Tierra Adentro
Imagen tomada de Pixabay.

A casi una década de su lanzamiento, Rick and Morty se ha constituido ya como un referente de la animación. Con cinco temporadas en el aire, y una sexta que sus espectadores en todo el mundo esperan con ansias, las aventuras del científico nihilista, Rick, y su aturdido nieto, Morty, se han vuelto un bálsamo de ciencia ficción, existencialismo, literatura y distopía que, capítulo a capítulo, nos presenta personajes cada vez más entrañables, dolorosamente cercanos a pesar de su carácter alienado y estrafalario. Notable resulta, también, el nivel de profundidad que algunos de sus capítulos alcanzan: por aquí uno se encuentra una referencia inmediata a los grandes problemas geopolíticos contemporáneos; por allá, personajes de la literatura se entremezclan con los protagonistas en circunstancias absurdas; no pocas veces, también, resalta la reconstrucción personajes e historias de la cultura contemporánea.

Muchas son las anécdotas o cualidades de este programa que merecen especial atención. Para este texto, no obstante, me dedicaré a analizar sólo un fragmento que muestra con gran pericia el empleo de los mitos en la construcción de anécdotas y, por otro lado, la profunda conexión que esta serie tiene con la literatura universal.

 

Las aguas de la existencia

En la segunda temporada, durante el episodio “Mortynight Run” —especialmente famoso por introducir la canción “Goodnight Moonmen”—, Rick y Morty llegan a un centro interestelar de videojuegos: Blips and Chitz. Los personajes discuten acaloradamente: Rick acaba de venderle armas a un asesino a sueldo y el dinero adquirido se empleará en pasar una tarde de diversión familiar. En medio de esta argumentación ética, Rick coloca un casco en la cabeza de Morty y lo obliga a jugar un videojuego llamado Roy: Una vida bien vivida. Cuando se activa, el escenario cambia por completo y nos encontramos en pantalla con un niño de unos ocho años que acaba de despertar sobresaltado.

“Tuve una pesadilla. Estaba con un viejo; puso un casco en mi cabeza”, cuenta el pequeño Roy a su madre, quien lo tranquiliza diciéndole que sólo es un mal sueño producido por la fiebre. A partir de entonces, los guionistas nos sumergen en una nueva historia: durante el siguiente minuto, presenciamos la vida escolar de Roy, su paso por la preparatoria, su momento de gloria deportiva en la juventud, su primer amor, matrimonio y paternidad, la renuncia de los sueños juveniles con la llegada a la madurez, la apertura de una tienda de alfombras, la amenaza del cáncer, las batallas con las quimioterapias, la ansiada curación… toda una vida, la vida de Roy hasta llegar al momento de su muerte a los 55 años.

Roy muere al caer de una escalera —¿se trata acaso de un guiño al Finnegan’s Wake, de James Joyce?, y su historia se ve interrumpida por la infame pantalla de Game Over. Morty regresa a su realidad, y se ve nuevamente en Blips and Chitz, junto a una máquina que indica sus estadísticas: “55 años, nada mal, Morty. Aunque creo que desperdiciaste tus treintas con esa fase de observar pájaros”, dice Rick, quien ha sido espectador durante los minutos que Morty ha estado conectado al videojuego.

La escena no tiene ninguna relevancia para la trama del capítulo, tampoco clara influencia en el desarrollo de los personajes o en la conclusión de la aventura; sin embargo, tiene tal impacto en la mente de Morty, que durante el resto del episodio recordará en varias ocasiones su vida como Roy. No se trata de un hecho arbitrario, ni mucho menos de un divertimento. Antes bien, en mi opinión, el pequeño episodio es una de las escenas más memorables de la temporada (y bien podría decir “de la serie”), pues retoma uno de los mitos más relevantes de la tradición hindú: el misterio de la māyā.

