Te digo que los libros de poesía actuales son cabezas de pescado pudriéndose: Diarios
crónica roja pasada por té de jazmín o farándula de un autor que carece de amigos, vida o lana para la terapia –que en todo caso, de nada sirve
o tráfico de citas avant la lettre que incitan al público a tocarse el mentón con cara de católicos en misa de latín: polaroid certera de un país anoréxico –no olvidar
que la onda de remos de la Niña la Pinta o la Sancta María sigue arrasando nuestras costas: de verdad quisiera comenzar esto diciendo en el principio está mi fin, pero en el paisaje de acá, no hay espacio para llorar sobre los hilos de la hoja
porque en las costas de Isla Negra yacen cuerpos esperando sus nombres junto a jeringas restos de afiches presidenciales o metales pesados –no poemas–.
La película sigue filmándose en el fondo la superficie hace rato es pura marcha militar.
Por eso te digo que los libros de poesía que según contratapas se precian de capturar la nervadura, el espíritu revolucionario de una época : son pescados, cheques al portador, letras de Adorno
–sus redactores más torpes que Cucurto escribiendo poesía (escena que podría figurar en un museo) versando sobre la nueva experiencia de esta forma de nostalgia: un modelo que a todas luces se consume como ouroboros en basuco, crack, paco o pasta base
regresando a las preguntas diluidas, quién es el ladrón quien roba versos o funda una escuela, para qué la poesía si las piedras no nos hablan si los cuerpos, si los cuerpos.
Poema inédito, pertenece al libro Plankton.