Tierra Adentro
Fotografías de Rogelio Cuéllar.

De perfil, el libro que rompió esquemas en la literatura mexicana, cumple cincuenta años. Joselo Rangel hace una relectura de esta obra fundamental y descubre que sigue tan fresca y vital como en el momento de su publicación. A fin de cuentas, la literatura, como la música, es conexión, y la obra de José Agustín la conserva: igual que un álbum clásico de rock.

—¿No te da miedo? —me dijeron— quizá en la relectura te des cuenta que no es tan buena, o que no te gusta tanto como cuando la leíste. Mejor quedarte con un buen recuerdo, ¿no crees? Podría ser. Pero no es justo para un libro que cumple cincuenta años hablar sólo de lo que fue, sino de lo que representa ahora, y para ello la relectura es muy importante. De todos modos, no soy ningún erudito. Lo confieso: si leo es por placer y no para teorizar sobre una obra. Por más que quisiera no podría: estudié diseño industrial, no literatura.

Así que me conseguí una copia nueva del libro De perfil de José Agustín, pues la que tenía se la quedó una novia de juventud, y ni modo de buscarla —aunque por Facebook me hubiera sido muy fácil—. Buscar exnovias es un deporte que no practico, aunque recién pasaron las olimpiadas, pues resulta de alto riesgo.

Regularmente no recuerdo muchas novelas o cuentos que leí hace más de veinte años y, en el caso de esta novela, ya han transcurrido tres décadas. Cuando evoco los libros que me han marcado tengo muy presente el efecto que me produjeron. Una impresión que se queda en mi cabeza, en mi pecho o en mi entrepierna, según el tono de la historia y del texto. Con De perfil tenía aquella sensación precisamente en esas tres partes. Recordaba unos cuantos nombres de los personajes: Queta Johnson (¿cómo ñó?); Violeta y Humberto (qué raro que no les dijeran «mamá» y «papá»), y Los Suásticos (una banda de rock que sale muy poquito y sólo al principio, pero cuyo nombre se te queda grabado para toda la vida).

Recuerdo los juegos de palabras del autor, la forma de cambiar los nombres cada vez que aparecían sin repetirlos nunca. La libertad en el lenguaje y la forma de contarnos una historia. Pero todo esto sólo era un recuerdo lejano, como el de unas vacaciones en la playa, que tienes presente más por las fotos que te tomaron, y no por lo que realmente hiciste en la arena y el mar. Así que me puse a leer: «Detrás de la gran piedra y el pasto, está el mundo en que habito».

De perfil abarca tres días en la vida de Equis, un chavo de quince o dieciséis años, de clase media, que vive en la Narvarte y que apenas entrará a la prepa. Tres días muy movidos. Conoce a un nuevo vecino proveniente de Guadalajara que dice ser cantante y por la noche lo invita a una fiesta donde hay mucha gente del negocio de la música. Su amigo Ricardo se les pega. Ahí Equis conoce a Queta Johnson, y es donde los lectores comenzamos a sospechar que Equis tiene mucha suerte, pues las cosas «le pasan», no las está buscando. Sin duda debe tener un gran carisma para que toda la gente quiera tenerlo de amigo, de amante, de compinche para escaparse de casa y de confidente.

Queta Johnson es la cantante del grupo Los Suásticos y está buenísima —bueno, aquí todo depende de la imaginación de cada lector, la mía es muy fructífera. ¿Cómo es que Equis logra ligársela, o más bien, logra que Queta se lo ligue a él? Sin embargo, De perfil no es una historia de amor, ni de sexo, sino muchas cosas más. Estos tres días en la vida de Equis —incluso así lo nombra su amigo Ricardo en su casi-diario que nadie debe leer— recorremos distintos ambientes y lugares de la Ciudad de México en la década de los años sesenta: va a un putero, renta bicicletas en el Parque México de la Colonia Condesa, mencionan los «Cafés Cantantes» a los que asiste puro pseudo intelectual (los hipsters de ahora); también está presente en una tertulia —una peda, pues— de estudiantes de literatura, donde lo importante es mencionar a quién has leído, decir el nombre del escritor más raro y la corriente literaria más extraña; va a la UNAM para inscribirse en la Prepa 1 y unos estudiantes, que están inmersos en la grilla, lo «adoptan» —ahí se entera del tejemaneje de los movimientos políticos dentro de la universidad y sus prepas—; aparece una escena de narcotráfico, y una referencia sobre la diferencia de estratos sociales en la colonia Doctores: clases bien demarcadas por los barrios. En resumen: la vida en nuestra ciudad ha cambiado mucho, pero sigue exactamente igual.