En su libro, Mitos y símbolos de la India, un tratado sobre la cosmología y el ordenamiento teológico hindú, el indólogo y lingüista alemán Heinrich Zimmer definió la māyā como un truco, artificio, sueño o engaño de la vista. Al mismo tiempo, está relacionada con la realidad misma: “Māyā es la Existencia: el mundo que conocemos y nosotros, contenidos en el entorno en constante crecimiento y disolución, creciendo y disolviéndonos a la vez”; el autor resalta el carácter mágico de la Māyā como un atributo de los dioses para crear ilusiones que sustituyan la realidad empírica. El filólogo Fernando Tola, célebre por sus diversos estudios de filosofía de la India, resalta este poder mágico al designar la māyā como “ilusión mágica”, un espejismo, el sueño que habitamos y en el que nos desenvolvemos mientras vivimos en las aguas de la existencia. Dicho de otra forma: la māyā es la vida en su totalidad, la ilusión de todo lo que ha sido y todo lo que será.

Si bien comprender los misterios de la māyā es el gran deseo de todos los sabios y hombres de fe en los mitos hindúes, lo cierto es que sus secretos están vedados a los mortales. Para ejemplificar esta imposibilidad, Zimmer refiere una anécdota fascinante que toma como personaje principal al asceta Nārada. Cuenta Zimmer que Viṣṇu, como premio a la ferviente devoción que demostraba Nārada, ofreció satisfacerle un deseo, cualquiera que éste fuera. El eremita, asombrado por los favores del dios, le pidió que le permitiera conocer el secreto de su māyā, pues era su más grande anhelo luego de dedicar su vida al dios. Conmovido, Viṣṇu le da la oportunidad de acercarse a su māyā, no sin antes advertirle que “jamás habrá nadie que penetre su secreto”.

Cito el fragmento de Zimmer por su riqueza narrativa, la cual difícilmente podría parafrasear. Habla Viṣṇu:

Entonces, aunque le advertí que no indagara en el secreto de mi Māyā, insistió lo mismo que tú. Y le dije: ‘Sumérgete en aquella agua y experimentarás el secreto de mi Māyā’. Se sumergió Nārada en la charca, y salió… en forma de una muchacha.

Nārada salió del agua como Suśīlā, la Virtuosa, hija del rey de Benarés. Poco después, cuando estuvo en la flor de la juventud, su padre la dio en matrimonio al hijo del vecino rey de Vidarbha. El santo profeta y asceta, en forma de muchacha, experimentó plenamente los placeres del amor. Más tarde, llegado el momento, murió el viejo rey de Vidarbha y el marido de Suśīlā le sucedió en el trono. La hermosa reina tuvo muchos hijos y nietos, y fue incomparablemente feliz.

Sin embargo, al cabo de mucho tiempo, surgió la disensión entre el padre de Suśīlā y su marido; disensión que poco después se convirtió en guerra violenta. En una sola y cruenta batalla murieron muchos de sus hijos y nietos, así como su padre y su marido. Cuando le llegó la noticia del holocausto, salió afligida de la capital y se dirigió al campo de batalla para elevar allí su solemne lamento. Mandó erigir una pira gigantesca y colocó en ella los cadáveres de su familia: de sus hermanos, sus hijos, sus sobrinos y sus nietos; luego, juntos, los cuerpos de su marido y de su padre. Con su propia mano aplicó una antorcha a la pira. Y cuando ascendieron las llamas, exclamó: ‘¡Hijo mío, hijo mío!’. Y cuando las llamas comenzaron a rugir, se arrojó a la hoguera. Al punto, el fuego se enfrió y se disipó. La pira se convirtió en charca; y en medio de las aguas Suśīlā se reconoció a sí misma… pero otra vez como el santo Nārada. Y el dios Viṣṇu, cogiendo al santo de la mano, lo sacó de la charca cristalina.

Cuando el dios y el santo llegaron a la orilla, Viṣṇu preguntó con sonrisa burlona:

‘¿Quién es ese hijo cuya muerte llorabas?’ Nārada se sintió confundido y avergonzado. El dios prosiguió: ‘Ése es el aspecto de mi Māyā: doloroso, sombrío, desventurado’.

