Tierra Adentro

Vuelo de prueba

a mi padre
¿Sabes que mañana serás del aire?
José Watanabe

Elegimos en el centro comercial el helicóptero que volaba más alto. Lo encendimos por primera vez en el patio; sus hélices giraban.

Nos turnamos para mover la palanca, para ver cómo se alzaba encima de nuestras cabezas y nuestra casa. Más alto siempre que nosotros.

Era pronto para saber si el helicóptero volaba a la altura que querías; si el aire en que levitaba era suficiente. Me respondí cuando te miré apretar con fuerza los botones para llegar más alto.

Esta vez era mi turno y me cansé rápido de sus hélices, de sus alas. Quise volver a tierra la mirada y solté el botón.

El helicóptero se desplomó como esas aves que al volar aprenden también a caer.

Después, prometimos ir a un campo donde las alas no se estrellaran contra las cosas, contra las casas, pero hasta ahora no hemos vuelto a volarlo nunca, ni a sacarlo de la caja.

Felicidades, usted ha vencido al cáncer

 

Tres o cuatro años escribiendo, yendo sobre lo mismo. Y aún no distingo el cáncer de la muerte.

Trato de escribir otro poema, uno afortunado que diga: he olvidado los rostros cancerosos de mi familia.

Este poema tratará sobre el olvido, y escribo de nuevo acerca del cáncer de pulmón, de estómago, de mama o de cómo fueron muriéndose uno a uno.

Escribo para olvidar el cáncer, pero los poemas se multiplican.

Oxígeno

 

En la cocina mi tía pone a hervir el jitomate. Las burbujas brotan dentro del tanque al que están conectados los pulmones de mi abuela. De la cocina a la sala miro su cuerpo encogido por el cáncer, recostado sobre el sillón. Cubierta por una sábana su piel es como la del pollo que limpiamos para el caldo. El olor del jitomate comienza a impregnar la casa. Las venas de su cuello tiemblan como si una multitud las habitara. Con una mirada, mi abuela me pide que le diga a mi tía que no se le pase la mano con la salsa. En la mesa, las cebollas cortadas en rodajas, acomodadas unas sobre otras; las moscas revolotean sobre la grasa de la carne y la fruta que se está pudriendo. Ella seca el hervor de su cuerpo con la sábana. Su vapor mantiene tibia la casa. Dios te salve mi tía va del sartén al marco de la puerta y por nosotros te encargo la lumbre los pecadores el jitomate hierve ahora y las burbujas se revientan y en la hora escucho de nuestra muerte sus quejidos el burbujeo hágase señor tu voluntad son más fuertes en la tierra como en el cielo me siento a su derecha y perdona nuestras ofensas digo a su lado al recordar las frutas podridas en la mesa.

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