Como toda buena novela De perfil puede ser leída en distintos niveles. Uno, por el simple placer de la lectura: saber qué le va a pasar al protagonista. Y eso se cumple con creces pues la novela resulta sumamente divertida. Arranca carcajadas inesperadas. Por otro lado, es una radiografía de México, un retrato sociológico del modo en que nos comportamos, hablamos. Equis no está buscando nada, las cosas «le pasan». Me suena conocido.

Disfruté leer de nuevo De perfil. Después de tantos años y tantas lecturas, de tantas experiencias vividas. Entiendo la advertencia que me hicieron, bien podría odiar este libro que se trata de la visión de un adolescente, escrito por un autor que apenas contaba con veintidós años. Pero no fue así. No lo odié, ni me decepcioné. Al contrario. Si eso es posible, me gustó más ahora que cuando lo leí de joven. Muchas cosas que se me escaparon en ese entonces —la factura, el lenguaje, la estructura narrativa— fueron ahora todo un hallazgo.

Ahora me sorprende que nadie haya comparado De perfil con El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, pues los dos se asemejan en muchas cosas. O, si lo hicieron, nunca me enteré. Coufield, el personaje de Salinger, recorre Nueva York y critica los distintos estratos de la sociedad: lo que ve y a lo que se enfrenta. Equis, de alguna manera, hace lo mismo. También recordé la primera parte de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Al leer esta novela del escritor chileno, sentía que estaba leyendo Literatura de la Onda.

Por supuesto que, mientras escribo esto, una vocecita en mi hombro dice: «No, Joselo, no te metas por ahí, ¿cómo vas a equiparar a José Agustín con Salinger y Bolaño? ¡Te van a linchar! O por lo menos te prohibirán entrar a esos círculos literarios en los que podrías acceder, ahora que publicaste en Almadía, ¿no te gustaría ser aceptado? ¡Pues no hables bien de José Agustín! ¿No ves que ninguno de los autores jóvenes lo hace? ¡Nadie lo menciona como su mayor influencia! ¡La estás cagando!»

Pues ahí voy: con esta relectura lo confirmé. Si no hubiera leído De perfil hace treinta años, estoy seguro que no me habría arriesgado a escribir cuentos, tampoco habría elegido, en muchos de ellos, el rock como tema central, ni me hubiera dado la libertad para escribir como se me antojara. Sí, mi mayor influencia es José Agustín.

ESCRITOR PRECOZ

José Agustín nació en Acapulco, Guerrero, en 1944. Fue un gran lector desde muy chico, gracias a sus hermanos mayores que leían mucho. Leyó todos los libros que estos dejaban por la casa. A Sartre, Albert Camus, Lorca, Neruda, Cesar Vallejo, Stendhal y Dostoievski a muy temprana edad. Pero lo que más lo marcó fueron dos lecturas: Lolita de Vladimir Nabokov y La cantante calva de Eugène Ionesco, ¡a los trece años!

Empezó a escribir muy precozmente: a los once años de edad. Entró a estudiar teatro a los doce y a los catorce ya estaba en su primer taller literario. Su primera novela, La tumba, la escribió a los dieciséis, en el taller literario de Juan José Arreola, donde estuvo varios años y coincidió con Parménides García Saldaña, Juan Tovar, René Avilés Fabila, Gerardo de la Torre, Alejandro Aura y otros más.

Luego entró a estudiar Letras en la universidad, pero se salió porque se dio cuenta de que se trataba de ejercer una carrera de erudito, de investigador y de profesor, no de escritor. Entonces se concentró en el taller de Arreola. Estudió cine en el CUEC. Publicó su primer libro en 1964. Lo editó Arreola en Ediciones Mester. Fue un libro que circuló poco, pero dos años después se reeditó en una tirada masiva que lanzó Editorial Novaro, y que coincidió con la publicación de De perfil, ese mismo año, en 1966.

A partir de entonces se dedicó completamente a la literatura. Inventando que sueño (1968); Se está haciendo tarde (Final en laguna) (1973); El rey se acerca a su templo (1976); Ciudades desiertas (1984); Cerca del fuego (1986); No hay censura (1988); Tres volúmenes de Tragicomedia mexicana (1990, 1992, 1998); La miel derramada (1992); La panza del Tepozteco (1993); Dos horas de sol (1994); Vida con mi viuda (2004) y Armablanca (2006), son algunos de sus libros.

Dicen que las clasificaciones nunca son buenas. Meter en una caja o en un movimiento a los escritores, músicos o pintores es enjaularlos. Seguramente eso sintieron Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña y José Agustín cuando los bautizaron como Literatura de la Onda. Fue Margo Glantz quien se refirió a ellos así, obviamente de manera despectiva. Pero el mote funcionó. Tiene sonoridad, mojo. Me gusta porque era un término despectivo que se convirtió en un slogan, es pop, un buen anuncio del producto que vas a comprar. Como el punk, cuya traducción literal es vándalo, gamberro, pero nadie piensa en eso cuando escucha la palabra. Lo mismo sucede con el grunge: chatarra, basura.

