Un tiempo para comprender: consumos, gustos y estructuras bajo la mirada de Pierre Bourdieu.
Es probable que nadie haya sentido la necesidad de saber específicamente lo que de manera cotidiana consumo antes de que el sol se desvanezca. Sin embargo, a ninguno nos es ajena la sensación del cosquilleo provocado por saber de vez en cuando sobre la vida de lxs otrxs; quizá el stalkeo deba considerarse como un delito, ante cada visita al Instagram de fulanita o cualquier red social de menganite, nos encontramos ante la sofisticación del voyeurismo: la risa primero recatada y después sonora; el sudor, la gesticulación ante el scrolleo y luego, la nada. El espacio íntimo se ha vuelto cada vez más solitario, todo se desvanece en el aire que apenas y llega a mis pulmones mediante el filtrado que logra el cubrebocas. A veces pienso que hemos perdido ya la capacidad de reconocer el gesto. Durante los últimos meses, mi interacción académica se ha efectuado mediante la escucha de mi voz ante recuadros a veces negros o ilustrados con algún personaje de Naruto; es un eco constante y solamente confío en que las decenas de estudiantes que toman clase en la calle o en un pequeño espacio en su casa o trabajo escuchen mis comentarios sobre aquella obra que para siempre dejó su impronta en mi forma de conocer el mundo. En cada sesión, un nombre siempre se repite, acaso como un mantra —a estas alturas intento sostenerme de nombres y citas—, ideas que se expanden y que en afortunadas ocasiones logran que alguna voz distinta a la mía dialogue no conmigo, sino con la voz que mediante la mía produce una resonancia para explicarnos —incluso ante la miseria del mundo— lo que está ocurriendo desde el principio de la civilización moderna y contemporánea. “No lamentar, no reír, no detestar, sino comprender”. A cada tanto, Pierre Bourdieu se aparece detrás de mí y luego, con un gesto estoico, admito ante las mentes inquietas que las claves se encuentran ante nuestra mirada y que todo obedece a estructuras que se repiten y que conforman un mapa del inicio de la devastación. Pero como siempre, no todo está perdido, solamente parece invisible.
Ante las múltiples y variadas crisis sociales —sin contar las propias que nos hacen visitar las redes de personas que no hemos visto en años—, el hueco se expande y las grietas nos llevan a reconocer el valor de la labor intelectual de quiénes ya no están. El 22 de enero de 2002, Pierre Bourdieu cerró su obra vital. A veinte de años de su última exhalación, difícilmente podemos encontrar alguna mente brillante y, al mismo tiempo, comprometida con el dolor y el sentido de vacío ante la falta de certeza y de una política que verdaderamente nos sitúe como ciudadanxs, no como votantes o como corporalidades en riesgo de ser desechadas en cualquier desierto o baldío.
Bourdieu nunca fue fácil, lo admiten sus colegas, como Jean Claude Chamboredon con quien publicara la obra canónica que a cualquier estudiante de primeros cursos de Sociología acecha El oficio del sociólogo, la edición que todavía conservo —y escaneo para mis Herederos en cada trimestre—, fue el primer libro que me suscitó la cosquilla de comprender qué es esa ciencia cuyo laboratorio se encuentra en la casa, la escuela, la calle, el museo y cuyo método son una serie de pautas y estructuras cuya eficacia radica en comprender que al liberarnos de supuestos y la pesada carga de la ignorancia que pulula en los recintos académicos estaremos cerca de visualizar los hechos sociales como son, separados de prenociones científicas, para poder construir una praxis sociológica. Al situar a la Sociología como oficio, libre de esa carga de “la gran teoría”, de ese revestimiento que en ocasiones nos expone ante la mirada de los medios como falsos profetas o instauradores de posibles escenarios apocalípticos o fantasías políticas edulcoradas, la revolución científica admitió, desde la década de las grandes revoluciones sociales de la segunda mitad del siglo XX, las revueltas y el principio de la duda extendida, que la Sociología era necesaria, aun cuando todavía en cada inicio de ciclo escolar mentes brillantes, posibles revolicionarixs me preguntan para qué sirve la Sociología. Su alumno, Louis Pinto, quien se ha encargado junto con muchos otrxs de sus seguidores a crear pautas de seguimiento sobre su teoría sociológica, admite la dificultad que impera no sólo el hablar de su obra siendo uno de sus discípulos —admirador—, sino el dejar de lado las posibles prenociones para entrar objetivamente a su legado, como lo admite:
Hablar sociológicamente de un autor que es un sociólogo no es “dejar todo dicho” sino adoptar mi punto de vista que sería el de ese autor en la medida en que se define en relación con el campo de las ciencias sociales, sobre el que actúa y al que transforma. Contrariamente a una visión somera que ha sido propuesta acerca de su trabajo, Pierre Bourdieu jamás asimiló un campo a un juego de fuerzas ciegas. En un campo hay posibilidades reales de transformación, pero son muy diferentes según la posición ocupada. Algunas son propicias a innovaciones o incluso revoluciones: las razones de ello pueden analizarse en el marco de una teoría de las subversiones intelectuales o simbólicas […] Ahora bien, hoy ya no se cuestiona que la manera de hacer Sociología ha sido sensiblemente afectada por el considerable papel de Bourdieu. Nos congratulemos de ello o lo deploremos, en Francia y en otras partes del mundo se impusieron palabras y hábitos intelectuales, mucho más allá del círculo de sus allegados y alumnos. Entre los logros más significativos de la disciplina figuran, por ejemplo, la representación de la práctica sociológica como una indispensable “construcción de objeto”, la crítica de las prenociones, especificada por una parte en la deconstrucción de categorías (científicas, administrativas…) y, por otra, en la historización de objetos considerada como un medio para luchar contra los efectos de la naturalización. (Pinto: 2002, 10)
Es justamente la condición del tiempo lo que compone un visor para comprender de raíz que los problemas sociales parten de una matriz capaz de establecer una reproducción de las prácticas, mismas que nos han llevado a la naturalización de la violencia mediante las estructuras totalizantes que el Estado, la escuela y la familia, así como sus espacios, se han encargado de pulverizar en las sociedades de todo el planeta, más allá incluso de las fragmentaciones culturales entre el Sur, las culturas orientales y occidente.
El caso de la dominación masculina es el ejemplo perfecto en el cual podemos ostentar no sólo el uso práctico de cada uno de sus conceptos y estructuras, sino de la sensibilidad objetiva que Bourdieu expuso al diseccionar el porqué la violencia sobre las mujeres ha sido aprendida como una práctica necesaria de acuerdo al orden heteropatriarcal, misma que analiza desde el trabajo etnográfico después de su larga experiencia en Argelia con los cabiles, trabajo de largo aliento que comenzó desde 1958 con Sociología de Argelia, la obra con la que se abriría paso entre los saberes de las ciencias sociales. Cabe resaltar que no resulta gratuito el que haya abierto y cerrado su edificio intelectual con la sociedad argelina, al conocer que en medio de la guerra fue desplazado por el ejército hacia esa región en 1956, y que tras un profundo estudio y análisis de la literatura colonial, Bourdieu logra llegar al principio de lo que sería una de sus respuestas frente la guerra: el efecto del capitalismo colonial y todas y cada una de las partes que lo componen, y que nos ha llevado a lo que contemporáneamente sobrevivimos como capitalismo gore.
Ciertamente podríamos criticar el hecho de que un francés se dispuso a analizar las estructuras y sistemas de los tres grupos de bereberes sobre las que desplegó sus líneas analíticas a fin de comprender el fenómeno de la violencia colonial y sus efectos, sin embargo, no podemos objetar la necesidad que imperó al destacar las formas de organización social desde las culturas no occidentales y observarlas a la par de la violencia infringida por occidente, ideas igualmente construidas bajo la dirección de Durkheim, así como Lévi – Strauss y Margared Mead (Criado: 2012).
