Por supuesto. ¡Que pierdan por avaros! A mí como cinéfila me vale pues yo ni veo los blockbusters. Pues no. Sí importa. Lo que sucede con estos presupuestos irreales es que ya nadie quiere invertir en películas que valen 1 millón. O gastas 200 millones (para ver si recuperamos 600) o nada.
George A. Romero (el padre del zombie cinematográfico moderno), por ejemplo, acaba de declarar que ahora le parece mejor escribir novela gráfica que aceptar un presupuesto tan descabellado para una película. No le ve ningún sentido.
Como él, hay muchos directores que no le tiran a ser Michael Bay o Tim Burton, los cuales sólo quieren filmar una buena historia.
Es irónico decir que una película no se puede filmar porque hay demasiado dinero, pero así es. El cine, decía yo, es un espejo aberrante de todo lo que está bien y mal en este mundo. Es el infierno, el diablo y la tentación. El pozo de los deseos. Un agujero negro que de vez en cuando conviene analizar.