Apuntes y reflexiones sobre la elección estadounidense
Espectáculo
Los gringos son los jefes del espectáculo: Hollywood, Broadway, Superbowl y, por supuesto, la cobertura de sus elecciones presidenciales: ahí están los debates, los programas de análisis, las decenas de páginas con encuestas y estimaciones estadísticas como FiveThrityEight.com o RealClearPolitics.com. De la misma forma que quien disfruta de los deportes puede pasar días revisando datos, jugadas y escuchando opiniones, los political junkies pueden pasar meses viendo programas de debate mientras revisan encuestas, modelos, artículos de opinión e incluso pueden apostarle a su gallo. Si la política también es espectáculo lo es más con un candidato a la Trump, quien no sólo ha sido conductor de su propio programa de televisión, sino que, habla como máquina productora de encabezados de ocho columnas: que si los mexicanos son violadores, que si las mujeres son cerdos, que si Hillary Clinton es asquerosa. No tengo duda de que sabe a quién le habla, para quién es el show, esos blancos del escalafón más bajo que están furiosos. Ya hablaremos de ellos. Sospecho que Trump no se cree ni la mitad de las cosas que dice, habla para encandilar a quienes sí se lo creen. Por supuesto, poco gana la democracia cuando la política se vuelve entretenimiento: se dejan de discutir los temas acuciantes y parece banal el resultado de las elecciones, como si todo fuera una mala serie de televisión que podemos dejar de ver en cualquier momento. La trivialización de la discusión sobre lo común, su abandono, son pésimas noticias para la democracia, gobierno por medio de la razón pública.
Furia blanca: la guerra cultural
Hace unas noches escuché en CNN a un comentarista, cuyo nombre no recuerdo, que reforzó algo que ya venía pensando: lo que distingue a esta elección de las anteriores y explica muchos de los límites que se han rebasado, es que Estados Unidos está en medio de una guerra cultural. Por un lado, dijo, están los blancos pobres que añoran un país en el que bastaba terminar la preparatoria para conseguir un trabajo digno en la industria del acero o de los automóviles. Estas personas culpan de todos sus males no sólo al presidente Obama sino también a la globalización de los empleos, al comercio, a los inmigrantes. Muchos describen su sentimiento de frustración como “white rage“, ansiedad que padecen ante el ascenso de los negros. La pérdida de estatus los deja furiosos contra los distintos, y sin fe en la democracia: que ser blanco ya no sea un privilegio les parece injusto: “los blancos también tenemos derechos”, dicen. En su campaña hacia la presidencia, Obama describió así su malestar (yo traduzco): “hoy ya hace más de veinticinco años que los trabajos se han ido y nada los ha remplazado. No resulta sorprendente que se amarguen, que se aferren a las armas, a la religión, a la antipatía hacia personas que no son como ellos, o que desarrollen un sentimiento antiinmigrante o contra el comercio, todo esto como una forma de explicar sus frustraciones”.
Del otro lado de la batalla cultural están el resto de los estadounidenses que, más que añorar aquella tierra segregada e injusta en la que los blancos eran los beneficiarios, creen en una amplia gama de cosas. Si bien estos últimos son mayoría, no todos están dispuestos a votar por Clinton. Y sus razones son muy claras, pero la más importante es que ella tampoco representa un verdadero golpe de timón frente a las crisis, ya social, ya medioambiental, ya económica.
No es casual que el resurgimiento público del racismo y el odio contra los distintos aparezca tras casi ocho años de que la Casa Blanca esté habitada por una pareja de negros y sus hijos. Este suceso enfureció profundamente a una parte de la población, llena de prejuicios, que no puede aceptar a un afroamericano como presidente. Desde la primera elección de Obama, los discursos discriminatorios se han acumulado y han encendido llamas de furia en los corazones más mezquinos. Sin embargo, el enojo y la urgencia de impedir “cuatro años más de Obama” (dicen que Clinton no sólo es una persona desagradable y corrupta sino que seguirá las políticas públicas del presidente negro) han llevado a niveles muy altos la inmundicia del discurso: lleno de racismo y de desprecio a los distintos, de apelaciones al autoritarismo y a aquella nación que había sido grande. De ahí que se use el “Make America great again”, que acuñó Ronald Reagan (por cierto, como buen empresario, Trump registró la frase para que nadie más la pueda usar). Mi teoría es que semejantes niveles de inmundicia y el racismo exacerbado son más visibles hoy que hace ocho años porque Clinton no es negra y, por lo tanto, al decir estupideces racistas pareciera que como quien las afirma no las dirige al candidato, no dice nada racista contra Clinton, como sí hubiera sido racista decirlo sólo cuando Obama era quien competía por la Casa Blanca. De todos modos es un sinsentido, racismo es racismo.
Cuando el país estaba en guerra contra los comunistas había un acuerdo básico entre los partidarios de los dos partidos mayoritarios: muchas cosas nos dividirán, pero nos une “la lucha por la libertad” (como habían bautizado a la lucha contra el comunismo). Hoy en día las cosas están más rotas: ni hay un enemigo fuerte allá afuera capaz de unir a casi todos los estadounidenses (el terrorismo de ISIS no se parece en nada a la amenaza nuclear soviética), ni hay tampoco consenso blanco, como sucedía antes. Hoy los intereses de la población blanca están muy fragmentados y por ello resulta difícil hablar de una mayoría blanca que antes votaba en bloque. De entre estos blancos, los que se sienten más afectados por el destino que ha tomado el país son los no educados, de clase media baja y clase baja. A ellos se dirige el show de Trump. No son muchos, pero hacen ruido.