Los escritores onderos se salían de los modelos establecidos por la novelística nacional, sus procedimientos técnicos, sus personajes y anécdotas, y principalmente su lenguaje, nada tenían que ver con la narrativa imperante de la época, enfrascada en la experimentación formal (Del Paso, Pacheco), con asuntos nacionalistas (Fuentes), políticos (Revueltas, Avilés Fabila), o intimistas (Melo, Arredondo, García Ponce).

Las tres novelas básicas de la literatura de la Onda son La tumba (1964), Gazapo (1965) y De perfil (1966). Por supuesto que los escritores metidos en ese saco rechazaron la etiqueta de «onderos». Pero no tenían de otra. Su literatura tenía onda.

No sé a ustedes, pero a mí se me hace fabuloso que exista una corriente como ésta en la historia de nuestra literatura, quizá sea porque yo vengo del rock. Pero una cosa: no se nos olvide que estamos hablando de escritores, de libros, que expresaban lo que los jóvenes sentían en ese momento. No estamos hablando de música, ni de grupos de rock o de bandas psicodélicas. En un país que históricamente se supone que no lee, algo como esto me parece inaudito. Y más porque estos autores se volvieron muy populares entre el público joven, creando nuevos lectores.

Cómo me hubiera gustado vivirlo. Verlo de primera mano. Si bien nos va ahora, podría surgir un autor interesante por aquí o por allá. Antes, aquí había varios escritores marcando una tendencia. No sé, soy muy romántico, me gustan los mitos.

No entiendo cómo fue que existiendo la Literatura de la Onda no logró obtener su contraparte musical, y el surgimiento de grupos que hicieran cosas tan innovadoras y tan populares como lo que estaban creando los escritores, ¡era 1966! Año en que salieron álbumes magníficos de rock, que cambiaron el rumbo de la música: el Revolver de The Beatles, el Blonde on Blonde de Bob Dylan, el Pet Sounds de los Beach Boys. Es muy raro que teniendo en México a estos escritores no existan discos o canciones con letras increíbles. Quién sabe qué nos pasó.

Pero tuvimos un movimiento literario, que ahora percibo —corríjanme si estoy mal— que la gente no mira o da por sentado. No le encuentran el valor que deberían darle.

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GAJES DEL OFICIO

Leyendo en internet reseñas de los libros de José Agustín me encontré con una de la revista Letras Libres cuando salió su libro Vida con mi viuda (Premio Mazatlán de Literatura, 2005). La reseña va directa a la yugular: un machete que corta la cabeza de la novela —y de su autor— para no dejarla viva. Gajes del oficio, supongo, entre creadores y sus críticos.

Lo que más me sorprendió de esta reseña fue el comentario de Rafael Lemus donde dice que si La tumba, De perfil y Se está haciendo tarde hubieran salido en otra época serían novelas menores; es decir, si el autor no hubiese tenido veintipocos años serían libros sin relevancia; las salva el momento y la coyuntura.

Pero, si se le quita el contexto en el que fueron creadas, lo que sucedía en ese momento, en esa sociedad específica, con ciertos valores que la obra misma puede romper o ensalzar, ¿sería justo hacerlo? Claro, la obra tiene que sostenerse por sí misma, sin que nada ni nadie abogue por ella.

Para mí De perfil tiene esas dos características: se sostiene por sí sola como novela, pero saber que fue escrita por un muchacho de veintidós años, que rompió con lo establecido, que la gente se quejaba diciendo «¡eso no es literatura!», y que además se convirtió en un éxito de ventas, me parece de suma importancia y no un asunto menor.

Que De perfil no se haya dejado de reeditar año con año no es un asunto que hay que tomarse a la ligera. Lo damos por hecho. Algunas personas no saben que hay libros que no se reeditan jamás, porque nadie los pide, no se venden, o sea: no tienen lectores. De perfil, por lo que veo en las librerías, siempre está presente. Son tantas las reediciones que incluso la familia del autor desconoce cuántas son.

Para mí la literatura es conexión. Lo mismo la música, el rock. Y José Agustín conecta. De perfil es como un álbum clásico de rock. Tiene frescura, rebeldía, experimentación. Es divertida. Es profunda. Se tiene que leer en el contexto. Así escuchamos a los Rolling Stones, ¿verdad? Nadie te pide que no pienses en que «(I Can’t Get No) Satisfaction» no fue escrita en los sesenta. Ya lo sabes, y eso te gusta, pero al mismo tiempo te prende, porque ¿quién ha encontrado la satisfacción?

De perfil cumple ahora cincuenta años. Si no se le ha dado el lugar que se merece, creo que ya va siendo hora.