 

En ambos relatos, un personaje vive un proceso de iniciación espiritual, guiado por una existencia superior: Rick, que es representado como un ente transdimensional y, frecuentemente, referido como el ser más inteligente de todos los universos posibles, es cercano a la omnisciencia de Viṣṇu, conocedor de los misterios del cosmos. Morty, como Nārada, es un discípulo hambriento por penetrar en estos misterios: ambos se sumergen a las aguas de la existencia y padecen, en un instante, la experiencia de la māyā al vestir “el ropaje de otra vida”. La relación entre las dos historias es clara.

Hay en la literatura de Asia múltiples textos que se insertan en la misma tradición del relato de Nārada. Especialmente notable es, por ejemplo, el cuento chino “El gobernador de Nanke”, recuperado en Japón bajo el título “Junu Fun” en el kaidan zensho [怪談全書], colección de “relatos extraños” compilados por el filósofo Hayashi Razan en el siglo XVII. En éste, un hombre llamado Junu Fun se emborracha con unos amigos y se queda dormido junto a las raíces de una gran pagoda. En su sueño, un mensajero llega por él y lo conduce al castillo del reino de Kaian. Ahí es acicalado por el emperador, e incluso contrae nupcias con la princesa; posteriormente, se convierte en un próspero señor feudal y gobierna una de las extensiones de tierra recibidas como dote matrimonial. Luego de veinte años, su mujer perece de una enfermedad y el rey decide enviarlo de regreso a donde pertenece.

Junu Fun despierta junto al árbol para darse cuenta de que toda aquella aventura no ha sido más que un sueño:

Fun despertó del sueño y vio a un jovencito sosteniendo una escoba y barriendo el jardín; junto a él, sus amigos seguían sentados en sus bancos de madera. El sol todavía estaba en lo alto del cielo. Fun les pidió que lo acompañaran a revisar la pagoda, y encontraron en las raíces de ésta un solo agujero. Era bastante grande, y en su excitación Fun vio que tenía el tamaño suficiente para que un hombre pasara a través de él.

Dentro del agujero había varias raíces que estaban posicionadas de manera que semejaban una fortaleza y un palacio. Ahí encontraron innumerables hormigas. Una de las hormigas era grande y tenía blancas alas y cabeza roja. Era el rey de Kaian.

Había una rama que apuntaba al sur y que pasaba a través de otro agujero, ahí había también muchas hormigas. Éste debía ser el distrito del sur [que él había gobernado].

Enredado en torno a esta raíz había algo que semejaba una serpiente. Era un montículo de tierra de unos treinta centímetros. Aquella debía de ser la colina Hanryō [donde había sepultado a su esposa]. Fun, pensando que esto era de lo más siniestro, pronto cubrió el agujero. Aquella noche se desató una gran tormenta en la ciudad. Al amanecer, revisó el agujero y vio que todas las hormigas habían desaparecido. Jamás volvieron a verlas.

 

(Por cierto, el cuento de Junu Fun fue reescrito casi tres siglos más tarde como “El sueño de Akinosuke”, en una versión que el autor Koizumi Yakumo [Lafcadio Hearn] describiera en su popular colección de relatos kaidan. Notable para este tema resulta también el texto “La carpa de mis sueños”, del magnífico Ueda Akinari.)

En todas estas historias, es notable el tratamiento de la ilusión como una especie de portal hacia otras formas de la existencia. Fascinante, también, es el hecho de que sólo la muerte (de Roy, de Suśīlā, o de la familia hormiga de Junu Fun) logra despertar a los protagonistas a su antigua realidad: la muerte se exhibe como un despertar supremo de la conciencia —y probablemente lo sea—. El casco que se coloca Morty en el área de juegos de Blips and Chitz no es sino una versión moderna del lago primordial de Viṣṇu, o del árbol donde se quedó dormido Junu Fun. En cada caso, los personajes iniciados renuncian a su ser para experimentar “el ropaje de otra vida”. Sin embargo, el paseo tiene un alto costo para ellos pues, si lo que acaban de pasar fue sólo un simulacro de amor, de tragedia, de muerte, cabe preguntarse ¿qué tan real es la vida real?

¿En verdad vivimos todos en la ilusión de la māyā?