Las encuestas
Primero un descargo de responsabilidad: no soy experto en el tema. Ahora la pregunta: ¿por qué si todos los modelos predicen que Clinton tiene muchas más probabilidades de ganar que Trump, los gobiernos, las personas, los mercados estamos tan nerviosos? Veamos: según el New York Times, 48 horas antes de las elecciones, las probabilidades de que gane Clinton son de 85 por ciento; según el Huffington Post, de 98 por ciento; de acuerdo con Predictwise de 86 por ciento; y para FiveThirtyEight, que tiene el peor escenario para Clinton, sus probabilidades de ganar son de 65 por ciento. Por supuesto que las probabilidades se mueven con cada que hay un nuevo acontecimiento, sin embargo, ¿no será que los mercados y los gobiernos están exagerando las probabilidades de que Trump gane? Por supuesto, el hecho de que tenga probabilidades de ganar quiere decir que es posible, pero no es un volado. Así lo pone Mauricio Meschoulam “hay que comunicar la situación tal y como está: sin pánico, pero tampoco evadiendo la preocupación que naturalmente sentimos en un país como el nuestro. Haciendo la aritmética electoral, incluso bajo escenarios negativos, Hillary debería ganar. Se trata de un volado en el que la moneda en el aire no es 50/50 águila-sol, sino águila-64/sol-36”. Meschoulam se basa en los pronósticos de FiveThirtyEight, pero es el más pesimista, el resto dicen que las probabilidades de Trump son de más/menos 5 por ciento, ¿será que Trump es tan peligroso como el cáncer y por ello la más mínima probabilidad de tenerlo como presidente de Estados Unidos nos pone ansiosos? Puede ser, pero yo sospecho que los medios están sobredimensionando las probabilidades de Trump y no están haciendo su trabajo. Reportan encuestas aisladas, pero no explican que son pocos los casos en los que podría ganar. Tal vez las fallas en la lectura de los datos que arrojaban las encuestas sobre Brexit y sobre el “sí” en Colombia nos han llevado a ser incrédulos con los datos sobre la elección estadounidense.
El verdadero peligro de Trump: medioambiental
El famoso y provocador (muchas veces casi payaso) Slavoj Žižek dijo que si él fuera estadounidense votaría por Trump, no porque le parezca que es inocuo, sino porque el desajuste que provocaría en los partidos demócrata y republicano podría despertar nuevos procesos políticos. Noam Chomsky no está de acuerdo y cree que la peligrosidad de Trump no viene sólo de su postura frente a los mexicanos, los negros y los musulmanes, piensa que existen otros asuntos gravísimos que en cuatro años nos podrían acercar más todavía a un terrible desastre medioambiental: Trump niega el calentamiento global y por ello quiere que aumente el uso de combustible fósil, pretende deshacer todas las regulaciones medioambientales y se niega a ayudar a países en desarrollo como la India, para que dejen de contaminar. Sin duda, todo aquel gobernante de un país poderoso que niegue el calentamiento global es un peligro para el medioambiente y para los seres que lo habitamos. En lo económico también podría resultar catastrófico, aunque parece realmente difícil que logre llevar a cabo lo que anuncia: necesitaría tener a su favor las dos cámaras y para ello tendríamos que suponer que los representantes republicanos de los estados sureños, cuya economía está tan íntimamente ligada a la mexicana, no se rebelarían: la xenofobia termina cuando amenaza su bolsillo.
La “bananización” de las elecciones gringas
Más allá de que Trump haya asegurado que está por verse si aceptará los resultados electorales, las elecciones estadounidenses se han “bananizado” por asuntos mucho más profundos: por ejemplo, la carta que el director del FBI, James B. Comey, le mandó al congreso revelando que quizá podría reabrir el caso de los correos de Clinton. Esto rompió con la regla tácita de que hay ciertas instituciones que no pueden tomar partido en la política, como las de impartición de justicia. Era una parte del procedimiento democrático estadounidense, que el FBI no hiciera declaraciones sobre casos que pudieran tener efecto en las elecciones venideras, pero Comey abrió la boca y lo hizo de manera tan ambigua, que resulta difícil creer que no tuviera la intención de dañar la campaña de Clinton. Por otro lado, y más grave todavía, resulta la profunda división ideológica entre personas, tan común en Latinoamérica, que desemboca en el insulto, la ruptura de amistades y la violencia electoral. Pensemos nada más en Argentina y los K contra los antiK, en Venezuela y los chavistas contra los antichavistas, o en Brasil y los seguidores de Dilma contra los anti Dilma. Los falsos atentados, pero sobre todo la falta de confianza en los procesos democráticos, son bananeros.
La democracia es para dirimir diferencias, parte del supuesto de que no estamos de acuerdo y de que sus practicantes deberían tener claro que la unanimidad es una anomalía sospechosa y que detrás de las disputas económicas y políticas profundas siempre debe existir algo más enraizado que pueda unirnos: la empatía, el conocimiento de que hemos de evitar el dolor de los otros, así como ellos evitarán el nuestro. La democracia está en crisis porque los gobiernos democráticos han sido muy ineficientes a la hora de evitar los abusos de los grandes capitales y de los corruptos; han sido incapaces de reducir la desigualdad y darle esperanza de una vida mejor a los excluidos; porque no han logrado despertar un espíritu solidario entre sus gobernados, arrojándolos a un individualismo que nos enferma física y mentalmente. Está en crisis, además, porque los candidatos son personas que no inspiran a nadie. Nunca votamos con ilusión; al contrario, lo hacemos para evitar un mal mayor: no votamos a favor, votamos en contra.
Žižek quiere el triunfo de Trump para agitar el árbol. A mí me parece que hemos de agitar el árbol gane quien gane: esta democracia que hace pobres, incrementa la desigualdad y destruye el medioambiente, simplemente ha caducado, no inspira y no sirve.