En ese sentido, al ser crítico y autocrítico de su propia tradición, Bourdieu siempre estuvo encaminado a crear análisis que le permitieran visibilizar el porqué de las diversas formas de dominación, incluyendo los elementos simbólicos reproducidos mediante las diversas prácticas, así como la instauración de los distintos campos en los que se han dado lugar las luchas simbólicas. La concepción de campo le permitió destacar mediante actorxs, discursos y prácticas, los lugares y formas en que se ejercen los diversos niveles de poder que a su vez delimitan una zona dentro del espacio social. De ahí, los juicios sobre objetos, el consumo y la producción de éstos —objetos simbólicos y discursos sin más— articularán dos de sus obras más emblemáticas para quienes nuestras obsesiones se decantan en el sentido del gusto: La distinción, de 1979, así como Las reglas del arte. Génesis y estructura del arte literario, de 1992, ensayos que utilizan como pretexto el hablar sobre el arte para desplegar el cómo se observa el acontecer y desplazamiento social mediante lo que consumimos, lo que nos gusta, aquellas cosas que hacemos a veces mecánicamente —como las ahora lejanas visitas a los museos o galerías— para visibilizar de manera efectiva el cómo actúa la clase para crear formas de dominación simbólica que, desde luego, sostienen a los diversos programas políticos, primero frente al Estado de bienestar y después ante la catástrofe neoliberal. Literariamente, el análisis que formula sobre la Educación sentimental, puede que se haya visto en su momento como un mero accidente, incluso como un capricho, cuando en realidad utilizó a Émile como el sujeto social artístico en el cual cabemos todxs los artistas, porque el arte y sus reglas siempre plantean las mismas directrices, así como una incidencia directa dentro de la sociedad mediante la producción cultural y artística:
El hábito y la complicidad nos impiden ver todo lo que implica un texto como éste, es decir, la labor de construcción de una realidad social en la que participamos en mayor o menor medida como intelectuales de pertenencia o de aspiración, y que no es otra que la identidad social del productor intelectual. Esta realidad designada por términos de uso corriente como escritor, artista, intelectual, fue creada por los productores culturales […] que trabajaron para producirla a través de enunciados normativos, o, mejor aún, performativos como éste: bajo la apariencia de decir lo que es, estas descripciones aspiran a hacer ver y a hacer creer, a hacer ver el mundo social conforme a las creencias de un grupo social que tiene la particularidad de poseer un cuasi monopolio de la producción de discurso sobre el mundo social. (Bourdieu: 2002, p. 92.)
La estructura casi siempre se vislumbra dialéctica, y es en las pequeñas partículas donde se encuentra la grieta, el intersticio que puede hacer posible el cambio. Es la docta ignorancia, la gran teoría, el agente que no permite ver de cerca, incluso dentro de las macro estructuras, la manera en que la dominación y el poder vuelven a efectuar su sentido de naturalización, a concretar la violencia como un hábitus, es decir, como una estructura que a su vez logra sistematizar, mediante las prácticas, la percepción del mundo social, así como la profundización de las clases sociales; de ahí que la dominación y la desigualdad hayan prevalecido de manera eficaz por las antiguas industrias culturales y su sofisticación en la era digital, así como las agendas políticas que deshistorizan el sentido cultural de quienes nunca apostaron por la globalización.
Bourdieu nunca fue fácil, quizá porque siempre nos ha permitido ver aquello que nos ha traído hasta este momento donde el ser distintx es motivo de muerte, donde los programas políticos se muestran como tiendas departamentales y donde la academia perece para sufragar pautas mercantiles y desplazar a los herederos del conocimiento. Mientras retiro mi cubrebocas y observo las imágenes de las vidas ajenas que desfilan ante mí, pienso que ha llegado el momento de analizar mis hábitus. Quizás ya sea tiempo de comprender.
Bibliografía:
Bourdieu, Pierre, La miseria del mundo, FCE Argentina, Madrid, 1999.
——————, El oficio del sociólogo, Siglo XXI editores, México, 2000.
———, La distinción, Taurus, México, 2002.
———, Las reglas del arte, Anagrama, Barcelona, 2005.
Pinto, Louis, Pierre Bourdieu y la teoría del mundo social, Siglo XXI editores, México, 2002.