Como un modesto corolario, recupero otro fragmento del mismo relato de Zimmer que, a mi parecer, expresa con mucho sentido la visión de la existencia —o de las existencias infinitas— que plantea Rick y Morty. En este caso, habla el príncipe Kāmadamana a su padre, después de que éste lo urja a conseguir una esposa. El príncipe se niega a casarse pues, para él, la felicidad del matrimonio no es sino una trampa más de la ilusión.

 

—Querido padre —dijo el joven—, he pasado por más de mil vidas. He sufrido la muerte y la vejez centenares de veces. He conocido la unión con esposas, y la pérdida de éstas. He existido como yerba y como arbusto, como planta trepadora y como árbol. He caminado con el ganado y con los animales de presa. He sido brahmán, hombre y mujer centenares de veces. He participado de la felicidad de las mansiones celestiales de Śiva; he vivido entre los inmortales. Verdaderamente, no hay variedad de ser sobrehumano cuya forma no haya tomado yo más de una vez: he sido demonio, duende, guardián de tesoros terrenales: he sido espíritu de las aguas de los ríos; he sido damisela celestial; también he sido rey entre los demonios serpiente. Cada vez que el cosmos se ha disuelto yo también; y cuando el universo se ha vuelto a desplegar, he vuelto yo también a incorporarme a la existencia para vivir otra serie de renacimientos. Una y otra vez he caído víctima de la ilusión de la existencia… y siempre por haber contraído nupcias.

 

¿No parece esta lista de vidas y realidades una sinopsis de lo que ha sido la vida de Rick Sánchez o, para ser más acorde con la serie, del ejército infinito de Rick Sánchez que se nos ha mostrado? El príncipe Kāmadamana bien podría enumerar sus múltiples existencias como nuestro científico favorito ha hecho: Fisher Rick, Afro Rick, el memorable Pickle Rick, Tiny Rick, Simple Rick, Aqua Rick, Hammer Rick, Cat Rick, Cronenberg Rick, Cyclops Rick, Dandy Rick, Eye Patch Rick, Flat top Rick, Beard Rick, Fascist Rick, Shrimp Rick, Toxic Rick y un larguísimo etcétera porque la lista de Ricks es infinita, en todo el sentido matemático del término. Si bien no me atrevería a afirmar que la filosofía de la India es fundamento para construir el mundo narrativo de la serie, me parece a estas alturas que la relación entre ambas visiones de la realidad queda claramente establecida.

Al concluir el turno de Morty en el videojuego, Rick toma el casco y lo reta, diciendo que “hará pedazos su récord” en Roy. Con esto, Rick hace gala de su superioridad óntica —algo que ocurre regularmente en la serie—, y reitera su papel como un ser supremo capaz de vivir la vida de Roy una y otra vez sin afectaciones, pues, para Rick, el misterio de la māyā está claro. En este final episódico se esconde un cuestionamiento profundamente humano, que tiene que ver con la concepción de nuestro lugar en el mundo: si la vida es ilusión, ¿vale la pena buscarle un significado? Y, retomando las palabras del célebre sacerdote de Madrid: si toda la vida es sueño (o un videojuego), ¿tiene algún valor nuestra existencia?


Autores
(Zapotlán el Grande, México, 1988) es narrador, artista y profesor de literatura. Actualmente estudia el Doctorado en Humanidades de la Universidad de Guadalajara. Es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara e Ingeniero Ambiental por el Instituto Tecnológico de Ciudad Guzmán, además de maestro en Estudios de Asia y África por El Colegio de México. Ha sido becario del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico en Jalisco en la categoría Jóvenes Creadores en 2006 y 2019 y becario del FONCA en la categoría Jóvenes Creadores en 2021. Ganador del Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela, en 2016, del Premio Nacional de Cuento Joven Comala, en 2018, del Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay y el Premio Nacional de Cuento José Alvarado, en 2020, y del Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez, en 2021. Ha publicado los libros de cuentos El espectador (2013), Me negarás tres veces (2017), La noche sin nombre (2018), Padres sin hijos (2021) y el libro de crónicas Los niños del agua (2021).